Reestreno en salas - 22 de agosto

“Relatos salvajes”: Andrea Garrote y Pablo Chao recuerdan “Bombita”

La actriz y el actor integran el reparto de la aclamada película escrita y dirigida por Damián Szifrón, que vuelve a la pantalla grande a 10 años de su presentación.

“Relatos salvajes”: Andrea Garrote y Pablo Chao recuerdan “Bombita”
lunes 19 de agosto de 2024

“Bombita” no solo es el título de uno de los Relatos salvajes (2014), con guion y dirección de Damián Szifrón, sino que, además, hace alusión al apodo de un personaje (Ricardo Darín) que lleva al extremo su enojo ante una multa de tránsito que considera injusta, y ante la burocracia en torno a dicha sanción. Este caso ficticio se ha instalado en el imaginario popular y, salvando las distancias, se utiliza como referencia en medios de comunicación a la hora de referirse a ataques de ira de la ciudadanía por circunstancias similares a las del filme. A diez años del debut de la película en la pantalla grande, y en el marco de su reestreno en salas, Andrea Garrote y Pablo Chao, integrantes del elenco, recuerdan en EscribiendoCine sus experiencias en el rodaje y reflexionan sobre la conversión del largometraje en un fenómeno cinematográfico y social.  

La historia comienza cuando el ingeniero experto en explosivos, Simón Fisher (Darín), sufre el remolque de su auto por una grúa, ya que, aparentemente, estaba estacionado en un lugar prohibido de la vía pública. A partir de esta situación debe sortear sus conflictos contra el aparato burocrático, por ejemplo, enfrentándose a uno de los empleados de tránsito del Gobierno de la Ciudad (Chao) y, también, debe afrontar problemas personales, como el divorcio con su esposa (Nancy Dupláa), junto a sus respectivos abogados (Garrote, Pablo Moseinco).

Cabe destacar que Relatos salvajes es la película argentina más taquillera en la historia del cine nacional, ya que fue vista en salas por 3.940.000 espectadores. Asimismo, fue ovacionada en el Festival de Cannes y estuvo nominada al Premio Oscar. Obtuvo importantes reconocimientos nacionales, como 8 Premios Platino y 10 Premios Sur, y decenas de internacionales, como el Premio Bafta y el Premio Goya.

Si viajamos hacia sus primeros contactos con el filme, ¿cómo fueron sus llegadas?

Andrea Garrote: ¡Me acuerdo perfectamente! Estaba en la cola de un supermercado, me llamó Javier Braier y me dijo 'te quiero mandar la escena'. Escuché 'Szifrón', y en ese momento mi hijo estaba enloquecido porque había descubierto Los simuladores. Así que estábamos revisitándola y yo volviéndome a maravillar de lo que es esa serie. Pregunté cuándo era el casting y Javier me respondió que no había, que Damián quería que fuera yo, que me conocía. Eso es un mimo muy importante para un actor, como un voto de seguridad y confianza, que a uno ya lo predispone muy bien. Me mandaron la escena y me pareció extraordinaria.

Pablo Chao: Llegué por casting. Recuerdo que estaba en la castinera por otro motivo, me crucé con alguien de los queridos Villegas y me ofrecieron audicionar para una escena, en su momento me hablaron de Szifrón y de Darín, pero no tenía idea de qué era el proyecto. Ya cierta cosa de que había algo profesional me daba, por supuesto. Sin embargo, ni remota idea de que después se convertiría en Relatos salvajes.

¿Cómo vivieron el rodaje? ¿Recuerdan alguna anécdota?

A.G: Fue una sola jornada de grabación. Damián fue muy amoroso, me acuerdo que me dijo '¡tenés que hacer tus obras!'. Me alentó para que hiciera mis cosas. En el set, todos nos tentábamos de la risa, la escena salió bastante rápido. Luego, repetimos e hicimos variantes. Era una oficina y hacía muchísimo calor, sumado a las cámaras y las luces. Entonces, cuando Szifrón entraba para dar las indicaciones, ingresaba con dos o tres ventiladores para aliviarnos, ¡era muy gracioso verlo!

P.C: Fue una jornada larga, desde la mañana hasta la noche. Se ensayaba y filmaba bastante, se repetía mucho. Además, había un par de cuestiones técnicas que tenían que ver con el efecto de la rotura del vidrio, lo cual llevaba un tiempo. Para las tomas, había que cambiar todo el vidrio. Y Damián es muy específico, detallista, en el mejor de los sentidos.

La escena me encantaba, y había algo que estaba buenísimo y era súper estimulante para actuar, más allá de que, además, estuvieran Szifrón y Darín. Había algo de ese tipo que yo interpreto, que atendía en ese lugar tan particular, con esa forma tan particular y reconocible que tenemos de ese tipo de empleado, que a uno 'le dan ganas de matarlo', pero al mismo tiempo hay algo de entendimiento de estar en esa situación. Cuando yo era joven había trabajado en un banco, por lo tanto, reconocía esa experiencia de atender clientes y decirles con la mejor de las ondas 'su problema no tiene solución'. Sentía que algo de eso me había servido.

Con el tiempo, la escena se fue convirtiendo en algo muy popular que iba circulando, ni hablar cada vez que había algún problema con el tema de las grúas, con algún enojado que rompía todo cuando iba a buscar el auto, y saltaba en los noticieros. Me llegaban mensajes, porque la secuencia genera mucha empatía, por el enojo y la indignación de la gente, de ese vínculo con situaciones muy burocráticas.

¿A qué atribuyen la trascendencia espacial y temporal del largometraje?

A.G: ¡Es un guion de fierro! Es una idiosincrasia muy nuestra, pero, con una mirada muy aguda, se comparte en todo el mundo, es propio de la condición humana. Me pasa que cuando voy a distintos lugares de Argentina, o mismo en Madrid, a hacer gira, dicen 'actuó en Relatos salvajes', es como cabecera de currículum. La película tiene una presencia nacional e internacional muy fuerte, y sigue vigente.

Asimismo, haber sido invitada a formar parte de esta antología es un orgullo muy grande, voy a estar eternamente agradecida. Recuerdo que, por ejemplo, cuando la película se estrenó, un taxista me empezó a hablar de cómo detestaba a la abogada que atacaba a Bombita. Yo pensaba '¡este hombre me reconoció y me va a matar!' (risas). Y no, no me había reconocido, honestamente estaba indignado con el personaje, analizaba la escena como si le perteneciera. Relatos salvajes trasciende todos los estratos de la sociedad y la gente se apropia afectivamente de esos relatos.

P.C: Me parece que es el encuentro entre dos cosas principales: una idea y esa idea en relación a una cuestión muy humana, y me animo a extenderlo un poco hacia lo animal, desde los títulos la película juega con eso. Hay algo de la animalidad del ser humano que el filme intenta tocar, desde el manejo de los impulsos, el lado más salvaje, cómo cada uno de nosotros transita eso y lo procesa, cómo se generan encuentros y vínculos a veces violentos. Eso hace que sea muy universal. Por otro lado, el encuentro con un director- guionista y un equipo de trabajo que hace que eso encuentre un lenguaje y sea comunicado. Szifrón no deja de tener mucha mirada y opinión, hay una beta en su manera de articular lo que él quiere contar que es lo que le da trascendencia, mucha calidad, profundidad y, al mismo tiempo, desenfado. Es una combinatoria muy difícil, y es una película muy divertida que no deja de hacer preguntas que te interpelan.

En cuanto a mi carrera, Relatos salvajes me significó un momento muy recordable. Soy actor desde hace 25 años, no he tenido masividad ni popularidad, pero estoy feliz en el lugar en el que sigo trabajando, y con mis actividades. No obstante, un momento de repercusión como Relatos salvajes, que cada tanto vuelve, lo disfruto mucho y me genera la fantasía de la actuación, por ejemplo, al pensar que Almodóvar, entre otras figuras, me vio actuar. O, de golpe, alguien me mira y me dice 'sos el de Relatos…'.

No es solo cine, es cine argentino. Como actores -y espectadores- de la industria audiovisual, en la actualidad, ¿qué valor le otorgan a la cinematografía nacional?

A.G: Hay que explicar a los ciudadanos la importancia enorme que tiene producir nuestras propias ficciones, es el sueño colectivo, lo que nos representa y lo que nos lleva a donde quisiéramos ir, es armar comunidad, a partir de tradiciones e identidades culturales. Si nosotros no seguimos creando ni protegiendo esto realmente corremos peligro como Nación.

Por otro lado, la industria del cine es virtuosa, contra todo lo que se quiere hacer creer respecto a que es una pérdida de dinero. No, se invierte y, luego, se vuelve a ganar. Habrá películas con las que, supuestamente, 'se pierde', si uno tiene solo una visión mercantilista de la cultura, que es la que tienen aquellos que no comprenden su valor, y en otras 'se gana'. En definitiva, se generan muchísimos puestos de trabajo virtuosos, creo que nadie quiere que el cine argentino desaparezca. Nosotros lo amamos, y si hay lugares en los cuales no llega, o hay espectadores a los que no podemos convocar, debe haber políticas estatales de apertura de salas, de escuelas, de llegada de nuestro cine, que es el que nos cuenta a nosotros mismos y nos aúna.

Por más de que el cine esté financiado por plataformas, siempre hay alguien que está por arriba del director, o del grupo de personas, que manda directivas y elige qué historias va a financiar y cuáles no. Y hay una plantilla que se empieza a imponer desde el guion. Si solo se financian por empresas extranjeras se va a producir una homogenización, en el sentido de que se destruyen las diferencias, que es lo que hace que el arte sea arte, aquello que exalta la diferencia, una combinación de formas que hace que aparezca un objeto nuevo. 

P.C: Si hay algo que pertenece a todas las tribus, a todos los países, a todas las naciones, es la defensa de lo cultural, del rasgo identitario en el que te podés sentir reconocido y en el que otros te reconocen, que podés expresar y comunicar. Me parece que la lucha de fondo está vinculada al mercado contra muchas otras cosas que no tienen que ver con la ganancia económica, la cultura es una de ellas, posiblemente una de las más emblemáticas, de las más frágiles y de las más acostumbradas y castigadas. Si ahora estamos recibiendo 'nuestro merecido de que el Estado nos venía financiando y venía manteniendo vagos', entonces hoy siento que estamos bastante solos y quedamos con un lugar medio desamparado, en un punto, pero como muchos otros sectores, no es para victimizarse tampoco.

Creo que hay un trasfondo en recuperar eso que a muchos ya nos sonaba un poco rancio, que es la idea, y esta moda, de recuperar el valor y la importancia de un mercado que va a organizar mágicamente todo. Eso está generando batallas, a veces silenciosas, a veces más solapadas, a veces más evidentes. Nos está haciendo atravesar una realidad y una cotidianidad que nos va a terminar de caer la ficha dentro de un tiempo. Se está volviendo muy difícil para el teatro, para el cine, para las artes, encontrar un lugar y un sentido que tenga que ver con no monetizar la cosa, pero, también, no se puede separar de un contexto en el cual necesitás vivir. No poder dedicarle tiempo a la cultura y al arte, y tener que salir a laburar de cualquier otra cosa, va en detrimento de la calidad de eso, de la posibilidad de dedicar energía, de las preguntas que uno pueda hacerse sobre su arte, el mundo y la humanidad.

Yo intentaría pelear por el lado de que no se someta la cultura absolutamente a lo económico, y desde ahí discutir acerca del rol del Estado y de la necesidad de que haya determinadas áreas que estén sostenidas, no todo es comparable con otra cosa. Digo, someter la cultura a la lógica del mercado es hacer que el mercado defina qué es lo que queremos contar y qué es lo interesante, o no.

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