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miércoles, 23 de diciembre de 2009

La lotería

Hace algunos años toco el gordo de navidad en un barrio cercano al mío; en vísperas del siguiente sorteo pasaron por el lugar las cámaras de televisión para pulsar el ambiente un año después; dijo una de las entrevistadas que el año anterior no había comprado y como consecuencia no le había tocado el gordo, como a todas sus amigas; ¡ah!, pero este año no me va a ocurrir, porque estoy comprando como una loca, terminó diciendo.
Mi fervor por la lotería no llega a esos extremos, quizá porque siempre que he tenido una sorpresa agradable, ha sido, como su propio nombre indica, cuando no la esperaba. También sufro desengaños, pero con esos ya cuento de antemano, o sea, no con unos concretos, sino con un porcentaje razonable. Si uno juega a la lotería de forma compulsiva “espera” que le toque, cosa que a veces sucede, pero con muy escasa frecuencia. Este año, por ejemplo, sólo he jugado un número a la lotería de navidad, pero no es porque yo lo haya comprado, sino porque me ha llegado por correo. La cuestión es que no recuerdo dónde lo guardé y ahora no sé si me devuelven el dinero o no. Pero tampoco es importante, si hubiera tocado algo ya lo sabría. Tuve el gordo en la mano en la mano en dos ocasiones, o sea que me ofrecieron dos veces, en años diferentes, el que luego iba a tocar, y cabe la posibilidad de que vuelva a ocurrir, porque yo no lamenté no haberlo comprado. Si tuviera que comprar todos los que me ofrecen ya estaría en la ruina desde hace mucho. Juego algo, de vez en cuando, pero luego miro los resultados muchos días después, no por nada, sino porque se me olvida. Sé que al Estado le interesa que juguemos, pero lo que nos interesa a los ciudadanos es que el Estado recaude lo que tiene que recaudar y que luego no malgaste nada. Con ello, habría mucho menos paro y se arruinaría menos gente jugando a la lotería.