domingo, 1 de septiembre de 2024

Solo de Trompeta



La lluvia floja de domingo nos sorprende en la quietud del día.

Ellos se bañan desnudos en la lluvia, la primera lluvia de septiembre. Encuentro un silencio exacto en nuestra casa, como recién remodelada; limpia; impoluta.

Repaso los proyectos que se avecinan, tanta inutilidad de trabajar continuamente para ser prospero, y así, quedarse sin la libertad de ser irremediablemente nómada. Buscaba ávidamente este sitio; mis pensamientos se empiezan a esclarecer conforme lo siento lejos. Lo sabía. Imitar la vida fue sencillo por un tiempo, pero; no era suficiente. Necesito soledad. Un solo de trompeta. Casi – estoy- mejor -desde -que no estás. Quisiera ver este documental en el 2050. Mamá ponía todas las tardes algo como un solo de trompeta, nos bañaba en el patio de atrás, nos observaba y escribía. Mamá, bueno, no sabíamos bien si era feliz, pero trataba de hacerlo por nosotros. Alguna cosa así, desde los labios de un Yosef hermoso, iracundo, pero leal. Dio s nos impida traumar a nuestros hijos. Quisiera que recordara esto; hoy fuimos al parque con el sol encima, nunca olvidaré su olor a bloqueador o el pequeño poro inflamado en su nariz; lo besé, varias veces. La mejilla, los ojos, el viento ondulaba su cabello. Quisiera que supiera que no fue Yosef sino a Jaely de quien recuerdo esto. Le puse una blusa blanca. Se cayó de la sillita amarilla, lloró. Se quedó dormida en los brazos de la abuela. Hacía tanto calor en la sala de estar; es el año más caluroso del que se tiene registro.

Han pasado 9 años, cariño.

Y yo, Yo no he logrado tener ganas de verme más al espejo. No sé cómo nombrarme otra vez.

Ofelia. Jazmín. ¿Quién es esta que habita en mí? Necesito meditación. Necesito Terapia.

Llámame NADIE.  Es un camino largo el retorno hacia una misma.

Hago un ejercicio de reconocimiento; me encuentro en las letras. Me leo con ternura y devastación. He amado mucho en esta vida. Seguramente más en las otras vidas. Recuerdo un amor que no puedo pronunciar. Nunca le escribí a mi padre, sino hasta después de su muerte. Tiré el discurso.

¿O lo enterré?

Quisiera tener la certeza de a quien escribo esta vez. Pero sólo estamos aquí. Mis hijos duermen y suena un solo de trompeta.

 

La brecha aun existe porque no he logrado llegar a ti.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Yosef

I

El sueño de Yosef
me encuentra 
bajo la mirada del Dio-s eterno
otra vez
por primera vez
como las estrellas en el mar Negro,
me susurra al oído secretos místicos,
una canción oriental se derrite en sus ojos
suspendido sobre espuma y agua,
Ojos antiguos 
Ojos que aprendieron 
antes 
misericordia
Y después 
Y entonces 
Ojos que enseñan.
Piernas que aprendieron a correr
Pies que se cansaron 
amor que me inundó con sus mareas
antes
Y ahora. 







miércoles, 8 de mayo de 2019


Ahora lo sabes.  
La vida sucedió tal como debería. Escribí menos, sin duda. Pero sigo aquí. No sé, supongo que podría resumirlo en sueños. El que me hizo volver al mar. Cuando se perdió mi madre, y papá me ayudaba a buscarla hasta en los baños públicos, cuando él no vino a casa y lloré su muerte. Mis uñas rasgaban la tierra para volver a él o irme al mismo tiempo.  Quería ser las raíces profundas del árbol más viejo y llorar por siempre. Estoy escribiendo una carta que no entregaré jamás. Pueda ser para mí. 




Ahora yo lo sé. Love is everywhere


martes, 5 de julio de 2016

De "La vida contigo y sin ti", que a propósito, nunca terminé.



A veces imagino que no estás. Que no existes. Ninguna huella tuya yace en este cuerpo. Cuando es nublado y me aburro de ser yo misma, pero menos dulce, cuando me distraigo con el horizonte o con los tenis que cuelgan de los cables del barrio. Imagino que no estás. Ni en un roce, ni en lo que queda en los abrazos, ni en la lluvia. O en ese viento tan antes de la lluvia que te susurra tiempos de destrucción o de goce. Como sin habitar el hambre que me invade cuando oscurece, incluso si hace sol, cuando las ropas son delgadas y traslucidas y me quedo pensando en el verano o en la costa. Hoy he llegado a casa como exorcizándola de ti. He fregado pisos, platos, la mesa de la cocina con boronas de tu boca. Me he sentido sola y con una rabia extraña, pero silenciosa.  Cierro los ojos y me repito: él no está, no existe. Me gusta pensarlo a manera de ejercicio. No estoy esperando tu partida. Me causa curiosidad el espacio que deja una persona, cualquiera, en mi vida, en la de todos. Me gustan esos espacios vacíos de una persona en específico, en mí, en el asiento que ocupaba, en el calor que producía en espasmos o en derroches de amor. Su sabor en mis labios. Qué ya no viene más a mi cuerpo, no se va, no se queda. No hay mordidas ni ojos tiritando en la noche de mi habitación. Las cosas yacen en un orden premeditado por mis manos. Debajo de la cama quedó un poco de polvo, sobre todo en las esquinas porque nunca alcanzo muy bien. En esas imperfecciones pienso en la figura de tu ausencia. La desdibujo en la pared blanca, donde se encuentran las fotos de Hiroshima Mon Amour, que no puedes descifrar nunca, y que por algún motivo dices siempre que se parecen a nosotros. Recalco con mis dedos, tu imagen, con todo el cariño que me dejaste. Tengo fiebre. Debe ser el frío. Me hablan de viajes próximos y sonrío mucho, con la boca cerrada. Quiero nuevas fotografías que recreen una vida nueva. Ahora que ha atardecido, y que tengo que pasarlo sin ti. 

miércoles, 2 de marzo de 2016

Melody Gardot - My One And Only Thrill







Soló pasé a decirte que volveré pronto. Espérame.



Gracias por venir,

y lo demás.




jueves, 22 de octubre de 2015

Mientras leo a Keret


Después de sonreír mucho, mirar hacia el techo y terminar de leer “Mi mejor amigo” de Keret, quise escribirle una carta. Ella me quiso tanto y amaba mi risa, y me miró como todos debemos ser vistos alguna vez. No hablo de la mirada de mamá o papá, sino de la otra mirada. Imaginé muchas veces su cuerpo retorcido en ternura de mirarme. La última vez que hicimos el amor no nos miramos. Ya teníamos un juego de distancia que se estaba madurando. No, no es verdad, no había odio en sus ojos. Había amor pero era otra cosa. Algo además del amor que sentía por mí, como una extrañeza, un terror o aburrimiento. Fue la mejor vez, esa última. Nos desprendimos la una de la otra, entregándonos al placer como hacerlo con un extraño, como hacerlo con el fin del mundo tocando la puerta, algo así. Aunque su cuerpo era el mismo, y su respiración la misma, las cosas que me decía, antes de terminar en un orgasmo intenso y claro, doloroso, las mismas. Todavía siento las tardes que pasé recordándolo, hundida en tristeza, masturbándome en soledad. Ahora lo recuerdo con cierto cariño, y no puedo compararlo con nada más ni hablar más sobre ello.
  
La he pensado bastante  con algunos cuentos de Keret, por ejemplo; “Que se mueran”. Me vi diciéndole el miedo que me daba cuando mamá salía en su vieja camioneta, tenía la sensación del frio, punzadas, alfileres en los dedos. “Me quedé preocupada, ya quiero que llegue mi madre”, y ella diciéndome cómo no me daba miedo cuando quería que se marchara, y yo dando gracias porque estaba conmigo, porque no creíamos en nada pero sí ella me lo decía me ponía más tranquila. Pronto la besaba como loca, quería quitarle las bragas y hacérselo tres veces seguidas, aunque en realidad nunca lo hicimos más de dos veces, el mismo día.

Le escribiría, por ejemplo, que finalmente tengo una pared azul, un azul casi verde que se deslava cada día. Que puse cuadros de Van Gogh, una frase de Frida y algo de Gustav Klimt, lo bello que sería contemplarlo a su lado por las noches, aunque sea tan decorativo hasta caer en la exuberancia. Hay sopa de verduras en una olla herrumbrada, huevos, café y azúcar por si quiere venir un día. Yo me voy convirtiendo en lo que ella pensó, tal vez, demasiado. Vivir lo comprendo muy poco y siempre tengo que marcharme de cualquier lugar. Porque me aburro o siento nostalgia por la ciudad anterior. Tal y como tuve que dejarla para querer volver en ese instante. Al segundo siguiente. Al minuto siguiente, y así.


Yo espero aún goce de poderes sobrenaturales para buscarme. No se lo dije nunca, después de dejarnos, cuando más fuerte pensaba en ella, ella regresaba a mí. En formas breves y de a poco más intermitentes. Yo me hacía feliz con poder lograrlo todavía. Cada vez la tengo menos, lo sé. Lo que ignora es que la quiero para siempre, a veces puedo imaginarla leyéndome, sonriendo, mirando hacia el techo y queriéndome escribir.      

miércoles, 26 de agosto de 2015

Sin título





Supongo que siempre estuvimos al otro lado. Los aviones nunca dejaron de aterrizar y podía, a veces, ver cinco de ellos acercarse, y planear el descenso. Tuve la costumbre de imaginarlos estrellas o algún otro objeto desconocido. Un cigarrillo a las diez con veinte, ver arder el cielo y la tierra firme. Nuevos vecinos enfrente que te creen subversiva y parecen adivinar tu olor a orgasmo reciente, tú ya no puedes con ellos. Supongo que pienso en ese chico que me mira, como mira a todas, pero no como a todas sino más profundo. Pienso en él porque no está aquí, porque es posible que lo esté si mañana a la una de la tarde se lo propongo tan pronto llegue. Él sonríe. De cualquier modo necesitará de mí, mañana, el sábado, ha prometido venir a verme. Es absurdo. Supongo que esta estancia va quedándose fría mientras la desnudo de mí. Hay tazas pequeñas envueltas en periódico y más trastes. Hay dentífrico, jabón para lavar ollas, fotografías de la playa aun cuando no hemos ido. Hay destierros.


Imagina que vienes a decirme “no te vayas”, imagina que te he hecho caso. Que he pedido disculpas, imagina que vuelvo con mi madre. Imagina que he muerto anoche y hay susurros hablándote de luces porque las amé tanto cuando vivía. Porque estábamos aquí, imagínalo, Er, imagina que te digo que sí, que vengas. Haremos mucho el amor. No (él coge, él coge), no lo haremos. Lo siento. Imagina que me dices lo siento como si de verdad así fuese. Pero piensa, en tres meses habrá mucho frío. En tres meses puedo decirte por fin “te quiero”, porque necesito querer a alguien, porque sí. Créeme, voy quedándome sin fuerzas cuando es tarde y nadie ha llegado. Y me echo a soñar en la cama, con fiestas, veranos inconclusos, perros callejeros, globos de colores y mis padres cuando estaban juntos. Siempre estuvimos al otro lado de todo. El vasillo con la flor de plástico quiere decirme “volar”. Será, Er, que los vasos hablan cuando les inunda el vacío. Será verdad Er, que voy a convertirme en la versión dulce de ti mismo cuando sucumbas.

viernes, 10 de julio de 2015

Cuando te quiero



Te esbozo en la pared como lo hice, una tarde desesperada, a carbón y a colores diluidos con el agua de mi cuerpo.

Desearía tener los mismos instrumentos para pintar la casa, esa tarde. Recuerdas mi obsesión con tu boca.  Estoy por hablar de ti, y tú lo sabes tanto, que te sonrojas. En aquel tiempo, la dibujé en todos los cuadernos del colegio y ya sabían que me venías a media tarde. Lentamente las luces eclipsaban los salones. Caminábamos esas plazas para abandonar los dolores anochecidos en cualquier banquito. Si pudiesen preguntar, me dirían que era más feliz que ahora y menos triste entonces. Tu figura pierde nitidez con los años. Tal vez es la percepción de una madurez ingrata. Tal vez es la normalidad y fluidez; el orden de las cosas. Tal vez es una canción fortuitamente repetida para que no te olvide o este temblor, inundando mis manos. Es como un piano esperando el roce, cuando antes sostenía una nota interminable a mi señal. Poseíamos una orquesta incandescente como un foco que tardíamente nos dejaba ciegas. Te miré un día para decirte: eres hermosa. A veces imagino que existí en la vida específicamente para eso. Aún ahora, después de las muertes y las vidas, abrir puertas y ventanas, porque el sol, la luz, me recuerda inevitablemente a tu cara, y tus ojos en ella como alfileres clavados que sabían bien herir. Aún hoy, puedo tocarte, al permanecer en silencio. Frente a una mesa o un mirador solitario para sentir atravesar, bilateralmente, el horizonte a espasmos. Sigo teniendo estas costumbres. Sé, que las adoraste todas en un tiempo. Por ejemplo, detenerme, mis labios susurrando en medio de una calle. La urgencia anacrónica de sentir el mundo por debajo, arriba, alrededor y cruzando. Sé, que las amaste tanto como yo amé construirte, sufrirme, llenarme, vaciarme. Amamos suspender el tiempo para escucharlo venir. Anunciar partidas y llegadas en forma de luces. Besos y canciones. Escucharlo arribar al ritmo de tus pasos. Porque así, todo estaba en un sitio secretamente pactado para mi felicidad. Esa inconclusa manera mía de serlo  a través de los otros. A través de ti. Ser feliz a tu simetría. Cuando te ibas. Cuando volvías. Si no sabías qué hacer contigo. Si no entendías qué hacer conmigo. También si te quedabas para hacerme música o tragedia. Que no tuviese necesidad más imperiosa que buscarte. Y encontrarme tendida en el suelo, insaciable de ti.

Remato la silueta que comencé. Mi dedo índice la recorre completamente hasta donde termina. Me parece siempre estás de espaldas observando el mar. Sentada o de píe. Pienso que lloras perniciosamente al imaginar lo sola que me encuentro. Después escuchas una canción muy azul. Luego sonríes. Te miro voltear a verme. Sonríes mientras lloras. La mirada tuya desvanece en una ternura dolorosa. No sé si sientes lástima o un amor inconmensurable. Todas las veces me dices adiós a medias. Sigues observando el océano o un ave.



domingo, 5 de julio de 2015

Rostros provincianos


Pasadas las ocho de la noche de un domingo de junio, vienen a mi mente las líneas de su pequeño rostro provinciano. Jesús me dijo “eres rara” sin conocerme, sin pensarlo, el muy imbécil. Habría que analizar porque lo diría, me vio en tres ocasiones, y lo dijo a la segunda, sentado a mi lado, hablando de gajes de oficina. Comía una gigantesca torta de tamal. Sólo tengo el dato que probablemente las venden en algún sitio de Tláhuac.

Jesús es muy alto. Tiene cara gélida. No sé cómo describirlo, tener caras tibias, frías, calientes o dulces. Tiene cara de norteño. O cara de paleta de coco supuesta a derretirse si te acercas lo suficiente.  Acto seguido: lamer. Me esperó para comer esa tarde. Dos días antes, se había despedido de la manera ideal; tal como una persona debe despedirse:

-Bueno, Adiós. Hasta nunca, Ofelia. – estirando su mano.
-¿Hasta nunca? Yisus, no hay qué ser tan radicales...
- El reclutamiento masivo termina esta semana y yo me vuelvo a Las águilas, ¿cuándo supones que nos veremos?
- Cierto, hasta nunca.
- ¿Ves?

A mí tal cosa me causó especial gracia, y no importó hacerme dos horas en un túnel para llegar a Polanco, de ahí una hora más a casa. La sonrisa me duró todo el viaje. El día que comimos juntos pregunté - ¿Cocinaste? -

Asintió.

-  -     Entonces qué va a ser
-    -  De qué me hablas – respondí -
-    -  Sí, de verdad ¿somos tan efímeros en esta empresa?
-    -  Ah. Eso. No lo sé, pensé que sería hasta nunca, sólo es casualidad. Pero a qué te refieres…
-      Creo que deberíamos encargarnos de no lograr un “nunca”, debemos de hacer algo. Me refiero a qué va a pasar entre tú y yo.
-    -  ¿Tú y yo? Qué va a pasar, pues, yo puedo hablar por mí, eso está en mi total control, y viceversa …
-     - Y viceversa. . . 

Al decirme “y viceversa” de vuelta, Jesús se rió otra vez. Luego, una lo hace de la misma forma, al saber que has acertado en algo, aunque no sepas en qué exactamente.

-     - Ok dime, ¿te has enamorado? – me preguntó.

Tuve que hablarle de mis últimas dos relaciones. Que todavía les quiero mucho. A ninguna más que a la otra. Tengo de ellas lo mejor del mundo. Le Tuve que admitir lo tremendamente fácil que soy cuando dejo ir. Lo ideal. Le hablé de la perfección del amor.

-    -  Dos veces o tres. Mi siguiente relación será una cosa mitológica, imagino, porque, como sabes, la idea es  perfeccionarlo.

Notábamos que nos veían, mis ojos se expandían como agujeros negros. No sé qué tenía Jesús. Venía del norte, trabaja en Recursos Humanos y ansiaba mucho hacer estudios de pueblos latinoamericanos en la UNAM. Existía una tácita coquetería al mover su boca color frambuesa. Me ofreció de comer varias veces, yo no podía porque disfrutaba verle masticar, formar las palabras bajo su sonrisa, conocer lentamente a la persona pensante frente a mí. Fue perdiendo concentración, no obstante, mientras terminaba de comer. Debimos decir no más de una cosa importante que ya no recuerdo realmente. Su compañero de sucursal llegó para comer también y ambos dijeron lo genial que era estar allí, llevarnos bien. Me echarían de menos, esperaban verme alguna vez, salir. Sin quedar en algo.

Es muy probable que yo no vuelva a ver a Jesús. Tal como lo predijo.

Nos despedimos cerca de las cinco de la tarde de un viernes, le dije que me regalara su firma en un papelillo, me respondió que no podía, porque sólo firmaba con la boca y había mucha gente. La encargada del proyecto, quien también estaba allí, me volteo a ver y yo hice seguir contando el número de volantes que dejaba.


Al irme me dijo firmemente; mucho gusto en conocerte, mujer. Me soltó la mano tres minutos después. Ciento veinte segundos. Caminé las escaleras de siempre al salir, muy segura de mí misma. Y pensaba el otro día, en la cafetería del trabajo que debí decirle otra cosa que “y viceversa”.

viernes, 3 de julio de 2015

Dibújame un cordero. Este ya está muy enfermo.

 "Pero... qué haces acá ?

- Por favor... dibújame un cordero...

- No importa. Dibújame un cordero.

- No! No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa, y un elefante es muy voluminoso. En casa es todo pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero.


- No! Este ya está muy enfermo. Hazme otro."






Se solicita alguien que me dibuje un cordero.

Waltz.

domingo, 21 de junio de 2015

As day goes by


El sol no atravesaba cortinas. Sería un escenario perfecto para empezar a describirlo. Estaba nublado en realidad. Brumas de primavera anunciando el verano, por si es posible. Ya creo que lo es. Las estaciones vienen y van cada año de manera diferente. No existen medievos en la época moderna para explicar tantísima agua. Jazmín Guillén se levantó de su cama matrimonial pasadas las nueve de la mañana, sola, y sobria. Con la incerteza del nuevo día bajo sus pies. Es decir, se levantó para lavar su ropa, eso era seguro. La había dejado remojando un día anterior. Para eso tuvo que abrir la puerta del diminuto departamento al poniente de la ciudad de México. Observó el valle, le hubiese gustado un poco de sol, ese sol de las cortinas. En cambio, la vista de su quinto piso, el cuartucho de azotea, le dejó ver nubes tocando los cerros de frente. Inmediatamente recordó a ese fotógrafo sueco que recrea nubes en los lugares más inimaginables sólo para decir “sí, podemos tocarlas”. Pensaba en cómo amanecer junto a las nubes, y que seguro, de ser así, dejaría la ropa para después.

No había algo particularmente especial en los colores del cielo. La verdad es que se le veía soso. Quisiera decir; el cielo imitaba un jugo de naranja y limón, pájaros cantaban, había un árbol respirando alrededor. Pero no. Había el ruido del señor del gas y los tamales oaxaqueños. Bajó inmediatamente por un licuado de fresa con plátano, pan tostado. La ropa seguía allí para ser lavada de las peripecias diarias.
No era ciertamente seguro, pero esperaba por alguna razón la llamada matutina de alguien. Hay días como este. Regocijarse en despertar con Giuseppe Verdi y limpiar. Esperar que alguien salude. Unos “buenos días”. Pero nada. Termina de lavar la ropa y sin prisas. Quisiera despertarse como en esa película de Joe Wright, con Dario Marianelli de fondo  y todo. Novela de los 1800’s, con gente que desayuna a su lado, un bullicio de sonrisas amarillas. Nunca hubo tal,  ni cuando vivía con su madre. Le disgustaba ver a la novia allí, con su familia, que no era su familia, y nunca sería su familia, y sin embargo allí, ese barullo artificial. Sabía de su artificialidad, porque nadie la esperaba. En esas películas se esperaban a que todos bajen al desayuno, se pasan la mermelada, la mantequilla, la sal o el azúcar. Siempre empezaban sin ella.

Lo más cercano a despertar con esa benevolencia lo recuerda a sus cuatro años. En el pueblo de su infancia, otro sábado, muy diferente a este sábado. Se preparaban para ir al templo, posiblemente su padre recién llegaba de viaje, porque esa mañana estrenó vestido. La abuela la peinó con dos trenzas. Un albañil que trabajaba en la casa - siempre habría alguno por esos días - construyendo sabrá dios qué, la casa, la otra casa, la que nunca habitaron, ni terminaron, la que vendieron para comprarse un auto; ese albañil le dijo “princesa Jazmín”, y ese día debió ser muy bonito, porque invariablemente lo recuerda. Recuerda esa mañana donde un albañil la nombró Princesa Jazmín. Seguro era abril o mayo.  

A medio día comienza a sentir hambre. Ya ha limpiado la cocina, el baño, tendió la ropa. El sol no salía todavía. Solamente pintaba un amarillo pálido y ruido de helicópteros el cielo de Huixquilucan. Como si tuviese relevancia, ya vuelto a comer muchos vegetales. Qué inútil preservar un cuerpo solitario.

Después de la comida, calcula que no saldrá a ningún sitio. Si acaso por el pan de la tarde, donde los dependientes son una familia de gatos taciturnos. Ella les sonríe siempre, y muy fríamente contestan “hasta luego”, cuando llegan a hacerlo. Los imagina en su mesa balbuceando sonidos graves y toda su casa silenciosa la mayor parte del tiempo. Tal vez en un futuro se enamore del hijo mayor, porque es muy serio y además, se parece a su primer novio, Jorge.

Sale y entra del pequeño departamento como jugando a la búsqueda de visitantes que llaman a la puerta. Las nubes de los cerros se fueron esfumando conforme avanzaron las horas, sin darse cuenta exactamente cuándo se borraron para ver claramente el verde en la cima. Deben ser pinos. ¿Qué autobús deberá tomar para llegar allí? Parece que no hay. Y deben asaltar en el camino. ¿Cómo será su densidad? Dicen que tocar una nube no es nada. Más aire sobre el aire. Y nada más.

Las horas se van en una maleta de viento y tonalidades grises. A veces agradeces cuando no lo sientes, al tiempo. ¿Lo sabes? Cuando no extrañaste mucho a nadie. Jazmín mete su ropa a pasitos, según va sintiéndose más seca. Mientras ve cortos en televisión, limpia el brazalete de plata que le trajo su mamá de un viaje a Guanajuato. Queda reluciente y piensa usarlo diariamente. Para llevarla consigo.

A las seis de la tarde, saca una silla a la puerta para leer con la luz natural. Página 184 del libro de David Nicholls, que la hace reír bastante y agradece mucho haberse puesto a leerlo. Qué tonta me parece cuando se encierra en un mundo de silencio y las palabras están por todas partes. Sonríe. Imagino que siente un poco de alegría y se aburre menos leyendo la vida de los otros.

Cuando la luz se ha ido, entra, pone agua a calentar para hacer un café con crema. Ve televisión un rato para no ensuciar los libros, ni cuadernos, ni nada. El día también se ha ido. Casi las diez de la noche. Nadie ha llamado todavía, ni siquiera su madre. Posiblemente busque a ver qué darán en el canal 22, y se irá a dormir sin haber hablado con nadie, ni con su sombra.


Tal vez conmigo.

sábado, 13 de junio de 2015

Mi lector es muy guapo



Mi lector es muy guapo. Se sienta frente a mí, disculpándose, fútilmente, por su retraso. Ya debería él saber que no me importa. No pasa nada. Seré muy educada en lo que la cerveza logra su letal efecto. No he aprendido que para la primera impresión no se bebe de esta manera. Sigue explicándome sobre el metro, alguien siempre quiere suicidarse un domingo a la tarde, y yo me río, se ríe conmigo o después de mí, parece un caballero. Quiere decirme con su sonrisa de dientes muy alineados lo simpática que le parezco, quiere decir que lo sabe; cualquiera de estos días donde he vuelto a escribir, describiré nuestro encuentro en este lugar poco sencillo, hispter, en el centro. Todavía desconoce si será para relatar su decepción. Yo nunca me decepciono de mis lectores. A decir verdad me sorprenden. Una pensaría que un tipo como este, así, educado, radiante, gracioso; debería tener mejores intenciones en la vida, mejores ocupaciones, que conocerme, por ejemplo.

Ahora me gustaría escuchar a Django Reinhardt. Llevar ese sombrero negro, el que me va bien con las trenzas y el vestido pequeño. Saber si en verdad estoy a la altura de lo que prometo. Miro por las ventanas como siempre. ¿Sabrá bailar swing este individuo? ¿Me llevará a otro lado? ¿Hablará de follar? ¿Tener hijos?

Quisiera el Minor Swing o mejor no, seguro me leyó en la época donde alguien me quería, y los días transcurrían inmersos en Debussy y Satie, el agua corría por la casa como un río nacido desde jarras de cristal, ella lo dejaba correr, ella alimentaba la tierra y las cosas. No suena nada, a excepción del indie y demás chatarra de moda de la cual ya no me entero demasiado. Por ese entonces yo valía un poco más la pena, creo. Quisiera el gymnopedie n° 1.

Tiende a expresarme su agradecimiento por estar allí. Imagine usted, el domingo por la tarde no tengo demasiado qué hacer. Sonrío otra vez, “no es nada, el placer es mío”. Como si fuese cierto. Es un poco cierto, supongo. Lo que realmente quiero decirle es que hay noches más claras que otras, no sé porque recriminan tanto la contaminación, si las luces parecen estrellas o luciérnagas desde mi edificio. Adquirí un nuevo pasatiempo, ver aviones aterrizar, y a veces quiero saber su recorrido en kilómetros pero no sé a quién voy a preguntarle. Mis vecinos me odian porque escucho la música en altos decibelios, y ya me diría él que puede verme bailando a Nina Simone en la cocina, aunque ya lo voy cambiando por Rhye, The Fall, eso porque sale en Une rencontré, la del tour francés, seguro ya la ha visto.

Se va apagando nuestra charla como un nocturno de Chopin o como mis ojos. No sé qué se esperaba. Mi energía y concentración como una vela extinguiéndose, constantemente. No es culpa de él. Me miró las piernas al menos en tres ocasiones, creo por los relatos donde hablé mucho de ellas, la fascinación de mis amantes por morderlas, entre otras nimiedades que escribo. Bebe mesuradamente y pasadas las ocho me dice, si quiero irme, porque sabe vivo bastante lejos. Paga la cuenta, porque también sabe de mi pobreza. Mira mucho mis mejillas camino al metro. No sé si por el vino del final o porque son demasiado grandes. Es dulce hasta para despedirse, cuida que no resbale por las escaleras. Agradece, otra vez, agradece. Mi presencia, mi cosmovisión, mi manera de escribirlo.

Yo no sé si sentir ternura.

Me dice el gusto que le ha dado, no me dice que hubiese deseado que fuese más guapa, más alta, más delgada. Pueda que lo piense, pueda que no.

Yo no sé si tomarlo de la mano, gritarle que las luces de las calles se van herrumbrando y no quiero quedarme sola.


Y me pasa asumir que ya lo sabe, muy tonta.  

miércoles, 10 de junio de 2015

El ardor (III)


Me preocupa recordarte. Claramente habías dejado un ardor, he hablado de él en repetidas ocasiones. Un ardor que iba desde el plano físico; mi cuerpo entero, mis pezones, la entrepierna; y el emocional, mi ego, mis ilusiones, mi seguridad de mujer enajenada. No me preocupó como para volver a escribir de ello, indagar en ello, redundar en ello, hasta la noche del 8 de junio del presente año, domingo para el lunes, ayer. Han sido semanas complicadas, verás, antes me esperabas a la salida o llegabas a tu departamento en Santa Fe, y pasadas las seis de la tarde, mandabas un mensaje sobre mi boca, mi cabello, mi piel como la leche o mi lengua que se asomaba ferozmente entre mis labios. No me besaste nunca, pero hablabas de ella como sí, y a las seis con quince minutos, estaba ansiosa de saberte. Ahora paso todo el día en la oficina, y doy gracias al cielo no haberte dicho jamás donde estaba con exactitud.

Nadie me espera a la salida.
Nadie tiene urgencia de mi cuerpo.

Las noches son cada una como la otra, con la diferencia que a veces fumo, a veces no. A veces bajo a comprar la cena, otras veces lloriqueo un poco, otras no. Y así, interminablemente. No te echo de menos. No sé qué podría echar de menos. Tu deseo. Tu beligerancia. Tu lascivia. Tu resistencia al desvelo para prolongar la inútil existencia de tu cuerpo. La manera de refutar que, en la vida, tú eres más cabrón que yo. Más solitario que yo. Más melancólico que yo. Más independiente. Me sorprende haberte soñado la noche del 8 de junio para amanecer lunes, o sea, ayer. Era una especie de burla ante tu ausencia. No recuerdo, justo ahora, con la lucidez de estar tan despierta, todavía trabajando, a ciencia cierta, tu perfume. El lunes amanecí como fundida en él. Pasaban de las ocho de la mañana, tú nunca quisiste dormir conmigo, ni que comiera tus pestañas, tú nunca estuviste allí; pero ayer por la mañana era tu olor, ese leve y fino, apenas perceptible cuando besé tu pecho, cuando marcaste una línea para que besara hacía abajo, no tu pecho, casi irreconocible entre mi boca y mi nariz. Te habré besado durante dos horas en un recorrido hambriento y repetitivo. En un camino abierto que me prohibiste.

En el sueño usabas una camiseta cualquiera, gris, gris de suciedad, gris de no importarte lo que piense. La primera vez te vestiste a cuadros, camisa roja, planchada, chamarra negra, jeans de tela dura, zapatos a juego, tan preciosos. Yo los creía preciosos porque cuando te acostaste, los pantalones se levantaron un poco, y me dejaron ver tu tobillo, tan pálido, indefenso. A las mujeres como yo, esas cosas nos ponen locas.

En el sueño me hacías el amor, y no, es decir, tú no haces el amor, tú coges. Aparentemente venías a casa para hacérmelo. Qué bueno eso no lo recuerdo muy bien. Pero puedo apostar a que lo hiciste. Siempre hubo algo que funcionaba entre ambos. Imagino por eso te recuerdo. En el sueño también me dejabas claro (nuevamente) que no me querías. Que me usabas con fines recreativos y sexuales. Yo lo sabía desde el principio. Sin embargo era tu fragancia invadiendo mi cama, más que tu presencia en el cuarto, haciéndome saber tu regreso porque en la vida hay cosas que tienen que ser así. Sabernos, ya sea para sufrirnos, reír y comer otra vez una comida asquerosa de la cual te quejaste. Arrepentirme porque gasté mucho en ella, etcétera.

Me preocupa, porque ignoro si sirva de algo las reminiscencias, sueños, y demás sugerencias que tengo sobre ti. Me desperté aturdida, ayer, solamente para tener otro día de mierda, rodeada de idiotas, comandada por idiotas, y qué más da ya si me vuelvo uno de ellos. Te escribo con tanta libertad porque sé, de cierto lo sé, como si fuese lo único que sabré esta noche, que no lo leerás nunca. Me lo dijiste siempre; no te leo, no te leí, no te quiero leer, para qué.

Y yo, sigo aquí esperando a que alguien afuera me diga “buenas noches”, “te acompaño a casa” o “quítate los jeans”.


Foto: Christine day lorico

lunes, 8 de junio de 2015

Opus 78945154198


http://przypadek.deviantart.com/art/mi-81639946

Un día tuvimos fascinación por las muecas del aire. Por las grietas del suelo sugiriendo que hay otro mundo debajo. Por la ciudad derrumbándose entre la lluvia. Y luces que se mueven en un frívolo vértigo de gigantes sin nombre.

Un día tuvimos una esperanza diminuta de existir dentro de otro, habitarlo, desgarrar, quisimos hacerlo todo nuevo. Ya sabíamos antes de quererlo, que tal cosa era imposible, sin embargo pretendimos entender; también existen gestos iracundos en las bondades, una superficie para respirar después de sumergirte. Un sol para nublarte la vista.

Un día me paré en la puerta y dejé ir no sé qué palabras. Tuve que regresar a la mesa, sentarme, ponerme a llorar. Hacer como que empacaba maletas y alguien venía a preguntarme ¿a dónde te vas? Quédate.  Hacer drama para unas paredes blancas. Muchos cuadros en llorando mi partida, unas manos que salían del suelo que me detenían, aunque no. Aunque no era cierto. Un rostro se despide en un giño y un silencio se vuelve murmullo en las heridas.

Un día tuve fascinación por las bocas, y era necesario besarlas todas. Vimos el cielo abierto con los ojos cerrados, y un mar inmenso que escurría por los tobillos, tocando el azulejo helado, fue necesario inventarnos cuatro balsas para ser llevados a los extremos. 

Tal vez reclamarían los restos.

Un día extrañé tanto a mi madre que lloraba por partes de mi cuerpo que aún nadie había inventado. Tú sabes que siempre sucede. Un día alguien recorre tu cuerpo para hacerlo a su antojo, te despiertas en cualquier tarde o mañana con jardines o bosques en él, ríos, palmeras, niños y todo.


Un día la llamé desde mis entrañas, ignoro cómo lo supo. Al otro día tenía un mensaje de ella diciéndome “jamás te olvido” e imagino que eso más que misticismo, se llama intuición femenina. 

[...]

viernes, 17 de abril de 2015

Lavanda en los bolsillos



No te lo dije, pero esta tarde, sentada en los pequeños bancos que con entusiasmo me mostraste, encontré un momento perfecto. Qué me dirías, qué repetiríamos ambas; no hay, querida, tal cosa como lo perfecto. No existe. Hemos vuelto desde abajo, como si supiésemos entrar e irnos del lugar al mismo tiempo. Hemos querido lograr la respuesta, adentro y afuera del agua o en el té. Hemos intentado comprender la soledad como método de lo invencible. Y me enternecido en tu delicadeza de vestidos verdes, hierbas, laurel o aceitunas y plantas en el corredor. Esas diminutas cosas se encuentran en su sitio porque nos relatan cuentos de espejos. Todas las ocasiones, cuando tu gata pasa por allí, cuando asesina un poco el derecho de la tierra sobre la maceta, si y tú yo reímos pasadas las diecinueve horas; incluso un céfiro vespertino de ciudad, cuántas historias están allí para escurrir un recuerdo. Yo lo noté de inmediato cuando fuiste a ponerle azúcar al café, y luego subiste y tenía en mí un secreto minúsculo. Y no podía y no quería temerle a las horas o al futuro. En tus ojos marrones yacía una esperanza como un fuego, ardía como la madera, hervía como el verano de sur del que tanto te he hablado. Luego llovió en ellos en un ciclo ancestral y necesario, llovió en ellos, dulcemente, porque las cosas están en su sitio, porque callan, porque vuelven a ti también desde abajo. Donde arrojamos pedazos de piel o destierros, adioses incompletos, como un abrazo partido abarcando la mitad de la calle.

Sólo vuelve a ti lo irremediablemente tuyo.

Tu rostro germinó más flores o pestañas. Tuve un dolor pequeño al abandonarte con tu corazón a bordo de un vagón directo a la felicidad o al olvido. Te dejé una lámpara encendida para que no te pierdas. Eso es porque lo invado todo. Porque me eres. Recuerda que un día llegué y me salté las puertas, las abriste tú sola, y me quedé aunque gritara, aunque un día no me quisieras, y si algún día no lo haces. Mi permanencia sería igual a un rumor de luces que se apagaron, pero que sin lugar a dudas conociste.

Cuando estuve en casa, saqué los brotes de lavanda, que con cariño colocaste sobre mis manos para dejarlos en mis bolsillos. Los esparcí a modo de cenizas dulces sobre la mesa, todos los momentos con un olor transparente, arañando mi garganta, una frescura tal que humedeció la casa y le dibujo sonrisas. Estaba harta de poemas de Alfonsina Storni.

Voy a poner esas flores debajo de la almohada. Antiguamente lo hacían para curar espantos o por ejemplo; poner lupino para no aullar a la luna, ajo para no aterrorizar a las mujeres bellas con nuestros filosos dientes; lavanda para no extraviarnos, quizá. Yo lo haré por ti. Soñaré tu risa blanca, pediré porque regreses de píe, entera, no importa lo que suceda un diecisiete de abril. Haz de llegar y recorrer la casa, tocar las paredes para no olvidar cualquier noche donde gritaste del gozo hasta el llanto, tus hermanos y tú cantando hasta el amanecer, y sobre todo, la vez que él pronunció tu nombre y exististe.

miércoles, 15 de abril de 2015

Nocturno (Ejercicio I)


Alguien llama; fantasma o recuerdo. Debían ser las dos o las tres a eme. Tengo la boca inflamada de sueño, una palidez como deformación de quien viene de otro mundo. Un sueño incompleto o más o menos tibio. A medio hacer.

“Estoy contigo, estoy afuera”. “Afuera nada más el gato que no tengo, maúlla para dejarlo entrar, pero soy suficientemente cruel para no hacerlo”. Sigue llamando. Su costumbre clandestina. Existe también como un susurro alienado dentro de mí. Nos habita lo que amamos. A veces no sabemos hasta donde. Y dónde, y cómo. Nos habitan, decía “como una mano a un guante, y viceversa”. Pero dicen tantas cosas los extraños que conozco. Podría hacer una lista de compras o soliloquios, so-li-lo-quio.
                                      [Con lo bonito de la palabra]

Salgo de la cama.

Qué encanto hay en el aire que se cuela por la casa. Madrugada de abril. El frío entra siempre por los pies descalzos. Pienso, si abro la puerta, en un momento nos sentiremos aislados. Completamente solos, pero juntos. Gustamos pensar que la gente, toda, ha muerto. Sucede a esta hora; alguien ha dejado encendida la luz cruzando la calle, pero no hay sonido. Podrías apostar por un beso ciego, mirarme, pretender mirarme, darme tu mano. Cualquier beso es ciego y ya deberías saberlo. Qué tonto. En cinco minutos cambiaría todo. Ojalá pudiese escucharle más cerca, como ese rumor de los árboles atravesando el jardín, desde las rejas, como prisionero a nuestras bocas, hasta los oídos. Toco mis labios para reafirmar el roce. Busco si no hay fiebre para propiciar las alucinaciones auditivas, por si eso existe. Una mancha en la negrura. Ojos azules que se enredan*.  

“Estoy contigo, estoy afuera”. Yo no logro verlo. Me surge un terror y un llanto. Si dejas de esconderte buscamos un atajo a la felicidad, y nos extraviamos para no volver nunca. Al final del viaje, no podremos llegar más que a un lugar tranquilo. Atardecerá justo a las seis dieciocho. Amanecerá a las cinco cuarenta. La luz entrará por las ventanas y jugará sombras, ciudades no inventadas, caricias extraviadas enroscándose en nuestra tristeza. Tendríamos que vernos fijamente sin necesidad de hablarnos más que con los ojos, la mugre o las ansías.

No le encuentro jamás.


Su silencio se vuelve parpadeo en mi sonambulismo. Se suponía que alguien viene a remendarte el insomnio. Vuelvo a la cama parsimoniosamente, y no me reconoce nadie la zozobra, sólo Friedrich Chopin. 


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* De "La ardilla roja", Julio Medem.

domingo, 5 de abril de 2015

No va a funcionar.

No va a funcionar. 

Pienso en tu rostro, en mis manos que yacían sobre el moldeando razones, y pienso en tu boca y en el sabor que aborrezco. Detesto tu boca sobre la mía. 

No va a funcionar. 

Afuera llueve, parece inconcluso marzo con esta estela gris sobre los edificios,  las luces rojas parpadeando parecieran un rocío de sangre esfumándose en el aire. Anuncian un verano en carrera, ¿ya casi es verano? No. La primavera llega en forma de amapolas armadas de un filo febril.  Mira cariño, todo te lo dije a medias. Sé fingir el amor como los orgasmos en mis gritos donde no te pienso. Tenías razón. Toda la razón, no estoy. No estaba entonces ni lo estoy ahora. Te pertenezco ajena*. Sé hablarte de la pasión de los pueblos, tú sabes hacer como que escuchas, como que prácticas, como que lo sabes todo. Me pareciste adorable. Lo eres. Me pareciste ingenioso. Me pareciste inmenso, pero lejos. Estaba tan lejos. Tenías razón. Nunca he disfrutado más una noche como cuando no tuve que repetirte que te quedaras. Estoy más cerca de mí cuando te marchas. Imagino me pasa con todos porque es cuestión de ego. Sabía reconocerlo sin tener que equivocarme repetidas veces. Sin embargo me gusta, eso, errar; es siempre necesario para colocar una línea donde nadie te espera. 

El camino que habremos de seguir es oculto desde el presente. 

Me da una pena diminuta saber cómo no va funcionar. Tengo la intención de decirlo como si fuese cierto, lo suficiente, para importarte. Entonces llegar un día o que tú llegues. Observar esa ternura tuya de quitarme las gafas, limpiarlas, luego ponérmelas otra vez, así, frente a la gente. Ojalá pueda llevarme eso conmigo. Hará falta por las noches, en el edificio. Ver nítidamente tres calcetines colgando del tendedero mientras llueve, aunque sea marzo. Ya decían sobre esas aguas, y no lo creíamos, ni lo cantamos a oscuras. 

Cierto, te gusta que encienda la luz. Yo prefiero no verte. Recuerda la despedida donde me volteo antes de decirte adiós. 

Así, frente a la gente.

Que no me ruegues ni una milésima de segundo, comprueba lo que te dije al principio.


domingo, 15 de marzo de 2015

El ardor II


El ardor fue desapareciendo mediante los días. Eras necesario. Una piedra que se te mete en el zapato para re direccionar el camino. Me satisface la idea de encontrarte cualquier día, en otro tiempo, en otro lugar. Por la calle, en el subterráneo, en un restaurante con gente subversiva. Mientras me río a carcajadas, con lo que odias el ruido de mi voz. Pobre muchacho. Te acostumbraste tanto al silencio de tu infamia. Debí quererte aunque fuese un poco. Mira que lo intenté. Mirarte mientras me tocabas. Cerrar los ojos como si me gustara. Te lo expliqué mientras me desvestía: el hecho de no volverte a ver no significa que esto, ahora, no me importe. Ignoro si de verdad escuchabas. Humanamente fui más honesta que tu soberbia. Desear una buena vida, se hace con cualquiera cuando te despides. Debe uno agradecer las horas regaladas, que no son baratas, tú deberías saberlo. Pasamos imaginando esos encuentros como si fuesen dulces que compramos calle abajo o en la esquina. La verdad es que no, mi querido niño malcriado, esto nos pasa pocas veces en la vida. Me consuela levemente tu visión sobre ella. Nada te faltará. Aunque mintieras visualizando la próxima vez de encontrarnos. A pesar de decirlo. Lo supe después de sentir tus ojos sobre mí, cuando yo miraba las luces. No nos veremos nunca más. Tan lejana otra vez. Al saber que tal cosa no pasaría, quise llorar. Oprimí mucho los ojos a manera de forzar y apresurar ese proceso. Quise llorar esa misma noche. Con mis uñas rojas rasgué mis mejillas queriendo que volvieras a entrar por la puerta. Callarme. Hacer mejor las cosas. Con mi silencio o con la boca abierta. Lo que te gustara más en tu exigencia. Y no. No pude llorar por semejante quimera. Luego recorrí la habitación y la cocina aún con zapatillas. Compré más alcohol. Bebí hasta caerme después de pronunciarte a m o r  y morirme. Lo preguntaste así. Todavía lo recuerdo. 

¿Moriste?


Y la noche transcurrió como un tren que atravesó Siberia con todas las luces apagadas. 

domingo, 22 de febrero de 2015

El ardor (borrador)

Entra, al fondo habrá una habitación, en ella una pared roja. La reconocerás por esa palpable primavera, difícil de entender, pero que existe.

Debí saberlo, ibas a dejarme apenas llegaras. Apenas tu rostro volteando al momento de abrazarte. Con una bienvenida rota de ligeros pasos, escapando. Lo que no sabes es que no se trata de ti. A veces de mí tampoco. Es como un día de playa del cual te convences será lo mejor de la semana, y luego llueve de regreso a casa, y te crece una tristeza pequeña por el rostro y las manos. Logra partirte el cuerpo a las ocho menos cuarto,  y ya el sol, la arena, el brillo de las olas ha quedado olvidado para siempre.  Hay estas diminutas dolencias innombrables. 

Debí saberlo de veras, mi planta empezó a morir el día que apareciste. Mendigabas cenar conmigo en cualquier lugar a la hora que fuese.  Era raro ver como caían sus hojas en un pálido otoño interior. Antes de ti, la gente que venía a casa, siempre me felicitaba por ella. He logrado mantenerla con vida por más de dos meses. En un principio, a las personas que viven solas se les recomienda comprar una planta, después, si esta sobrevive por tiempo prolongado, está preparado para tener un gato.  Y ocurriste tú. Tormenta o sequía, todo optó por marchitarse como en oleajes, vendavales áridos que me dejaban otra vez con la boca destrozada, la habitación sucia, y la planta que con ahínco cuidé desde diciembre, agonizando.

Yo lo sabía, de cierto modo, no tenías que advertirlo. No lo hiciste, claro. Estaba dispuesta al dolor que vaticina tu andar de hombre concreto. O de hombre-animal.  Que es un poco lo mismo en especímenes como tú. Debería agradecerte en silencio para que no lo sepas. Me despertaste unas ganas locas de poseer todo nuevamente. Me hiciste querer volver a empezar en un mundo,donde no existas. Tenías una fragilidad paulatina a mi soberbia. Resistencia a mis ganas. Indiferencia a los hechos pactados. No pude dormir con el ruido estridente de tus palabras. Estar y no estar en el mismo espacio no cambiaba nada. Asumo que eres invisible porque no dejaste rastros sobre mi cama, ni un olor o caricia muerta. No se trata de ti. No quería dormir sola.  No quería dormir conmigo.  

Amaneció alrededor de las seis con veinte, hay una tarde blanca y limpia afuera, como en las costas donde vive mi madre. Me sucede un temblor en la punta de los dedos para llamarla, pero temo del mismo modo ponerme a llorar mientras me escucha. Sabrás, solamente me dejaste un ardor dentro y fuera del cuerpo.  Superficial. Crudo. Mudo. Eres un ardor, y no hay más que eso.

El sol es grande como el sur de mi abuela. Y las cortinas se inflan de aire en las habitaciones. La gente les mira imaginando un pulmón, una sonrisa o un vuelo abierto.