Sobre las diez de la noche llevamos a nuestras gemelas, que tienen tres años, a la cama. Nunca han sido dormilonas, y como comparten habitación, hablan y juegan hasta quedarse dormidas de puro agotamiento. Uno de sus juegos preferidos es dibujar en sus pizarras. Ahora su favorita es la “Glo Doodle”. Se trata de un dispositivo con el que pueden dibujar tanto con un stick como con los dedos. En su interior tiene un juego de luces de colores que da un aspecto fluorescente al resultado. Cada noche en un ritual que me impide cenar decentemente, llaman a sus mapis (concepto por ellas inventado, aglutinador de mamá y/o papá ) con cualquier excusa: tengo frio, sed, pipí… necesidades, que por otro lado, desaparecen cuando aparecemos, y que enmascaran la necesidad que para ellas tiene nuestra presencia.
Ayer, me llamaron para pedir agua, después de cerrar las botellas de agua mineral, y dispuesto a irme, Julia me dijo que me esperase porque me iba a hacer un dibujo. Trazó una forma ovalada, y a continuación, pintó dentro cuatro rayas perpendiculares y me dijo que era un pez payaso. En el extremo comenzó a pintar dos ojos, la nariz y la boca. Como cualquier padre que se precie, me deshice en alabanzas: qué dibujo más bonito, cómo me gusta, estás hecha una campeona… Pero la sorpresa estaba aún por venir. Continuo pintando ojos, narices y bocas dentro del dibujo… y cuando, estúpido adulto de mi, iba a decirle que ya bastaba con una cara, me contó que estaba pintando a Nemo, a su papá y a su mama.
Y creo que entonces lo comprendí y no corregí su modo de dibujar a la familia de peces con una apariencia de un solo cuerpo. En espacio reducido del pizarrín, estaba pintando su concepto de aquella familia de dibujos animados: lo que les igualaba era su cuerpo rechoncho de rayas horizontales, y lo que daba singularidad a cada uno de los personajes era su cara. Me vino a la cabeza el cubismo y la «perspectiva múltiple» donde pueden representarse todas las partes de un objeto, o de varios, en un mismo plano. Me alegré de no haber dicho nada: ¿por qué iba a ser “incorrecto” el dibujo?, ¿qué era más complejo: mi sosa simplificación, o su dibujo? ¿por qué para expresarse dibujando no iba a ser posible pintarlos de aquella manera? ¿para qué reprimir ese torrencial de creatividad?
En muchas ocasiones se comparan las pinturas de Picaso o de Miró a los dibujos infantiles… “eso lo pinta un niño de tres años…” pues claro que sí, porque quizás ellos no perdieron la capacidad de enfrentarse al lienzo con la libertad de un niño de esa edad.
En fin, hay que aprender a desaprender lo aprendido como machaconamente nos repetían en la bola de cristal.
No quiero decir ni mucho menos que mi hija de tres años llegase por si sola al cubismo. Aunque sería fácilmente comprensible para todos vosotros que considere a mis hijas las más listas y más guapas del mundo. Lo que creo es que en la mente de los niños, se concentra un potencial grandioso. Su aparente ingenuidad está llena de sabiduría y libre de ataduras. Su relación con el dibujo es tan natural como la imaginación. Yo ya no sé dibujar tan bien como ellas.
Desde la otra cama, Patricia, también reclamaba mi atención, con su dibujo de un monstruo maravilloso. Al principio tenía dos brazos, pero como estaba vivo y en continua mutación, pasó a tener cuatro, pelos en la barba y finalmente el pelo rizado como Anabel. ¡estaba presenciando una performance!