Por
fin, llegan para muchos de nosotros esos días en los que podemos abandonarnos a
las lecturas atrasadas o constantemente aplazadas por la rutina diaria. Llevo tiempo
queriendo hablar de estos libros, pero desde hace unos meses estoy más liada de lo que quisiera,
y no siempre he tenido tiempo para hablar de ellos como merecen. La Semana Santa es
la excusa perfecta para dedicarles una entrada extensa y destacar lo que más me ha
gustado de cada uno. No todos han sido publicados recientemente (salvo Un
jardín abandonado por los pájaros, de Marcos Ordóñez), pero todos se pueden
encontrar con facilidad en las librerías. Estos son los libros que me llevaría de vacaciones: Soñar con ballenas, Un jardín abandonado por los pájaros, Devuélveme a las once menos cuarto y Siempre hemos vivido en el castillo.
Soñar con ballenas
(Menoscuarto) es la última novela de la autora, traductora y periodista
vallisoletana Pilar Salamanca. Quiero agradecer a la editorial Menoscuarto que
me hablase de esta historia y que confiara en mí para poder reseñarla en este blog. Debido al
gran número de libros que se publica cada día en España, no había oído hablar
de ella, una auténtica pena porque es un libro totalmente recomendable. La
cuidada ambientación, en un pueblecito pesquero del norte español (Portus, “un
brazo de mar estrangulado por la arena”), la época que retrata –unos años
convulsos, los que marcaron el final de la Segunda República para dar comienzo
a la Guerra Civil–, y la manera en que lo hace la autora, convierten al libro en
una historia envolvente, que cautiva desde el principio y nos habla de temas
tan potentes literariamente hablando como el destino y la constante presencia
en la vida del tándem amor-muerte.
<<Cierto,
yo la amaba y quería seguir amándola. La deseaba y no podía imaginar que algún
día dejaría de desearla. Pero no podía decírselo, posiblemente porque había
aprendido que otra manera de decir te quiero era no decirlo en absoluto. Sin embargo,
me estaba cansando de intentar aguardar el equilibrio con los ojos vendados
sobre aquella delgada tabla: otro resbalón y me iría de cabeza a las
profundidades marinas.>>
De
este libro destacaría varios aspectos; en primer lugar, la manera en que está
narrado: con delicadeza, naturalidad y sencillez. Y aun así, el resultado es
totalmente poético. Escribir de esta manera demuestra una destreza digna de ser elogiada. Una frase invita a adentrarte en la siguiente y nada suena
artificial o rebuscado. En segundo lugar, la intensidad de la historia, una
historia de mujeres –no por ello feminista ni escrita para ser leída únicamente
por mujeres, por supuesto–, de pasiones que a la fuerza han de ser secretas, de
destinos y desasosiegos. Y un libro con un fuerte componente onírico, marcado
desde el título, que es toda una premonición (“Durante la noche José había
soñado con ese pájaro volando alrededor de una quilla que sobresalía fuera del
agua. Volaba tan silencioso como una lechuza, salpicando con sus alas los
cristales de la cabina”).
Los
lectores que se asomen a la historia de Mélida y de Lila Vechio disfrutarán sin
duda. Pilar Salamanca es también autora de obras como Los años equivocados, A
cielo abierto y Enaguas de color salmón, entre otros títulos. Soñar con
ballenas, publicada el pasado año, es su séptima novela.
Un jardín abandonado por los
pájaros (El Aleph editores), de Marcos Ordóñez, es
otro de esos libros-tesoro de los que uno no se desprendería casi ni para
prestarlo a un amigo. De su autor conocía únicamente la brillante trayectoria
periodística, y leer Un jardín abandonado por los pájaros ha sido entrar de
lleno en su universo propio, íntimo pero a la vez universal, donde el lector
puede fácilmente conectar con las vivencias narradas, las películas que
marcaron una época y respirar el ambiente de Barcelona –una ciudad siempre tan
literaria– a lo largo de los años 60.
De
Marcos Ordóñez se han dicho tantas cosas buenas que es difícil quedarse con un
calificativo. Me gusta especialmente cómo lo define Javier Villán: “un narrador
ajeno a modas, un raro lobo estepario”. Quizás esta autobiografía narrada en
clave novelesca me ha cautivado por el peso del recuerdo, por la nostalgia que
desprenden las anécdotas que narra Marcos Ordóñez -muy emotiva la parte en la
que habla de cómo heredó de su padre la pasión por la escritura y de su madre
la pasión por las historias-.
<<Cada medio año cambiaba yo de destino. Así quise
ser médico, arquitecto y, siempre, siempre, detective: toda Agatha Christie, de
Poirot a los Beresford; todos y cada uno de los investigadores de Hitchcock
Magazine y Ellery Queen´s Mistery Magazine, que entonces se podían comprar
mensualmente en los quioscos, y en lo alto del podio, solitario e inalcanzable,
el magnífico Sherlock>>.
Una
nostalgia que, sin embargo, no está exenta de humor. Y es que la manera tan
magistral de contar las cosas, de describir atmósferas y recordar personajes –especial
peso tienen la abuela, el núcleo cercano formado por los padres y familiares
cercanos como el primo Joanet– que el escritor barcelonés tiene en esta obra logra
aunar recuerdos y ocurrencias en una suerte de equilibrio que se mantiene a lo
largo de la narración. Para los que no somos de esa generación, además, el
libro es una ventana abierta a una época que sólo conocemos por la literatura,
el cine o las anécdotas familiares. Unos años que a mí, personalmente, me fascinan.
He disfrutado mucho este libro, que recomiendo y que releeré en un futuro. Estoy convencida
de que, antes de asomarme a esta crónica familiar, Marcos Ordóñez me cautivó
con una maravillosa reflexión aparecida hace unos meses en El País: “Escribir
un libro en el que la memoria juega un papel importante implica no solo recabar
datos, sino ponerse en disposición de recordar, y esa voluntad ha de ser una
mezcla de evocación e invocación, porque los recuerdos no vienen solos, y a
veces solo asoma de ellos una punta”.
Devuélveme
a las once menos cuarto ha sido la novela del 2012 en Ediciones Carena. El
libro de Víctor Charneco (Zafra, 1976) ha logrado vender la primera edición
completa (1000 ejemplares), lo cual es todo un logro para una editorial pequeña
y más en tiempos de crisis como los actuales.
¿Cuál es la receta de este éxito?
Un planteamiento tan atractivo como eficiente: ¿Qué ocurriría si nos dejásemos
un sueño sin soñar? ¿Cómo alteraría esa sensación nuestra vida? ¿Qué ocurre
cuando otra persona, ajena totalmente a nosotros, sueña nuestro sueño? Es lo
que le ocurre a Martín, uno de los protagonistas de este libro, cuando una
mañana se levanta y se da cuenta de que ha perdido su sueño. Bruno, un hombre
exitoso, joven y en un momento importante de su vida, sueña el sueño de Martín.
A partir de ese momento, y sin que ellos puedan evitarlo, sus vidas se
conectarán y nada volverá a ser lo mismo para ellos. A estos protagonistas
masculinos hay que añadir a Edna, tercera pata de la historia, y un personaje
con un peso determinante del que no se puede desvelar mucho sin correr el
riesgo de estropear la lectura.
Partiendo
de esta idea tan original, Víctor Charneco habla en su primera obra publicada -es autor también de un libro de relatos, Duelos, pendiente de publicación-
del papel que cada persona tiene en este mundo actual, tan globalizado y donde
todo está dominado por la urgencia y todo se desvanece con rapidez. Los protagonistas
de este libro se ven obligados a repasar a fondo sus vidas, y al hacerlo
analizan la realidad que vivimos. Sin entrar en juicios morales, el autor
emplea la trama para invitarnos a pensar en el tipo de sociedad que tenemos, en
el peso del individuo frente al colectivo, y también, en la derrota y en la victoria, dos caras de la misma moneda que todos conocemos bien.
Una
obra, en definitiva, con un planteamiento muy original, bien narrada, con un ritmo muy ágil y
unos personajes muy trabajados. Devuélveme a las once menos cuarto es de esos
libros que hacen pensar que todavía queda esperanza y que aquello de “todo está
escrito” no siempre es cierto.
Siempre hemos vivido en el
castillo (Minúscula) es uno de los libros que más me
ha gustado de los últimos meses. Una de esas historias que no se te van de la
cabeza y que recomendaría a un público lector diverso, ya que es una novela
narrada en primera persona por una adolescente de dieciocho años, pero no creo
que necesariamente sea un libro de temática juvenil; por lo tanto, sería
un error dejarnos llevar por el prejuicio que la edad de la protagonista podría
suponer a priori.
La
editorial Minúscula merece un buen aplauso por haber rescatado una obra tan
interesante, y por haberlo hecho en una cuidada edición con traducción de Paula Kuffer y un posfacio de
Joyce Carol Oates que le aporta un gran valor añadido a la obra.
Gran
parte del éxito de la novela de Shirley Jackson, publicada en 1962 y que ya en
su época gozó de mucho prestigio, lo tiene la narradora de esta historia testimonial
con aires góticos. Merricat, como todo el mundo conoce a Mary Katherine
Blackwood, es un personaje fascinante, anti héroe, excéntrica –odia lavarse, no
soporta a los perros y tiene una peculiar relación con su gato Jonas, con el
cual interactúa como si de un humano se tratase– ignorada y casi despreciada por
los vecinos de su pueblo, y sin embargo, rezuma personalidad desde el primer
capítulo.
A
través de la particular y siempre sincera visión que Merricat tiene de la realidad que rodea a su
adorada hermana Constance y a ella (y al extrañísimo tío Julian que vive en la mansión),
el lector conocerá cómo es el día a día de la familia Blackwood. Hasta aquí,
todo sería bastante normal si no fuera por el “pequeño” detalle que Merricat
deja caer al inicio de esta historia, casi al mismo tiempo que admite que “con un
poco de suerte” ella podría haber sido una mujer lobo, al tener los dedos medio
y anular igual de largos. Ese pequeño detalle no es otro que la confesión de la muerte del resto de la
familia Blackwood. Murieron todos envenenados en el comedor de la
casa familiar, seis años atrás del comienzo de la narración. ¿Qué ocurrió? ¿Por
qué fueron envenenados? ¿Qué opina el pueblo de ese dramático acontecimiento?
Los hechos se nos van desvelando con cuentagotas al tiempo que
Merricat habla de su bella hermana (“Cuando era pequeña, pensaba que Constance
era una princesa de un cuento de hadas (…) Era la persona más importante de mi
mundo. Siempre lo había sido”), de los odiosos vecinos, de la soledad
compartida en la que felizmente conviven y en la cual han encontrado un modo de
subsistir, y de la importancia de la mansión en la historia familiar (“Los Blackwood siempre vivimos en esta casa, y lo manteníamos todo
ordenado”).
Es, efectivamente,
una novela de tensión, de intriga, con una atmósfera gótica muy potente,
pero fundamentalmente es una obra psicológica. Merricat habla de sus miedos, de lo que consigue hacerla feliz, y de sus planes para el futuro. Nada que
no pudiéramos encontrar en el diario de cualquier otra adolescente. Y sin
embargo, Merricat es especial, es frágil y es valiente, es inteligente pero con
una ingenuidad que la hace entrañable. Toda la novela reposa en ella y es una
delicia adentrarse en esa casa-mansión, donde sin duda casi nadie querría pasar
más de una tarde.
<<Resultaba
extraño estar dentro de mí misma, caminando rígida frente a la cerca con paso
seguro, pisando con firmeza pero sin prisa porque lo habrían notado, estar
dentro de mí misma y saber que me estaban mirando; me escondía muy adentro pero
podía oírlos y verlos por el rabillo del ojo. Deseé que estuvieran todos
muertos, tirados por el suelo>>.
Una
novela totalmente recomendable, amena, interesante. Uno de esos libros que se
lee del tirón.