La mujer trabajadora
Desde que el mundo es mundo, los hombres y las mujeres se han repartido la realización de las tareas familiares cotidianas En un primer momento nos dicen los historiadores que el hombre se dedicó a la caza y a guerrear con la tribu vecina y la mujer se reservó el cuidado de su hogar y de su prole.
Pero esta inicial distribución de tareas, con el transcurrir de los siglos, ha ido adoptando distintas formas. Cuando la caza dio paso a la producción agrícola, al cuidado de la pequeña granja o a la realización de una actividad artesanal, el trabajo agrupó a la familia, todos los miembros de ella participaban conjuntamente en dichas tareas y el trabajo se realizaba cerca del hogar.
Todo se mantuvo así, con pequeñas variaciones, hasta la llegada de la llamada "sociedad industrial", que separó definitivamente el lugar del trabajo y el del hogar A partir de ese momento el trabajo remunerado era casi exclusivamente un cometido masculino, que le alejaba durante una larga jornada del ámbito del hogar y del contacto con la familia.
Por el contrario las mayoría de las mujeres -que por su situación económica no podían disponer de personal de servicio- pasaron a responsabilizarse exclusivamente de los trabajos domésticos, del mantenimiento del hogar de la preparación de los alimentos y del cuidado de los niños, etc., etc.
Salvo contadas ocasiones esta situación laboral -tan escasamente gratificante como poco valorada- se mantuvo inalterable hasta los primeros años del siglo XX y el único trabajo al que podía optar la mujer fuera de su hogar era el de institutriz, niñera o sirvienta.
A partir de las primeras décadas del siglo XX la mujer fue incorporándose a un ritmo acelerado al trabajo en empresas y oficinas. Un trabajo que, curiosamente, la mayoría de ellas abandonaba al contraer matrimonio para dedicarse en exclusiva al cuidado del hogar y de los hijos.
En la actualidad asistimos a una situación radicalmente distinta y es cada vez mayor el número de mujeres que trabajan fuera de su hogar movidas, en muchas ocasiones por su vocación profesional y las más por situaciones de carácter económico, como es complementar el sueldo del hombre, imprescindible para mantener cierto nivel de vida o ante situaciones tan concretas como es el pago de la hipoteca que grava el hogar familiar.
Una situación que se ha traducido, la mayoría de las veces, en situaciones discriminatorias para la mujer quien tiene que soportar injustas desigualdades de ingresos que el hombre por la realización de las mismas tareas.
A ello viene a sumarse una actividad diaria agotadora: llevar a los niños al colegio, volver, tras la jornada de trabajo, a recogerlos y al llegar a su casa afrontar el mantenimiento de ésta y el cuidado de los hijos.
Es lo que en certeras palabras comenta Judy Vacjman (1988):
Me parece que la vida tiene tres componentes: la familia, la vida social y el trabajo. En una familia con dos carreras profesionales hay que prescindir de uno de ellos, y en mi caso es la vida social. Cuando no estoy en el trabajo me dedico totalmente a ser madre, y ¡cuando los niños se van a la cama, me derrumbo!
Aunque parece que el hombre -a ello no es ajeno la crisis y el desempleo- va tomando conciencia de ello y asume gradualmente mayores responsabilidades domésticas, la realidad es que las mujeres, siguen cargando con el peso de las tareas del hogar, el cuidado de los hijos y, desgraciadamente obligadas a renunciar a su vida social, a su "tiempo" personal.