por José Manuel Beltrán.
Hacía bastante tiempo que no me sentía como un "urbanita". Ha sido hoy, aunque podría haber ocurrido cualquier otro día, saboreando tranquilamente un café en un bar de esos denominados de pueblo. Por suerte, todavía se conservan lo que yo denomino esencias de nuestra cultura; raíces tan profundas como nuestra propia vida.
Hacía bastante tiempo que no me sentía como un "urbanita". Ha sido hoy, aunque podría haber ocurrido cualquier otro día, saboreando tranquilamente un café en un bar de esos denominados de pueblo. Por suerte, todavía se conservan lo que yo denomino esencias de nuestra cultura; raíces tan profundas como nuestra propia vida.
La ciudad aglutina a muchos individuos, cada uno con sus usos y costumbres pero difícilmente armonizados. La individualidad, la competitividad, el anarquismo del yo -que es lo mismo que decir egoísmo-, supera con creces a la espontaneidad, a las reglas socialmente marcadas o a los usos y costumbres, esta vez no los individuales sino los generalmente aceptados por todos. Los tiempos cambian, es verdad, pero no tanto como explica la frase de esa celebre zarzuela, de cuyo nombre ahora no me acuerdo. Lo que es seguro es que somos nosotros los que cambiamos.... una barbaridad.