Hola, hola, niños y niñas. Como bien sabréis, o como no sabréis, hace algún tiempo que vengo colaborando con una revista frikijander, aunque igual que en el blog escribo tirando a poco. El tema es que la revista cierra sus puertas, he de suponer que porque no cuenta con mi colaboración tanto como les gustaría y la pena les ha embargado… la pena o el banco, que está muy mal el tema. La cosa es que me han pedido un artículo de despedida; para la revista está bien de extensión, para el blog quizá es un poco largo, pero bueno, leer un poco no os matará, de eso ya se encargará el gobierno a golpe de hambre e indignación, además, no cuelgo nada desde noviembre así que ¿Qué coño?
Como siempre que me encargan algo lo he hecho casi a vuelapluma por falta de tiempo así que sale como sale. Además, quizá ya lo he escrito alguna vez, pero lo repetiré, yo soy escribiendo como Mastropiero de "Les Luthiers" componiendo. Cito textualmente: "Toda vez que Mastropiero se vio obligado a componer música a pedido o por encargo, produjo obras mediocres e inexpresivas. Por el contrario, cuando sólo obedeció a su inspiración, jamás escribió una nota."
Así que lean bajo su propio riesgo. Ahí va eso:
THE END.
Se subió el alto cuello de la gabardina y se ajustó el sombrero de fieltro negro justo por debajo de las cejas, se mesó la barba y suspiró. Era de noche, una particularmente cerrada, los cristales negros de las gafas no le permitían ver con claridad, así que se apresuró a cambiarlas por unas de cristal marrón claro y se ciñó los guantes. Las axilas y la frente le traspiraban sin parar. Ojalá fuesen esos todos sus problemas. Miró el reloj; había tiempo de sobra, pero aún no tenía claro como iba a salir sin ser visto. Retiró el pesado cortinado sólo unos centímetros y oteó el panorama que se dibujaba en las calles. Un par de docenas de vehículos policiales se daban cita en la puerta de la ostentosa mansión, los agentes estaban distribuidos estratégicamente impidiendo que nadie pudiera salir o entrar. Tenía que encontrar otro modo. No podían verle o irremisiblemente acabaría en la cárcel sino algo peor. Cogió el teléfono móvil y llamó a su hombre de confianza, quizá podría haberle encargado el trabajo a él, pero precisamente delegar indebidamente era lo que le había llevado a aquella situación. Además le rondaba por la cabeza una interesante variación al plan inicial. Si las cosas deben salir bien tiene que hacerlas uno mismo.
-Hola. Necesito que me recojas dentro de quince minutos en la salida del sótano. Ya te diré entonces donde vamos. – Esperó la contestación de su interlocutor breves instantes y tras escucharla volvió a hablar – No, no se lo comentes. Nadie debe saberlo. Ah, y usa el coche barato, el Jaguar no es precisamente discreto – Concluyó antes de colgar.
Abrió el cajón de la fastuosa mesita y extrajo el revólver. Verificó que tenía las cinco balas de siempre. Era un revólver antiguo, de los de tambor, con capacidad para seis proyectiles. Lo había comprado en el mercado negro largo tiempo atrás, jamás compró munición. Se lo dieron con las seis balas, finiquitó el asunto para el que lo había adquirido y lo guardó en el cajón con la esperanza de no tener que volver a usarlo. Obviamente, durante todo el tiempo que había pasado desde el día de la compra, muchos asuntos habían “terminado” bajo sus órdenes, pero él no había necesitado mancharse las manos otra vez. Esta vez era diferente. Cualquiera que estuviese al corriente sería un cabo suelto y no se lo podía permitir, había demasiado en juego. Comprobó que el abultado sobre seguía en el bolsillo interior de su gabardina y comenzó a bajar escaleras.
El sótano estaba tan reluciente como el resto de suntuosa residencia, tenebrosamente reluciente, oscuramente limpio y silencioso, macabro y despoblado. Las estanterías se extendían a lo largo de decenas de metros, atestadas de cajas sin una mota de polvo. Ni siquiera él sabía que contenían aquellas cajas, probablemente documentos sin valor la mayoría, mas seguro que algún velado secreto se escondía sota alguno de aquellos cierres herméticos, en algún archivador olvidado. Anotó mentalmente mandar a alguien a revisar aquellas cajas, quizá llevase años, pero al fin y al cabo no iba a hacerlo él. Cuando ya había casi alcanzado la pared opuesta a las escaleras abrió una de las cajas, una que sí conocía muy bien, dentro había una pequeña botonera numérica. Introdujo la clave y esperó a que se abriese la puerta oculta y se encendiesen los neones interiores.
Se introdujo en la estrecha abertura y cerró. Allí ya no estaba la cosa tan pulcra pese a que tampoco estaba sucio. No había un solo objeto rompiendo la simetría del largo corredor. Un corredor desprovisto de todo, sólo suelo, paredes y techo, con la pintura amarillenta por el paso del tiempo. Los respiraderos escupían un olor acre que hacía que apretase el paso. Tras andar más de cinco minutos y atravesar otras tres puertas más por fin llegó al final, una última puerta de madera rústica, ajada por el tiempo y con pinta de desmoronarse al más mínimo roce. Introdujo en la cerradura la llave que movía el mecanismo blindado que se ocultaba tras el paupérrimo aspecto de la puerta y salió al exterior.
Era un callejón no demasiado estrecho ni demasiado ancho, maloliente y a juzgar por el agua del suelo con alguna cañería llena de diminutas fugas. A escasos metros un Audi Sedan negro le aguardaba. Abrió la puerta del acompañante y se acomodó como pudo en la poco mullida tapicería de cuero. Sin cruzar palabra con el conductor levantó tres dedos de la mano derecha y aguardó a llegar a su destino. El conductor era un hombre taciturno y bien afeitado, de mirada turbia y patillas blancas, tras las espesas cejas comenzaba su amplia frente que culminaba en un tupido pelo mitad níveo mitad azabache, repeinado hacia atrás. Vestía una camisa rayada horizontalmente, una corbata mal ajustada y un tres cuartos marrón claro, como los inspectores de policía de los años setenta.
La noche se movía rauda tras los cristales tintados y el impenetrable silencio se llenaba con estruendosas palabras hiladas a mala fe en la cabeza del hombre de la barba. Pasó casi una hora hasta que llegaron a su destino, un desierto parking subterráneo en mitad de la nada, en alguna instalación abandonada a medio construir donde, como se dice vulgarmente, Cristo perdió el gorro. Probablemente se quedó sin presupuesto la constructora o se retiraron los clientes, en realidad no tenía importancia alguna. Por dos veces el vehículo descendió una pronunciada rampa y finalmente se detuvo ante el cartel de “Sótano 2”. Allí, con el motor encendido se encontraba un Golf rojo y sucio, con algún que otro pequeño golpe visible e incluso pintura desconchada en algunas partes. Un hombre regordete se sentaba en el capó, con vaqueros, un jersey a rombos, cara de estúpido y una sonrisa desgarbada carente de gracia alguna. Mientras los otros dos hombres bajaban del vehículo él se incorporó y metió la mano por la ventanilla extrayendo una carpeta azul. Una de esas que podrían usarse como el símbolo inequívoco de la mediocridad y del mal hacer.
-¿Lo tienes todo? –Preguntó el del sombrero de fieltro sin saludo previo alguno.
-Por supuesto –contestó el hombre del jersey, sin sorprenderse por la falta de cortesía-. No habría venido hasta aquí si no fuese así. No tengo ganas de perder mi tiempo y mucho menos de hacerle perder el suyo –Extendió la carpeta al tiempo que terminaba la frase.
El conductor la cogió y procedió a abrirla sin miramiento. Inspeccionó someramente unas cuantas hojas que ya parecía conocer muy bien. Hoja tras hoja su sonrisa iba aumentando de tamaño hasta que finalmente llegó a la última hoja.
-Bien, está todo y son los originales. –Afirmó mirando a su acompañante. Este se mesó la barba de nuevo e interpelando al hombre gordo preguntó:
-¿Estás seguro de que no hay copia alguna? ¿Alguien ha podido tener oportunidad de verlo?
-Nadie, estoy completamente seguro, lo tenía bien guardado bajo llave en la oficina del fiscal. Él no los ha visto, ni siquiera está al corriente del asunto, pero aunque así fuera ya sabe que lo tenemos comprado. Lamentamos las molestias que les hayamos podido causar. Nuestra publicación cerrará sus puertas mañana mismo de forma definitiva y no se volverá a oír hablar de nosotros.
El del sombrero asintió aparentemente complacido, sacó el sobre del bolsillo de la gabardina y tras mostrar someramente un buen fajo de billetes de quinientos euros, se lo tendió al conductor antes de dirigirse hacia el vehículo de nuevo e introducirse en el lugar del acompañante donde ya había llegado, se quitó las gafas de sol y esperó. El conductor a su vez, con la carpeta azul en una mano, usó la otra para contar cuidadosamente los billetes y tras verificar que la cantidad era la acordada pasó el sobre al tercer hombre que se dispuso también a contarlos. Nunca llegó a terminar. Apenas había llegado a la mitad de los billetes cuando una bala le atravesó el cráneo. Los sesos y la sangre teñían el parabrisas del Golf rojo y el dinero comenzaba a empaparse en medio de un charco bermellón intenso. El conductor dejó caer el arma, se despojó de sus guantes de cuero y se giró justo a tiempo para ver el atronador relámpago que surgía del arma del que hasta entonces había sido algo a caballo entre jefe y amigo. Se desplomó. El hombre del sombrero salió del coche y se acercó a la carpeta azul, extrajo solamente dos hojas de ella, cogió el teléfono móvil del conductor y marcó el número de la policía, después se subió al coche y desapareció para no volver a pisar aquel lugar nunca más.
A la mañana siguiente los periódicos rezaban lo siguiente: “Encontrados los documentos que confirman la implicación del partido popular en la trama Gürtel, las cuentas de Suiza y la financiación ilegal. Bárcenas y el editor que prometió publicar los documentos hallados muertos en mitad de una orgía de sangre y billetes. Afortunadamente nada implica a nuestro actual presidente en esta trama de corrupción”.
Una sardónica carcajada resonó en el despacho de Mariano que, por última vez ese día, se mesó la barba mientras destruía los papeles que había sustraído de la carpeta azul. Una vez más había salido limpio y tomado el pelo a todos los españoles, la implicación de media cúpula del PP y la muerte del que fue tesorero y amigo del presidente le libraban de toda sospecha y el cierre de Mondo Friki ocultaría sus posibles nuevos chanchullos.
Así pues, por orden presidencial, este debe ser el último número de nuestra querida revista, pero moriremos con la verdad en la boca. Id en paz frikis del mundo.
Aunque con pesar echamos el cierre, siempre nos quedarán los números editados para poder releer en las noches de onanismo y tedio. Os recordamos que os queremos y que, al menos a mí, podréis encontrarme en mi blog http://yyrkoon666.blogspot.com en el que escribo asiduamente un artículo cada chopocientos meses.
Saludos a ellos y cunnilingus a ellas,
Tío Yyrkoon.
La morfina está sobrevalorada
Hace 1 semana