Inmediatamente después de terminar el visionado de Utopía, el excelente documental de Lucho Iglesias y Álex Ruiz que nos muestra que otro estilo de vida es posible, a uno le entran ganas de no despertar de ese sueño; de ponerse a la acción –que ojalá fuese coincidente con muchas más personas- y de sentirse vivo, de verdad.
domingo, 26 de abril de 2015
En busca de la utopía
Inmediatamente después de terminar el visionado de Utopía, el excelente documental de Lucho Iglesias y Álex Ruiz que nos muestra que otro estilo de vida es posible, a uno le entran ganas de no despertar de ese sueño; de ponerse a la acción –que ojalá fuese coincidente con muchas más personas- y de sentirse vivo, de verdad.
viernes, 17 de febrero de 2012
El respeto
Hacía bastante tiempo que no me sentía como un "urbanita". Ha sido hoy, aunque podría haber ocurrido cualquier otro día, saboreando tranquilamente un café en un bar de esos denominados de pueblo. Por suerte, todavía se conservan lo que yo denomino esencias de nuestra cultura; raíces tan profundas como nuestra propia vida.
miércoles, 9 de marzo de 2011
Viaje y lista de bodas a la carta
martes, 18 de enero de 2011
Perder el tiempo, sin hacer nada
martes, 7 de diciembre de 2010
Plebeyos en la corte
viernes, 27 de agosto de 2010
Happy Hour: La hora feliz
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jueves, 13 de mayo de 2010
La perra gorda
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Por José Manuel Beltrán
lunes, 19 de abril de 2010
Paleto de ciudad
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martes, 13 de abril de 2010
Martes y trece
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lunes, 15 de febrero de 2010
Tú si que eres tonto y no la caja
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Por José Manuel Beltrán
Fijó su mirada de forma más detenida en el paisaje que le circundaba. A las faldas de la montaña ya se podía observar como una pequeña manada de lobos buscaba el alimento necesario que les hiciese más fácil la subsistencia del crudo invierno. Todavía estaban lejanos los momentos en que disfrutaría, junto con el resto de la familia y en la casa de la playa, de otro maravilloso VERANO AZUL. Sin lugar a dudas él prefería la mayor belleza de, lo que otros denominaban, la soledad del HOMBRE Y LA TIERRA. Era un apasionado de la naturaleza y su disfrute, es verdad que algunas veces AL FILO DE LO IMPOSIBLE, pero siempre lo encontraba en la montaña.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
La gula.... del Norte
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Por José Manuel Beltrán
No me atrevo yo, aunque algunos de los más cercanos a mí dicen que en parte soy un experto, a hablar de forma directa de los Pecados Capitales. En primer lugar porque eso de los “pecados” es algo que queda en la subjetividad. Lo que para mí puede no serlo, para ti seguro que lo es, y así sucesivamente. Nos enseñaron, ya de pequeñitos, que eran tan solo siete. Yo, la verdad, creo que son mucho más de siete las distintas incongruencias que demostramos a lo largo de nuestra existencia, algunas sobre nosotros mismos y, lo más grave, las que demostramos a los ajenos.
Las fechas próximas, cargadas de tradición a veces exasperante, nos incitan a la degustación e ingesta de tal cantidad de alimentos que hace inevitable, pasadas las celebraciones, tomar número para aceptar la sugerencia de participación en el gimnasio de turno. Entremeses, sopa, carne y pescado, postre y buenos caldos –por supuesto aperitivo, blanco, tinto- y terminaremos con cava, sidra para los más melindrosos, para a continuación dar rienda suelta a eso que llaman “copas”, que vete tú a saber como se llama lo anterior.
Lejos han quedado las vacaciones, en esas en que puestos a no dar demasiado dispendio de nuestros ahorros, buscamos y rebuscamos los mejores menús del día a los precios más económicos. En casa, de forma habitual, disfrutaremos muy a menudo de una buena tortilla de patatas, sándwiches variados, ensaladitas y platitos “de cuchara”, de los también tradicionales pero más caseros. Algunas veces, sea por las prisas o porque no son fechas de tradición, las latas de conservas –haciendo honor a su nombre- realizan perfectamente su función.
Por tanto da lo mismo que nos encontremos al Oeste, Sur, Este o en el Norte. Pecaremos, seguro. Yo lo haré, aunque mi problema mayor será convencerme a mí mismo que después de unas buenas gulas del Norte me tendré que comer el jodido polvorón.
Salud, ciudadanos.
jueves, 3 de diciembre de 2009
Gutiérrez sin título
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Por José Manuel Beltrán
Andrés se encontraba tranquilamente leyendo el periódico cuando el sonido del teléfono vino a distorsionar su atención sobre el artículo insertado en la página nueve. Lo hacía en una postura de sosiego, acomodado siempre en el mismo lugar del sofá y, por supuesto, acompañado de una lata de cerveza. Había llegado a casa, después de una dura jornada de trabajo, y tras desvestirse y vestirse de nuevo con ropa más cómoda se sentía preparado para buscar el solaz descanso.
No le dio tiempo a coger el teléfono, tampoco es que le apeteciese mucho, pues su mujer se adelantó. La comodidad de contar con un aparato inalámbrico tenía la desventaja de no saber con quién hablaba su mujer y, por supuesto, del tema que estaban tratando ya que ella, al ver el número indicado en el visor, desapareció del salón. La verdad es que Andrés tampoco se inmutó.
Tiempo harto suficiente después, María entró en el salón para, dirigiéndose a Andrés, decirle:
- Cariño, mamá no se encuentra bien así que, si no te parece mal, este puente voy a visitarla. No te preocupes, me llevo a Ricardo – a la sazón hijo de ambos- y como hoy he comprado tienes suficientes ingredientes en la nevera. Eso sí, por favor, no me dio tiempo a poner la colada. Hazlo tú, por favor.
- En serio no quieres que te acompañe, le respondió Andrés, sin desviar la vista del periódico.
- No, no es necesario. Cogemos el tren y así tú descansas.
No se habló más. A la mañana siguiente Andrés les acercó a la estación y esperó, como mucha gente hace, a que la silueta de su esposa e hijo desapareciese de los ventanales del vagón que ocupaban. Compró la prensa y regresó a casa.
El periódico era más abultado de lo normal pues, además, se incluía en él la clásica revista de fin de semana. Se lo pensó dos veces pero al final tomó una nueva cerveza, aún cuando la hora no era del todo la más apropiada, y comenzó la lectura del mismo esta vez sabedor que se encontraba solo.
¡Joder, son ya las tres!, exclamó Andrés sobresaltándose. Abrió la nevera y confirmó sus temores. El paquete de espinacas seguía allí, arrinconado en el congelador, pues había olvidado sacarlo para acompañamiento del filete. Leyó las instrucciones del mismo sin que pudiese entender mucho de lo que, en español, allí decía. Lo más entendible era: “Hacer al vapor en 5 minutos”. Al vapor, al vapor, se repetía Andrés. Esto debe ser lo del “baño maría”. Bueno si son cinco minutos, mientras preparo el filete. La conversación consigo mismo que ya iba manteniendo se iba a ampliar en un momento. Asió la sartén, la primera que encontró, y roció un chorro de aceite. Se quedó en la duda de si había echado mucho o poco pero tampoco le dio mucha importancia. Ahora bien, cuando en la placa de la cocina encontró cuatro redondeles pintados, se preguntó: ¿En cuál pongo la sartén?. Echó un vistazo a los mandos. Los puso en marcha, uno a uno, para interesarse por si se encendía el mismo sobre el que descansaba la sartén. Al final lo logró y, directamente, echó el filete. Tuvo que retirar rápidamente la mano pues el salpicado del aceite hizo mella en su piel.
El contenido del paquete de espinacas, al estilo “baño maría” de Andrés seguía en el mismo estado original, es decir helado. Andrés decidió dejarlas a un lado y suponer que para la noche ya se habrían deshelado. Echó un vistazo al filete y, sorprendido, observó como la sartén se había deformado drásticamente sin saber por qué. La retiró, junto con el filete, y se acordó que en la última Feria de Muestras, María le dijo algo de comprar unas sartenes de inducción. La verdad es que ya era tarde. El postre no tuvo mayor dificultad. Cogió el primer flan envasado y lo disfrutó como un niño a la vez que mordisqueaba un trozo de la barra de pan que también continuaba congelado pues lo había sacado del mismo compartimento que las espinacas.
No quiso enfadarse consigo mismo así que colocó, casi hasta rebosar, el café en la cafetera depositándola sobre el fuego. Encendió un cigarro y esperó tranquilamente a disfrutar del olor que anunciaba que el café estaba listo. No fue así, sino todo lo contrario. El olor era de algo que se quemaba. ¡Dios, no he puesto el agua!.
Tras la siesta y antes de salir a dar un paseo se acordó de la solicitud de María. ¡La colada!. Separó la ropa por colores, se fijó en las etiquetas de las mismas, todas ellas con muchos signos pero solo reconociendo uno en el que se dibujaba una plancha cruzada con un aspa. Intentó hacer montones en el que las etiquetas se asemejasen lo máximo posible e introdujo uno de ellos en la lavadora. Cerró la puerta y su vista se centró en el frontal del aparato. Tres botones iguales, otro botón mayor que los otros, todos ellos con unos signos en su parte superior que nada le decían. Al lado, dos ruedecitas. Sobre una de ellas aparecían unos números que creía entender serían las temperaturas. Sobre la otra tal cantidad de letras que casi se podía completar el abecedario. ¿Y esto cómo funciona?, se preguntó. Pulsó los botones sin orden o criterio alguno así como una de las ruedecitas. ¡Coño, sale agua, esto va bien!. Sin embargo la ropa no se movía. Un nuevo sobresalto le vino a la cabeza. ¡El detergente, no he echado el detergente!. Abrió la puerta de la lavadora y es así como buena parte del agua rebosó hasta mojar sus pies y, por supuesto, todo el suelo. Se armó de paciencia y lo recogió todo, eso sí, desistiendo de volver a empezar.
Al volver al salón observó como en una esquina María había dejado, sobre la tabla de la plancha, la ropa recogida del tendal. Tomó la plancha con su mano, miró los signos del único botón que ésta contenía y, tras proferir otro improperio, desistió de ella dejándola en el mismo sitio.
El malestar de la madre de María, por suerte, no revestía de especial gravedad. Eran las siete de la tarde del domingo y el partido televisado estaba a punto de empezar pero Andrés, a esa hora, se encontraba en la estación para recoger a María y Ricardo a su regreso a casa. Ya en el coche, a María le extrañó mucho la pregunta que le hizo Andrés a su hijo.
- Ricardo hijo, aparte de Matemáticas y todo eso, ¿Qué otras cosas os enseñan en el colegio?.
- No te entiendo papá, ¿a qué te refieres?
- Pues no sé hijo. Si existen otras materias que sean más provechosas, que no digo yo que esas no lo sean. Por ejemplo, de la naturaleza, de la vida…..
- Andrés, ¿te pasa algo?, yo tampoco entiendo tu pregunta que ya, por interesarte en las materias de tu hijo, es novedoso.
- Pues hijo, intervino de nuevo Andrés, que si por ejemplo te enseñan a cocinar, a poner una lavadora, a planchar. No sé, cosas útiles.
- Pues no papá eso no me lo enseñan en el colegio, pero yo si sé hacerlo porque mamá me está enseñando y a mí me gusta aprenderlo.
- Gracias, hijo. Ya estoy seguro que, de mayor, serás un hombre de provecho. Cuando quieras yo también te enseño cómo funciona el mando de la tele.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
El porrón, la bota y el botijo
No quiero yo quitar ningún mérito a otra serie de inventos extranjeros, la verdad es que no se lo quitaría a ninguno excepto a los que, por su mala utilización, han causado grandes desastres y tragedias. Pero claro, no tienen la culpa quiénes inventaron la pólvora o la bomba atómica –aunque más vale decir que la descubrieron- sino quienes por su manipulación en contra de otros han degradado el “invento” a la categoría de deleznable y peligrosa.
Aquí con un grado más picaresco, al estilo de Góngora y Quevedo, sabemos sacar más partido popular de nuestros inventos y, sobre todo, si éstos nos ayudan a saciar nuestra sed después de una buena ingesta de alimentos o de cualquier otro sobreesfuerzo, sea realizado éste con agrado o no.
El protocolo, entre otras cosas, regula que una mesa bien colocada debe contener una copa específica para el aperitivo; otra para el agua; diferentes según sea vino blanco o tinto; champagne o cava y, por supuesto, la de los licores. Pero en Minglanilla de Abajo - nombre de pueblo totalmente inventado en este momento y que, como ejemplo que es, no pienso recurrir al atlas para saber si existe o no – con los mismos suculentos manjares que los servidos en la mesa protocolaria ¿o quizá más?, los cuencos para absorber líquidos se reducen al porrón, la bota y el botijo. ¡Bueno también es cierto que para los más torpes en su utilización, se ha colocado unos simples vasos de duralex!.
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Una tripa de cuero, curtido y ensamblado de tan elegante forma, da paso por medio de una agradable y hasta erótica presión, al líquido elemento que fluye delicada y rítmicamente haciendo que nuestras papilas gustativas despierten de inmediato. Cerrada herméticamente es transportable sobre el hombro a la vez que irrompible y con gran capacidad de regeneración. Su nombre es la bota, parecida a una “b” minúscula como la ahora representada.
Como somos un pueblo amante de las letras, la réplica hacia la bota la efectuamos desvirtuando ligeramente el gráfico de la “v” y así es como engordando su forma gráfica, gracias al artístico soplido que se formula sobre el cristal, conseguimos otra maravilla de arte que no es otra, que el porrón. Nos permite, como regla básica para tomar el vino, escanciar el líquido para que “rompa” contra sus paredes y haga despertar su olor y sabor. Y, tras una ligera inclinación y a una sola mano, desde la tierra elevaremos el mismo para conseguir un maravilloso efecto: sentir el deleite de su contenido con la mirada siempre puesta al cielo. ¡Que mayor homenaje a la sensibilidad y la naturaleza!.
Unos le consideran el hermano menor de la familia, más torpón, pesado y, generalmente, transmisor de una sola variedad de líquido sin sabor. Su figura geométrica se asimila más a un “8”, que
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Botijo, porrón y bota, todos ellos, tienen en común otra norma muy alejada del protocolo pero que les realza en solidaridad. El mismo de cada uno de estos sublimes elementos puede ser utilizado por muchas personas a la vez, bebiendo del mismo líquido, pero sin compartir babas con los demás. Lógicamente se ha de efectuar un mínimo aprendizaje al estar totalmente prohibido tomar contacto de la boca con el orificio por dónde fluye el líquido. Pero esto, es cuestión de costumbre. Y es así que, fuera de protocolo, yo reitero mi afirmación del principio: En este país somos, en muchas ocasiones, sencillamente geniales. Salud, ciudadanos.
viernes, 16 de octubre de 2009
Risas forzadas
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Por José Manuel Beltrán
La risa, como pura reacción biológica del ser –que no solo humano, pues el resto de los animales también la realizan- es una expresión que nos denota alegría ante diversas situaciones, normalmente de humor. Además, esto está al parecer más que demostrado, conlleva efectos positivos para nuestra salud.
Existen otras expresiones no tan radicales como la risa, que por cierto también puede catalogarse acorde a su intensidad, y esa puede ser la sonrisa. Es una reacción más leve que la anterior y, en ocasiones, hasta silenciosa. De ésta muchos desconfían pues a lo que usualmente identificamos de satisfacción, alegría y humor otros, ante la falta de ruido se pueden tomar ese tipo de sonrisa como de sátira; incomodidad o hipocresía.
Lo habitual es que sea alguien o algo lo que te produzca la risa. ¡Vamos, que la gente no va por ahí riéndose porque sí!. Algunos, consecuencia de su mayor gracia, provocan esa risa también de forma natural; otros, tardan más en calentar el ambiente y son ellos los provocadores no por la situación que hayan generado –por regla general no graciosa- sino porque antes de que inicies tú la carcajada son ellos los primeros en efectuarla. Es como si te estuviesen diciendo ¡venga ríete!.
Y aquí es dónde yo quería llegar. Me gusta reírme de forma natural, supongo que a vosotros también, y ser yo quién decida si lo que se dice o se hace me resulta gracioso o no. Es por ello por lo que, recuerdo, determinadas series de televisión –de esas que llevan tantas y tantas temporadas en antena- y, la mayor parte procedentes del mercado estadounidense, en las que la risa se encuentra “enlatada”. Cualquier tipo de comentario, que si tuviese un cronómetro me atrevería a decir que es “risa secuencial”, viene acompañada de unas carcajadas que si uno las escucha bien parecen ser siempre las mismas. Así que, el productor o quién corresponda, decide salvar los papeles de los guionistas ante tan mal guión y lo “arregla” con la risa enlatada pues en el momento de la grabación –no como ocurría antes- no existía público en directo en el plató.
La cuestión viene de antaño cuando, ni siquiera, existía la televisión. Allá por 1.932, un cómico cuyo nombre era Eddie Candor, tenía un programa de radio con público invitado al que se le exigía estar en silencio. Dicen que un día hizo su programa con el sombrero de su mujer y el público no pudo contener las risas que se emitieron en antena. El productor comprobó que de esta forma el programa había subido de audiencia y es así como este hecho se repitió a partir de ese momento.
Si observamos la, para algunos porque yo no la soporto, popular serie Friends nos daremos cuenta del atropello de risas enlatadas sobre situaciones que no tienen gracia ninguna y claro aquí, en este país que no necesita que nos den lecciones de risa, viene Aída y también se incorpora –por suerte no con tanta frecuencia-.
Así que, ciudadanos, yo prefiero vuestra risa natural y las latas, que ya ni para eso, para el tomate frito. Nada más por hoy salvo: Salud, ciudadanos.
domingo, 13 de septiembre de 2009
Lección magistral
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He tenido algunos problemas para la subida del video asi que, por favor, visualizarlo por medio de este enlace y cuando acabe el primer video continuar con el segundo. Mis disculpas.
lunes, 31 de agosto de 2009
Hoy ¡por fin se acaba Agosto!
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El calendario, como la edad, es inexorable. Aún cuando en el transcurso de nuestras eras algunas civilizaciones hayan adoptado calendarios diferentes, todos han logrado coincidir en algo –que yo aquí reseño como sentencia, pero que no tiene ningún mérito por ser perfectamente conocido- y es que, el día 31, es el último del mes de agosto.
La entrada en el noveno mes de año tiene unas connotaciones muy especiales, en lo que a España se refiere. El pistoletazo de salida lo ha dado, el denominado por la ETB en su programa de humor, el real y permanente hombre negro. Un personaje que, junto a su familia, pasa todos los años sus vacaciones de agosto en Palma de Mallorca practicando el popular y barato deporte de la vela –de ahí el bronceado- y que, en invierno, su bronceado se resalta tras el disfrute de las pistas de esquí. A deshoras –el resto de los meses del año- el moreno, aún cuando de menor intensidad, se conserva en populares cacerías por el monte, más bien allá de nuestras fronteras, o viajes oficiosos –que nosotros llamamos privados- en lugares más o menos paradisíacos.
Los ciudadanos de sangre azul ¡ bueno, menos una ¡ en un buen número regresan a casa para adentrarse en el profundo mundo de los trastornos y síndromes. El mayor de ellos, aunque el de menor importancia pues millones de parados no llegarán a sentirlo, es el denominado síndrome “postvacacional”. Es como una gripe- espero que no la A- que dura del orden de una semana. Después, o más bien casi de inmediato, comienzan los trastornos por localizar todos los libros de texto de nuestros hijos; adquirir la nueva mochila ¡que no sé yo por qué hay que cambiarla todos los años!; organizar los uniformes; decidir si le apuntamos a Educación para la Ciudadanía; regar las plantas que, sedientas de sed, nos esperan después de un mes tan caluroso; volver a dar la lata al médico pues hace un mes que no le vemos; inscribirnos en las clases de inglés, el gimnasio, el tai-chi, o el curso de la dieta del cucurucho que, cualquiera de todos ellos, no lograremos acabar.
Los profesores, tras su mes de vacaciones ¿ o son varios, que no me acuerdo ¿, tendrán otros doce o quince días para preparar la materia para el próximo curso ¡ sí, hay que prepararla, aunque sea la misma del año pasado ¡. Los médicos titulares regresarán a sus consultas y hospitales; los jueces a sus despachos –pues ya se sabe que en agosto se interrumpe en gran manera los trámites ante los juzgados-; los “futboleros” sólo se preocuparán de contratar el nuevo canal Gol TV o el del “plus” pues, este año, tenemos la liga de las grandes estrellas. Nuestros abuelos, algunos, tendrán suerte y sus familiares se acordarán de ellos para rescatarlos de esa residencia en la que quedaron ubicados durante ese mes de agosto, regresarán a casa.
El Gobierno, este año sin remodelación ministerial pues en agosto tradicionalmente se practicaba este deporte, regresará con bríos nuevos para gobernar con medidas innovadoras ante la crisis: Que te subo los impuestos directos, que no te doy este año los 400 euros, que esto ya va mejor y queda muy poquito para salir del agujero, etc., etc… Los de la oposición, que yo denomino los opuestos porque son los que están al otro lado del hemiciclo ¡pero nada más!, seguirán diciendo que lo de Gurtel no es cosa suya, que esto sigue siendo una dictadura y que siguen espiados; que tienen los nombres pero que les de vergüenza decirlos, demás tonterías y etc., etc…
Hoy, ¡ por fin se acaba agosto ¡. El paseo marítimo, así como el resto de mi ciudad –Marbella- ha quedado libre de invasores que regresan a sus castillos ubicados en las urbes alejadas de la calidad de vida que por aquí disfrutamos. Y todo esto será así, una de dos, hasta que modifiquemos el calendario (cosa improbable) o, adecuemos nuestras vacaciones; trabajos; estudios y resto de obligaciones a todos los meses del año. Eso se llama conciliación horaria, no sólo en el ámbito laboral, sino a mayores niveles.
Hoy ciudadanos, día 31, ¡ por fin se acaba agosto ¡, pero no por eso voy a dejar –pues algunos la van a necesitar mucho más- de desearos lo de siempre: Salud
domingo, 30 de agosto de 2009
Facebook y chorradas varias
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miércoles, 26 de agosto de 2009
No estamos locos, sabemos lo que queremos
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De un tiempo a esta parte, y espero que no dure mucho pues eso significará que el objetivo ha sido cumplido, un número de ciudadanos de todas las edades se reúnen los penúltimos viernes de cada mes para reivindicar el uso y disfrute del espacio urbano de una forma diferente. Para promocionarse, no solo en Marbella sino en otros muchos puntos de España tales como Valencia, Santiago de Compostela, Mallorca, Alicante, Granada, y así hasta un total de diecisiete localidades de nuestra piel de toro han adoptado una denominación común: Masa crítica.
Los ciudadanos en cuestión, debidamente equipados, organizados y con todas las medidas de seguridad por su parte, hacen un uso plácido de un elemento tan simple como útil: la bicicleta. Pero esas mismas medidas de seguridad no se dan en cada una de las ciudades reseñadas, ni por supuesto en Marbella, por la inexistencia en todo el territorio urbano de un carril bici, debidamente señalizado para su uso. Son muchos los turistas, nacionales y extranjeros, que nos visitan. Evidentemente, por pura cuestión geográfica, un buen número proceden de países más al norte que el nuestro. Es allí, en Inglaterra, Irlanda, Alemania, Holanda, Dinamarca, Noruega, Suiza y tantos otros, donde la cultura del disfrute de la bicicleta en un entorno urbano se encuentra más arraigada. El respeto hacia los usuarios es total y éstos, a su vez, respetan en su recorrido el espacio habilitado, es decir, el carril bici.
Si yo tuviera responsabilidades en este ámbito no dudaría ni un instante en ejecutar, con carácter urgente, estas instalaciones y no a título casi decorativo, como la que se anuncia instalar en San Pedro Alcántara. No lo dudaría, al igual que eliminaría totalmente los impedimentos de viabilidad que padecen las personas con determinada discapacidad, pues repercutiría en la salud y la calidad de vida de mis conciudadanos, sean usuarios de la bicicleta o no. También repercutiría en nuestra imagen turística, realzando nuestra hospitalidad, modernidad, tolerancia y daría más consistencia al eslogan: Ciudad Europea del Deporte.
Históricamente somos un país de excelentes ciclistas, protagonistas de grandes hazañas deportivas, pero esto no sirve de casi nada no por el hecho que su reflejo influya notablemente en la cantera, sino porque el uso de la bicicleta –desde niños- se enmarca en el juego esporádico, no en lo habitual. Nuestro querido Manolo Santana, gracias a sus gestas, popularizó la práctica habitual del tenis. Otrora lo han hecho otros grandes deportistas, ¡las gestas, claro! porque ni Perico Delgado, ni Miguel Induraín, ni ahora Alberto Contador, con sus hazañas, han conseguido convencer a nuestros dirigentes que una práctica normalizada de la bicicleta, dentro del casco urbano, es recomendable para todos y qué decir si este planteamiento se lo hacemos a los médicos.
Así que, cuando los penúltimos viernes de cada mes, vean salir desde la Plaza del Mar de Marbella recorriendo toda la ciudad –al igual que en otros puntos de España- a los ciudadanos componentes de la Masa crítica, por favor muéstrenles su apoyo. Yo por mi parte, se lo dedico con la letra de Antonio Carmona “Ketama” y es por eso por lo que les canto: No estamos locos, que sabemos lo que queremos……
lunes, 27 de julio de 2009
Temperatura hormonal
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Los metereólogos y todos los medios de comunicación lo vienen, anunciando unos y relatando otros, desde hace ya mucho tiempo. Aún cuando el Sr. Aznar se empeñe en defender las teorías contrarias o, por ser más suave, poner en duda que el efecto del cambio climático de nuestro planeta es real, lo que no cabe duda es que para buena parte del resto de los humanos más racionales las olas de calor, que actualmente sufrimos en parte de nuestro continente, son más iracundas que las anteriormente sufridas. Nos estamos, entre todos, cargando nuestro ecosistema de forma tal que un pajarillo hambriento devora la comida que su congénere deposita en su nido.
Ante tal “alerta amarilla” –que no quiero yo que pase a otro color, más de sangre- las recomendaciones se exacerban buscando en los jóvenes y ancianos sus principales destinos. Ello no quita que el resto de los humanos, comprendidos en esa franja de edad antes delimitada, no suframos también en nuestros cuerpos los desastrosos efectos del calor reinante. Ni siquiera, cuando en la noche las temperaturas se alivian, podemos dar descanso a nuestros cuerpos que, día a día, vienen lastrados consecuencia de los mismos comportamientos.
Medio planeta consuela al otro medio, pues como todo el mundo sabe en medio hemisferio es verano cuando en el otro medio es invierno. Pero como, cuando yo escribo esto, mi situación hemisférica es la misma que la del calor agobiante sólo me queda felicitar, momentáneamente, a mis amigos del otro lado del gran charco por su fortuna transitoria.
Hace unos días se dirigía hacia mí una encuestadora oficial, o así me lo hizo ver. Aparte de datos sociodemográficos, el eje central de la encuesta se centraba en los efectos que el calor ejercía sobre nuestros hábitos cotidianos. Curiosamente, la entrevistadora no se cortaba en absoluto y entre estos hábitos –la duda de lo cotidiano, cada uno que la ponga en el nivel que quiera- también se encontraba las relaciones sexuales. Es curioso, reflexiono, la cantidad de opiniones dispares que llega a conocer una entrevistadora de nosotros y nosotros, sin embargo, nos quedaremos en la gran duda de conocer la de ella. ¡El mundo es injusto hasta para esto!.
Preguntaba, digo, la señorita encuestadora si el hábito sexual en épocas de gran calor era de la misma intensidad y frecuencia que en otras estaciones. Preguntaba también, antes del hábito, si el impulso o iniciativa se acentuaba más. Si, de ser más menos positiva la respuesta, existían unas horas más acentuadas que otras, bien dentro de la noche o del resto del día. Y, para terminar, rematando la faena y cobijándose en la confidencialidad la pregunta hormonalmente clave, siempre referida a la estación calurosa en la que nos encontramos. ¿ Se considera Vd sexualmente activo en esta época, considerando lo de activo en 3 o más actos durante la semana ¿. Lo véis, es en estos momentos cuando mi reflexión anterior tiene más sentido. Ella lo quiere saber todo de mí y yo no puedo, en reciprocidad, saberlo de ella.
Creo ser consciente que una mayoría -¡que digo una mayoría, el 99 por ciento!- ante tal situación lo único que pretende es quedar bien, y mucho más en este aspecto. ¡Vaya, que no vamos ahora a echar por tierra eso del “macho ibérico”!. Por tanto, nuestras respuestas lo único que harán es engañar a la estadística y alejarse “muy mucho” de la realidad. Y es que este calor afecta ya no sólo a nuestros cuerpos sino también a nuestras voluntades y, por supuesto, a nuestras hormonas. Y si alguno de los lectores no coincide con mi reflexión –que en su derecho están- no hay problema les envío a la señorita encuestadora y después me contestan.
Ya estoy viendo lo que estáis todos pensando. ¿Qué cuál fue mi respuesta a la pregunta?. ¡Sois peor que la encuestadora, ehhh!. Pues muy fácil, como comprenderéis yo no estoy ni por arriba ni por debajo de la media. Así que le contesté: “Pues yo muy bien, gracias. ¿ Y usted ¿.
Saludos hormonales, ciudadanos.
miércoles, 22 de julio de 2009
Pijolandia
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Pijolandia es un país atípico, singular, de nacimiento joven y sin ningún tipo de fronteras determinado. No dispone de organización de Estado y, por tanto, carece de Instituciones u Organismos que, como nos tienen acostumbrados los nuestros, regulan y modelan nuestras vidas y nuestros comportamientos. En Pijolandia se es feliz. Sus ciudadanos deambulan por el mundo sin pasaporte específico, no contraponen sus ideas con los demás pues éstas, consideran ellos, deben ser de amplias miras y todas deben tener cabida.
Los ciudadanos de Pijolandia sólo ofrecen una cuestión común que, sin aparente presión, tratan poco a poco de popularizar, y ¡a fe que los están consiguiendo!. Les preocupa y les une su forma de vestir. Desde edades que arrancan en la pubertad y se extiende hasta bien avanzada la madurez, se empeñan en delatarse y deleitarse para los ojos ajenos.
Desafían, con mayor desprecio, a lo que mi amigo Sisco denominaba generación Y. Es esa generación que viste unos pantalones, que casi arrastran en su parte baja por el suelo, y cuya cintura arranca casi a la mitad del culo (perdón por la expresión). A la vista de cualquiera que vaya a su espalda se mostrará, de forma clara y precisa, la marca del calzoncillo que portan, generalmente de marca. Pero éste también, más bajo de lo normal, y máxime si el individuo se agacha un poco dejará paso a la visión de esa famosa Y (espero que ahora en vuestras retinas lo estéis imaginando).
Algunos de los ciudadanos de Pijolandia también usan esta prenda, pero no todos, pues su mayor característica será la del “polo” e incluso camisa cuya parte del cuello se erguirá levantada sin formar el consabido pliegue que los modistos se empeñaron en diseñar.
Saldrán, en su mayor parte al atardecer, emulando al Conde Drácula con ese cuello erguido. Algunos no se dan ni cuenta que, consecuencia que su lavadora falla o que el detergente que usan no es Micolor, el tono de color de la parte generalmente tapada del cuello es diferente al resto. Pero a ellos les da lo mismo. Son ciudadanos de Pijolandia y se sienten orgullosos de ello. No me he atrevido, hasta ahora, a preguntarles del por qué de este proceder. Algún día lo haré. Será en ese momento cuando me ratifique que, por muchas ventajas que tenga su ciudadanía, yo no seré nunca ciudadano de Pijolandia.
Salud, ciudadanos del resto del mundo.