jueves, 30 de diciembre de 2010

Sin remitente

¿Cómo estás?

Realmente espero que estés mejor que bien. Sé que no te he escrito en mucho tiempo. Tú lo hiciste la navidad del año pasado. Gracias por tus cartas, son muy bonitas y emotivas. Siempre lo son. Es eso o que yo soy muy melancólica respecto a ti o que las haces de una manera lúgubre, porque siempre termino llorando y ¡sin ganas de saber de ti nunca más! ¿Te han dicho esto antes?  “no quiero saber nada de ti”. A que son duras esas palabras. A mí solo me da rabia que seas tan exactamente adorable y que estemos tan lejos.

¿Cómo está tu mamá? Y tu perro, ¿con nombre shakesperiano? ¿Ya no tienes más? Lo digo porque, sé que querías mucho a Ángelus y cuando esos amiguitos mueren uno sufre  mucho y generalmente se opta por no volver a tener otro jamás. Cuéntame. Me enternecía mucho tu pasión por los animales. Me gustó eso que dijiste un día: sabes que alguien ama los animales porque puedes confiar en su amabilidad. Pues, Jazmín, como todas las contradicciones de tu vida: tú rompías la regla. Bueno, eras amable, eres, no lo niego. Pero recuerdo un día donde hiciste llorar a una señora en el negocio de tu mamá. Tenías creo que catorce años, pero ya tenías la dureza y crueldad, me atrevo a decir, para expresar sin tapujos lo que sentías. Me río ahora recordándolo –jajaja- tú diciéndole a una mujer madura: es que no tiene idea de lo que es el sentido común. Nunca tuviste paciencia con las personas estúpidas, decías. Pero a lo que me dices en cartas anteriores, veo que ya estás trabajando en tu tolerancia. Y qué bueno. No los tomes muy en serio. No debes dejar que te afecten, esas personas, sin sentido común por ejemplo. Yo estoy muy bien, ¿sabes? Te conté que me casé por la iglesia el año pasado, y aun con la cara refunfuñona que te hubieses echado, lamenté que no estuvieses aquí. Eso va bien según yo. No tiene mucho chiste, Jazmín, es la vida. Compartirla con alguien que quiera compartirla contigo y nada más. Soportarse, y por qué no, quererse a pesar de todas las menudencias del día. Prométeme una cosa: la persona con la que vayas a elegir para quedarte, al menos me dirás cómo se llama. Me quedé en que no creías en el matrimonio y los hombres no te satisfacían. Estoy esperando me cuentes esa historia de amor, la que me dijiste la otra vez. Hará dos años. Dijiste que te ibas de viaje con tu abuelita Chabela y no sabías cuando volvías porque querías sanar un poco. Sí, fueron unas cartas súper lindas del mes de octubre de dos mil ocho. ¿Ya sanaste? Te pregunto más por curiosidad, por ilusión. Es que tu manera de ver el amor siempre me pareció tan bellamente romántica. A veces te envidiaba. A tus quince había un hombre mucho mayor que tú llorando por ti y diciéndome en un café: no me hables de ella, no quiero hablar de eso. No sé cómo lo hacías, igual dabas unos consejos de la puta madre a tu corta edad –jajaja- no sé, siempre me gustaban tus largas cátedras. Lo que hayas tenido de último te lo guardaste muy bien. No sé, me intriga, quiero saber ¡eres mi mejor amiga en todo el mundo! ¿Si sabías eso? Acá la muchacha que me recuerda a ti, no sé, no es lo mismo. Tienen el mismo pésimo carácter eso sí… pero siempre te recuerdo mi pequeña. ¡Enojona pequeña! Mis niños están muy bien, ya sabes, creciendo. Espero que sean todos bilingües como tú. Ya sabes, la ventaja de estar acá y aprenden bastante rápido.  Ojala los conocieras pronto, ojala estuviésemos juntas, te acuerdas cuando decíamos “mis hijos te llamaran tía” y así ¡tan cursis éramos Jazmín! Oye, ya ve pensando si vas a tener hijos, no querrás que cuando tengas cincuenta apenas los lleves a la secundaria. Serás una mamá increíble. Siempre te lo dije. ¡Tus hijos todos locos como tú! No sé, eso puede resultar muy bien o muy mal, mi queridísima. Pueden ser unos artistas inmaculados o unos drogadictos cualquiera. No te ofendas cuando te leas esto, es que me pongo a pensar a veces en ti, como una chica que te quiso. Por lo tanto a veces uno observa tu naturaleza siempre primitiva y salvaje y no sabemos en realidad el camino que tomarán las cosas que provienen de ti.

Y, ¿la música?  ¿Todavía la pones muy alto para que la escuchen los vecinos? “Hay que educarles el oído N, hay que educarlos”. Amiga, me escuche al tal Bob Dylan con el que dices estabas escribiendo. Obvio me aburrí. Lo siento. Bueno, creo que en realidad me puse triste. Te envuelve en mucha bohemia incomprensible para mí. Siento mi vida, ahí diluirse por una coladera, y no puedo con esa clase de sentimientos. Supongo que lo sabes.

Mi jazmín, lo que no debes olvidar es que yo te quiero mucho todavía. Como siempre y más. ¿Jazmín? Tienes otro nombre con el que te llaman ahora, seguro. Te los cambiabas y yo sin entender por qué, tú nombre ya es my bonito: Jazmín. Jazmín. Jazmín. Repítelo muchas veces. Aun hoy, no pierde su significado.

Recibe abrazos de navidad y los mejores deseos para el año que viene. 

Te pensaré al momento de las uvas –las que nunca nos terminábamos- y deseare que seas muy feliz. Más feliz.


N.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Luces nocturnas



Cuando en un silencio prolongado de pronto vienen las luces nocturnas, las palabras correctas no son exactamente: buenas noches. Tienes que acercarte a mí con cierta nostalgia por los amaneceres fríos o las paradas de autobuses olvidadas. Esas que ya nadie se atreve a visitar. Con esa calma de la voz en off, la mía, háblame. Y recuerda también las máquinas de escribir. Una pausa exacta entre tecla y tecla con su golpeteo engendrando todos los sonidos viejos. Pero inalienable a cualquier otro. Podría ser, únicamente: tus ojos como posándose insurrectos a los caprichos adolescentes, y verme en paz, haciéndote más grande, más completa, más como jamás lo fuiste. Así, cuando secretamente se voltea la mirada hacía lo equivocado, con esa indecencia eminente seguida por la crueldad de los demás. Así, con ese dolor no pronunciado. Consecuentemente yo voy a tratarte con la misma clemencia y ternura. Es decir: abrirte los brazos. De esa forma puedo sonreírte amplio, grande y certero. Dibujarte un árbol en navidad y correr hacía ti de una esquina a la otra bajo las farolas naranjas. Pero no con miedo. Sino balanceándome como me miraste un día. Jugando sobre las orillas del mundo, y las aceras, y el viento. Sucia, rota y demacrada. Yo, unificando música de trompeta y un acordeón francés. El rojo en una pared de café citadino. Dos situaciones paralelas pero distintas en tamaño: Yo - te - quería -mucho - más. Y el piano inolvidable, y todos los libros nuestros. Así. Aproxímate a mí con todos esos cuadros y pequeñas canciones taciturnas. Me voy a quedar sentada y partiéndome las manos para recolectar la tierra en un puño de mementos. Después bajaré a la cocina a prepararme té. Voy acariciar tanto a mis perros. Dibujaré en el aire dos casas inmensas. En una vas a vacacionar tú los veranos. En la otra vivirás pero no te visitaré nunca. Te necesito así para reconocerte y olvidarte todavía. Como un juego mediocre que a veces nos hace reír por las mañanas. Pero por las noches, cuando vengas a mí, con los labios rotos de tristeza, sumida en incomprensión o de fatalismo temprano. Y cuando lo hagas feliz y llena de la vida amarilla por tanto sol. Hazlo como en un vuelo suspendido por notas musicales; ciegas, mudas e impenetrables al subtexto disimulado. Inventa las formas que no podrían pensarse la muerte, ni mi nostalgia o mi conformismo. Y si no, lo mejor es no llegar a mí. No lo hagas. No repetirlo en absoluto