El 19 de agosto de 2.009 me convertí, de forma involuntaria, en "Supermami". Como a casi todos los superhéroes, mi conversión me pilló de imprevisto. La causa última de mi mutación no fueron los rayos gamma, ni una araña siniestra, fue... el puñetero parque de MacDonald. No os finjáis sorprendidos, podía haberle pasado a cualquiera.
Era la primera vez que íbamos a cenar al MacDonald con Julia y Patricia (aunque una vez antes fuimos a comprar algo desde el coche, pero no es lo mismo). Supongo que todos son parecidos. Por si me equivoco, os comento que tienen una zona con un parque lleno de tubos enormes que hacen las veces de toboganes y permiten a los pequeños subir y bajar, también cuentan con una piscina de bolas de esas que enloquecen a los niños.
Mientras el padre de las criaturas fue a pedir la comida, yo las acompañé a esa parte del local, que se encuentra separado del resto. Había dos niños más jugando dentro de los toboganes y plataformas. Una de las niñas invitó a las mías a que fueran con ella. Julia entró, pero no acabó de convencerle el asunto y dio marcha atrás inmediatamente. Patricia parecía conforme y siguió a la niña. No sé cómo, pero acabaron subidas a lo más alto de los tubos de colores , desde donde salía un tobogán. Por allí se deslizó la pedazo de delincuente infantil (es broma), dejando atrás a Patricia.
Cuando Patricia se vio sola en semejante tesitura gritó y se echó a llorar, con un ataque de nervios tremendo. El padre de la otra niña confiaba en que su hija conseguiría bajar a la mía, pero ni la niña tenía esa capacidad, ni la mía se iba a dejar ayudar por nadie. Entonces tomé la iniciativa, me quité las sandalias y escalé por aquellos tubos del demonio, con una sensación de claustrofobia oprimiéndome el pecho. Para disimular, comencé a hablar en alto tranquilizándola y confiando en que a Julia no le diera por seguir mis pasos, porque entonces no iba a saber como bajar. Ella gritaba, yo la llamaba, le decía que ya iba en su busca, que no pasaba nada (mientras me acordaba de toda la familia del tío que inventó estos parques, especialmente del padre al que nunca conoció). Acabé subida en una plataforma rodeada de tubos, en lo más alto del local, donde estaba mi escaladora favorita con los ojos rojos de llorar, pero algo más tranquila después de verme.
Comenzó entonces la segunda parte: había que tirarse por el tobogán....¡joder con el tobogán!. Me coloqué a la niña entre las piernas, y confié en llegar abajo lo antes posible. Pero no sé si fue el sudor, el tamaño del equipo de rescate o qué. Yo no me deslizaba ni por casualidad, la falda se me subía a gañote , molestaba a la niña, me impedía bajar. Un auténtico horror. Bajé como buenamente pude, mientras mostraba la más falsa de mis sonrisas a Patricia.
Cuando llegamos abajo, el padre de la otra niña,se había dado a la fuga, y mi marido, recien llegado, me miraba asombrado, a punto de echarse a reír, imaginándose lo que había pasado. Yo me sentía ridícula, hasta que me dí cuenta de que Patricia me cogía la mano con fuerza y decía "Yo tenía miedo, yo tenía miedo y mamá me bajó", mientras me miraba con esos ojos de agradecimiento brillosos que le colocan a Superman en las pelis. Nos fuimos a sentar, y no me soltaba la mano, así que le dije que fuera con su hermana que había encontrado un caminito más fácil para jugar. Ni que decir tiene que se pasó lo que quedaba de noche cerca mía , con rostro de admiración, repitiendo una y otra vez "Yo tenía miedo en el tobogán grande y mamá me bajó" haciendo que me sintiera una recién reclutada en el olimpo de los superhéroes. Lo que está muy bien para alguien que tiene complejo de Dr. No (no te subas, no te metas ahí, no se coge eso...).
De hecho a día de hoy todavía me mira con sus ojazos marrones muy abiertos y dice: "Yo tenía miedo en el tobogán grande, y mamá me salvó". Si leéis con atención veréis que he pasado de bajarla a a salvarla, con lo que mi fama de supermadre va en aumento, y hasta la propia Julia se apunta la anécdota, aunque a ella no le pasó nada.
Amigos, ya sabéis, si me necesitáis silbad, sabéis como hacerlo, ¿no? Sólo tenéis que juntar los labios y soplar. ¡Ja,ja,ja¡. Mientras tanto, voy a continuar disfrutando de esta efímera fama.
Era la primera vez que íbamos a cenar al MacDonald con Julia y Patricia (aunque una vez antes fuimos a comprar algo desde el coche, pero no es lo mismo). Supongo que todos son parecidos. Por si me equivoco, os comento que tienen una zona con un parque lleno de tubos enormes que hacen las veces de toboganes y permiten a los pequeños subir y bajar, también cuentan con una piscina de bolas de esas que enloquecen a los niños.
Mientras el padre de las criaturas fue a pedir la comida, yo las acompañé a esa parte del local, que se encuentra separado del resto. Había dos niños más jugando dentro de los toboganes y plataformas. Una de las niñas invitó a las mías a que fueran con ella. Julia entró, pero no acabó de convencerle el asunto y dio marcha atrás inmediatamente. Patricia parecía conforme y siguió a la niña. No sé cómo, pero acabaron subidas a lo más alto de los tubos de colores , desde donde salía un tobogán. Por allí se deslizó la pedazo de delincuente infantil (es broma), dejando atrás a Patricia.
Cuando Patricia se vio sola en semejante tesitura gritó y se echó a llorar, con un ataque de nervios tremendo. El padre de la otra niña confiaba en que su hija conseguiría bajar a la mía, pero ni la niña tenía esa capacidad, ni la mía se iba a dejar ayudar por nadie. Entonces tomé la iniciativa, me quité las sandalias y escalé por aquellos tubos del demonio, con una sensación de claustrofobia oprimiéndome el pecho. Para disimular, comencé a hablar en alto tranquilizándola y confiando en que a Julia no le diera por seguir mis pasos, porque entonces no iba a saber como bajar. Ella gritaba, yo la llamaba, le decía que ya iba en su busca, que no pasaba nada (mientras me acordaba de toda la familia del tío que inventó estos parques, especialmente del padre al que nunca conoció). Acabé subida en una plataforma rodeada de tubos, en lo más alto del local, donde estaba mi escaladora favorita con los ojos rojos de llorar, pero algo más tranquila después de verme.
Comenzó entonces la segunda parte: había que tirarse por el tobogán....¡joder con el tobogán!. Me coloqué a la niña entre las piernas, y confié en llegar abajo lo antes posible. Pero no sé si fue el sudor, el tamaño del equipo de rescate o qué. Yo no me deslizaba ni por casualidad, la falda se me subía a gañote , molestaba a la niña, me impedía bajar. Un auténtico horror. Bajé como buenamente pude, mientras mostraba la más falsa de mis sonrisas a Patricia.
Cuando llegamos abajo, el padre de la otra niña,se había dado a la fuga, y mi marido, recien llegado, me miraba asombrado, a punto de echarse a reír, imaginándose lo que había pasado. Yo me sentía ridícula, hasta que me dí cuenta de que Patricia me cogía la mano con fuerza y decía "Yo tenía miedo, yo tenía miedo y mamá me bajó", mientras me miraba con esos ojos de agradecimiento brillosos que le colocan a Superman en las pelis. Nos fuimos a sentar, y no me soltaba la mano, así que le dije que fuera con su hermana que había encontrado un caminito más fácil para jugar. Ni que decir tiene que se pasó lo que quedaba de noche cerca mía , con rostro de admiración, repitiendo una y otra vez "Yo tenía miedo en el tobogán grande y mamá me bajó" haciendo que me sintiera una recién reclutada en el olimpo de los superhéroes. Lo que está muy bien para alguien que tiene complejo de Dr. No (no te subas, no te metas ahí, no se coge eso...).
De hecho a día de hoy todavía me mira con sus ojazos marrones muy abiertos y dice: "Yo tenía miedo en el tobogán grande, y mamá me salvó". Si leéis con atención veréis que he pasado de bajarla a a salvarla, con lo que mi fama de supermadre va en aumento, y hasta la propia Julia se apunta la anécdota, aunque a ella no le pasó nada.
Amigos, ya sabéis, si me necesitáis silbad, sabéis como hacerlo, ¿no? Sólo tenéis que juntar los labios y soplar. ¡Ja,ja,ja¡. Mientras tanto, voy a continuar disfrutando de esta efímera fama.