En los albores de esta que dicen que es democracia (y ya hemos caído en la cuenta de que nos dieron gato por liebre), quienes a través del Rey habían recibido el poder de Franco, para que se lo devolvieran al pueblo (cosa que no hicieron), temían, dada la proliferación de pequeños partidos, que la política española fuera a parecerse a la italiana, o eso dijeron.
Diríase que lo que se ha conseguido se parezca a la italiana, y no sólo porque los pequeños partidos son determinantes, con resultados catastróficos, en el quehacer político español, sino porque da la impresión de que proliferan las mafias: Flick y Flock, Filesa, Malesa, caso Millet, el tres por ciento, Gürtel, etc. Quizá haya muchos más por destapar o que han pasado desapercibidos. Y lo que cuesta desprenderse de los políticos nefastos.
Al quedarse el poder los partidos, en lugar de devolvérselo al pueblo, consagraron el culto al poder. Un diputado que vaya a la política con la intención de servir a los ciudadanos no tiene nada que hacer. Lo que se espera de él, por parte de quienes lo incluyen en las listas, es que sea asertivo con sus superiores políticos, y que haga todo lo que le manden. Es decir, lo mismo que en una dictadura. Las cúpulas de los partidos han ido perfeccionando sus métodos de control, de modo que ahora ya tienen sometidos a su disciplina al poder judicial, al que fue llamado cuarto poder, amén de al legislativo y ejecutivo.
Las maneras de Berlusconi son repugnantes, todo lo que tiene que ver con él ofende a un verdadero demócrata. Pero, ¿cuántos dirigentes tenemos en España cuyos métodos y objetivos tengan varios puntos en común con Berlusconi? Probablemente, hay muchos que puestos en su lugar, en esas mismas condiciones, harían cosas peores.
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