No
deberíamos recordar, aunque tampoco importa,
porque
lo que termina siendo lo que a ti te pareció
nunca
es lo que realmente fue.
Bueno,
recuerda:
ese
cuenco de la entrada nunca estuvo lleno de canicas,
ese
camino que llevaba a Florencia lleva en realidad a la nada,
este
tren que entra en el túnel de Somport sale del túnel del Pertús,
esa
mujer que corre por el aeropuerto internacional Enfidha-Hammamet
nunca
será la misma que toma té con menta y piñones
en
el café des Nattes de Sidi Bou Said,
el
viento que sopla paralizando el ferry frente a las costas de Gibraltar
no
puede ser el mismo viento que prometió ahogarnos
en
la playa de Manzanillo,
ese
vestido que compras en Sesimbra no puede ser tu asesino,
ese
cardo descolorido clavado en la pared
nunca
fue la rosa del misterio que acariciaba
para
aplacar el corazón desbocado
y
la sangre doliéndome en las venas
durante
el tiempo que tardabas en abrir la puerta
y
asomarme a tu sonrisa de candil tembloroso
sobre
el primer peldaño de la escalera.
Solo
el cielo es el mismo,
deberíamos
haber ido más allá de Marrakech
para
sentir un cielo menos seguro, menos firme, más duro y encementado
que
el amable cielo de tu dormitorio, con sus fantasmas polícromos
mirando
con infinita melancolía cómo asesinamos el tiempo,
cómo
vibramos de felicidad entre las sombras,
hasta
que un día nos cansamos de soñar juntos y,
de
tanto despedirnos, terminamos, como Estragón y Vladimir,
quietos
sobre el escenario, porque no hay otro sitio a donde ir.
Sí,
de ser mejores actores, tú serías Estragón,
porque
eres la rubia que tiene un problema de memoria,
te
quieres alejar de mí y crees que siempre te están dando palizas,
cuando
los peores golpes los sueles dar tú.
Yo
sería Vladimir, el que tanto te hacía reír antes de los platos rotos,
el
que te regalaba libros que perdías o jamás leías,
y
al que, en los mejores días, encendías velas en tu piscina,
y
tú eras para mí una estrella lejana y muy alta,
no
el quebranto sin voz de mi altar caído,
no
este piano de pocas teclas, mi amor resbaladizo y portugués,
callejón
sin salida donde tanto lloré el extravío de tu luz.
Tú,
que nunca te terminas, amor, que
como
Estragón, no sabes quién eres,
recuerda
aquella gota de DMT
que
te dijo que esto es un sueño
y
que nos hemos ahorcado el uno al otro
solo
para pasar el tiempo.
Si
te digo la verdad, creo que los dos estamos agotados.
-¿Qué?,
¿nos vamos?
-Vamos.
(No se mueven)