Los cactus forman ese tipo de plantas que, a pesar de sus pinchos, se dejan querer y observar, y después de un tiempo de trato personal, uno llega hasta a admirar, dada la rareza de su propia estructura o bien, como en este caso, por su excelsa y elevada floración.
Y no puedo dejar de hablar de este agave que llevo cuidando no sé cuántos años y al que, al parecer, le había perdido la cuenta. Al principio creía que me brindaría con una de tantas flores a las que estoy acostumbrada a descubrir en mis cactus. Cualquiera de ellas, en tiempo de floración, es un auténtico regalo en forma de colores e imágenes que me da la naturaleza. Algunas efímeras, de uno o dos días de duración; otras, sin embargo, me han brindado una floración parsimoniosa y lenta. Por ello siempre esperé pacientemente a que sucediera.
El agave Reina Victoria, que así es como se llama el cactus que hoy traigo a colación y que crece espontáneamente en zonas de México, lleva un tiempo invitándome a visitarlo. Me tiene enganchada y casi me preocupa mi adicción de visita diaria a su morada. Y es que, desde el principio, y por su particular forma de presentarse, me llamó la atención
Tan firme, tan fuerte y férreo a la vez. Yo diría casi estricto y medido en sus formas. Moldea y conforma este cactus una roseta de hojas apretadas, fijas y compactas con señales blancas en los márgenes que las distingue, y que están a lo largo de sus hojas. Por ello es muy decorativo. Los márgenes no son dentados y, mirándolo, da la sensación de una imagen en forma de poliedro alcanzando aproximadamente hasta unos 50 cm. de diámetro. Al final de la hoja suele incluir una o dos espinas muy duras de 1 cm. aproximadamente. Tienen un fuerte sistema para afianzarse a suelos que no son muy estables, o bien a los suelos pedregosos. Las hojas centrales se curvan hacia dentro terminando en una fuerte espina o pico y que, aconsejo no intentar tocar por la dolorosa experiencia de clavártela.
Recuerdo una vez que, por el mero hecho de trasplantar mi penca a una maceta mayor para que estuviera más a gusto y más a sus anchas, penetró una de sus púas, levemente, en una vena del dorso de mi mano. La consecuencia no se hizo mucho de esperar. Al instante se inflamó a modo de globo tomando un color verdoso, formándose una especie de coágulo abultado que duró varios días, cambiando a color morado según iba transcurriendo el tiempo. Ni que decir tiene el escozor y el dolor que me dejaba como presente y como recordatorio. O tal vez, como si de un aviso se tratara, a no traspasar su reducto y su parcela.
En verano le salen a estos cactus unas espigas erguidas con flores pequeñas de color blanco tirando a cremoso. Estas espigas pueden llegar a alcanzar hasta tres metros. Y sólo florece una vez en la vida, por lo que después de hacerlo la planta muere.
Al tiempo que me he enterado de esto, me he quedado más que preocupada, ya que siempre ha estado ahí perenne apoyándome, dándome lo mejor de su presencia, pidiendo a cambio sólo lo estrictamente esencial para vivir. Oxígeno, agua y tierra fértil y abonada para crecer y desarrollarse. De vez en cuando pedía ser despojado de algunas inquilinas que, sin pedirle permiso, se anexionaban a él buscando, tal vez, refugio o cierto tipo de protección. Mi agave Reina Victoria es una planta muy resistente, sobre todo a las zonas áridas y semidesérticas. Aunque también suele servir como planta de interior.
Es bella y elegante y, creo saber que, muy apreciada por los coleccionistas y excelente como planta de terraza o jardinera por su poco desarrollo.
Se da muy bien a pleno sol, pero es tan flexible, que incluso puede sobrevivir a algunas heladas débiles y que rara vez se espera. Pero se aconseja, no obstante, seguirla protegiendo.
Si está en maceta necesita más agua, como cada siete días aproximadamente, que si se criara en terreno libre. Yo diría que es una planta “ aguantona”, dado que resiste y soporta los distintos embates del tiempo. Mas, sin embargo, sé que se irá para siempre. Y no deja por ello de entristecerme.
Esta especie de agave llamada Victoriae-Reginae procede del desierto de Chiguagua en México, con alrededor de media docena de subespecies.
Siendo la palabra agave de procedencia griega y cuyo significado es el de admirable, no ha parado de fascinarme, dejándome, a la vez, encantada esta penca que ha decidido, ahora, florecer en ramilletes sobre una vara central, maguén o maguey.
Pero no sabiendo yo que esta floración aparece sólo hasta que la planta tiene 20 ó 30 años de edad y no siendo pues, consciente del paso del tiempo; he visto que en pocos días se ha elevado a la altura que podemos apreciar mediante las fotos que he tomado. Y es por lo que me hago cargo ahora, de todo el tiempo que ha estado conviviendo y compartiendo espacio, serena y armónicamente, conmigo. A la vez que, antes de su definitiva partida, me invita a elevar mis ojos casi por obligación, para ofrecerme la manifestación más explosiva y bella que me puede dejar como herencia; esto es: un espigón o bohordo cargado de espléndidas y diminutas flores de color blanquecino.
Definitivamente, he de seguir mirando hacia arriba, hacia esa altura construida para mi, paso a paso. Y al mismo tiempo para apreciar su presente, so pena de perderme tan espontáneo, natural y gratuito ofrecimiento en forma de regalo. Mientras, esperaré pacientemente y con cierta nostalgia su despedida.