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viernes, 27 de marzo de 2020

Eva Cassidy — What a Wonderful World

Eva CassidyWhat a Wonderful World
Live at Blues Alley (1996)
Bowie, Maryland (USA)

*****

Eva Cassidy nació en Washington, DC el 2 de febrero de 1963. La familia vivía en Oxon Hill, Maryland. Más tarde establecerían su residencia en Bowie, el lugar que Eva consideró siempre su hogar.

Desde pequeña mostró interés en la música. Su padre le enseñó a tocar la guitarra.

La proximidad con la capital de la nación hizo que Eva empezara a frecuentar el circuito de Washington, donde inició su trayectoria musical. Los comienzos son difíciles y Eva trastabillaba. No le importaba en exceso, porque no mostraba esa taimada ambición que hace claudicar a algunos, sometiéndose a los deseos de los intermediarios o los gustos del público.

Ella, por su parte, era firme defensora de un estilo propio, de una forma particular de afrontar su carrera como cantante.

Ecléctica a la hora de elegir los temas que interpretaba, dotaba a su repertorio de un sello característico que, de manera sucinta, se resume en una explosión de sensibilidad. Se atrevió a versionar a los más grandes.

Su criterio selectivo es una muestra definitiva de su exquisito gusto.

En todo caso, su independencia fue una traba para un reconocimiento acorde a su espléndido talento. Todos los que le escuchaban se quedaban fascinados. Uno de ellos fue Chuck Brown, un veterano del funk, que se empeñó en grabar un disco junto a Eva, The Other Side (1992). La buena acogida hizo que surgieran ofertas para grabar como solista. Las rechazó todas. Las discográficas querían que se centrara en una colección de temas más uniforme y que modulara su estilo para darle un aire pop —entendiendo aquí el término como la metáfora de una burbuja, inconsistente y efímera, que desaparece sin dejar rastro—, algo a lo que Eva no mostró la menor disposición.

Siguió actuando en la escena local, asombrando a los privilegiados que pudieron verla en directo. Dos incondicionales, Chris Biondo (ingeniero de grabación, bajista, amigo y amante ocasional) y Al Dale (su manager desde que fueron presentados por Biondo) se convencieron de que debería publicar las canciones que interpretaba en directo. Programaron dos sesiones en Blues Alley (un club de Washington, DC) para el 2 y el 3 de enero de 1996. Un problema en la grabación, el primero de los días, hizo que las tomas no fueran aprovechables para su posterior edición. El segundo día, Eva tuvo problemas de salud, desconocidos entonces, que afrontó con entereza. Eso hizo que reconociera que “no estaba satisfecha con cómo sonaba su voz ese día”, pero, al ser el único material disponible, el disco se publicó en mayo con las grabaciones del día 3.

Un mes después, durante la promoción del disco resultante, Live at Blues Alley, Eva empezó a notar fuertes dolores en la cadera. Se le diagnosticó un cáncer de piel, en fase terminal. El agresivo tratamiento al que se sometió no resultó efectivo y fallecería el 2 de noviembre, con 33 años, en su residencia familiar, en Bowie, Maryland.

En su última actuación, para un grupo de amigos, interpretó a Louis Armstrong.




“He visto árboles verdes, y también rosas rojas
He visto cómo florecían, para ti y para mí
Y he pensado, ¡qué maravilla de mundo!

He escuchado a bebes llorar, y luego los he visto crecer
Ellos aprenderán mucho, más de lo que yo sabré nunca
Y he pensado, ¡qué maravilla de mundo!

Los colores del arco iris, preciosos en el cielo
También están en las caras de las personas que veo pasar
Veo amigos estrechándose la mano, diciendo: “¿qué tal?”
Cuando en realidad lo que dicen es: “te quiero”
Y he pensado, ¡qué maravilla de mundo!

Es un mundo maravilloso

sábado, 12 de septiembre de 2015

USA is: Maryland

Quizá resulte inevitable.

Nos embarcamos y, en ese instante, perdemos la perspectiva.

Puede que en el camino nos olvidemos de los motivos que nos impulsaron y, mirando hacia atrás, tratemos de buscar una explicación alternativa, nueva, diferente. Nos parece cierta, pero está condicionada por los resultados que alcanzamos.

Puede que nos veamos iguales que siempre y, pese a que ojos de cualquiera resulta evidente, no percibamos cómo nos hemos transformado.

Puede que tendamos a pensar que los viajes sean un conjunto de estampas, una serie de etapas inconexas que debemos ir superando. Pero, más que un inicio (o un final), en el viaje cobra importancia el tránsito.

No se puede caminar sin cambiar.

Los planes se establecen con antelación, en calma, desde un lugar en el que, con comodidad, tenemos la apariencia de controlar la situación. Pero deben ser alterados, moldeados, adaptados a las circunstancias que se presentan sin avisar.

Ningún plan es válido si no deja cabida a una pizca de improvisación.

Las cosas no son siempre sencillas. Las explicaciones simplistas no resultan suficientes (y son, por tanto, innecesarias).

Las líneas que se dibujan en un papel no son vistas desde el lugar que representan.

*****

Un viaje a USA, para conocer todos sus estados, lleva tiempo. Hoy es momento para Maryland, una de las Trece Colonias establecidas en América que se rebelaron contra el dominio británico en la región. La relación de colonias sublevadas, de norte a sur, era:

  1. New Hampshire
  2. Massachusetts (más tarde, Massachusetts y Maine)
  3. Rhode Island
  4. Connecticut
  5. New York (más tarde, New York y Vermont)
  6. New Jersey
  7. Pennsylvania
  8. Delaware
  9. Maryland
  10. Virginia (más tarde, Virginia, Kentucky y West Virginia)
  11. North Carolina (más tarde, North Carolina y Tennessee)
  12. South Carolina
  13. Georgia (más tarde, Georgia, algunas partes de Alabama y Mississippi)

El primer asentamiento de colonos británicos en América del Norte fue en Jamestown, Virginia. La película “El nuevo mundo” (2005) de Terrence Malick es un acercamiento libre a esa historia, prestando atención a la relación entre John Smith (Colin Farrell) y Pocahontas (Q’Orianka Kilcher).

En territorio de lo que más tarde sería Maryland William Clairbone establecería el primer puesto comercial, en 1631, año en el que George Calvert, lord Baltimore, solicita a la corona los derechos de propiedad y gobierno de la región de la bahía de Chesapeake. Su intención era mantener un reducto católico, en el que otros correligionarios pudieran establecerse y mantener su independencia del credo protestante que la mayoría inglesa profesaba en América. El rey Charles I aceptaría, antes de perder la cabeza, Cecil Calvert (hijo de George) heredaría tierras y títulos, siendo segundo lord Baltimore y primer propietario de la provincia, una vez dirimidas las diferencias con el plebeyo Clairbone.

En agradecimiento, Cecil nombra la colonia Maryland (“la tierra de María”) homenajeando a la reina Henrietta María de Francia, esposa de Charles.

Un estupendo follón, pues no debe olvidarse que la región estaba ocupada, desde unos diez mil años antes, por nativos algonquinos. Los colonos eran tipos que pretendían encontrar Eldorado, o eludir cuentas pendientes. Tratar de imponer una civilización, a quienes tenían una propia, sólo podía conseguirse a la fuerza, con estratagemas o con subterfugios.

Aquella debió ser una época fascinante.

Condados de Maryland

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Has llegado a la tierra de María.

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Old line state

“Fatti maschii, parole femine”
(Los hechos son masculinos; las palabras, femeninas)

El apodo es un homenaje a sus tropas de línea, elogiadas por George Washington en la guerra de la Independencia.

La bandera está compuesta por las de la familia de George Calvert. Los cuadros con el diseño en amarillo (oro) y negro (sable) fueron dados a Calvert, por su gesta en una batalla, tras asaltar una fortaleza (las barras verticales asemejan una empalizada). El diseño en rojo (gules) y blanco (plata) es el de la familia de su madre, los Crossland (de ahí la cruz). Todo queda en casa. En todo caso, es la única bandera que USA la heráldica británica.

El motto o lema era el de la familia Calvert. A la vista de la controversia que ocasiona tan desactualizado motivo (en italiano antiguo, no latín), hoy se expresa con un más aceptable “Firmes acciones, suaves palabras”. A Dios orando y con el mazo dando, que tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda, más daño hace una pluma que una espada, mano de hierro en guante blanco, si no puedes reducirlo intenta seducirlo, son otras interpretaciones que podrían argüirse para terminar comprendiendo que, en el escudo actual del estado —donde aparece el motto, un texto en latín, “Scuto bonæ voluntatis tuæ coronasti nos” (“Un escudo de buena voluntad tuya, Señor, bendice y corona al justo”), un granjero (con pala y botas de caña alta) y un pescador (mostrando una pieza cogida por su cola) apoyados en el escudo familiar cuatricolor y, en tiempos, una leyenda que indicaba que “la industria es el medio, la prosperidad el resultado”—, ese conglomerado, digo, forma el anverso ya que, por si todo eso fuera poco, el reverso esconde el antiguo escudo en el que un caballero, con armadura y espada desenvainada, monta a una caballo rampante, pese al peso, con una orla en la que se lee, traducido del latín, “Cecil, señor absoluto de Maryland y Avalon, lord Baltimore”. No se andan con chiquitas.


En el mapa se ve la ubicación del estado, enclavado entre Delaware, Pennsylvania y las dos Virginias. La bahía Chesapeake y la desembocadura del Potomac (río arriba se encuentra la explicación al cuadrado que se adentra, entre los condados de Montgomery y Prince George, para dar cabida a la capital del estado, Washington, DC) marcan los límites para el puntal en que remata el condado de St. Mary.

Capital y ciudades

La capital del Estado es Annapolis. Enclavada en el condado de Anne Arundell, llamado así en honor a la esposa de Cecil Calvert, lord Baltimore, fundador y primer propietario de la provincia. Tras el tratado de París de 1783, que puso fin a la Guerra de Independencia, Annapolis fue capital USA durante un breve periodo de tiempo, en el que George Washington presentó su renuncia como comandante en jefe del ejército y se dieron los primeros pasos, en una convención que trataba de regular el comercio en todos los estados, anticipando la de Philadelphia en la que, en 1787, se firmaría la Constitución de los Estados Unidos.

La ciudad más poblada del estado es Baltimore. Otras ciudades con más de 50.000 habitantes son: Frederick, Rockville, Gaithersburg y Bowie.

Canción

Eva Cassidy nació en Washington, DC, en el hospital al que su madre acudió a parir, el 2 de febrero de 1963. La familia vivía en Oxon Hill, Maryland. Más tarde establecerían su residencia en Bowie, el lugar que Eva consideró siempre su casa.

Desde pequeña mostró interés en la música. Su padre le enseñó a tocar la guitarra.

La proximidad con el núcleo de la capital de la nación hizo que Eva empezara a frecuentar el circuito de Washington, donde inició su trayectoria musical. Los comienzos son difíciles y Eva trastabillaba. No le importaba en exceso, porque no mostraba esa taimada ambición que hace claudicar a algunos, sometiéndose a los deseos de los intermediarios o los gustos del público.

Ella, por su parte, era firme defensora de un estilo propio, de una forma particular de afrontar su carrera como cantante.

Ecléctica a la hora de elegir los temas que interpretaba, dotaba a su repertorio de un sello característico que, de manera sucinta, se resume en una explosión de sensibilidad. Se atrevió con los más grandes. Versionó a Billie Holiday, Ray Charles, John Lennon, James Carr, Judy Garland, Peggy Lee, Little Willie John, James Brown, Bill Withers, Paul Simon, Box Tops, Cyndi Lauper, Joni Mitchell, Fairport Convention, Patti Page, Dolly Parton, Aretha Franklin, Patsy Cline, Willie Nelson, Fred Astaire, T-Bone Walker, Simon & Garfunkel, Al Green, Curtis Mayfield, Fleetwood Mac, Sting o Louis Armstrong.

Su criterio selectivo es una muestra definitiva de su exquisito gusto.

En todo caso, su independencia fue una traba para un reconocimiento acorde a su espléndido talento. Todos los que le escuchaban se quedaban fascinados. Uno de ellos fue Chuck Brown, un veterano del funk, que se empeñó en grabar un disco junto a Eva, “The other side” (1992). La buena acogida hizo que surgieran ofertas para grabar como solista. Eva las rechazó todas. Las discográficas querían que se centrara en una colección de temas más uniforme y que modulara su estilo para darle un aire pop —entendiendo aquí el término como la metáfora de una burbuja, inconsistente y efímera, que desaparece sin dejar rastro—, algo a lo que Eva no mostró la menor disposición.

Siguió actuando en la escena local, asombrando a los privilegiados que pudieron verla en directo. Dos incondicionales, Chris Biondo (ingeniero de grabación, bajista, amigo y amante ocasional) y Al Dale (su manager desde que fueron presentados por Biondo) se convencieron de que debería publicar las canciones que interpretaba en directo. Programaron dos sesiones en Blues Alley (un club de Washington, DC) para el 2 y el 3 de enero de 1996. Un problema en la grabación, el primero de los días, hizo que las tomas no fueran aprovechables para su posterior edición. El segundo día, Eva tuvo problemas de salud, desconocidos entonces, que afrontó con entereza. Eso hizo que reconociera que “no estaba satisfecha con cómo sonaba su voz ese día”, pero, al ser el único material disponible, el disco se publicó en mayo con las grabaciones del día 3.

Un mes después, durante la promoción del disco resultante, “Live at Blues Alley”, Eva empezó a notar fuertes dolores en la cadera. Se le diagnosticó un cáncer de piel, en fase terminal. El agresivo tratamiento al que se sometió no resultó efectivo y fallecería el 2 de noviembre, con 33 años, en su residencia familiar, en Bowie, Maryland.

En su última actuación, para un grupo de amigos, interpretó What a wonderful world.


“He visto árboles verdes, y también rosas rojas
He visto cómo florecían, para ti y para mí
Y he pensado, ¡qué maravilla de mundo!

He escuchado a bebes llorar, y luego los he visto crecer
Ellos aprenderán mucho, más de lo que yo sabré nunca
Y he pensado, ¡qué maravilla de mundo!

Los colores del arco iris, preciosos en el cielo
También están en las caras de las personas que veo pasar
Veo amigos estrechándose la mano, diciendo: “¿qué tal?”
Cuando en realidad lo que dicen es: “te quiero”
Y he pensado, ¡qué maravilla de mundo!

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Tras su muerte, y conforme a sus deseos, fue incinerada y sus cenizas esparcidas en una reserva natural cercana a Callaway, en el condado de St. Mary, en Maryland.

Una cadena de acontecimientos —en que se incluye una cantante folk local, el propietario de un sello discográfico, el productor y el presentador de un programa de la TV británica, algunos críticos musicales con gusto y olfato, relevantes cantantes famosos que se declararon rendidos ante su calidad como intérprete, una patinadora sobre hielo que incluyó un tema suyo como banda sonora de su rutina en los juegos Olímpicos de invierno de 2002 y, con mayor desvergüenza, una cantante británica de origen georgiano y un cantante americano con escaso talento y ánimo rapiñero, empeñados en hacernos creer que Eva hubiera consentido cantar junto a ellos unos dúos en los que lucen palmito mientras ella se muestra en plenitud— llevaron al éxito post-mortem y a la triste reflexión de que, quien era rechazada por mantenerse fiel a sus ideas artísticas, alcanzaría el reconocimiento worldwide y, muy en concreto, en UK, donde 3 de sus discos —“Songbird” (1998), “Imagine” (2002), “American tune” (2003)— alcanzarían el #1.

Una historia que sólo puede terminar caminando en campos de cebada.

Libro

Ebenezer Cooke es un poeta y virgen. Poeta, antes de haber escrito. Virgen, por no haber consumado.

Aristóteles no aprobaría esta forma de entender potencia y acto. Pero disfrutaría leyendo “El plantador de tabaco”, de John Barth.

Una novela publicada en 1960, ambientada a finales del siglo XVII, cuando el protagonista es enviado a los territorios de ultramar, con dos proyectos en los que se desenvuelve con desigual fortuna: preocuparse de la plantación de tabaco de su padre y ocuparse en escribir un poema épico sobre la vida en las colonias, la Marylandíada:

"¡La Marylandíada! Una obra épica que acabará con todas las obras épicas: la historia de la casa principesca de Charles Calvert, lord Baltimore y lord propietario de la provincia de Maryland, en la cual se refiere la heroica fundación de dicha provincia. El valor y la perseverancia de sus colonos, batallando contra la naturaleza bárbara y los temibles salvajes, para rescatar su territorio inculto y transformarlo en un paraíso terrenal. La majestad y discernimiento de sus propietarios, quienes, cual jardineros reales, mimaron las tiernas semillas de la civilización en tan rudo suelo plantadas, tratándolas y cultivándolas para que fructificara una Maryland de belleza que no cabe describir: verde, fértil, próspera y culta; poblada por hombres valerosos y mujeres virtuosas, por gentes sanas, hermosas y refinadas: una Maryland, en fin, de pasado esplendoroso, presente majestuoso y futuro glorioso, la joya que más reluce en la bella corona de Inglaterra, poseída y gobernada, para beneficio de ambas, por una familia que nada tiene que envidiar a ninguna otra de las que figuran en los anales de la historia del mundo universal, todo ello, en rima heroica, impreso en lino, forrado en piel de becerro, estampado de oro... -al llegar aquí Ebenezer se inclinó, dando un sombrerazo- y dedicado a Vuestra Señoría".

  
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Una delicia de lectura, colosal en sus dimensiones y en la ambición de su autor, un extraordinario narrador.

Otra forma de ver un nuevo mundo, incluyendo la historia de Pocahontas y John Smith en territorio virgen, antes de que la factoría Disney o Terrence Malick quisieran dar una versión alternativa.

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Las aventuras de un pícaro para recuperar su legítima herencia.
El empeño de un manchego en busca de entuertos que desfacer.
Un narrador enredado, incapaz de avanzar en la explicación de su vida.

Tom Jones, Quijote o Tristram Shandy son referentes que uno (yo) imaginaba en una lectura inolvidable. Un libro que, según mi amigo Tongoy, hace que el mundo sea un poquito mejor, constituyente del más eficaz remedio contra el tedio.

Tantas idas y venidas, tantos cambios de personalidad, tantas cosas que aparentaban ser de una forma y terminaban siendo de otra distinta, tantas peripecias hacen del libro un prodigio divertido y erudito.

El estrecho margen que delimita lo que es real y lo que es ficticio es tan estrecho que, en realidad, carece de importancia.

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Un dicho inglés sostiene que no se debe juzgar un libro en función de su portada. Quizá fuera George Eliot quien se atreviera a afirmarlo, amparada su figura bajo el nombre de un varón. Aunque nadie haya afirmado nada sobre juzgar un libro por su grosor, quizá pensando que podía no hacer falta.

Valorar una obra artística por el esfuerzo (léase tiempo) que conlleva acabarla es un enfoque mezquino. Quizá la satisfacción que produce sea más adecuado.

Y las que supone contemplar las intrincadas relaciones entre personas que mudan de apariencia, sentido ético y continente en el que residen, adoptando nuevas personalidades o matizándolas, participando en tal cantidad de singulares requiebros en los que resulta fácil perder el resuello, tratando de comprar un cuaderno o formando parte de un atípico y definitivo juicio.

Una verdadera delicia, sin duda. Un tiempo bien empleado.

Edita Sexto Piso.

Película

Dicen que los finales de siglo provocan en la humanidad respuestas irracionales, premonitorias de un pretendido fin del mundo. Cuando se trata de finales de milenio, se alcanzan niveles de brotes psicóticos, demenciales, al borde del delirio, a los que resulta difícil sobreponerse.

Ahora suena a coña pero, en 1999, la idea de que el efecto 2000 acabaría con la civilización (la occidental, entendíamos) alcanzó una notable extensión y un grado inesperado de credibilidad.

En ese ambiente crédulo Eduardo Sánchez y Daniel Myrick consiguieron que su película fuera un fenómeno paranormal. En esencia: tres estudiantes de cine (Heather Donahue, Michael C. Williams y Joshua Leonard) tratan de hacer su proyecto de fin de carrera, en 1994, en los bosques cercanos a Burkittsville, Maryland, con un documental sobre una leyenda local, la bruja de Blair. Desaparecen sin dejar rastro. Más tarde se encuentra el material que habían grabado, con profusión de primeros planos y aspecto casero. Es la base en la que se apoya una de las películas más rentables de la historia del cine (atendiendo al ratio entre inversión y recaudación), capaz de difuminar los límites entre ficción y realidad, y sustento para la aparición estelar en España de Iker Jiménez, reconocido por sus efectos para alterar el sueño (provocando insomnio o profundo sopor, dependiendo de la persona que esté al otro lado de la nave del misterio).



Serie de TV

El cambio de formato en los productos para TV es harto evidente.
Hemos pasado, en un pispas, de episodios independientes de 20 o 45 minutos de duración (sin soluciones intermedias), a tochos en los que debe completarse el visionado completo del conjunto de una serie (todas las temporadas) para comprender el intrincado nudo de relaciones que se establecen en su desarrollo. Y ni por esas. En algunos casos puedes acabar perdido.

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En fin.

Cada uno se tomará las dosis de la manera que considere más oportuno.

Pero si soy capaz de dedicarme a contemplar los 60 episodios de las 5 temporadas de “The wire”, es evidente que no se trata de falta de tiempo, sino de la forma en que quiero invertirlo.

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Una producción de HBO, emitida en USA entre 2002 y 2008. Creada por David Simon. Narra la vida en Baltimore, la ciudad más poblada del estado de Maryland.

Cada una de las temporadas se centra en un aspecto diferente de la vida en la ciudad: policía, puerto, políticos, educación y prensa.

La sintonía es la misma, con distintas imágenes e intérpretes diferentes para cada temporada: The Blind Boys of Alabama, Tom Waits, The Neville Brothers, DoMaJe, Steve Earle.



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La ficción narrativa ha desarrollado su propio lenguaje. La edad de oro de las series de TV parte de la madurez del público. El claroscuro es un terreno propicio para la ficción, porque es el más parecido a la vida real. La complejidad de los asuntos en que nos vemos envueltos, de las personas que nos rodean, de nosotros mismos, no permite despacharse con etiquetas en las que lo blanco es prístino y lo negro tiene capacidad entrópica para atraer la luz.

Que todo tiene matices, vaya. Que no todo se resuelve diciendo quién es bueno o malo. Que a veces depende de cuándo y de cómo.

No es una serie para quien quiera sesenta horas de desconexión continuada, no sé si me explico.

Visita obligada

La bahía de Chesapeake. Alimentada por los ríos Chester, Choptank, Nanticoke y Pocomoke (en su vertiente este) y Patapsco, Patuxent, Potomac, Rappahannock, York y James (en la oeste) constituye el mayor estuario de los Estados Unidos.

Sobre ella, un espectacular puente conecta ambas vertientes, a la altura de Annapolis, con el Sandy Point State Park a un lado y, al otro, la isla de Kent.



No hay mejor metáfora para describir la vida que un río que fluye, de forma continua, purificando las orillas que encuentra, llevándose las impudicias que vertemos a su paso.

Una frontera natural que delimita márgenes y propicia un final para una entrada que se prolonga en exceso.

Ubicación

Wikipedia

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Otros Estados:

Alabama (Montgomery)
Nebraska (Lincoln)
Ohio (Columbus)

jueves, 14 de noviembre de 2013

De color de rosa

No niegues, por sistema, la posibilidad de hacer (o de ver) las cosas de una manera diferente a la tuya.

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Me ocurre en ocasiones. Estoy en una conversación, leyendo un libro, viendo la TV, cocinando o haciendo lo que quiera que me toque en ese momento. Exteriormente, aparento estar absorto en mi tarea. Cualquier observador ocasional podría afirmar, sin dudarlo, que estoy metido de lleno en el asunto, concentrado en ello, ocupado en lo que estoy realizando.

Pequeños detalles resultan reveladores de la distorsión entre la apariencia y la realidad: la cebolla que trataba de pochar se ha caramelizado sólo por un lado; la serie ha acabado y no soy capaz de recordar cómo han hecho para desenmascarar al asesino; tengo que retroceder 14 páginas del libro hasta encontrar una frase que sea consciente de haber leído; alguien me pregunta y el único monosílabo que puedo articular es un desconcertante “¿qué...?”

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No es una muestra de desinterés; simplemente hubo un clic, se me ocurrió algo, una idea flotaba a mi alrededor y, siendo incapaz de encontrarle sentido, me dejaba ir, (per)siguiéndola, tratando de atraparla, de darle forma, de asegurar su importancia o llanamente desdeñarla.

En el entretanto —que puede abarcar desde unos segundos hasta tardes completas—, me mantengo profundamente abstraído, embobado, como si estuviera in albis, dándole vueltas a lo que me pasa por la cabeza, ajeno al mundo en que me encuentro.

Quiero imaginar que no resulta una extravagancia, porque tengo la impresión de que, cada vez más a menudo, se estila lo de no estar a lo que se está, con esa facilidad pasmosa con que se nos proponen, de continuo, estímulos para distraer nuestra atención. Aunque, pese a ello, no deje de entrever la rareza que supone la introspección, en esta realidad cotidiana de la instantaneidad y la conexión permanente.

Aislarte en tus propios pensamientos es un comportamiento viejuno, rayano en lo asocial, casi insultante y provocador.

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Intento explicar por qué el blog que escribo —esto que estás leyendo—, se presenta de color rosa [lo que resultará imposible de verificar si te conectas desde una aplicación móvil, para la que la configuración diseñada utiliza un austero blanco como fondo acromático].

Todo surgió una tarde, en una agradable charla, con un grupo de amigos. En el desarrollo de la conversación alguien comentó que tenía un blog. Explicó lo que hacía, cómo la hacía, para qué le servía. A mí me supuso una inspiración y, por eso, cuando decidí empezar con el mío, la elegí como madrina: al fin y al cabo, su comentario había sido como una varita y su magia actuó sobre mí.

Gracias de nuevo, Pilar.

A partir de entonces me dediqué a dar forma al proyecto. Me ocupé de decidir contenidos, aunque conociendo mi falta de constancia y mi capacidad para dispersarme, no me obsesionaba cumplir un plan demasiado preciso. Sabía que ponerme límites sólo me serviría para sentirme culpable por terminar saltándomelos.

Pero me preocupaba cómo hacerlo: no tenía ni idea de qué era eso de los blogs (a pesar de haber oído hablar de ellos).

Empecé a investigar, tratando de conocer cómo debía ser, en su estructura, en su apariencia, en las cosas que podía llegar a interesarme colocar.

Esa preocupación tan propia (y obsoleta) de prestar atención al formato.

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Una de las primeras cosas que decidí, era que tendría el fondo rosa (y las letras en negro).

Un verdadero inconveniente: una apariencia así es, para algunos, una invitación al alejamiento.

Mejor: nunca me parecieron de fiar los que realizan juicios apresurados, basados en la apariencia. No puedes juzgar un libro mirando la portada. Ni siendo en formato electrificado. Ni siquiera, siendo el original.

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Resultó como un cartel de esos que invitan a no quedarse estacionado (a los que, en franqueza, nadie hace demasiado caso).


"No aparcar (bajo ninguna circunstancia)" Foto: Darwin Bell

A veces me resulta gracioso imaginar a alguien que aterriza accidentalmente y que, aturdido por el colorido de la página, huye espavorido.

Trato de convencerme de que estoy aplicando un arraigado concepto marxista, aquel que aplicaba la negativa a pertenecer a un club que aceptara como socio a gente como uno mismo.

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De todas formas, más allá de los intentos de resultar (provocativo) provocador, es una combinación agradable para la lectura.

Y una forma de definir un estilo, por qué no admitirlo.

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Ya sabréis cómo somos. Nos empeñamos en decir a los demás lo que deben hacer. Insistimos en que las cosas deberían ser hechas de otra forma, en un intento que, de no resultar estéril (por infructuoso), daría lugar a una monotonía tremendamente sosa y aburrida.

En fin, que ciertas personas, con la mejor de las intenciones se empeñaban en decirme que cambiara el color del blog.

— Ponlo azul.
— No quiero. Me gusta rosa.
— Pero es que azul quedaría mejor.
— Pero a mí me gusta rosa.
— Azul.
— Rosa.
— Azul.
— Rosa. ¿No vas a parar?
— No. ¿Tú tampoco? Ponlo azul.
— No. Rosa.
— Azul.
— Rosa.



Llegado a este punto debo reconocer a la pantera rosa como una influencia esencial.

Me gustó la película y, especialmente, me fascinó la secuencia en que se presentaban los títulos de crédito (al inicio de la proyección, cuando todo el mundo estaba pendiente, en lugar de esos interminables rótulos finales que no interesan a nadie), con la fantástica música de Henry Mancini.



Por descontado, disfruté como un enano de los dibujos animados que programaban en la TV de mi infancia.

La pantera rosa: Proyecto rosa.


La pantera rosa: Ponche rosa.


Ese estilo que se marcaba la pantera, absurdo y obstinado, picotero y demencial, alocado y excéntrico, resultaba cautivador. La forma de alterar el orden establecido, con su habitual despreocupación, parecían inimitables.

No hará falta que lo diga, pero me atreveré a despejar dudas: nunca tuve tentaciones de disfrazarme de pantera (ni rosa, ni de ningún color). Pero debo admitir que, cuando ingería un brebaje que denominábamos “leche de pantera”, ardía en mi interior un deseo de que algo de su actitud se me pegara.

*****

Un amigo mío utiliza una estrategia para su supervivencia diaria. Cada vez que se encuentra con algún conocido, con el que hace tiempo que no coincide, si éste le pregunta “¿qué tal?”, responde a la gallega, con otra pregunta (siempre la misma): “¿explicación abreviada estándar, o con profusión de detalles?”.

Todos escogen la primera opción. Él sabe lo que va a ocurrir y sentencia el encuentro, de modo satisfactorio para todos, con un simple:

“Bien, gracias. ¿Y tú?”.

La sabiduría encerrada en esta fórmula es que se evita el intercambio de malas noticias, en la presunción de que todos tenemos problemas.

Quizá pueda resultar hipócrita admitir esto en público, pero no quiero reducir mis andanzas sociales a un mero intercambio de cromos, en una escalada creciente, en la que, en lugar del “tú mas” (tan decepcionante en el diálogo político), se emplee un egoísta “yo más”, centrado en exponer las calamidades que nos asolan a cada uno, extendiendo un tono deprimente a las conversaciones (y a la vida).

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Así que practico la estratagema de mi amigo, más atrevida que la que he visto usar a otros, de forma cobarde, cambiando de acera (o agachando la cabeza) con aquellos que se acercan con intención de atormentarnos con sus cuitas.

Y busco tener capacidad para superar mi propio sufrimiento (y el de los de mi entorno), intentando poner al mal tiempo, buena cara.

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Trato de vencer esa sensación que se tiene, cuando las cosas se presentan complicadas y se carece de fortaleza para afrontar las adversidades; cuando parece que los problemas son tan grandes y agobiantes que dependen de algo que hayamos hecho y que, como si fuera un castigo por nuestro comportamiento indebido, nos mortificamos preocupándonos más y aumentando la ansiedad de no ser capaces de evitar una situación así.

Y, en ese momento, estando a punto de abandonar, alguien hace algo que te da un nuevo motivo para encontrar la ilusión. Una llamada de teléfono, una sonrisa en la calle, un pequeño guiño, un “gracias” acompañado de un gesto amable.

Un leve instante que recordarás siempre.

O, en sentido contrario, alguien se acerca y te asfixia con sus preocupaciones, como hace de continuo, que no deja nunca de hacer y que sientes que ha visto en ti un paño de lágrimas, donde volcar, sin que se le haya ofrecido, todas sus frustraciones. Alguien a quien percibes, emboscado, con una sonrisa aviesa, que en lugar de avisar, te atraviesa, te perfora y te inunda.

Una inmerecida carga que te obliga a transportar en su lugar.

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Una francesa de vida atormentada escribió una canción inmortal, mostrando que, a pesar de las circunstancias, es posible encontrar la forma de luchar y sobreponerse. No importa lo que suceda alrededor,

“cuando me toma en sus brazos
me habla en voz baja
veo la vida en rosa”

Edith PiafLa vie en rose


Es mucho más que una declaración de amor (que lo es).

Es la definición de una actitud vital.

Es tener la sensación de que, pase lo que pase, merece la pena luchar y tratar de superar lo que tengas que afrontar.

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Una idea tan poderosa que muchos la han hecho suya.

Louis ArmstrongLa vie en rose


Comprender que, aunque todo te impulse a llorar, necesitas levantarte y seguir adelante.

Grace Jones La vie en rose


Sobrevolar los problemas, aceptando que debes continuar.

Melody GardotLa vie en rose


Aunque nadie sepa por lo que estás pasando (ni quieres que lo lleguen a saber), pese a que te sientas roto por dentro, buscar motivos para sonreír, como si todo fuera de color de rosa.

Pomplamoose La vie en rose


Busca el lado divertido. Todo resultará más sencillo y llevadero. Siente la alegría de estar vivo.

ZAZLa vie en rose


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No me importa que puedan considerarme un simple. He comprendido que, ante la ausencia del lirismo francés, enfrentamos la rotundidad de la sentencia española, que resume lo precedente, de forma ramplona, en un lacónico “contigo, pan y cebolla”.

Por eso, si me tienen que calificar de alguna manera, identificándome con un color, quiero que lo hagan con el rosa.


Es mi secreto.

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El rosa es un color considerado femenino. En el convencimiento de que, para muchos, la orientación sexual es el rasgo identitario que más (les) define, intuyo que habrá quienes hayan creído adivinar una vida íntima que no les interesa.

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A Steve Buscemi no le gusta el rosa:



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Hay una línea estética que acentúa el infantilismo de un tipo de mujer, ñoña y sensiblera, que justifica que haya surgido una iniciativa que afirma que el rosa apesta, que reivindica que la fortaleza de la mujer necesita de argumentos más sólidos que cuentos de hadas y de princesas, en la idea de que hay más de una forma de ser una chica.



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En 1986 Howard Deutch dirigió una película (escrita por John Hughes) protagonizada por una chica rosa (Molly Ringwald) y un guaperas (Andrew McCarthy). El tema principal era interpretado por The Psychedelic Furs (Pretty in pink). Como contrapunto a la relación entre los protagonistas, mediaba un desinhibido Duckie, que ponía la nota cómica. El actor era un entonces desconocido Jon Cryer (antes de embarcarse, junto a Charlie Sheen, en “Two and a half men” y recibir. el año pasado, el Emmy al mejor actor de comedia, batiendo a Don Cheadle, Louis CK, Jim Parsons, Larry David y Alec Baldwin).

Resulta inolvidable su apasionada lectura, con baile incluido, del clásico de Otis Redding, Try a little tenderness.



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Es por añadidura una convicción insidiosa aquella que considera a la sensibilidad un rasgo imposible de vincular a la masculinidad, de forma que, cualquier cosa de color rosa, es una cosa de chicas, aceptada sin cuestionarse, como se admite que los chicos no lloran.


Quizá porque nunca supe dónde crecían las rosas salvajes.

Nick Cave & The Bad Sees ft. Kylie MinogueWhere the wild roses grow


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Me pondré las gafas de cristales de color rosa, que me permitirán ver todo de otra forma.

Blue Rodeo Rose coloured glasses

Dumbo lo intentó; el resultado me hizo llorar de niño (y me sigue alterando de adulto; ahora me decanto por practicar con la gaseosa).

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También expresé un deseo (y me arrepentí para siempre de ello). Quise tomar un martini de color rosa y convertir la vida en un acto simpático.

Pink Martini Sympathique

“Yo no quiero trabajar
Yo no quiero almorzar
Yo sólo quiero olvidar
Y después fumar”


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A pesar de todo, reírse es la mejor opción.

Audrey Hepburn:

“Pienso en rosa.
Creo que reírse es la mejor manera de quemar calorías.
Creo en los besos, en besar mucho.
Creo en ser fuerte cuando todo parece ir mal.
Creo que las chicas felices son las más bellas.
Creo que mañana es otro día y creo en los milagros”.

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Más allá del tópico (al que me siento indisolublemente atado) que afirma que “el sentido común es el menos común de los sentidos”, mi experiencia personal me impone la certeza de que resulta mucho más infrecuente el sentido del humor, entendido como una forma más evolucionada que la risa floja, basada en la imprescindible capacidad para, en momentos de apuro, hacer de tripas corazón.

Risitas: Gorrilla


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Tampoco os preocupéis; lo que siento por el color rosa, no alcanzará, NUNCA, las dimensiones de Kitty Kay Sera. No es, ni llegará a ser, una obsesión.

Aunque admito que Philadelphia está preciosa, vacía y rosa.



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Si me has juzgado por lo que digo,
imagínate si supieras lo que pienso.

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Publico esta entrada hoy, porque sí.
Y también porque cumplo uno menos de 50, que también es un motivo.




Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...