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domingo, 9 de noviembre de 2014

Portugal lover II


Por fin llegó el día que había anhelado desde que era un crío. Año tras año les acompañaba, correteando entre las parras, ayudando aquí y allá. Hacía varios que trabajaba duro en la vendimia como uno más. Pero no era uno más, no del todo. Hoy, por fin, con los dieciocho cumplidos, estoy junto a ellos en el momento más importante. Soy, aunque sólo sea por unos minutos, el centro de atención. Mirando hacia el suelo comienza a sonar mi voz. Melódica, refinada, poderosa. Hasta los turistas, ansiosos por degustar las viandas, se olvidan y callan. Voy tomando confianza. Observo de reojo a mis compañeros y noto cómo asienten con orgullo. Elevo al fin la cabeza. Mi voz inunda la sala. Y entonces te veo. Veo cómo tus ojos me traspasan. Y se me olvidan todas las letras.

Seguir descubriendo rincones del bello país vecino. Aprovechar el día libre para subirse al coche, traspasar la frontera y llegar hasta Vila Viçosa*, a sesenta kilómetros de Badajoz. Pasear por la muralla del castillo y transportarme a otra época. Recorrer las rosadas calles pavimentadas del exquisito mármol local. Llegar hasta el Paço Ducal, sede de la Casa de Bragança que ocupa un importante lugar en la historia portuguesa. Hacer un descanso para saborear la ineludible bica de café acompañada de su correspondiente nata. Continuar hasta Borba al comprobar que están celebrando su Festa da Vinha e do Vinho. Dejarte seducir en una tienda de antigüedades. Escuchar los cantes de los vinateros y saborear junto a ellos vino y comida tradicional en una experiencia única, celebrando juntos el final de la vendimia. Rematar la jornada en el Retiro dos Amigos a unos cinco kilómetros de Elvas, con raciones tan enormes como ajustados sus precios. No es la primera vez. Ni será la última. Rodeados de españoles, familias extremeñas que cambian de país para comer en abundancia de cantidad y calidad. Volver a casa. De Portugal a España, del Alentejo a Extremadura. Hasta la próxima.




*Vila Viçosa es una pequeña población de unos nueve mil habitantes que pertenece a la red de villas medievales y que está emplazada en medio de rutas: la del mármol, la del vino, la de los sabores.

lunes, 18 de agosto de 2014

Portugal lover

Estatua de Vasco da Gama en Sines
Se situó junto a la estatua, oteando el horizonte en la misma dirección, hacia la raya donde el cielo se fundía con el mar, dos profundas tonalidades de azul encontrándose. Un día ella también navegaría por esos mares. No hallaría nuevas rutas, ni conquistaría otros pueblos, pero aprehendería en cada puerto lo que sus gentes, sus paisajes y sus culturas pudieran ofrecerle. Sería también, a su manera, una descubridora.
- Vamos, pequeña. Es hora de volver al hotel - su padre la alzó en brazos y la ayudó a bajar del pedestal.


El país vecino era una asignatura pendiente. No hay excusa al hecho de haber recorrido tres continentes y apenas conocer el territorio que dista poco más de ochenta kilómetros del lugar donde vives.
Total, que era uno de los (muchos) propósitos que me marqué para este año. Y lo estoy cumpliendo a la misma velocidad que me prendo irremediablemente de él y me pregunto por qué no lo hice antes.
Tras Coimbra, Évora, Porto, la fronteriza Elvas e incluso la espiritual Fátima, he aprovechado el puente del quince de agosto (también feriado en Portugal) para recorrer uno de los destinos que más me atraían de este país: el litoral del Alentejo. Desde la península de Troia a los acantilados que comienzan al sur del cabo de Sines una puede encontrar playas de todo tipo, sean inmensos arenales sin fin o escarpadas y secretas calas solo aptas para aventureros.

Una vez que entramos en la subregión del Alentejo litoral, la ruta comienza con una breve parada en Alcácer do Sal, donde paseamos por sus callejuelas y regresamos caminando al pie del río Sado, que discurre paralelo a esta bella población. Es agosto y el frescor del Atlántico no llega hasta aquí. Proseguimos hasta llegar a Comporta, donde pararemos para el primer baño en el frío océano. Tras unas cervecitas en la arena decidimos comenzar con la gastronomía local. Los dos restaurantes a pie de playa son prohibitivos, de modo que nos adentramos pocos metros más allá, en la pequeña población aledaña, eligiendo una de las muchas tasquitas cercanas para degustar el pescado frito alentejano.
Después continuamos recorrido. Subimos por la península de Troia parte de sus diecisiete kilómetros de blanca arena hasta una playa tranquilísima, casi demasiado para un quince de agosto. El agua aquí está ligeramente menos fría (solo ligeramente).
Subimos de nuevo al coche para llegar a destino, Grândola, donde haremos noche. La cena será exquisita, como todo lo que comamos en estos días. Polvo à brás, la conocida receta de bacalao portugués trocado por un suave pulpo, y pato a la brasa con salsa de frutos salvajes (de acuerdo, esto no era demasiado local, pero nos dimos el capricho).

En el segundo día nos disponemos a conocer más playas de estos cincuenta kilómetros de arena sin fin que van desde Troia hasta Sines. Tiramos de guías de viaje y acabamos pasando la mañana entre dos de ellas, la de Melides y la de Santo André, ambas flanqueadas por lagunas del mismo nombre donde los portugueses aprovechan para bañarse en aguas más templadas. Comemos al pie de esta última, una exquisita y gigante ración de caracoles y otra, también generosa, de anguilas fritas. Con la barriga llena nos vamos a dormir la siesta. Ni en vacaciones hay que perder las buenas costumbres.

Monumento a Grândola, Vila Morena


Al amanecer nuevamente decidimos conocer la ciudad que nos acoge, famosa por su sobrenombre Vila Morena en honor al tema musical compuesto por Zeca Afonso y que fue escogida como señal durante la Revolución de los Claveles. Digno de ver el monumento azulejado con la canción del pueblo a un lado y la declaración de los derechos humanos al otro. Y no hartos aún de playa, volvemos a montarnos en el coche para no perdernos la puesta de sol en el Atlántico. Llegamos justo a tiempo para acomodarnos en la arena y disfrutar de media hora de belleza y paz.

Puesta de sol en Praia da Galé

De vuelta a Grândola, un restaurante recomendado por nuestro anfitrión (que no necesariamente ha de ser siempre de fiar) bastante caro pero en el que, que le vamos a hacer, nos homenajeamos con una sapateira y unos frescos camaraos. 

Despunta un nuevo día en Portugal y nuestro viaje nos lleva ahora hacia el sur. Ya hemos paseado largamente por esas inacabables playas, y ahora el cuerpo nos pide algo más salvaje. El cabo de Sines marca la división natural entre un tipo de playa y otra. Pero primero visitamos Sines con sus preciosas callejuelas, su puerto pesquero, sus diversos homenajes a Vasco da Gama, y su pequeña playa del mismo nombre. Comemos en una tasquita cerca del puerto, espeto de sardinas (ya tocaban) y otro de carne de porco grelhada. Para variar, se nos olvida la abundancia de los platos portugueses y no llegamos al postre. Nos arrastramos a nuestra habitación con vistas a la playa a digerir la comida mientras el océano nos arrulla.
Por la tarde recorremos algunas de las playas que van desde Sines hasta Porto Covo, donde acabamos el día visitando su precioso centro histórico y cenando polvo à lagareira.

Polvo à lagareira


El último día amanece nublado. Aún así, paseo por la playa de despedida y en marcha para regresar atravesando el Alentejo interior y maravillándonos con los paisajes que nos ofrece. Un alto en la aldea de Santa Susana para contemplar sus bellos encalados engalanados de azul mar y tomar el penúltimo sorbo de intenso café junto a una rica queijada. Recomendable también un descanso en Montemor y otro en Arraiolos. Seguimos por Estremoz y Elvas, pero no hay tiempo para más paradas. El viaje se acaba. De momento.

Nos despedimos de esta tierra citando a su ilustre Pessoa.
"La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos".