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jueves, 19 de febrero de 2009

Alvaro


Rockwell otra vez a nuestro rescate. Esta pintura de los años 20, conocida como "Swimming hole" viene como anillo al dedo para felicitar a Álvaro por su Santo. A los Álvaros, debí decir, ya que está su tocayo y amigo.
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El swimming hole de Rockwell poco tiene que ver con el del Fragata, no hace falta hacerlo notar. Pero ayer tuvimos que decirle a los críos que las horas de piscina estarían más controladas. Es que les estaban por salir escamas. Y con los ojos rojos, parecían dragones. El "no swimming" del fondo se asemeja a Rogelio, el bañista, que controla los desastres que pueden hacer los Álvaros corriendo en medio de las reposeras de las señoras y señores mayores. Entre los que me cuentan algunas niñitas tontas, que ya nombré en el post del elefante nadando.
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La pintura además no tiene desperdicio. Fíjense en el dedo vendado y la sonrisa sin dientes del pelirrojo en el medio y el "vengan bol..." (traducción libre, ya se sabe) para asegurar fuerza y presencia frente al cartel del fondo.
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Lo bueno de todo es que en el Pinar, en Santa Lucía del Este, en el Fragata o en algún swimming hole escondido, con nubes o con sol, estos niños se divierten como el que más. Sin quejas y "a tope", como dicen los españoles. Acostumbrados a todo, disfrutando de todo.
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Para terminar, el perrito me hace acordar a Fanflis, que debe estar haciendo de las suyas en la cantera del Campo Chico.

viernes, 3 de octubre de 2008

Patrañas.

Lo que me ha quedado claro luego de los primeros treinta años de casado, es que el matrimonio no es para cualquiera. ¡No señor!
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Resulta que últimamente, nuestra querida Fanflis, que tan fiera luce en la foto, estaba tristona. Mi santa esposa, al decir de una de mis lectoras, la oía lloriquear de noche bajo nuestra ventana. Y esto la ponía nerviosa. A mi esposa, claro está. Hasta que el misterio se aclaró.
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No fue necesario llevar a la perra al psiquiatra. Eso querían en mi casa que hiciera un servidor, para sufrir el escarnio público una vez más. Les recuerdo que la última vez que la llevé al veterinario por unos trastornos del ciclo, me dijo que al animal le dolía la garganta y que le diera Amoxidal. Luego me cobró. ¡Todavía debe estar festejando el hijo de madre de dudosa reputación!
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Mi santa esposa, con su astucia inigualable, observó que la perra lloraba cuando, luego de pellizcarme finito, yo dejaba de roncar por un rato. Atando cabos, llegó a la sabia conclusión de que la perra confundía mis ronquidos con los famosos signos vitales. Y que si no me oía, es que creía que había fenecido. ¡Astuta la bicha!
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Desmontaré la patraña. Primero, que la perra además de perra es médica. Me cuida y sabe detectar probables apneas de sueño, muy peligrosas como todo el mundo sabe. Segundo me defiende y llora, probablemente porque intuye que la famosa santa –no tan santa- me pellizcó. Tercero, cuida mi bolsillo, evitando que la lleve innecesariamente al veterinario.
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Pero además, yo no ronco. Nunca me oí. Lo puedo asegurar ante notario.
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