Un helicóptero Puma argentino derribado durante la Guerra de las Malvinas | (foto: Brocken Inaglory) |
Durante estos días se cumple el 30º aniversario del final de la contienda de las Malvinas.
El conflicto propiamente dicho duró dos meses y medio; del 2 de abril
1982 a mediados de junio.
Fue fundamentalmente una guerra naval; de
hecho, fue la primera y última guerra naval moderna.
Evidentemente, el objetivo de los ingleses era retomar las islas
haciéndose con el control efectivo y terrestre.
Para ello, tuvieron que
organizar y mandar una fuerza especial naval que debía
transportar tropas, medios, material y soldados; además, tenía que
ofrecer capacidades defensivas y ofensivas, así como poder operar
durante un tiempo prolongado en lo que buena parte de los altos mandos
ingleses consideraban el fin del mundo en una zona inhóspita.
El
objetivo de los argentinos era impedírselo fundamentalmente mediante el
uso de sus fuerzas aéreas y aeronavales. La Armada argentina era muy inferior a la inglesa, y los soldados de remplazo eran totalmente inadecuados para enfrentarse a las tropas profesionales de su enemigo.
En aquellos años, la situación interna y económica de Inglaterra
era muy complicada. Uno de los primeros errores de cálculo de los
argentinos fue pensar que los ingleses no irían a la guerra. Es una
realidad que aquello fue decisión personal de Margaret Thatcher; apodada la ‘Dama de Hierro’,
pero también que los ingleses no toleran agresiones. Las aguas y el
clima en esa zona del mundo son muy duros.
Ese hecho, junto con la
distancia para los ingleses y cercanía para los argentinos, el tiempo de
preparación de las defensas en las islas por parte de éstos últimos,
etc. hizo que, con razón, el almirantazgo pusiese
objeciones y tuviese reticencias a la empresa de ir a reconquistar esas
islas que, por otro lado, no tenían un gran interés para Inglaterra. El
país tuvo que usar numerosos buques civiles y reconvertirlos para
transportar tropas y material, algo que hizo con el transatlántico “Queen Elizabeth 2”. Los modificaron e incluso instalaron helipuertos.
Personalmente, viví el conflicto muy de cerca, pero de una manera muy
distinta a como se siguió en Madrid. Por aquel entonces, yo era un
joven de 12 años que vivía en Washington D.C. desde
hacía tiempo, debido a que mi padre estaba destinado en la embajada.
Tengo un magnífico recuerdo de todo lo que aprendí, de forma natural,
sobre política, geopolítica y relaciones internacionales.
Tenía muchos compañeros de pupitre y amigos de muchas nacionalidades,
entre los que había algunos argentinos, hijos de congresistas
norteamericanos, etc. En el barrio en el que vivíamos, se daba la
circunstancia de que teníamos como vecino a uno de los agregados de la
Marina argentina, que además participó en la contienda como aviador
naval. Hice mucha amistad con su hijo.
Unos dos años antes me aficioné a ver cada noche con mi padre a
quienes, sin saberlo, eran los gigantes del periodismo político e
internacional; periodistas de altísimo nivel: Ted Koppel –“ABC’s Nightline”-, Dan Rather –“CBS Evening News”- y Tom Brokaw
–“NBC Nightly news”-, con sus magníficas entrevistas y reportajes.
Durante el conflicto de las Malvinas estábamos pegados al televisor cada
noche, viendo en vivo y en directo lo que sucedía, escuchando las
opiniones de expertos, la evolución del conflicto, las posiciones y
argumentos de cada una de las partes, etc. Por esos programas pasaban
políticos, militares, analistas.... Recuerdo muy bien a Ted Koppel
hablando en directo con los Embajadores del Reino Unido y Argentina ante EE.UU.; también con los Embajadores de estos y otros países ante la ONU o la OEA -Organización
de Estados Americanos-, o haciendo conexiones con expertos de otras
partes del mundo. Lo mismo ocurrió con muchos otros temas candentes de
la época: Palestina, Israel, Sudáfrica… Los argumentos eran
apasionantes, al igual que los distintos puntos de vista, las
divergencias, etc. Fueron lecciones para toda la vida.
Se pudo apreciar muy rápidamente la ayuda que EE.UU. empezó a
facilitar a su tradicional amigo y aliado, el Reino Unido, con gran
pesar y disgusto de los argentinos. Fundamentalmente lograron el apoyo
político en la ONU, y el apoyo militar mediante la
información proporcionada por las imágenes de los satélites; avisándoles
a los ingleses cada vez que los argentinos despegaban de sus bases.
No
darse cuenta de que EE.UU, con muy altas probabilidades, ayudaría a
Inglaterra fue otro error de cálculo de los argentinos, aunque también
es cierto que primero intentaron por todos los medios que el tema se
resolviera de forma diplomática. En aquellos años, el Presidente de
EE.UU. era Ronald Reagan, otro líder carismático que además tenía un muy buen entendimiento y amistad personal con Margaret Thatcher.
¡Qué importantes son las relaciones personales! Esa amistad permitió
que Margaret llamase a su amigo para pedirle ayuda cuando la necesitó; y
su amigo se la dio.
Aún con todo, Argentina puso en jaque a la Flota Inglesa
y estuvo cerca de conseguir derrotarla. Eso no se lo esperaban los
británicos, que subestimaron las capacidades de su enemigo. Es cierto
que tenían una fuerza aérea reducida, pero contaron con buenos y
valientes pilotos que, en inferioridad de condiciones, usaron tácticas
muy eficaces. Los ingleses también infravaloraron las capacidades
técnicas de los argentinos.
Los fallos que impidieron la victoria fueron
especialmente la falta de evaluación de las necesidades logísticas,
así como las previsiones y necesidades operativas. Tendrían que haber
comprado más material antes, y aquí es donde se hallan las cuestiones
críticas del fracaso argentino.
Los argentinos habían comprado a los franceses aviones Super Etendart para su aviación naval poco tiempo antes, pero habían recibido pocas unidades: cinco misiles Exocet
y cinco aeronaves de las 14 que habían adquirido. Resultaron ser
insuficientes, y lo peor fue que calcularon mal las necesidades de toda
la aviación en repuestos, en especial de los citados misiles.
La
realidad demostró que en situaciones de combate real, las necesidades de mantenimiento
son muy superiores a las estimaciones, o a cuando se llevan a prácticas
y entrenamientos; de hecho, resultaron ser exponenciales. Además, los
franceses les cortaron el suministro, aunque les habían prometido que
les venderían y proveerían recambios. Al final resultó que las presiones
inglesas fueron más fuertes.
Por otro lado, los aviones despegaban
desde tierra firme cuando localizaban barcos ingleses, teniendo que usar
depósitos de combustible externos que, lógicamente, tiraban al mar una
vez usados. No tenían suficientes. Los aviones de combate argentinos
llegaban muy justos de combustible, el justo para poder atacar y volver a
base.
Por el contrario, emplearon unas tácticas que fueron muy
efectivas. El vuelo rasante sobre el mar hacía que los sistemas de los
buques ingleses no les detectasen hasta el mismo momento del ataque. Al
parecer, algunas de las bombas tampoco explotaron, probablemente porque
al ser lanzadas a tan baja altura no daba tiempo a que las espoletas se
armasen.
Hubo otra cuestión, que hubiese sido decisiva, de la que los
argentinos se dieron cuenta tarde: atacaban por oleadas, y no se
percataron hasta el final de que tendrían que haber atacado en grupo.
Los sistemas defensivos de los buques solamente podían manejar entre
tres y cuatro objetivos enemigos simultáneamente. Al
atacar por oleadas, permitían que los sistemas funcionasen y en la
siguiente ocasión se rearmasen. Al ser muchos más los blancos enemigos,
los sistemas se saturaban, bloqueándose y dejando de funcionar.
Con todo, los argentinos hundieron o dañaron más de una docena de barcos ingleses.
Por mucho que se esforzaron en buscar por todo el mundo no tuvieron
tiempo, en las pocas semanas que duró el conflicto armado, para
encontrar quien les vendiera y enviase misiles Exocet. Desde la Segunda Guerra Mundial, nadie le había hundido a Inglaterra un buque.
Texto: Emilio Pérez de Urigüen es MBA por el 'IE Business School' y experto en temas internacionales; así como asesor de empresas en desarrollo de negocios internacionales
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