Siempre lo he sabido. Siempre lo he dicho. Ahora tengo pruebas que lo demuestran. Mi cerebro es superior a los demás, no lo digo yo, que va, lo dicen los médicos. Saben bien de qué hablan.
También es cierto que soy un poco deforme. Eso tampoco lo digo yo, lo dicen los médicos y la mayoría de las mujeres. Soy un enfermo, lo dicen los médicos y mis amigos. Fuere como fuese, llevo unos días que me siento como el chumino de la Paris Hilton, estoy en boca de todos.
Allá por finales de Noviembre empecé a sufrir dolores de cabeza muy fuertes, día sí, día también. No le di mayor importancia, se lo achaqué, como es normal, a la campaña electoral que estaba a punto de concluir. Si las mentiras hacen llorar al niño Jesús, ¿por qué no iban a darme a mí dolor de cabeza? El tema es que las jaquecas persistieron en perturbar mi paz como si de Telecinco se tratase. Los comerciantes de ácido acetil salicílico eran muy felices; yo no tanto.
El tiempo pasó y pasó y, para cuando quise darme cuenta ya estábamos en mediados de diciembre, la Sinde-Wert estaba aprobada y en la Moncloa vivía el monstruo de las galletas desteñido. En una gélida noche, sin una fecha concreta que pueda recordar, me desperté con un dolor de cabeza soberanamente exagerado, eso sí, sólo me dolía la parte izquierda. Se conoce que como la derecha estaba ya en el poder había mandado como siempre el dolor hacia la izquierda. Duró poco, treinta o cuarenta segundos, luego desapareció y empecé a sudar como un cerdo vietnamita (que a decir verdad no sé cómo sudan, pero debe ser muy cerdo… vietnamita).
Cuidado, el próximo párrafo contiene una dosis de erotismo no apta para jóvenes y/o enfermos de corazón. Así que ahí me tienen a mí, con mi escultural figura de Paquirrín con peluca, en gallumbos sobre el nórdico, a 2ºC sudando como una puta en un confesionario. No fue muy largo tampoco, no duraría más de un minuto o minuto y medio. Como era de esperar, decidí que era algo completamente normal que debía pasarle a todo el mundo… Cuando sucedió por séptima u octava vez a lo largo de diciembre y enero decidí que igual estaba pasando algo raro. Llamadme lince.
Entonces, un día de enero, un aciago día de enero, sucedió. Iba sin duda a ser el peor día de mi vida, lo supe nada más levantarme y así fue. Ese día… cerraron Megaupload. No es que tenga nada que ver con lo que estaba contando, pero, joder, que día más malo.
Otro día de enero, no tan malo como el mentado, estaba yo feliz como una perdiz, comiendo con la gente del trabajo cuando, una vez más, me sobresaltó el comunista dolor en la parte izquierda de la sien, seguido de su amigo el sudor frío, pero donde normalmente el ataquito desaparecía cual inversión en Rumasa, este decidió mutar y hacerse de los X-Men. Comenzó un hormigueo por el brazo izquierdo –Bien, no pasa nada, un simple paro cardiaco será–. No hubo suerte. Le siguió un hormigueo por la pierna izquierda –que cosa más rara– me dije. Luego se me durmió la parte izquierda de la lengua –es lógico, la izquierda está en horas bajas–. Acabé de comer y me levanté para volver hacia el tajo, pero andaba y me iba hacia la izquierda… Bueno, un ictus cerebral amigable, por fin había llegado mi hora, no había problema, me había preparado ya mentalmente para esto, sólo necesitaba llegar hasta mi trabajo, subirme encima de la mesa, bajarme los pantalones y plantar un buen pino. Ya podía morir tranquilo.
El caso es que se me pasó, pero decidí que igual ya no era tan normal, así que, cosa rara, fui al médico. Hace varios años que me vienen comentando que mi tensión es tan alta cooooooooomo laaaaaa luná, ay, ay, coooooomo laaaa luná, como la luná, para ver a los soldados de Cataaaaaluñá, ay, ay, de Cataaa… bueno eso. En realidad no es tan alta, pero me dicen que si a mi joven y tierna edad es esa mi tensión, cuando sea mayor pues mi tensión, como es normal, también será mayor. El caso es que el médico, medicoso, decidió que había sido una subida de tensión, se amparó en el banal dato de que en mitad del ataque tenía 18-12… fíjese usted que tontería.
El caso es que me dio unas pastillitas para regular un poco el tema y oiga, mano de santo, mi tensión habitual de 16-9.5 bajó en un santiamén a 13-8. Así que puede dedicarme a vivir más tranquilo. Los ataques de izquierdas perpetrados por cerdos vietnamitas continuaban, pero no iban más allá del límite. Hasta el día D (VIERNES (dato importante)), me desperté a las 7 de la mañana con un ataque zombi bolchevique, y se comenzaron a repetir los síntomas del día malvado, sumado a un denominado mareo Masiel. Usando toda la fuerza de mis pestañas me arrastré como un arenque moribundo hasta la cocina y cogí la pastillita de la tensión… “oh!, maldita sea, no puedo tragar, mi lengua está más dormida que la bella durmiente después de beberse dos botellas de vodka durante una peli de Almodobar”. Engullí la pastilla en modo pelicano on. Y luego repté hasta el comedor como una anaconda, bueno, como una anaconda que se acaba de papear a un cerdo vietnamita. Agarré el aparato de tomar la tensión y… ¿A que no adivinan que hice con él? Síiiiiiii, ¡¡unos sándwiches!! Bueno, no, me tomé la tensión esperando ver las unidades de poder de Songoku, pero no. 13-8.5. Coño, tensión normal. Ummm, sospechoso. Agarrar teléfono. Llamar madre. Cito textualmente, poner voz de “The walking dead”… “Madre. Urgencias. Llevar. Ahora.”.
Mi muy solícita madre emprendió una carrera contra el tiempo y los semáforos, para cuando llegó a mi casa ya se me había pasado el ataque y ya me comportaba de nuevo el implacable deportista que soy. Aun así decidí ir a urgencias de todos modos. No era la tensión y yo tenía caca.
Muy diligentes también en urgencias, a las catorce horas de haber llegado (literalmente), decidieron ingresarme. Miento, decidieron decirme que era un ictus, que me iban a ingresar y que ya nos veíamos el lunes. Supongo que tenían que irse a esquiar o algo. Biiiiiien, no estuve nada, pero nada, nada acojonado mi fin de semana ictusícnico. Durante una semanita me hicieron pruebas y más pruebas y al final han llegado a la conclusión de que tengo la deformidad de Arnold Swarchenegger, es decir, demasiado músculo… ah no, que era Arnold Chiari.
Básicamente esta deformidad consiste en que el hueso occipital no cierra bien. El cerebelo se va desplazando hacia abajo y presionando la médula. Esto produce bailes de San Vito en general, aunque alguna vez puede derivar en un Vals, pero no es lo normal. Podría parecer algo extremadamente raro, pero al parecer es relativamente común, el tema es que en la gran mayoría de los casos no presenta síntoma (ni problema) alguno. Como mi cerebro es super-desarrollado, pues sí que presenta problemas. Algún amigo sostiene que no es que mi cerebro sea grande sino que mi cráneo es pequeño, pero teniendo en cuenta que no me cabe ningún sombrero descartaré su teoría.
Única solución a mis problemas, cirugía o cianuro, conjeturo que una bala o una buena soga también valdrían, pero mejor no arriesgar. Así que aquí me encuentro, a la espera de una fecha que me tienen que dar en consultas externas, lugar en el que estoy citado el 23 de Abril… ¡¡Que viva la Pepa y la seguridad social!! Sólo mes y medio (más lo que tarden en darme fecha) de terribles dolores de cabeza y mareos. Al menos parece que grave no es, o eso dicen los hijos de la gran puta que viven sin dolor de cabeza. Viviré.
Os voy informando conforme me venga en gana, para que luego digáis que no os quiero.
Saludos izquierdosos,
Tío cerdo vietnamita.
También es cierto que soy un poco deforme. Eso tampoco lo digo yo, lo dicen los médicos y la mayoría de las mujeres. Soy un enfermo, lo dicen los médicos y mis amigos. Fuere como fuese, llevo unos días que me siento como el chumino de la Paris Hilton, estoy en boca de todos.
Allá por finales de Noviembre empecé a sufrir dolores de cabeza muy fuertes, día sí, día también. No le di mayor importancia, se lo achaqué, como es normal, a la campaña electoral que estaba a punto de concluir. Si las mentiras hacen llorar al niño Jesús, ¿por qué no iban a darme a mí dolor de cabeza? El tema es que las jaquecas persistieron en perturbar mi paz como si de Telecinco se tratase. Los comerciantes de ácido acetil salicílico eran muy felices; yo no tanto.
El tiempo pasó y pasó y, para cuando quise darme cuenta ya estábamos en mediados de diciembre, la Sinde-Wert estaba aprobada y en la Moncloa vivía el monstruo de las galletas desteñido. En una gélida noche, sin una fecha concreta que pueda recordar, me desperté con un dolor de cabeza soberanamente exagerado, eso sí, sólo me dolía la parte izquierda. Se conoce que como la derecha estaba ya en el poder había mandado como siempre el dolor hacia la izquierda. Duró poco, treinta o cuarenta segundos, luego desapareció y empecé a sudar como un cerdo vietnamita (que a decir verdad no sé cómo sudan, pero debe ser muy cerdo… vietnamita).
Cuidado, el próximo párrafo contiene una dosis de erotismo no apta para jóvenes y/o enfermos de corazón. Así que ahí me tienen a mí, con mi escultural figura de Paquirrín con peluca, en gallumbos sobre el nórdico, a 2ºC sudando como una puta en un confesionario. No fue muy largo tampoco, no duraría más de un minuto o minuto y medio. Como era de esperar, decidí que era algo completamente normal que debía pasarle a todo el mundo… Cuando sucedió por séptima u octava vez a lo largo de diciembre y enero decidí que igual estaba pasando algo raro. Llamadme lince.
Entonces, un día de enero, un aciago día de enero, sucedió. Iba sin duda a ser el peor día de mi vida, lo supe nada más levantarme y así fue. Ese día… cerraron Megaupload. No es que tenga nada que ver con lo que estaba contando, pero, joder, que día más malo.
Otro día de enero, no tan malo como el mentado, estaba yo feliz como una perdiz, comiendo con la gente del trabajo cuando, una vez más, me sobresaltó el comunista dolor en la parte izquierda de la sien, seguido de su amigo el sudor frío, pero donde normalmente el ataquito desaparecía cual inversión en Rumasa, este decidió mutar y hacerse de los X-Men. Comenzó un hormigueo por el brazo izquierdo –Bien, no pasa nada, un simple paro cardiaco será–. No hubo suerte. Le siguió un hormigueo por la pierna izquierda –que cosa más rara– me dije. Luego se me durmió la parte izquierda de la lengua –es lógico, la izquierda está en horas bajas–. Acabé de comer y me levanté para volver hacia el tajo, pero andaba y me iba hacia la izquierda… Bueno, un ictus cerebral amigable, por fin había llegado mi hora, no había problema, me había preparado ya mentalmente para esto, sólo necesitaba llegar hasta mi trabajo, subirme encima de la mesa, bajarme los pantalones y plantar un buen pino. Ya podía morir tranquilo.
El caso es que se me pasó, pero decidí que igual ya no era tan normal, así que, cosa rara, fui al médico. Hace varios años que me vienen comentando que mi tensión es tan alta cooooooooomo laaaaaa luná, ay, ay, coooooomo laaaa luná, como la luná, para ver a los soldados de Cataaaaaluñá, ay, ay, de Cataaa… bueno eso. En realidad no es tan alta, pero me dicen que si a mi joven y tierna edad es esa mi tensión, cuando sea mayor pues mi tensión, como es normal, también será mayor. El caso es que el médico, medicoso, decidió que había sido una subida de tensión, se amparó en el banal dato de que en mitad del ataque tenía 18-12… fíjese usted que tontería.
El caso es que me dio unas pastillitas para regular un poco el tema y oiga, mano de santo, mi tensión habitual de 16-9.5 bajó en un santiamén a 13-8. Así que puede dedicarme a vivir más tranquilo. Los ataques de izquierdas perpetrados por cerdos vietnamitas continuaban, pero no iban más allá del límite. Hasta el día D (VIERNES (dato importante)), me desperté a las 7 de la mañana con un ataque zombi bolchevique, y se comenzaron a repetir los síntomas del día malvado, sumado a un denominado mareo Masiel. Usando toda la fuerza de mis pestañas me arrastré como un arenque moribundo hasta la cocina y cogí la pastillita de la tensión… “oh!, maldita sea, no puedo tragar, mi lengua está más dormida que la bella durmiente después de beberse dos botellas de vodka durante una peli de Almodobar”. Engullí la pastilla en modo pelicano on. Y luego repté hasta el comedor como una anaconda, bueno, como una anaconda que se acaba de papear a un cerdo vietnamita. Agarré el aparato de tomar la tensión y… ¿A que no adivinan que hice con él? Síiiiiiii, ¡¡unos sándwiches!! Bueno, no, me tomé la tensión esperando ver las unidades de poder de Songoku, pero no. 13-8.5. Coño, tensión normal. Ummm, sospechoso. Agarrar teléfono. Llamar madre. Cito textualmente, poner voz de “The walking dead”… “Madre. Urgencias. Llevar. Ahora.”.
Mi muy solícita madre emprendió una carrera contra el tiempo y los semáforos, para cuando llegó a mi casa ya se me había pasado el ataque y ya me comportaba de nuevo el implacable deportista que soy. Aun así decidí ir a urgencias de todos modos. No era la tensión y yo tenía caca.
Muy diligentes también en urgencias, a las catorce horas de haber llegado (literalmente), decidieron ingresarme. Miento, decidieron decirme que era un ictus, que me iban a ingresar y que ya nos veíamos el lunes. Supongo que tenían que irse a esquiar o algo. Biiiiiien, no estuve nada, pero nada, nada acojonado mi fin de semana ictusícnico. Durante una semanita me hicieron pruebas y más pruebas y al final han llegado a la conclusión de que tengo la deformidad de Arnold Swarchenegger, es decir, demasiado músculo… ah no, que era Arnold Chiari.
Básicamente esta deformidad consiste en que el hueso occipital no cierra bien. El cerebelo se va desplazando hacia abajo y presionando la médula. Esto produce bailes de San Vito en general, aunque alguna vez puede derivar en un Vals, pero no es lo normal. Podría parecer algo extremadamente raro, pero al parecer es relativamente común, el tema es que en la gran mayoría de los casos no presenta síntoma (ni problema) alguno. Como mi cerebro es super-desarrollado, pues sí que presenta problemas. Algún amigo sostiene que no es que mi cerebro sea grande sino que mi cráneo es pequeño, pero teniendo en cuenta que no me cabe ningún sombrero descartaré su teoría.
Única solución a mis problemas, cirugía o cianuro, conjeturo que una bala o una buena soga también valdrían, pero mejor no arriesgar. Así que aquí me encuentro, a la espera de una fecha que me tienen que dar en consultas externas, lugar en el que estoy citado el 23 de Abril… ¡¡Que viva la Pepa y la seguridad social!! Sólo mes y medio (más lo que tarden en darme fecha) de terribles dolores de cabeza y mareos. Al menos parece que grave no es, o eso dicen los hijos de la gran puta que viven sin dolor de cabeza. Viviré.
Os voy informando conforme me venga en gana, para que luego digáis que no os quiero.
Saludos izquierdosos,
Tío cerdo vietnamita.