Semillas de Invierno
Sin que apenas te dieras cuenta el tiempo se tornó primavera, algo que tus
arrugados huesos agradecen, nunca llevaste demasiado bien esos fríos invernales
que escurren el ánimo y encogen el alma. Por instantes, te abres a la vida y retomas
los viejos paseos, invitado por la soleada tarde convertida en un apacible
espejo radiante, y sientes como la brisa del mar acaricia tu rostro ajado por surcos
infinitos, devolviéndote lejanas y etéreas sensaciones de felicidad. Al rato,
cuando ya cansado te sientas sobre el banco de piedra, abrigado a la sombra de
la acacia, observas el jardín reverdecido de colores frescos y luminosos;
saboreas la aromática sensualidad de los hinojos y la hierbabuena; admiras los
exuberantes matorrales de helechos y madreselvas y te embriagas contemplando el
esplendoroso arco iris que forman cientos de seductoras flores resplandecientes: tulipanes, lirios, rosas,
orquídeas, narcisos, violetas, incluso la humilde margarita se siente
fascinante emergiendo por todos los rincones del parque, atrayendo
libidinosamente mareas de animalillos a su cortejo de amor. Y te sientes bien. Es
entonces cuando caes en la cuenta del niño que despreocupado corretea por el huerto,
se para frente a ti y te mira, te habla y tú le saludas. Con manos temblorosas
tocas su rostro, esas mismas manos que un día supieron sosegar quebrantos y enhebrar
sueños, y le acaricias las mejillas sonriendo su vitalidad.
Con ternura ves cómo se aleja mientras te arropan brumas de recuerdos: otro
niño corretea y salta despreocupado y feliz; eres tú que te sientes tocado por
la plenitud de la inmortalidad, y de pronto entiendes que cuanto te rodea solo
es parte del ciclo de la vida. Hurgas en tu bolsillo. Allí están las tres semillas
de las que brota la luz y germinan vergeles, las que regalan cachos de vida, dispensando
esperanzas a quien las posee. Observas de nuevo al chiquillo, son sus juegos
los que le llevan de nuevo hacia ti. ¿O quizás no? quizás es el destino quien le
atrae, pero allí está. Vuelve a mirarte y tú a sonreírle. Se acerca, acaricias
su cabello negro azabache y con disimulo dejas caer las tres semillas en el
bolsillo de su pantalón corto. Otra vez se marcha, ahora ya hasta perderse
vivaz entre la espesura.
De nuevo contemplas el jardín; al fondo, el mar inunda tus sentidos con
aromas de sal, lo aspiras profundamente, cierras los ojos y entiendes que ya no
buscas, ahora solo esperas, quizás es por eso que te sientes complacido con la
grandiosidad que surge a tu vista, la misma que envuelve el gozo de la
primavera y que alimenta la dicha de saborear cada nuevo día regalado. Aunque tú
ya sepas que ese día, para ti, será el último.
La historia continúa en el blog de mi buena amiga Sara O. Durán:
Este cuento forma parte de una idea de Ibso desde su blog: Camino a Utopía, en el que se van engarzando historias basadas en su relato: "Semillas del corazón", y a quien quiero agradecerle que haya querido contar conmigo.
La historia continúa en el blog de mi buena amiga Sara O. Durán:
Este cuento forma parte de una idea de Ibso desde su blog: Camino a Utopía, en el que se van engarzando historias basadas en su relato: "Semillas del corazón", y a quien quiero agradecerle que haya querido contar conmigo.