Crítica de “Salvajes”: El terror puertas adentro con Beatriz Spelzini y Luis Gnecco

Con un gran dominio de la puesta en escena, Guerrero construye un relato cargado de tensión psicológica, donde el fuera de campo marca el clima claustrofóbico de la historia.

Sonia (Beatriz Spelzini) y Arturo (Luis Gnecco) son un matrimonio de clase acomodada que perdió un hijo en el pasado. Cuando un grupo de jóvenes ladrones irrumpen en su casa, uno de ellos es secuestrado por la pareja, que lo mantiene como rehén en clave de venganza. Las fronteras entre víctimas y victimarios terminan siendo difusas.

Esta producción entre Argentina y Chile muestra un excelente manejo de los recursos cinematográficos. No requiere de efectos especiales para desplegar un clima de tensión por momentos asfixiante. La decisión formal de apelar a lo sugestivo, con una cámara de movimientos lentos y un eficiente diseño sonoro, presenta situaciones cotidianas con extrañeza y marca la incomodidad en todo momento.

Un párrafo aparte merece el trabajo de la dupla protagonista. En línea con el tono del filme, ambos actores trabajan la procesión emocional de sus personajes internamente. Spelzini como esa madre cargada de dolor que parece perdida con su mirada, y Gnecco como ese hombre adinerado que no cosechó su fortuna a través de la compasión. Sus estados de ánimo funcionan como una olla a presión, dando cuenta de una violencia implícita siempre a punto de estallar. El dolor emocional por una situación traumática (el violento robo, la pérdida de un hijo) distorsiona la realidad, adentrándonos en el terreno del más puro thriller psicológico.

Salvajes (2024) tiene una gran premisa, una idea potente que marca el pulso dramático y la tensión angustiante del relato. Sin embargo, en su desarrollo, el filme pierde fuerza; la historia se dilata sin agregar demasiada información que permita crecer la atmósfera generada hasta el desenlace. De todos modos, presenta una propuesta intensa y por momentos perturbadora, que obliga a repensar la noción de inseguridad.