Cuando Jorge Griffa lo vio la primera vez, Batistuta era un chico más bien gordo. Bien entrado en la adolescencia, Gabriel no se consideraba futbolero. Le gustaba más el basquetbol, sobre todo porque la cancha era más pequeña y se jugaba entre paredes y no hacía frío. Soñaba con ser Michael Jordan. O, mejor, le hubiera gustado serlo. Su ambición, y la de sus padres, era terminar la secundaria, estudiar alguna carrera, graduarse, trabajar, divertirse. Una vida normal. Como la de cualquier otro. Al fútbol jugaba para no quedarse por fuera del ritual de sus amigos y más allá de un Maradona que conocía porque alguien alguna vez le había regalado un póster que colgó en su cuarto, no sabía nada sobre el universo esférico que movía al país. Lo de él era una vida normal, pero, para su fortuna, tenía un don incorregible: marcar goles.
Batistuta no tenía planeado ser futbolista hasta sus 18 años
Esa tarde que Griffa supo que en Batistuta había un goleador inexorable, el pibe del Reconquista le anotó 4 a Newell’s en la disputa de un torneo juvenil. Ese mismo día, Griffa convenció a su padre de que lo dejase entrenar un año en Newell’s, en Rosario y lejos de casa, porque veía en él un potencial diferente. Cayó entonces bajo las manos formadoras de Marcelo Bielsa, quien le enseñó la profesión, le enseñó de táctica y lo puso a dieta. Con el ‘Loco’, Batistuta aprendió a ser futbolista. En nada estaba jugando la final de la Copa Libertadores. Un año duró en la primera del equipo rosarino antes de ser transferido a River Plate. En veintiún partidos, había anotado siete goles. Jugaba con la ‘7’ y había en él algo que intimidaba: una potencia animal. Para todo. Para correr, para pelear y para golpear el balón. Batistuta, que se había convertido en futbolista sin buscarlo, era un acontecimiento.
En el equipo de Nuñez, bajo la dirección técnica de Daniel Passarella, quien luego sería su entrenador en la selección durante sus mejores años, Batistuta decepcionó. Quizás por su terrible velocidad y fuerza a campo abierto, Passarella lo hizo jugar como puntero izquierdo o derecho dependiendo de la ocasión. Y dado que el equipo ‘millonario’ contaba con una nómina amplia, el joven Batistuta vio limitados sus minutos a intervenciones desde el banquillo. Anotó un par de goles, aunque también erró varios. A los seis meses, cuando pensaba que ya tenía que volver a empezar, apareció Boca Juniors. Lo había pedido Carlos Aimar para su plantel. La oportunidad era única; sin embargo, en su nueva casa, ‘Bati’ volvió a ver más de cerca la línea de cal que el punto de penalti. Afortunadamente para él, Boca quedó octavo en el Apertura 90′ y Aimar fue reemplazado por Óscar Washington Tabárez. El uruguayo, que lo había visto en la final de la Libertadores 88′ ante Nacional, no lo dudó. ¿Qué habían visto en él Passarella y Aimar para sacarlo del área? Tabárez, por suerte, nunca lo supo. Con él, Batistuta, con la ‘9’, jugaría de centrodelantero. Y se salió: haciendo dupla con Latorre, ‘Bati’ metió 11 goles en el Clausura 91′ y se ganó un puesto en la nueva selección de Basile para la Copa América de Chile.
Es el gran centrodelantero de la historia del fútbol argentino
Con la albiceleste impresionó. Seis goles en siete partidos, anotando en todos menos en el 0-0 contra la selección local, le dieron el título de máximo artillero de la competición y a Argentina la coronan campeona. Era el comienzo idilio con el que nunca soñó, pero que lo marcó para siempre: 54 goles en 77 partidos que lo convirtieron desde 1998, cuando anotó su gol 35 con la selección y superó a Maradona, hasta 2016, cuando lo pasó Messi con alrededor de treinta partidos más, en el máximo goleador histórico de la selección – además del máximo goleador argentino en Copas del Mundo, con 10 tantos -. Números que lo transformaron en el gran delantero centro del combinado argentino.
Esos primeros y fulgurantes seis meses de 1991 lo llevaron a fichar por la Fiorentina. En Italia, el Olimpo del fútbol, Batistuta demostró que lo suyo no era casualidad. Aquello que el ojo clínico de Griffa había visto en el ‘gordito’ al que no le gustaba jugar al fútbol, era cierto. Sus más de doscientos goles en el durísimo campeonato italiano de la época hablan por sí mismos. Para Batistuta, el fútbol era su trabajo y su oficio era el de marcar goles. Y en eso era un obseso. Un goleador impresionante, armado con un remate violentísimo y de precisión quirúrgica con ambas piernas, que llevaba a los rivales al límite, que todo lo realizaba en pocos toques y siempre pensando en la portería contraria. Su olfato de gol era bestial; de cazador. Y su ansía anotadora no tenía comparación. Sus limitaciones técnicas, que por momentos rozaban con la torpeza, eran borradas por esas cualidades demoledoras. Durante una década, Gabriel Omar Batistuta, un hombre común, fue el goleador más temible del mundo. No era el mejor, porque eso era para puristas. Era el más temible. Y todo a punta de trabajo, como cualquier obrero.
Juan Plaza 30 marzo, 2017
Gracias, Eduardo. Batigol, el mejor delantero centro que he visto. Demoledor, intenso, espectacular, belicoso. Quizás el último gran 9 de combate directo