Manuel Vicent cuenta la historia de El País de un modo tan simplificado y angelical, con los buenos muy buenos, los malos muy malos, e incluyendo a siniestro juez en el relato, que casi dan ganas de llorar. Menos mal que la memoria viene en auxilio de uno y es para recordar que sería por algún motivo que el buenísimo patrón del cuento fuera conocido como el Poder Fáctico Fácilmente Reconocible, o Jesusito del Gran Poder.
Por algún otro motivo, el Tribunal de Estrasburgo dictaminó que Javier Gómez de Liaño, el juez prevaricador según Vicent, no tuvo un juicio justo. Lo cierto es que cuando Javier Gómez de Liaño emprendió ese camino, muchos intuyeron que no iba a acabar bien. Nada de esto le interesa, porque lo que le conviene es presentar una historia limpia limpísima del diario en el que escribe, que está a punto de perder la identidad, según él, por culpa de la falta de cintura de Zapatero. O sea, no es que Zapatero no haya demostrado su incapacidad para la tarea que tiene ante sí, es que no tiene cintura, pero si la recobra y le devuelve a El País sus privilegios, puede volver a contar con el periódico, para entre ambos derrotar a los malos, volviendo a ganar las elecciones.
Los malos, claro, no tienen derecho a sentarse a la mesa. Los malos, a la caverna. Basta con que alguien opte por votar a la derecha para que se le remita directamente y sin más preámbulos a la cueva inmunda.
Lejos del ánimo de Manuel Vicent parece que queda la intención de hacer únicamente periodismo y el reconocimiento de que los privilegios de que tradicionalmente ha venido gozando El País se podían acabar. Eso es algo que no estaba previsto.
Por algún otro motivo, el Tribunal de Estrasburgo dictaminó que Javier Gómez de Liaño, el juez prevaricador según Vicent, no tuvo un juicio justo. Lo cierto es que cuando Javier Gómez de Liaño emprendió ese camino, muchos intuyeron que no iba a acabar bien. Nada de esto le interesa, porque lo que le conviene es presentar una historia limpia limpísima del diario en el que escribe, que está a punto de perder la identidad, según él, por culpa de la falta de cintura de Zapatero. O sea, no es que Zapatero no haya demostrado su incapacidad para la tarea que tiene ante sí, es que no tiene cintura, pero si la recobra y le devuelve a El País sus privilegios, puede volver a contar con el periódico, para entre ambos derrotar a los malos, volviendo a ganar las elecciones.
Los malos, claro, no tienen derecho a sentarse a la mesa. Los malos, a la caverna. Basta con que alguien opte por votar a la derecha para que se le remita directamente y sin más preámbulos a la cueva inmunda.
Lejos del ánimo de Manuel Vicent parece que queda la intención de hacer únicamente periodismo y el reconocimiento de que los privilegios de que tradicionalmente ha venido gozando El País se podían acabar. Eso es algo que no estaba previsto.
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