Dicen que llegó el Circo. Todos
esperan ansiosos
sentados al borde del acantilado: nadie sabe cuándo lo hizo, nadie sabe
cómo. No hay carteles, ni fanfarria, ni siquiera estridente
megafonía. No avisaron, no lo publicitaron. En la lejanía deambulan las risas
de los payasos, huyen los látigos perseguidos por el espectro de los
leones, se percibe el chirriar de los trapecios. Sobrevuelan las
jaulas buscando a sus moradores. La sombra de la carpa, suspendida en el vacío,
permanece inmóvil, hermética, sin puertas ni ventanas por donde penetre
el aire. No se escuchan los gritos de asombro, ni las risas, ni siquiera
el aplauso enfervorecido del público. Todo es nada, sólo etéreas evidencias.
Nadie escuchó la música. Nunca se
encendieron las bombillas. Permanecen desocupadas las jaulas. Huyeron las
sombras. Los conejos corren detrás de las chisteras. Planean los trapecios.
Aletean solícitos los látigos. Ruge el viento y llueven cuchillos de
soledades. ¿Dónde está el Circo? Nunca llegó, no permaneció, se ha
ido. No queda nada, sólo el cero de los matemáticos, el vacío de los
filósofos, el infinito oscuro de los astrónomos. No hay respuestas. La nada es
una ficción; nadie puede pensar lo que no es, lo que no existe. Tal vez
esto es una entelequia, quizás una invención, puede que sólo sea apariencia.
Por si alguien me pregunta, yo quiero dejar constancia
escrita de mi respuesta -son diez palabras insignificantes, muy poco para un
mundo saturado de complejidades-: yo sólo deseo que haya algo en vez de nada. Los
demás siguen pensando que ahí, en el vacío, hay un Circo. ¿La verdad?
Nadie sabe nada de nadie.
(*) Publicado en Breves no tan Breves.