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lunes, 12 de septiembre de 2016

Semillas de Invierno



 Semillas de Invierno 

Sin que apenas te dieras cuenta el tiempo se tornó primavera, algo que tus arrugados huesos agradecen, nunca llevaste demasiado bien esos fríos invernales que escurren el ánimo y encogen el alma. Por instantes, te abres a la vida y retomas los viejos paseos, invitado por la soleada tarde convertida en un apacible espejo radiante, y sientes como la brisa del mar acaricia tu rostro ajado por surcos infinitos, devolviéndote lejanas y etéreas sensaciones de felicidad. Al rato, cuando ya cansado te sientas sobre el banco de piedra, abrigado a la sombra de la acacia, observas el jardín reverdecido de colores frescos y luminosos; saboreas la aromática sensualidad de los hinojos y la hierbabuena; admiras los exuberantes matorrales de helechos y madreselvas y te embriagas contemplando el esplendoroso arco iris que forman cientos de seductoras flores resplandecientes: tulipanes, lirios, rosas, orquídeas, narcisos, violetas, incluso la humilde margarita se siente fascinante emergiendo por todos los rincones del parque, atrayendo libidinosamente mareas de animalillos a su cortejo de amor. Y te sientes bien. Es entonces cuando caes en la cuenta del niño que despreocupado corretea por el huerto, se para frente a ti y te mira, te habla y tú le saludas. Con manos temblorosas tocas su rostro, esas mismas manos que un día supieron sosegar quebrantos y enhebrar sueños, y le acaricias las mejillas sonriendo su vitalidad.
Con ternura ves cómo se aleja mientras te arropan brumas de recuerdos: otro niño corretea y salta despreocupado y feliz; eres tú que te sientes tocado por la plenitud de la inmortalidad, y de pronto entiendes que cuanto te rodea solo es parte del ciclo de la vida. Hurgas en tu bolsillo. Allí están las tres semillas de las que brota la luz y germinan vergeles, las que regalan cachos de vida, dispensando esperanzas a quien las posee. Observas de nuevo al chiquillo, son sus juegos los que le llevan de nuevo hacia ti. ¿O quizás no? quizás es el destino quien le atrae, pero allí está. Vuelve a mirarte y tú a sonreírle. Se acerca, acaricias su cabello negro azabache y con disimulo dejas caer las tres semillas en el bolsillo de su pantalón corto. Otra vez se marcha, ahora ya hasta perderse vivaz entre la espesura.
De nuevo contemplas el jardín; al fondo, el mar inunda tus sentidos con aromas de sal, lo aspiras profundamente, cierras los ojos y entiendes que ya no buscas, ahora solo esperas, quizás es por eso que te sientes complacido con la grandiosidad que surge a tu vista, la misma que envuelve el gozo de la primavera y que alimenta la dicha de saborear cada nuevo día regalado. Aunque tú ya sepas que ese día, para ti, será el último.

 La historia continúa en el blog de mi buena amiga Sara O. Durán:  

Este cuento forma parte de una idea de Ibso desde su blog: Camino a Utopía, en el que se van engarzando historias basadas en su relato: "Semillas del corazón", y a quien quiero agradecerle que haya querido contar conmigo.