Hiromi Kawakami
El cielo es azul, la tierra blanca
(traducción: Marina Bornas Montaña)
Acantilado, Barcelona. 2009. 211 páginas
El cielo es azul, la tierra blanca
(traducción: Marina Bornas Montaña)
Acantilado, Barcelona. 2009. 211 páginas
UN HAIKU DE BASHO
Las historias de amor cercadas por la muerte, al parecer, tienen muchísimo éxito en Japón. La celebridad de Norwegian Wood (“Tokio Blues” en castellano) de Haruki Murakami es solo la punta del iceberg. La premiada novela de Hiromi Kawakami, El cielos es azul, la tierra blanca es el más reciente ejemplo. La anécdota podría dar para una novela de Philip Roth, pero sin la culpa que causa el placer, ni las racionalizaciones obsesivas, ni el mundo judío norteamericano como escenografía. Es decir, una novela de Philip Roth que jamás escribiría Philip Roth. Tsukiko es una mujer de 38 años, aún con espíritu adolescente pero ya derrotada por la vida. En una taberna, donde va a comer pescado crudo y a beber un poco más de sake del que debería una mujer que siente que nunca ha amado, coincide con un antiguo profesor universitario. Ella no recuerda las clases de ese profesor, no le parece nada memorable, pero dos solitarios en una taberna es demasiada tentación para un novelista. Una Mise-en-scène con elemento mínimos, con solo dos personajes y el poder de la conversación. A partir de este encuentro Hiromi Kawakami, la autora, va trazando una línea curva que conduce a Tsukiko hacia el asiento del profesor, a quien ella llama Maestro. Y al mismo tiempo, el tiempo y el sake compartido van limando las asperezas de las murallas que ambos, Tsukiko y el Maestro, han alzado en torno a sus vidas. Pero no hay prisa. La novela demora, entre peleas sin importancia y pequeñas anécdotas, el momento de la gran revelación que ocurre en una tarde campestre, cuando tanto el Maestro como Tsukiko parecen haber encontrado pretendientes más a su altura o edad. Luego de ese camping, para Tsukiko es evidente que se ha enamorado del Maestro y, al mismo tiempo, que no podrá conseguir enamorar a ese viejo gruñón. Y aunque la novela está contada desde la perspectiva de ella, el lector puede percibir que también el Maestro cada vez depende más de la compañía y la apacible felicidad que le produce el engreimiento y la jovialidad renacida de Tsukiko.
El momento cumbre sucede en un viaje que ambos hacen a una isla, donde está enterrada la ex - esposa del Maestro. Él acepta que esa mujer era extraña, que lo abandonó, que nunca supo entenderla; pero, al mismo tiempo, que ha sido la única mujer capaz de amar y aún la recuerda. La contradicción no es pasada por alto por Tsukiko, quien se muestra más resulta en conquistar al Maestro. La defensa de su soledad y la forma brusca, mandona, de responder a los acercamientos de Tsukiko es la coraza transparente que permite ver que el Maestro, por primera vez en la vida desde que su mujer lo abandonó, ha vuelto a ser vulnerable. Es entonces que sucede aquella maravillosa escena en la que Tsukiko y el maestro, una noche en la isla, deciden escribir juntos un haikú. Durante toda la novela, el Maestro –profesor de japonés en la universidad- le reclama a Tsukiko el no haber memorizado los versos clásicos que él cita y que le enseñó en clases. Esa noche, sin embargo, permite que ella aumente el tercer verso a un haikú inspirado en la carne rosada del pulpo que almorzaron esa tarde. El haikú que ambos escriben le recuerda, al Maestro, un antiguo y hermoso poema de Basho: “Se oscurece el mar/ Las voces de los patos/ Son vagamente blancas”. La lectura de ese poema (y el título de la novela –que no sigue al original en japonés, que es El maletín del maestro, sino a la atractiva traducción alemana-, dos versos de un haikú que no está terminado pero que sin duda nos habla del orden del mundo, con el azul del cielo arriba y la blanca tierra debajo) debería darle al lector la pista de por qué, finalmente, la coraza del Maestro y la de la misma Tsukiko termina quebrándose. En efecto, el mar oscurecido es la vida misma, la noche que cae temprano o tarde sobre nosotros; pero las voces de los patos, un rumor lejano pero perceptible, son vagamente blancas e imponen esa luz sobre la oscuridad. “Vagamente” subrayamos. Y sí, es obvio, el amor y la vida nunca lograrán imponerse de manera absoluta sobre la muerte y la oscuridad, pero antes de que ésta llegue definitivamente podemos aprovechar intensamente el aleteo vital de esos patos y su sonido blanco. Es decir, podemos creer que el amor nos salvará de nuevo.
No voy a concluir esta reseña diciendo que la novela es una pequeña obra de arte porque no lo es. No necesita serlo.
Etiquetas: acantilado, el cielo es azul, kawakami
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