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domingo, 12 de enero de 2020

Natalia Lafourcade — Soledad y el Mar

Natalia Lafourcade
Soledad y el Mar (en manos de Los Macorinos)
Musas (2017)
México

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¿Y si tras haber triunfado tienes interés en centrarte en un trabajo más íntimo?
Eso fue lo que le pasó a la mexicana Lafourcade: su disco de 2015, Hasta la raíz, obtuvo reconocimiento de público y crítica. Y, extenuada tras el tour promocional y la exposición continua, quiso trabajar en secreto con un dúo de guitarristas, Los Macorinos: Miguel Peña y Juan Carlos Allende. El resultado es un disco homenaje al folklore hispanoamericano.

Una delicia.

“Voy a navegar en tu puerto azul,
quisiera saber de dónde vienes tú.
Vamos a dejar que el tiempo pare,
ver nuestros recuerdos en los mares
y esta soledad tan profunda”.



Natalia LafourcadeAlma Mía
Musas (Un Homenaje al Folclore Latinoamericano en Manos de Los Macorinos), Vol. 2 (2018)

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El resultado fue tan satisfactorio que Natalia quiso ofrecer una continuación.
Sigue explorando el terreno de sus predecesoras y mezcla composiciones propias y ajenas. Si “Soledad y el Mar” estaba coescrita por ella y David Aguilar, “Alma Mía” es obra de María Grever, una mexicana que habiendo recibido clases de Claude Debussy, en 1916 se trasladó a New York para evitar los disturbios de la Revolución Mexicana y triunfar internacionalmente.

En “Soledad ...”, Natalia juega en casa; mientras ella despide a unos invitados que no salen en plano, Los Macorinos improvisan con las guitarras y, al llegar, monísima, con un tocado de flores, sigue con ganas...

“¿Otra? ¿Nos echamos otra?”, propone a los guitarristas, un percusionista y un contrabajista que, sin mediar duda, se ponen a la faena.

En la segunda parte, Natalia sale a enfrentarse, otra vez, al público.
Y elige con cuidado y mimo: va a una residencia de ancianos, para cantarle a ellas, que tanto lo necesitan; ellas que, después de años descubren que van perdiendo sus recuerdos (todo lo que creían atesorar) y se van dando cuenta de que siguen sintiendo emociones, por mucho que las escondan porque les parece que, a otros, suelen parecer inapropiadas.

Ahí Natalia está brillante: da voz a quien ya no tiene quien le escuche.

“Si yo encontrara un alma como la mía
Cuantas cosas secretas le contaría
Un alma que al mirarme, sin decir nada
Me lo dijera todo con la mirada
Un alma que embriagase con suave aliento
Que al besarme sintiera lo que yo siento
Y a veces me pregunto qué pasaría
Si yo encontrara un alma como la mía”.




No hay edad para el amor, ni para la soledad

martes, 9 de febrero de 2016

El fantasma de la pulga

Sesión del taller Morel de Sal, de creación literaria.
8 de febrero de 2016.

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El fantasma de la pulga

— Ahora
— ¿Ahora? ¿Cuándo? ¿Ahora mismo? Me sacas de quicio con estas prisas que me metes siempre...
— Ahora es
— ¿Quién? ¿Quién es? Es ahora, o ¿lo fue siempre?
— Ahora es como
— ¿Como que cómo? ¿A qué juegas? ¡Me estás poniendo de los nervios! ¿Puedes hacerme el favor de hablar del tirón de una santa vez y dejar de trabucarte?... Por Dios te lo pido...
— Ahora es como un
— Como un, ¿qué? No te pares ¡Sigue! Habla, por Dios bendito. No te pares. Termina la maldita frase, que me estás envenenando. ¿No lo ves? ¿No lo ves? ¿No te das cuenta? ¿O lo haces a propósito?
— Ahora es como un sirviente
— ¿Por qué? ¿Qué te he hecho? Dímelo. ¿Por qué me torturas así? ¿No habrá santa manera de que te expliques? Entra en razones, ¡te lo imploro! Me arrodillo ante ti y suplico tu clemencia...
— Ahora es como un sirviente de
 ...los intereses del gran capital; de la banca; de una conspiración en la sombra; de la confabulación de los necios; de los nuevos usos y costumbres derivados de la implantación y generalización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación; de la globalización; del cambio climático; de la extensión de nocivos hábitos alimentarios y del sedentarismo que conducen a la obesidad mórbida y otras enfermedades producidas por la pasividad y se propagan como si fueran pandemias; de la pérdida de valores en las relaciones sociales y personales; de la ausencia de compromiso; de la vigilancia a que me somete mi suegra como muestra de sumisión al orden establecido y al poder; de que siempre parezca que todo va mal; de la búsqueda de un cambio permanente en el que cambiándolo todo, todo siga siendo lo mismo; de la nefasta inversión de papeles que hace que ya nadie se dé cuenta de que no importa tanto si estás dentro o fuera, como si estás arriba o abajo, porque los de arriba gozan de privilegios eternos mientras los de abajo están condenados sin remedio; de, ..., espera que beba.
— Ahora es como un sirviente de los
— ¡...de los cojones!, que Dios me perdone.
— Ahora es como un sirviente de los demonios.
— Yo. Hablabas de mí. Acabas de describirme. ¡Cómo me conoces, bandido!

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El motivo que Patricia propuso para el ejercicio era un cuadro de William Blake —cuya trayectoria había repasado en la sesión precedente—, “El fantasma de la pulga”, fechado en 1819-1820 y expuesto en la Tate Gallery de Londres.
El motor era una frase —“Ahora es como un sirviente de los demonios”—, que debíamos continuar.


En la lectura dramatizada Teresa tomaba el papel de pulga.
Pilar debía hacer de fantasma.
Ambas estuvieron espléndidas; espero que Teresa me perdoné por haberla expuesto a un tour de force que superó de forma sobresaliente.

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La frase era el final de un cuento de Manuel Swedenborg, “Un teólogo en la muerte”, que aparecía en su libro “De cælo et ejus mirabilis et de inferno, ex auditis et visis” (Sobre el cielo y sus maravillas y sobre el infierno, de lo escuchado y visto), publicado en 1758. Borges incluiría el cuento en su “Historia universal de la infamia” (1935).

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Un teólogo en la muerte (Manuel Swedenborg)

Los ángeles me comunicaron que cuando falleció Melanchton le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los recién venidos a la eternidad les ocurre lo mismo y por eso creen que no han muerto.) Los objetos domésticos eran iguales: la mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era su costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron personas a interrogarlo. Melanchton les dijo:

— He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe.

Esas cosas las decía con soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando los ángeles oyeron este discurso, lo abandonaron. A las pocas semanas, los muebles empezaron a afantasmarse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se mancharon de cal, y el piso, de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho más ordinaria. Seguía, sin embargo, escribiendo, pero como persistía en la negación de la caridad, lo trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él. Ahí estuvo unos días y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa era de cuero sin curtir, pero trató de imaginarse que lo anterior había sido una mera alucinación y prosiguió elevando la fe y denigrando la caridad. Un atardecer, sintió frío. Entonces recorrió la casa y comprobó que los demás aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno contenía instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era imposible entrar; otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración le agradó, pero como alguna de esas personas no tenía cara y otras parecían muertas, acabó por aborrecerlas y desconfiar. Entonces determinó escribir un elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían mañana borradas. Eso le aconteció porque las componía sin convicción.

Recibía muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en un alojamiento tan sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de los de la pieza del fondo, y éste los engañaba con simulacros de esplendor y de serenidad. Apenas las visitas se retiraban reaparecían la pobreza y la cal, y a veces un poco antes.

Las últimas noticias de Melanchton dicen que el brujo y uno de los hombres sin cara lo llevaron hacia los médanos y que ahora es como un sirviente de los demonios.

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Philip Schwartzerdt, Melanchton, (16 de febrero de 1947, Bretten – 19 de abril de 1560, Wittenberg) fue un teólogo alemán. A instancias de su tío, Johannes Reuchlin, cambió su apellido natal Schwartzerdt (que en alemán significa “tierra negra”) por el de Melanchton (sinónimo, en griego).

Trabó amistad con Lutero, al que reemplazó como cabeza de la causa reformista, tras el confinamiento de su mentor.

En 1529 fue uno de los firmantes de la Protesta de Espira, documento que varios príncipes alemanes del Sacro Imperio Romano Germánico presentaron el 19 de abril para “protestar” contra el edicto de Carlos V que anulaba la tolerancia religiosa, concedida a los principados alemanes, en un intento de reprimir el movimiento de reforma de la Iglesia Católica iniciado por Lutero. El documento se considera uno de los fundamentos del protestantismo, del que toma su nombre.

Melanchton fue el creador del término psicología para designar a la disciplina encargada del estudio del alma.

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El místico sueco Swedenborg encontró motivos suficientes en su vida para trazar un tránsito a la muerte como el expuesto, donde ahora es como un sirviente de los demonios.

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He encontrado el cuento, con imágenes de El Bosco (muy afines al itinerario del taller) y música de Debussy.

Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...