21.2.17
Jiménez Faro y Herrero en EC
19.1.12
Tempero
No, en su momento no se abrió la plica ni el autor, que no sabía de mi presencia en el jurado, me envió aviso alguno. Abrí el mecanoscrito, leí y dije: esto es de Fermín Herrero. Tan personal es lo suyo, tan diferente a lo del resto. Tan fácil señalarlo como propio. En Tempero acaso se note aún más. Supongo que la madurez es eso, salvo para quienes gustan de cambiar de voz (o eso quisieran; tenerla, digo) en cada nueva entrega o para los que se empeñan, a deshora, en estar a la moda de leche, cacao, avellanas y azúcar. Éste no es el caso. Al revés. Aquí no se camina hacia fuera, sino hacia dentro. Por las tierras altas de Castilla, por el alma de ese paisaje eterno. En Ausejo de la Sierra nació el poeta y a Soria vuelve una y otra vez, como demuestra Tempero, un libro donde el campo (la naturaleza) se hace palabra; machadiana palabra, claro, en el tiempo. "El asombro de ayer, idéntico / asombro, el de mañana". Y allí, un mundo que se fue. O, mejor, que se habría ido si él no lo hubiera sujetado con versos tan despojados como las parameras que frecuenta, tan libres como sus montañas desoladas, tan fríos e intensos como la nieve que cae desde el pasado y tiñe de blanca melancolía su presente. Climas, podría haberse titulado la obra. Los que transita a través de las estaciones con esa sabiduría antigua ("entre orientales y castellanos" define a sus versos) y campesina que le singulariza. Y siempre a la intemperie. Con "mis metafísicas", pero limpio, él y sus poemas, "de polvo y paja".
Herrero pertenece a la estirpe de los paseantes: "Un paseo, una vida", escribe. A la de Claudio Rodríguez, castellano esencial como él y, como Herrero, maestro del encabalgamiento. O como su amigo Jiménez Lozano, con cuya sencillez poética (tan difícil) comulga.
Al leer estos poemas uno piensa en miniaturas, en pequeñas acuarelas, de tan sutiles. Y, a pesar de su gravedad, en el mejor y más hondo sentido, de la tristeza que flota sobre ellos como la niebla persistente del invierno ("en el dolor no hay nadie"), de la "añoranza" o la "nostalgia" o la "desolación" ("estamos hechos de miedo") que se cuela por puertas y ventanas, la serenidad lo impregna todo, quizás porque, como escribe, "la belleza / es tranquila". Sí, la suya es una poética de la humildad, de la pobreza entendida como decir esencial, de lo austero.
"Pero lo que fui, soy", confiesa en un verso. Hay una fidelidad a los orígenes insoslayable, de ahí que no pueda por menos que hacer alusión al "pueblo del que nunca salí".
Son muchas las sorpresas que depara este libro a contracorriente. Poemas como "Amarte como nunca", por ejemplo, delicadamente amoroso. Lejos, como todo aquí, del tópico.
Libro de otro tiempo y, por eso, de todos. De cuando las palabras, por usar un verso suyo, "no estaban lastimadas". Libro que colma al lector, a pesar de que anuncie: "Todo está por decir".
22.4.17
Premios de la Crítica 2017
27.1.10
Noticia de Fermín Herrero
Para que uno disfrute aún más, coincide la lectura de este libro con la preciosa edición de su poema "Encina en junio", editado por José Luis Puerto en sus Entregas de Invierno, al que acompaña un sugerente dibujo de Iris Lázaro. Contra lo que uno siente, su verso final dice: "Qué pena, hasta lo más hermoso cansa".
16.12.14
La gratitud
3.12.17
Dos de Soria
Enrique Andrés Ruiz abre su libro Los verdaderos domingos de la vida con una cita de Lévinas, acerca del imposible retorno. A partir de "El canto de los descendientes del rey de Tiro", excelente poema liminar que hace las veces de prólogo, EAR, con la elegancia de dicción que le caracteriza, mezcla de saber hacer y clasicismo, despliega sus armas líricas para evocar, desde la memoria y los recuerdos, una vida pasada que traslada al presente. "Esa ilusión de imaginar que vuelven / -aunque en distinta forma- reunidas / salvación, otra vez, y poesía". Vuelven las fiestas (en Medinaceli y por los Santos, en el cementerio). Vuelve la infancia. Y, de nuevo, ya en la cincuentena, "Mi Edad Media, / mi verdad absoluta, / mi Antiguo Testamento: poesía".
Pero regresan sobre todo los veranos. Y los veraneos. Y los sueños que allí se forjaron y que la vida ha malogrado o disuelto. Aunque sigan ahí. En estos versos. En poemas como "Canción de bienvenida", "Línea de costa". Son "De cuando nuestros padres eran jóvenes". Se celebra el amor y la amistad. La juventud perdida. "Ni vida ni muerte todavía". "El país de la vida", dice en "Padres e hijos", uno de los mejores del conjunto. Se celebra, en fin, el fuego: "Contigo estoy conmigo". La melancolía, que la hay, cede ante el fervor, ante ese "resplandor glorioso" del texto de Julien Gracq de donde el libro toma su título.
Es, acaso, el más transparente de EAR, el de tono más conversacional y cercano, encontramos una métrica precisa (ya dijo Lowell que el verso libre no existe) y poemas, a veces, con rima asonante que no dejan de darle un aire popular o de época. En la nota final se explica que estamos más ante una colección de poemas que ante un unitario libro de poesía. Tanto da. El resultado, que es lo que importa, vuelve a demostrar la solvencia de esta voz tan solitaria como el paisaje de su tierra natal.
Después del éxito obtenido con su libro anterior, Sin ir más lejos, Premio de la Crítica, y tras la aparición de Por la tierra oscura, Fermín Herrero publica Fuera de encuadre en Reino de Cordelia, donde está otro de los suyos: De atardecida, cielos. En una nota de autor, FH confiesa: "Hace muchos años que concebí el puñado de poemas de este libro". Para "arrebañar a la memoria, antes de que fuese tarde, lectura de momentos y sensaciones iniciáticos". Estamos, pues, ante un libro de larga y lenta gestación que a sus lectores puede parecernos, como le ocurre al poeta, distinto de los últimos que ha dado a la imprenta. Y es verdad. Con todo, en estos versos fragmentarios ("solo fragmentos rastro me pronuncian / completo"), en estos poemas sin título, sin mayúscula inicial ni punto final, que conforman acaso un largo poema único, se reconoce su voz. Y su ámbito, aunque la presencia del campo sea menor de la acostumbrada. Está, eso sí, la melancolía y la tristeza. Y la contemplación ("hay que mirarlo todo"). Y las devastaciones: "porque somos despojos es inútil / parar el tiempo y recrearse". Y también el amor y el erotismo: "La primera mujer. / Y sus enigmas". Detrás, ya se dijo, la memoria, los recuerdos. De la infancia, la adolescencia y la primera juventud mayormente. De los tiempos del pop.
3.12.23
Por lo menudo
Pre-Textos, Valencia, 2023. 78 páginas. 16,00 €
16.4.15
Fermín Herrero
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E. Margareto (ICAL) |
17.3.13
De atardecida, cielos
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27.3.23
Fermín Herrero lee "Sobre el azar..."
Pese a su cita anual durante tantos inviernos y al hecho de que yazga en la isla de los muertos, Brodsky nunca se consideró veneciano, como, creo, el esteta Paul Morand. Tal vez un título de este último, 'Venecias', le sugiriera a Álvaro Valverde, poeta fundamental de nuestro tiempo, uno suyo: 'Plasencias', en torno a su ciudad natal. Entre esto y su novela 'Las murallas del mundo' se labró fama de escritor sedentario, si bien luego ha publicado, por caso, las prosas 'Lejos de aquí', con una incursión por tierras de Flandes o un libro de poemas situado en Tánger. En su última entrega, de una sencillez honda y emotiva, 'Sobre el azar del mapa', un paso más en la consolidación de una obra cardinal de la lírica contemporánea, recrea también el tópico clásico del 'homo viator', que conduce, como señala la cita inicial de Marta Rebón, al 'homo scribens'. «Tan lejos de casa», dice un verso en un poema que remite, como el título del volumen, a su primera incursión lírica: 'Territorio'. Su poética ha tendido siempre, en el hilo temporal, a la espacialización.
El libro está dividido en dos partes. La más larga, medio centenar de poemas, muchos breves, bastante minimalistas, uno en prosa, es su visión, casi de continuo bajo la nieve o la lluvia, de la capital de Bulgaria, «que lleva el nombre/de la sabiduría», tanto de su geografía física (bulevares, fachadas, mercadillos, tranvías, parques, estatuas, iglesias ortodoxas, murales, grafitis y pintadas…) recorrida por las huellas de la Historia a la que ha sobrevivido (prehistóricas, tracias, romanas, bizantinas, rusas, fascistas, hasta el horror de la arquitectura comunista de las periferias, una mezquita otomana o una sinagoga sefardita) como de su geografía humana: sofiotas desconfiados, de miradas huidizas, pobres con sus «bolsas de plástico»… Una Sofía, aunque la imagine pletórica de primavera en un poema, invernal, de una belleza melancólica («es la melancolía/el verdadero genio del lugar»), ajada, decadente, neblinosa, desconchada, mustia, deslucida, grisácea, en suma. Lo que no quita, muy al contrario, para que le atraiga y nos la haga atractiva, por ser tan auténtica, lo contrario de un parque temático, y porque «el frío es la expresión/de la pureza./Lo que es limpio/trasluce por el hielo», como reza uno de los poemas sucintos. El poeta sabe encontrar la hermosura en la desolación.
El apartado final, 'Cuaderno
suizo' (en 'Lejos de aquí' se narraba un viaje rápido a un barrio de Lucerna),
se divide en dos paradas, Grandson, cuyo origen es «un pequeño pueblo/fundado
en el medievo/a la orilla de un lago», donde Valverde nos regala estampas
contemplativas fruto de una estancia tranquila, y 'Ginebra', centrada sobre
todo en poemas de escritores relacionados por vida u obra con la ciudad. Tras
una meditación inicial mientras observa el caudaloso Ródano, en contraste con
su Jerte guardián, dedica versos a Costafreda, Valente, Aquilino Duque,
Gimferrer, Ramos Sucre, María Zambrano y especialmente a Borges, a quien ya se
había encomendado en la sección anterior.
La fotografía, "Góndolas por los canales de Venecia", es de Alberto Pizzoli e ilustra el citado artículo en el periódico.
1.12.12
Turia y Machado
15.12.23
2023: UN EXUBERANTE AÑO POÉTICO
Euforia, Carlos Marzal (Tusquets)
El baile de los pájaros, Basilio Sánchez (Pre-Textos)
Libro mediterráneo de los muertos, María Ángeles Pérez López (Pre-Textos)
Flores de fuego, Victoria León (Vandalia)
Estancia de la plenitud, Fermín Herrero (Pre-Textos)
Demonios, Ben Clark (Sloper)
Paradero desconocido, Benjamín Prado (Visor)
Sobre el azar del mapa, Álvaro Valverde (Tusquets
Poesía reunida, Kathleen Raine (Linteo)
Junto al pozo del vivir y el ver, Charles Reznikoff (Kriller71)
Lo que está en los diarios, Christa Wolf (papelesmínimos)
Tierra adentro, Louis Brauquier (La Veleta)
Marigold y Rose. Una ficción, Louise Glück (Visor)
Diario de otoño, Louis MacNeice (Pre-Textos)
Ágora, Ana Luísa Amaral (Sexto Piso)
No pudimos ser amables, Bertolt Brecht (Galaxia Gutenberg)
14.2.22
Esto se acaba
16.9.17
Por la tierra oscura
1.2.18
Carta de Valladolid
31.10.11
Carta de Soria
La primera vez que fuimos a Soria, íbamos con el poeta Luciano Feria y su mujer y leímos los dos en el aula del Instituto "Antonio Machado". No nos resultó difícil reconocer el centro de la ciudad cuando, con prisa, intentábamos localizar cuanto antes nuestro hotel, el Alfonso VIII, como el de aquí, pues que compartimos, además de Nacional, rey fundador. Cuando me incorporé por fin a las deliberaciones del jurado, el resto de miembros ya llevaban tiempo enfrascados en las habituales discusiones. Es lo que tiene poder juzgar un puñado de libros dignos de premio. Allí estaban Blanca Andreu, José Ramón Ripoll, Alfredo Taján y Román Piña. Salvo a José Ramón, no conocía a ninguno personalmente. Desde que llegué hasta que nos fuimos a cenar, todo fluyó con naturalidad y las votaciones se fueron decantando sin forzar otra cosa que no fuera una matizada sucesión de opiniones. Un premio limpio, sin duda, como la mayoría de los que se convocan en provincias. Santos Sanz Villanueva, crítico de El Cultural y profesor recién jubilado de la Complutense de Madrid, organizador del jurado, se cuida muy mucho, lo mismo que el excelente equipo de la Diputación capitaneado por Yolanda Martínez, de decir quiénes forman parte del jurado. Para evitar complicaciones, que a uno se le antojan raras, cada año cambian sus miembros. Además de limpieza, ya digo, esto aporta a los premios una diversidad manifiesta. Tras una cena divertida -Alfredo Taján es un conversador nato- y el consiguiente descanso, se nos fue la mañana del sábado en pasear, en comprar la famosa mantequilla soriana y en leer la prensa. Por suerte, tuve ocasión de encontrarme con un viejo amigo, al que conocí en la anterior visita a la ciudad, el poeta Fermín Herrero. Luego fuimos al fallo público de los premios que tuvo lugar en el Aula Magna Tirso de Molina. Allí nos enteramos de quiénes lo habían ganado, la veterana Antonia Álvarez, leonesa residente en Gijón, y la novel Beatriz Viol, catalana ahora en Manchester. Lo mejor del acto lo puso la Joven Orquesta Sinfónica de Soria, dirigida por Salvador Blasco, que ofreció un breve concierto con obras de Mozart. Aquellos chicos y chicas, tocados por la gracia de la música y, por eso, seres bellos, forman parte de una orquesta que sorprendió a todos por su altísimo nivel.
Una comida en medio del campo, en el restaurante del hotel Valonsadero, nos permitió seguir con las conversaciones, esta vez con el mallorquín Román Piña (editor de La Bolsa de Pipas) y su mujer y, cómo no, con el malagueño de Rosario, Alfredo Taján, director del Instituto Municipal del Libro, un narrador de anécdotas, casi siempre hilarantes, hombre culto, enamorado de Egipto y de la historia, que lo mismo te habla de Alejandría que del último chascarrillo poético nacional. Algo, por cierto, que pudimos comprobar en la cena -sí, de Soria hemos traído algunos kilos de más-, más íntima, ya sin autoridades y organizadores, donde Blanca Andreu y él mantuvieron al resto entretenidos y expectantes. Antes habíamos paseado de nuevo por el centro de Soria con Ripoll y Teresa; un callejeo al que volvió a incorporarse Fermín, recién llegado de su pueblo. Hace mil años que conozco a José Ramón, desde que asistió como periodista de RNE, junto a su amigo Jesús Fernández Palacios, al segundo congreso de Escritores Extremeños que se celebró en 1982 en Badajoz. Los ratos de charla que hemos echado en Soria me han confirmado en el afecto que le profeso. De paso, me he traído Hoy es niebla, la reunión de sus tres libros fundamentales.
La vuelta a casa fue menos veloz que la ida. Paramos en Calatañazor (una visita recomendada por Carlos Medrano y por Sanz Villanueva) y en San Esteban de Gormaz (por indicación de Medrano también). Aquí había unas jornadas de dulzaina y varios grupos de músicos (con pinta de progres y maduros profesores de instituto) recorrían la Calle Mayor con sus ancestrales y pegadizas melodías. Un vino de Arzuaga para Y. (yo conducía) y una comida a deshora a pie de carretera fueron las dos últimas paradas hasta llegar a Plasencia. Algo más aireados, menos tensos y sumidos en la dura realidad de cada día, tan empachosa y atosigante a veces.
2.9.18
Lecturas veraniegas (I)
Neorrurales. Antología de poetas de campo (Berenice) es una breve antología de Pedro M. Domene con poemas de poetas de tres generaciones sucesivas vinculados al campo, casi siempre por nacimiento. Ya sabemos la mala prensa que soporta en España, desde los novísimos para acá, la poesía de la naturaleza. Con todo, poco malo se puede decir de los versos de Alejandro López Andrada, Fermín Herrero, Reinaldo Jiménez, Sergio Fernández Salvador, Josep M. Rodríguez, David Hernández Sevillano, Hasier Larretxea y Gonzalo Hermo. Y menos que no sean modernos; de su época, vamos, por muy vacía o alejada que esté el país en el que se inspiran. Sobre esto reflexionaba, por cierto, Simic en un texto demoledor titulado "Salchichas fritas" (de 1992, incluido en La vida de las imágenes), donde ponía a caldo a los poetas de la naturaleza: "¿Puede haber poesía contemporánea sin una ciudad?". Antes había dicho: "la naturaleza idealizada siempre me ha parecido una suerte de paraíso para tontos".
Además del conciso prólogo (en el que uno echa de menos, por ejemplo, algunos nombres de poetas patrios relacionados con el campo, como Muñoz Rojas), se incluye una poética por autor. Me ha deslumbrado por su lucidez la de Herrero. Se titula "Poética agraria" y empieza: "La poesía y el campo son para mí sinónimos".