Pero todo esto estaba por cambiar, cuando aparecieron ellas, tan pequeñas e inofensivas. Yaya no se sintió amenazada. Empezaron de a poco, comiéndose la pequeña planta que crecía en la primera maceta de la entrada. Pero las hormigas son voraces y trabajadoras, una combinación admirada por muchos, lograda por pocos. Trabajaban 24 horas los 7 días de la semana y venían en cantidades industriales. La laboriosidad se encarnó en las hormigas que habían llegado a invadir el jardín de Yaya.
Así, después de la planta de la maceta, terminaron con la bugambilia y no contentas con eso, empezaron a devorar el "huele de noche".
La Yaya tuvo que convertirse en la cazadora de hormigas más feroz que se haya visto. Lo intentó todo: insecticidas, mezclas de cal y veneno, buscaba con ahínco los hormigueros para acabar con ellos.
En cuanto alguien decía "¡Hay una hormiga!", inmediatamente la Yaya, cual Superman, se transformaba y con insecticida en la mano, rociaba en dirección a donde se encontraba la susodicha.
Un día, Yaya encontró un hormiguero, y decidió matarlas ahogadas. Abrió la manguera y cual fue su sorpresa, cuando escuchaba que el agua caía y caía, era el hormiguero más profundo que se hubiera visto jamás. Empezó a temer que estos laboriosos insectos, hubieran invadido todo el terreno por debajo de su casa. Y lo siguiente que se llevarían, sería a ella con todo y su domicilio.
Ante esta amenaza, no le quedo otra opción a Yaya, más que ir a buscar en el mercado negro una solución. Yaya regresó feliz con su nueva mascota. Y así como hay gente que compra gatos porque tiene problemas de ratones, Yaya compró un oso hormiguero.
Fue uno de los días más felices de la vida de Yaya, ella y el oso hormiguero, se hicieron mejores amigos y las hormigas hicieron sus maletas y se mudaron a otros jardines.