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Crítica de “Los feos”: Una revolución superficial con Joey King

La película dirigida por McG está basada en la novela juvenil de Scott Westerfeld, que plantea una revolución adolescente liderada por personas marginadas del sistema por no cumplir con los estándares de belleza.

miércoles 18 de septiembre de 2024

Aunque Los feos (Uglys, 2024) plantea algunas ideas interesantes, la ejecución es superficial y esquemática, generando un resultado vacío. En definitiva, una revolución adolescente que busca seguir la lìnea de Los juegos del hambre (The Hunger Games, 2012).

La trama se desarrolla en una sociedad futurista donde, a los 16 años, las personas consideradas feas se someten a un tratamiento estético que los transporta a un universo exclusivo, literalmente por encima del resto. La protagonista, Tally Youngblood (Joey King), espera con ansias ese momento, hasta que conoce a Shay (Brianne Tju), una chica que defiende el valor de la belleza interior y se niega a someterse al tratamiento.

Tally es enviada a persuadir a Shay y se adentra en un bosque, el típico refugio de los antisistema, donde conoce a David (Keith Powers), líder de "El Humo", una resistencia que lucha contra la hegemonía de la belleza. Esta resistencia pone de manifiesto que el tratamiento es una herramienta de control mental sobre la población.

Uno de los primeros puntos a destacar es que, en Los feos, los llamados "feos" no lo son en absoluto; simplemente no encajan con los estándares de belleza hegemónica: blancos, rubios, europeos. Apenas se distinguen entre sí, llamándose de manera burlona “La bizca” o “Narizón” para marcar sus diferencias, lo que resulta en una especie de bullying cariñoso que refleja de manera desafortunada la afirmación de las diferencias.

Más adelante se revela que estos "feos" en realidad presentan rasgos de inmigrantes asiáticos, latinos o afroamericanos, quienes, aunque no cumplen con los cánones de belleza arios, distan mucho de ser "feos". No queda claro si esta elección estética es deliberada o un fallo conceptual de la película.

Todos estos elementos se enmarcan en un film simple y vacío, al igual que los llamados "perfectos", que no son más que personajes superficiales incapaces de cuestionar el sistema autoritario y controlador que los rige. Algunas ideas son rescatables: como la ironía de “La bizca”, que no puede ver con claridad la diferencia entre el bien y el mal (guiño, guiño); o el Estado opresor que no quiere que la población piense por sí misma y la somete a parámetros estéticos para ingresar a un sector privilegiado de la sociedad. Sin embargo, todo esto carece de la profundidad y reflexión que el film pretende transmitir.

La idea de la revolución siempre es bien recibida en el cine, pero el enfoque milenial aquí es tan superficial y carente de contenido que el resultado final es una cáscara vacía. Los efectos especiales son desastrosos, especialmente las patinetas voladoras, cuya pobre animación arruina cualquier intento de espíritu rebelde. En fin, todo parece indicar que cuando la revolución se convierte en entretenimiento, automáticamente deja de ser revolución.

4.0
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