lunes, 24 de junio de 2013

Marie Curie, el duelo y Rosa Montero: una combinación sorprendente



Uno de estos días, Macondo me va a cerrar sus puertas y se va a buscar a alguien que actualice el blog como merece. Alguien que escriba semanalmente sin dejar esto vacío durante tanto tiempo. Pero mientras llega el candidato perfecto, aquí sigo yo, haciendo malabares para seguir con la promoción de mi novela, con la rutina laboral, las colaboraciones y demás historias en las que ando metida (más de las que puedo gestionar, y así me va...). Pero este libro que traigo hoy espero que haga olvidar estos dos meses de ausencia. Y también espero que me haga retomar la escritura de la entrada semanal/quincenal a la que os tenía acostumbrados. 

La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral) es el nuevo libro de Rosa Montero. Una historia inclasificable y bellísima, que no es novela pero tampoco ensayo, que tiene algo de diario intimista pero a la vez es desenfadada y luminosa, a pesar de que la autora madrileña habla de la muerte y del duelo. A priori, más de uno pensará que es un libro triste y doloroso, una obra fruto de heridas abiertas. Nada más lejos de la realidad: es un libro que habla de la vida a través de la muerte de nuestros seres queridos, y de cómo uno se reinventa tras perder a alguien cercano. Es una obra llena de coraje, de superación, de reflexiones sobre este tema, todavía un tabú en nuestra sociedad. Un libro en el que Rosa Montero nos habla con cercanía, con emotividad y también humor, con ironía y a veces indignación.

Como si hubiera rebuscado en su cofre de tesoros más íntimo, Montero (Madrid, 1951) nos ofrece una colección de imágenes, recuerdos, citas y reflexiones sobre la muerte, que no es sino una parte de la vida y que debemos aprender a aceptar. Y todo ello contado con la naturalidad de alguien que perdió a su pareja hace escasos años, y que ha aprendido a reinventarse, porque “uno no supera la muerte de un ser querido, uno aprende a reinventarse”, nos cuenta en el libro. 

Su historia, sus recuerdos y pensamientos sobre el tema, se enlazan de una manera preciosa con la vida de la científica de origen polaco Marie Curie, cuyo íntimo, breve y desgarrador diario –escrito a la muerte de su esposo, Pierre Curie–, es el hilo conductor de esta historia. Antes de leer esta obra, no era mucho lo que sabía de Curie: su grandeza como investigadora, su Premio Nobel y su muerte temprana debido a la radiactividad a la que estuvo expuesta a lo largo de su vida. Gracias a La ridícula idea de no volver a verte he descubierto su grandeza como persona; Marie Curie fue una mujer excepcional y Rosa Montero nos la acerca de una manera brillante, dándole voz gracias a su diario y demostrando la importancia de su lucha en una época en la que a la mujer no le esperaba nada más allá que el cuidado de los hijos y las labores domésticas. El peso de la mujer en el campo científico, la culpabilidad, la relación con nuestros progenitores y otros temas sociales también están presentes en esta obra, llena de reflexiones.

Para mí ha sido una delicia acercarme a la desolación de Curie tras la pérdida de su marido, al que estaba profundamente unida, y ser testigo de cómo, lejos de hundirse, fue capaz de volver a su laboratorio para continuar sus valiosas investigaciones. Y todo ello mientras sacaba adelante a sus dos hijas. Todo un ejemplo de tesón, valentía y sacrificio. La historia personal de Curie bien merecía ser narrada de esta manera tan cercana y poética. No me extraña que Rosa Montero quedase cautivada por la lectura de esas breves pero demoledoras páginas, y que de ahí surgiera, como un torrente, toda la historia de La ridícula idea de no volver a verte. A veces, las cosas suceden cuando tienen que suceder, y no cuando nosotros nos empeñamos en que ocurran, y creo que el diario de Marie Curie apareció en la vida de la autora en el momento idóneo, y ella ha sabido aprovecharlo.

Recomiendo esta historia, que sin duda volveré a releer. 

Aquí comparto la entrevista que tuve la suerte de poder hacerle en estos días.




viernes, 5 de abril de 2013

En el universo de la poeta Violeta Nicolás



Inauguro el mes de abril, una de las épocas más literarias del año, con una invitada muy especial: Violeta Nicolás, joven creadora nacida en Murcia aunque afincada en Madrid. Recientemente, he tenido la suerte de conocer su poemario Digestión idílica, que ha presentado ya en su tierra natal y en la capital de España. Violeta no es una narradora en el sentido más tradicional de la palabra, como tampoco lo es el poemario del que nos ha hablado. En su obra, fotografía, dibujos y texto van de la mano y se complementan. De Violeta Nicolás se ha dicho: "la suya es una poética muy atenta a cuanto ocurre en el arte, comprometida socialmente con el mundo cambiante desde explícitos versos" (Rafael Morales Barba). Apasionada de las performance y los caligramas, por las páginas de Digestión idílica nos encontramos textos que forman parte del primer premio de poesía Creajoven y que demuestran la creatividad de la autora y la curiosa manera que tiene de analizar la realidad que nos rodea y las relaciones que nos unen a la comida.

Digestión Idílica no es un poemario al uso. Es un libro especial, ya que tampoco se trata de poemas ilustrado como podamos imaginarnos. ¿Cómo lo definirías?

Un libro muy creativo, que ofrece la posibilidad de fijarse en las pequeñas cosas que constituyen la vida, como es nuestra forma de alimentarnos y relacionarnos; "sin retóricas de ningún tipo" -tal y como me comentaba Francisco Jarauta- doy mis puntos de vista, "tan directos, informales, vitales".

Las fotografías que aparecen en el libro son, en gran parte, de performances. ¿Cuál es tu experiencia en este campo?

Mi experiencia ha sido muy buena –he participado en varios festivales de arte de acción, en Murcia, Madrid, Cartagena…, la performance me ha estimulado en el desarrollo de mi personalidad, y ha potenciado mi capacidad de ser sociable, ha sido una manera de gestionar mi timidez y mis recursos comunicativos.

¿Te parece que la literatura y este tipo de arte van bien juntos?

Creo que sí, ya que a veces se puede considerar que la performance o arte de acción adolece de comunicación lingüística, y es difícil que el espectador entienda al performer en su acción, por el amplio margen interpretativo que se ofrece, al no delimitar con palabras definitorias. Sin duda esto es una de sus grandes virtudes que en extremo puede llegar a ser objeto de “crítica”. En cualquier caso hoy en día hablamos ya de literatura performativa; se hizo un encuentro en La Casa Encendida sobre este tema, y otro también titulado "Artescrituras", que fue muy interesante y alentador para mí, que soy artista y me gusta la performance o arte de acción.



El título del libro hace referencia a algo que para ti alberga mucho peso, como es la comida. Un tema que, en el fondo, tiene mucho que ver con nuestro cuerpo, con lo que somos. ¿Qué relación establecemos hoy en día con lo que ingerimos?

Creo que los procesos de alimentación son temas importantes de la contemporaneidad, vinculados al cuerpo. Creo que aquello que ingerimos forma parte de nosotros, pasa a nuestro interior, en sentido literal, es el sustento, algo vital para nosotros, y también puede ser una experiencia que causa placer. En la costumbre de comer determinados alimentos y de una manera determinada -ritualizada-, éstos van vinculándose a nuestra memoria. Además, vivir es una forma de consumo, esto puede implicar un compromiso y una ética. También me preocupa cómo suele afectar a las mujeres este tema de la comida y del peso, que puede desembocar en enfermedades como anorexia o bulimia.

¿Cómo lo entiendes tú a nivel personal?

Me gusta reflexionar respecto al pensamiento metafórico, postulado por Lakoff, y sobre el analógico, me planteo que la comida puede tener un valor y un sentido profundo para el ser humano, desde la antigüedad hasta hoy en día. En mi caso, desde hace un tiempo, no como carne, entre otras cosas porque me recuerda al sacrificio de los animales y a su sufrimiento. Tampoco me gustan los excesos.

En digestión idílica hay un gran guiño a la cultura pop, que imagino que te habrá marcado, pero también hay juegos de palabras, referencias a grandes autores literarios…¿Qué es lo que más te interesaba mostrarle al lector cuando concebiste esta obra?

Mi manera de concebir y de percibir la realidad de la que formo parte, en la que todo se imbrica, desde lecturas de clásicos universales hasta el yoga, los Beatles o Sailor Moon, en una mélange identitaria.

Poetas como Emily Dickinson o Alejandra Pizarnick son algunas de tus influencias. ¿De qué otros autores nos puedes hablar?

De Vanesa Pérez-Sauquillo, que le ha gustado Digestión idílica, lo considera un libro "divertido, inteligente..." y le han gustado especialmente las conexiones que hago con los animales. También de AgustínFernández Mallo, que celebra que su poética tenga buena influencia en obras como la mía, que según dice: “claramente tiene personalidad y va por su propio camino, buscando y generando hallazgos, como debe ser”. Otros muchos autores como Mario Bellatín, Guillaume Apollinaire, Mallarmé, Santa Teresa de Jesús, Ewa Lipska, Linda María Baros, David Bestué, Juana Castro, Dionisia García, Blanca Andreu, Gioconda Belli, Luna Miguel, Elena Medel, Chantall Maillard…

En tu día a día, ¿qué faceta tiene más peso, la literaria o la artística?

Es algo tipo retroalimentación, muy intuitivo… creo que la literaria me ayuda a ganar seguridad y a tomar decisiones en la artística, si bien el primer movimiento del proceso creador, suele ser un hecho, una acción, una experiencia, lo cual relaciono a la performance o al arte de acción.

¿En qué o en quiénes encuentra Violeta Nicolás inspiración para crear?

En mi forma de vivir cada día y el empeño por comunicarme. Tengo muchos referentes, artistas y escritores… mi trabajo artístico y literario, en realidad es todo aquello que ellos no pueden ofrecerme y que yo necesito, es mi necesidad de crear y de compartir.

Para despedirnos, una cita de un autor que te guste especialmente.

"El mundo es independiente de mi voluntad" 
(Ludwig Wittgenstein)


Puedes saber más sobre Violeta Nicolás visitando su web http://violetanicolas.com/#_




viernes, 22 de marzo de 2013

Lecturas para disfrutar en Semana Santa



Por fin, llegan para muchos de nosotros esos días en los que podemos abandonarnos a las lecturas atrasadas o constantemente aplazadas por la rutina diaria. Llevo tiempo queriendo hablar de estos libros, pero desde hace unos meses estoy más liada de lo que quisiera, y no siempre he tenido tiempo para hablar de ellos como merecen. La Semana Santa es la excusa perfecta para dedicarles una entrada extensa y destacar lo que más me ha gustado de cada uno. No todos han sido publicados recientemente (salvo Un jardín abandonado por los pájaros, de Marcos Ordóñez), pero todos se pueden encontrar con facilidad en las librerías. Estos son los libros que me llevaría de vacaciones: Soñar con ballenas, Un jardín abandonado por los pájaros, Devuélveme a las once menos cuarto y Siempre hemos vivido en el castillo.

Soñar con ballenas (Menoscuarto) es la última novela de la autora, traductora y periodista vallisoletana Pilar Salamanca. Quiero agradecer a la editorial Menoscuarto que me hablase de esta historia y que confiara en mí para poder reseñarla en este blog. Debido al gran número de libros que se publica cada día en España, no había oído hablar de ella, una auténtica pena porque es un libro totalmente recomendable. La cuidada ambientación, en un pueblecito pesquero del norte español (Portus, “un brazo de mar estrangulado por la arena”), la época que retrata –unos años convulsos, los que marcaron el final de la Segunda República para dar comienzo a la Guerra Civil–, y la manera en que lo hace la autora, convierten al libro en una historia envolvente, que cautiva desde el principio y nos habla de temas tan potentes literariamente hablando como el destino y la constante presencia en la vida del tándem amor-muerte.  

<<Cierto, yo la amaba y quería seguir amándola. La deseaba y no podía imaginar que algún día dejaría de desearla. Pero no podía decírselo, posiblemente porque había aprendido que otra manera de decir te quiero era no decirlo en absoluto. Sin embargo, me estaba cansando de intentar aguardar el equilibrio con los ojos vendados sobre aquella delgada tabla: otro resbalón y me iría de cabeza a las profundidades marinas.>>

De este libro destacaría varios aspectos; en primer lugar, la manera en que está narrado: con delicadeza, naturalidad y sencillez. Y aun así, el resultado es totalmente poético. Escribir de esta manera demuestra una destreza digna de ser elogiada. Una frase invita a adentrarte en la siguiente y nada suena artificial o rebuscado. En segundo lugar, la intensidad de la historia, una historia de mujeres –no por ello feminista ni escrita para ser leída únicamente por mujeres, por supuesto–, de pasiones que a la fuerza han de ser secretas, de destinos y desasosiegos. Y un libro con un fuerte componente onírico, marcado desde el título, que es toda una premonición (“Durante la noche José había soñado con ese pájaro volando alrededor de una quilla que sobresalía fuera del agua. Volaba tan silencioso como una lechuza, salpicando con sus alas los cristales de la cabina”).

Los lectores que se asomen a la historia de Mélida y de Lila Vechio disfrutarán sin duda. Pilar Salamanca es también autora de obras como Los años equivocados, A cielo abierto y Enaguas de color salmón, entre otros títulos. Soñar con ballenas, publicada el pasado año, es su séptima novela.

Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph editores), de Marcos Ordóñez, es otro de esos libros-tesoro de los que uno no se desprendería casi ni para prestarlo a un amigo. De su autor conocía únicamente la brillante trayectoria periodística, y leer Un jardín abandonado por los pájaros ha sido entrar de lleno en su universo propio, íntimo pero a la vez universal, donde el lector puede fácilmente conectar con las vivencias narradas, las películas que marcaron una época y respirar el ambiente de Barcelona –una ciudad siempre tan literaria– a lo largo de los años 60.

De Marcos Ordóñez se han dicho tantas cosas buenas que es difícil quedarse con un calificativo. Me gusta especialmente cómo lo define Javier Villán: “un narrador ajeno a modas, un raro lobo estepario”. Quizás esta autobiografía narrada en clave novelesca me ha cautivado por el peso del recuerdo, por la nostalgia que desprenden las anécdotas que narra Marcos Ordóñez -muy emotiva la parte en la que habla de cómo heredó de su padre la pasión por la escritura y de su madre la pasión por las historias-.

 <<Cada medio año cambiaba yo de destino. Así quise ser médico, arquitecto y, siempre, siempre, detective: toda Agatha Christie, de Poirot a los Beresford; todos y cada uno de los investigadores de Hitchcock Magazine y Ellery Queen´s Mistery Magazine, que entonces se podían comprar mensualmente en los quioscos, y en lo alto del podio, solitario e inalcanzable, el magnífico Sherlock>>.

Una nostalgia que, sin embargo, no está exenta de humor. Y es que la manera tan magistral de contar las cosas, de describir atmósferas y recordar personajes –especial peso tienen la abuela, el núcleo cercano formado por los padres y familiares cercanos como el primo Joanet– que el escritor barcelonés tiene en esta obra logra aunar recuerdos y ocurrencias en una suerte de equilibrio que se mantiene a lo largo de la narración. Para los que no somos de esa generación, además, el libro es una ventana abierta a una época que sólo conocemos por la literatura, el cine o las anécdotas familiares. Unos años que a mí, personalmente, me fascinan.

He disfrutado mucho este libro, que recomiendo y que releeré en un futuro. Estoy convencida de que, antes de asomarme a esta crónica familiar, Marcos Ordóñez me cautivó con una maravillosa reflexión aparecida hace unos meses en El País: “Escribir un libro en el que la memoria juega un papel importante implica no solo recabar datos, sino ponerse en disposición de recordar, y esa voluntad ha de ser una mezcla de evocación e invocación, porque los recuerdos no vienen solos, y a veces solo asoma de ellos una punta”.

Devuélveme a las once menos cuarto ha sido la novela del 2012 en Ediciones Carena. El libro de Víctor Charneco (Zafra, 1976) ha logrado vender la primera edición completa (1000 ejemplares), lo cual es todo un logro para una editorial pequeña y más en tiempos de crisis como los actuales. 

¿Cuál es la receta de este éxito? Un planteamiento tan atractivo como eficiente: ¿Qué ocurriría si nos dejásemos un sueño sin soñar? ¿Cómo alteraría esa sensación nuestra vida? ¿Qué ocurre cuando otra persona, ajena totalmente a nosotros, sueña nuestro sueño? Es lo que le ocurre a Martín, uno de los protagonistas de este libro, cuando una mañana se levanta y se da cuenta de que ha perdido su sueño. Bruno, un hombre exitoso, joven y en un momento importante de su vida, sueña el sueño de Martín. A partir de ese momento, y sin que ellos puedan evitarlo, sus vidas se conectarán y nada volverá a ser lo mismo para ellos. A estos protagonistas masculinos hay que añadir a Edna, tercera pata de la historia, y un personaje con un peso determinante del que no se puede desvelar mucho sin correr el riesgo de estropear la lectura.

Partiendo de esta idea tan original, Víctor Charneco habla en su primera obra publicada -es autor también de un libro de relatos, Duelos, pendiente de publicación- del papel que cada persona tiene en este mundo actual, tan globalizado y donde todo está dominado por la urgencia y todo se desvanece con rapidez. Los protagonistas de este libro se ven obligados a repasar a fondo sus vidas, y al hacerlo analizan la realidad que vivimos. Sin entrar en juicios morales, el autor emplea la trama para invitarnos a pensar en el tipo de sociedad que tenemos, en el peso del individuo frente al colectivo, y también, en la derrota y en la victoria, dos caras de la misma moneda que todos conocemos bien.

Una obra, en definitiva, con un planteamiento muy original, bien narrada, con un ritmo muy ágil y unos personajes muy trabajados. Devuélveme a las once menos cuarto es de esos libros que hacen pensar que todavía queda esperanza y que aquello de “todo está escrito” no siempre es cierto.  

Siempre hemos vivido en el castillo (Minúscula) es uno de los libros que más me ha gustado de los últimos meses. Una de esas historias que no se te van de la cabeza y que recomendaría a un público lector diverso, ya que es una novela narrada en primera persona por una adolescente de dieciocho años, pero no creo que necesariamente sea un libro de temática juvenil; por lo tanto, sería un error dejarnos llevar por el prejuicio que la edad de la protagonista podría suponer a priori. 

La editorial Minúscula merece un buen aplauso por haber rescatado una obra tan interesante, y por haberlo hecho en una cuidada edición con traducción de Paula Kuffer y un posfacio de Joyce Carol Oates que le aporta un gran valor añadido a la obra.

Gran parte del éxito de la novela de Shirley Jackson, publicada en 1962 y que ya en su época gozó de mucho prestigio, lo tiene la narradora de esta historia testimonial con aires góticos. Merricat, como todo el mundo conoce a Mary Katherine Blackwood, es un personaje fascinante, anti héroe, excéntrica –odia lavarse, no soporta a los perros y tiene una peculiar relación con su gato Jonas, con el cual interactúa como si de un humano se tratase– ignorada y casi despreciada por los vecinos de su pueblo, y sin embargo, rezuma personalidad desde el primer capítulo.

A través de la particular y siempre sincera visión que Merricat tiene de la realidad que rodea a su adorada hermana Constance y a ella (y al extrañísimo tío Julian que vive en la mansión), el lector conocerá cómo es el día a día de la familia Blackwood. Hasta aquí, todo sería bastante normal si no fuera por el “pequeño” detalle que Merricat deja caer al inicio de esta historia, casi al mismo tiempo que admite que “con un poco de suerte” ella podría haber sido una mujer lobo, al tener los dedos medio y anular igual de largos. Ese pequeño detalle no es otro que la confesión de la muerte del resto de la familia Blackwood. Murieron todos envenenados en el comedor de la casa familiar, seis años atrás del comienzo de la narración. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué fueron envenenados? ¿Qué opina el pueblo de ese dramático acontecimiento?

 Los hechos se nos van desvelando con cuentagotas al tiempo que Merricat habla de su bella hermana (“Cuando era pequeña, pensaba que Constance era una princesa de un cuento de hadas (…) Era la persona más importante de mi mundo. Siempre lo había sido”), de los odiosos vecinos, de la soledad compartida en la que felizmente conviven y en la cual han encontrado un modo de subsistir, y de la importancia de la mansión en la historia familiar (“Los Blackwood siempre vivimos en esta casa, y lo manteníamos todo ordenado”). 

Es, efectivamente, una novela de tensión, de intriga, con una atmósfera gótica muy potente, pero fundamentalmente es una obra psicológica. Merricat habla de sus miedos, de lo que consigue hacerla feliz, y de sus planes para el futuro. Nada que no pudiéramos encontrar en el diario de cualquier otra adolescente. Y sin embargo, Merricat es especial, es frágil y es valiente, es inteligente pero con una ingenuidad que la hace entrañable. Toda la novela reposa en ella y es una delicia adentrarse en esa casa-mansión, donde sin duda casi nadie querría pasar más de una tarde.

<<Resultaba extraño estar dentro de mí misma, caminando rígida frente a la cerca con paso seguro, pisando con firmeza pero sin prisa porque lo habrían notado, estar dentro de mí misma y saber que me estaban mirando; me escondía muy adentro pero podía oírlos y verlos por el rabillo del ojo. Deseé que estuvieran todos muertos, tirados por el suelo>>.

Una novela totalmente recomendable, amena, interesante. Uno de esos libros que se lee del tirón.