Yyrkoon, el avatar del amor.

Transcurría una serena tarde de domingo, ni muy soleado ni muy poco. Yyrkoon con el ánimo turbado por motivos que no vienen al caso, deambulaba calmamente por una acera próxima a su hogar. Dispusose a extraer un cilindro nicotínico alquitranado de su cajetilla contenedora de los mismos cuando, pesaroso, descubre que sólo restan dos para que finiquite su fugaz existencia (la de la cajetilla contenedora, no la de Yyrkoon). Con el alma en un puño por la escasez existente extrae a uno de los supervivientes, se lo coloca en los siempre deseables labios y le acerca la lumbre.

Todos los mentados hechos estaban siendo observados por unos aviesos ojos situados en el portal colindante, pero Yyrkoon no fue consciente de ello hasta segundos más tarde. Cuando se disponía a pasar caminando frente a susodicho portal. Amenazante, saltó de él un inicuo ser de sendos diecinueve años y, ávido de aprovecharse del prójimo, encarando al pobre Yyrkoon exclamó:

-¿Tienes un cigarro, por favor?

Tras no larga meditación, recordando el número de los mismos que restaba en su bolsillo, respondió con su habitual modo de proceder:

-No, lo siento. - Sin más explicaciones, pero el ser del infierno no cejaría tan rápido en su empeño.

-Pero si acabo de verte guardar el paquete en el bolsillo. - Imprecó el ignorante joven.

-Disculpa mi incorrección gramatical, joven. Unicamente se debe a que he sobrevalorado tu coeficiente intelectual, lo que realmente deseaba decir era que no tengo ningún cigarro que desee darte. - Y así, sin volver la vista atrás siguió su imperturbable camino.


(Esta historia está basada en hechos muy reales)