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miércoles, 27 de abril de 2011

Epílogo: Sin complicaciones

El viento mecía sus cabellos, era una brisa fresca que lo invitaba a perderse en sus pensamientos, aunque eso lo hacía muy seguido desde hace meses, siempre en la misma rutina; salía de la universidad, hacía sus trabajos y luego… se subía a la azotea, se sentaba en el borde y en la noche bajaba.

Desde ahí podía ver las luces de la ciudad, el constante tráfico, escuchar los gritos de Erika…ya habían pasado algunos meses desde aquella batalla, se podría decir que las cosas siguieron como antes, apenas veía a Aranel —constantemente se trataban mal—, excepto por el hecho de que luego de que al cumplir la mayoría de edad pidió la custodia de su hermanita, mostrando pruebas que lo único que le interesaba a sus tíos era el dinero que le entregaban por ella (si no lo hizo antes fue por miedo a que se la llevaran a un orfanato).

Erika seguía con aquel aire de saber más de lo que decía, su hermano no había vuelto a aparecer; Catherine unió su esencia a la de Nel, ahora aprendía usar los poderes, aunque no se le veía mucho interés.

Él se volvió más perceptivo y abierto, aún con su rutina, se llevaba mejor con su hermana y a Mailen estaba muchísimo más feliz, sobre todo con Jonathan que la mimaba. Decidieron quedarse, más que todo lo hizo por su amigo, quien no hubiera dudado en seguirlo al fin del mundo, si fuera por él seguiría recorriendo el mundo.

—¡Te digo que no es la cantidad, Aranel! —escuchó que protestaba la más pequeña.

—Claro que es así —replicó con enfado la mayor—. Lleva un tazón de chispas —dijo tranquila y agregó dicha cantidad a la olla. Erika se cruzó de brazos refunfuñando.

Intentaban hacer la vieja receta de galletas que preparaba su madre, pero no se ponían de acuerdo en la cantidad de chispas de chocolate que debían llevar. Aranel decía que muchas le darían un sabor hostigoso; Erika que no eran suficientes.

Christopher reía a carcajadas en la sala mientras aplastaba a Jonathan con los videojuegos y oía los gritos de las hermanas en la cocina. Jonathan puso una cara de tremenda decepción, pero sonrió cuando su novia empezó a darle besos por toda la cara. Christopher los dejó solos y se dirigió a la cocina.

—¿Siguen sin decidirse? —preguntó alegre. Aranel volvió la cabeza a él y asintió. Erika aprovechó eso y puso en la mezcla medio tazón más, con una sonrisa de oreja a oreja salió de la cocina dando saltitos. Su hermana mayor se la quedó viendo mientras partía.

Recordaba cuando en medio de la batalla Alejandro la hizo aparecer frente a él, ambas compartían sangre, él quería aprovecharse de eso para controlarla a su voluntad o simplemente chantajearla, el plan le salió mal porque Aranel era un ángel y su hermana… su hermana era demasiado rara, tenía poderes porque fueron un obsequio —de James— en su antigua vida, pero aún seguía sin comprender como funcionaban y su hermanita prefería mantener el misterio y no estaba dispuesta a preguntárselo a David.

Metió las galletas al horno y repiqueteó los dedos contra el mesón, nunca tuvo paciencia. Al pasar diez minutos y darse cuenta que al reloj aún le faltaba demasiado, pidió a Mailen que las sacara por ella. La chica asintió medio distraída, daba gracias que el horno tuviera una alarma lo bastante aguda como para volverse insoportable.

Subió las gradas a la azotea. David seguía en la misma posición que lo dejó horas antes —cuando Erika empezó a alborotar con su deseo por las galletas y se vio arrastrada abajo— sentado en el borde del edificio, apoyado contra la caseta por la que entró, un lapicero retráctil en la mano, que hacía el molesto ruido al ser hundido una y otra vez.

—Vas a resfriarte —reprochó sentándosele al lado. Él giró la cabeza para mirarla, con pereza, fijando aquel iris azul como el cielo en los miel.

—No tiene mucha importancia, le diré a Jonathan que me curé y asunto arreglando —murmuró volviendo a mirar el cielo.

Ella bufó, le dio un golpe en el brazo —desesperada por el ruido del lapicero— y aburrida por la respuesta, por la fuerza se escapó de su mano.

—Me debes un lapicero —comentó cruzándose de brazos.

—Eres un idiota —gruñó ella y se levantó dispuesta a irse. Sintió un jalón en el brazo, cayó sobre David, que rió en su oído y le robó un beso—. No soy Catherine —repitió ella con el ceño fruncido, justo como la primera vez que se besaron luego de la batalla.

—Lo sé —contestó como aquella vez y la besó de nuevo. Ella le correspondió, podía ser un idiota, pero le gustaban sus besos.

Erika interrumpió con pasos apresurados, dejó la bandeja y les regaló una sonrisa antes de bajar las escaleras dando saltitos y que su hermana la regañara. Aranel se acomodó a un lado de David, con las galletas en medio, estiraban la mano para agarrar una con aire distraído, cuando se acabaron dejaron sus dedos entrelazados, el olor a chocolate aún se percibía en el aire. Ambos se quedaron en absoluto silencio… con el cielo tiñéndose de colores, sumado a las nubes grises que se acercaban.

Era imposible no recordar aquel día, porque el cielo —para cuando los sacaron del agua— estaba entre rojo y gris (justo como ahora), con una ligera capa de llovizna. Luego de caer al agua, sentir que las fuerzas le fallaba, el aire era escaso y que no era capaz de patalear para tomar aire —su cuerpo estaba entumido y adolorido—; sólo atinó a abrir los ojos una vez más, estirar su mano y tomar la de ella.

El ruido del chapuzón, un jalón en su brazo fue lo único que distinguió en el letargo, la mano de Nel había sido reemplazada por una que lo devolvía a la superficie, logró tomar una gran bocanada de aire mientras era sostenido para no hundirse.

—Eres un debilucho —bufó la voz alegre de Jonathan. Esbozó una sonrisa al sentir el hechizo de levitación que su amigo hizo para volver a tierra firme. Jonathan le pasó un brazo por los hombros para ayudarlo, vio que —luego de que Alejandro falleciera— los ángeles ahuyentaron a los demonios que quedaron en pie, que al estar sin control se atacaban entre ellos.

Tuvieron que usar hechizos para limpiar el campo, hacer crecer las flores de nuevo… ni mencionar aquella reunión con los miembros del consejo de ángeles. Dio un suspiro resignado y sintió un apretón que lo regresó a la realidad. Esbozó una sonrisa, no esperó que ella se la devolviera, porque sabía que no lo haría. Le robó otro beso.

Ella sabía a lágrimas, a miel, a ausencia de sonrisas. Aranel hizo un intento por sonreír. Él era un idiota y lo seguiría siendo, sin importarle si la quería o no.

Todo seguía igual, los viernes una caminata por el parque que terminada con aquella banca y un perro caliente, algún que otro beso robado, un buen insulto y un golpe. Porque él no era de regalar flores, ella no las recibiría porque le parecía tremendamente cursi y estúpido.

James fue romántico; Catherine, soñadora. Ellos eran todo lo contrario a lo que fueron, por eso no había juramentos de amor eterno, se limitaban a vivir al momento… tal vez en algún punto no fuera suficiente, tal vez se hiciera aburrido y decidieran dejarlo, pero por ahora se conformaban con caminar tomados de la mano, los besos robados; sin «te quiero» y mucho menos «te amo». De una forma tonta y retorcida ambos sabían que no se traicionarían. Ella prefería no complicarse la vida y él lo aceptaba.

FIN

miércoles, 20 de abril de 2011

Capítulo 31: La caída final

La desesperación empezaba a recorrer por sus venas en lugar de la sangre, Aranel había salido corriendo y cuando intentó seguirla algunas bestias aprovecharon su descuido para atacarlo, el resto de ángeles se había dividido y estaban desperdigados por el campo, atacando y defendiendo a quienes podían.

Habían dejado se sentir a Nel, que era lo más preocupante, pero no podía moverse mucho porque continuaban atacando y atacando. Dio un suspiro nervioso y continuó luchando, sintiendo como se le clavaban las garras y dientes de los demonios por andar distraído.

Las heridas sangrantes empezaban a arder, muy cerca de él estaba Jonathan, peleando con algunos monstruos para ayudarlo, estaba tan herido como él, el cansancio y la debilidad empezaba a hacer efecto. Le dio un golpe a Alejandro en el brazo, provocando que la espada cayera, éste se lo devolvió y ambos se enzarzaron en una pelea, tratando de herirse con golpes y hechizos.

Aparecían y desaparecían, tratando de sacar ventaja y tomar desprevenido a su enemigo, tenían diversas quemaduras por todo el cuerpo y algunos trozos de hielo de un intento fallido de Alejandro por congelar a David. Ambos sabían que pelear de esa forma era casi inútil teniendo en cuenta que podían contrarrestar perfectamente el hechizo del otro.



Pudo ver a dos personas saliendo del mar, cogidos de la mano, un hombre y una mujer, él la abrazaba y le robaba besos a cada descuido. Se acercó para poder verles la cara y cuando por fin pudo hacerlo las imágenes pasaron muy rápido, como un flash, y estaba en otro lugar.

Con el corazón a mil por hora vio a las personas ahí, el campo de batalla, la sangre, los gritos, su vista se posó en el chico que luchaba en todo el centro contra otro de su misma edad, sintió una mano en su hombro se volteó sólo para encontrarse con el rostro contraído de tristeza y melancolía de Catherine, que negó con la cabeza con decepción.

—El campo, en tu tiempo, debe estar tan mal como lo estuvo aquella vez —susurró con tristeza.



Alejandro le dio un puñetazo en la cara, se dispuso a lanzarle un hechizo que por fin acabara con David. Escuchó el grito de Jonathan clamando el nombre de su amigo, pero no le hizo caso y dirigió aquel destello brillante afilado directo al corazón de David.

Una luz que llegó desde el bosque, cegando los ojos de todos, incluyendo a Alejandro que desvió la mano por un golpe que le dio David y le clavó el puñal en el pulmón, provocando que escupiera un poco de sangre. La luz se extinguió, dirigió la mirada a su enemigo de nuevo y empuñó el arma, antes de lograr su cometido sintió que lo elevaban en el aire.

—¡Así que por fin has aparecido! ¿Eh, ángel? —gritó a la figura frente a él. Soltó una risotada al ver la expresión de furia de la chica, sus ojos brillaban dorados.

Jonathan aprovechó para acercarse a David e intentar detener la hemorragia. Con algo de nerviosismo pudo cerrarla.

Alejandro permanecía elevado a unos metros del ángel de ojos dorados. Christopher se ubicó a la derecha del ser alado que lo mantenía en el aire; sonrió con malicia y burla, era lo que había estado esperando.

Invocó su espada que fue directamente a la mano de su amo como si la hubiesen jalado, creó un campo a su alrededor interfiriendo el poder del ángel. Christopher se atravesó en su camino, dispuesto a pelear, sus movimientos eran rápidos y ágiles, pero no impidieron que la espada se clavara en sus alas y cayera en picada, donde uno de los monstruos se enzarzó contra él.

—Me alegra ver que tus ojos siguen tan dorados como siempre —sonrió. La chica permaneció impasible ante él, sabía lo que quería. Toda aquella historia se remontaba a la época de Catherine y James.

La madre de ella había sido la protectora del poder más grande y puro entre los ángeles, hasta que se enamoró de un humano y decidió quedarse con él, el poder pasó a su hija Catherine y la marca de que era diferente quedó impresa en sus ojos dorados, cuando los del resto de ángeles eran plateados. Una diferencia que le costó la vida por la ambición de hechiceros oscuros, como lo fue Alejandro en su otra vida... como lo era en ésta.

David, en medio de la inconsciencia y debilidad, entreabrió los ojos dirigiéndolos al cielo, entendiendo todo al final, dándose cuenta de lo torpe que fue. Mailen no tenía los ojos miel, había sido engañado tontamente. La sangre seguía saliendo por el resto heridas, no tuvo más opción que relegarse a la oscuridad de su mente.

La risa hizo eco en el bosque, ella tenía una sonrisa sutil en los labios, trataba de contener las carcajadas, pero era un intento casi fallido. De repente la risa se apagó y sus ojos se mostraron tristes… Él estaba en el mismo campo, con el color rojo manchando las flores que quedaban en pie, con el cuerpo sangrante de Catherine entre sus brazos.

—No te rindas —dijo con sus ojos sumamente tristes—. Hagas lo que hagas, vive tu vida, vívela por ti, por mí, por ambos… Te amo —susurró cerrando los ojos para siempre.

«No» pensó de inmediato, no podía dejar que muriera de nuevo, no por la misma razón, no a manos de esa persona; la quisiera o no, iba a defenderla.

Abrió los ojos, para cuando lo hizo, Aranel tenía las alas manchadas de sangre, pero a diferencia de Christopher que cayó de una sola, seguía volando, a duras penas, pero estaba en el cielo. Erika estaba atrapada entre los brazos de Alejandro, que con una maliciosa sonrisa dirigió la daga a la niña. Esta vez el plan iba en más que herirla por fuera.

Antes de que pudiera hacer algo usó un hechizo de levitación, se abalanzó sobre él, Erika pegó un grito por el susto, Aranel la cogió al vuelo, la colocó en el suelo y regresó para acabar con todo aquello. Todo fue muy rápido ambos peleando contra Alejandro, que en un intento por defenderse iba retrocediendo, cada vez más cerca del acantilado, logró asestarle el golpe final, pero Aranel en un intento por defenderlo terminó herida.

Sus alas blancas estaban desgarradas y al ver que finalmente había vencido se resignó a caer. Dio un último vistazo a aquel cuerpo inerte y sangrentado que fue atravesado con su espada. Alejandro había muerto, por fin.

Sus brazos intentaron alcanzarla, mas le fue imposible.

Abajo le esperaba el mar, no podría sobrevivir al golpe, se impulsó con el viento lo mejor que pudo y alcanzó a tomar su mano arrastrándola hacia él.

—Nunca dejaré que te pase algo malo —susurró contra sus labios.

—No podrás cuidarme siempre —contestó con una flor en su mano, esquivando su beso y llevándola a su nariz.

—No me importa. Haré hasta lo imposible por mantenerte a salvo.

Ella lo observó sin decir nada, pero sus labios se movieron silenciosamente para decir «Todos tienen un límite».

¿Dónde estaban las promesas? Le dijo un millón de veces a Catherine que la cuidaría, en aquella u otra vida, entre los besos y sábanas le susurró que la amaba. En ese momento, teniendo en brazos aquel cuerpo totalmente herido e indefenso se daba cuenta de que no lo hizo antes y tampoco ahora. Ya nada era igual, no era Catherine, la chica caprichosa con aires de princesa; era Aranel, la de sonrisa apagada y los besos con sabor a miel, sonrisas perdidas en el tiempo y lágrimas borradas por la lluvia.

No era una princesa —como siempre le gustó llamarla—, no era un ángel. Ella no quería serlo, era sólo Aranel, la bailarina con el corazón de porcelana rota; él ya no era James, el príncipe, era sólo un chico con una hermana y una familia que no supo valorar.

Es curioso, cuando estamos a punto de morir nos damos cuenta de nuestros errores. Como al estar a punto de chocar con la superficie fría y turbulenta del mar, todos los recuerdos pasan por la mente como una película. O eso era lo que David pensaba al verse en esas condiciones.

La abrazó lo más fuerte que pudo, ocultándola y protegiéndola con sus brazos, agachó la cabeza cuando sintió el agua en su cabeza, no pudo evitarlo y perdió la fuerza, cerrando los ojos y dejando escapar el cuerpo de Nel.

—Te prometo que te amaré y no me iré de tu lado nunca.

—No digas promesas que tal vez no cumplas. La vida da muchas vueltas, sólo limítate a disfrutar. —Una sonrisa fue el único regalo que le dio, porque iba a cumplirlo fuera como fuera.

Promesas incumplidas, rotas… perdidas, porque nunca pudieron cumplirse. No logró protegerla, ella se fue primero de su lado y sólo le quedó el recuerdo de su risa, el aroma a flores y un dolor que lo rompió el corazón.

miércoles, 13 de abril de 2011

Capítulo 30: Comienza la batalla

Christopher no hizo el menor esfuerzo por ayudarlos a planear, se limitaría a seguir órdenes porque no tenía más velas en aquel entierro que Aranel, era la única que le importaba… también estaba su prima, pero de eso se encargaría Jonathan. Maldijo aquel velo que le impedía usar sus poderes, los hechiceros tampoco podían, y no poder enviar a su prima y mejor amiga a la ciudad.

—¿Entonces ella es la famosa Aranel? —cometo una vocecilla desde atrás. No tuvo necesidad de voltearse, sabía quién era, aún podía distinguir el tono alegre y un tanto chillón de su vieja amiga.

—Sí —respondió con simpleza. Aranel fijó sus ojos de nuevo en aquella chica rubia de ojos verdes, tenía una sonrisa juguetona mientras la observaba.

—Cloe —presentó tendiéndole la mano con una sonrisa—. Un gusto conocerte de nuevo, princesa —burló. Frunció el ceño ante aquello, detestaba que le dijeran cosas por ese estilo.

—Mi nombre es Aranel —replicó sin responder al saludo y se fue de allí. Cloe esbozó una sonrisa aún más grande, era tal y como la recordaba.

—Ni lo pienses —musitó Christopher con frialdad. Hizo un mohín, pero no desvió su vista de la de cabello miel.

Fue acercándose al lugar donde estaban los ángeles y guerreros reunidos, sabía que no la dejarían entrar, tampoco le importaba hacerlo. Lo único que le preocupaba era regresar a casa para averiguar el paradero de su hermana Erika, sentía que estaba ahí, en algún lugar, tenía una pequeña y minúscula esperanza que no entendía de donde venía, pero podía sentirla, escuchar su voz, no en la cabeza, en el corazón, como si le llamara.

Cerró los ojos y sus pies se dirigieron a un lugar que conocía, se sentía pesada y liviana a la vez. Sus extremidades no le respondían, pero se movía.

—Nel —llamó Jonathan al ver que iba al bosque—. En unos minutos empezará el ataque y el velo debe estar rodeado, cuando se alce, humana o no, te atacarán. Ve con Christopher, él te enviará a casa en cuanto la protección acabe —musitó con desconfianza hacia el lugar que se dirigía. Asintió con lentitud, saliendo del trance, clavó sus ojos en la oscuridad que estaba más allá de lo que ella podía ver.

Dio media vuelta y se alejó.



Seguía de rodillas, una gota de sudor le corría la sien, pero no podía moverse, si los ancianos lo notaban se iban a enfadar mucho, sobre todo luego de haber protestado contra ellos y gritarles por no decirle que Catherine era su hermana, aunque ellos sólo mostraron confusión ante la acusación. Un movimiento en falso y estaría acabado por los que se suponía eran sus aliados.

—Es un mocoso insolente —masculló uno de ellos. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y aquella expresión estoica que solía conservar desapareció hace mucho rato, casi al momento en que llegaron, luego de que protestara contra ellos.

—Sigue siendo un niño —replicó el más anciano con aire imperturbable. De aquellos que estaban reunidos su presencia resaltaba—. Humano, con o sin magia, sigue siendo un niño —acotó—. David, levántate —ordenó impasible a las miradas furiosas de algunos del consejo. Hizo un gesto de mano para acompañar sus órdenes—. Ve a prepararte, no olvides nuestro trato —dijo antes de que cerrara la tienda tras él.

—Eres un blando —renegó el otro—. Sé que nos ha hecho favores, pero no justifica su comportamiento, aunque todos los humanos con poderes mágicos suelen creerse más que los demás, aún entre los suyos; por eso tenemos problemas con Alejandro, nos confiamos y terminó usándolos para el mal. Igual eso pasa por dárselos —dijo finalmente con resignación y molestia al ver que el viejo no lo escuchaba, y se alistaba para irse. Con un último destello de luz los ángeles desaparecieron junto con el velo.

Fue cuestión de milésimas de segundos que los monstros se abalanzaran contra ellos.

El grupo de ángeles estaba reunido en un círculo, con Mailen y Aranel en el medio, para protegerlas mientras Christopher las enviaba devuelta a casa.



—Nos vemos de nuevo —burló Alejandro esgrimiendo la espada con maestría. David no sonrió, en su rostro no había menor atisbo de emoción que indicara que estaba molesto.

Ambos se conocían desde hacía mucho tiempo, en otras vidas, el estilo de pelea era más o menos el mismo. Alejandro hablaba mucho y siempre con aquel tono burlón, esperando distraerte y que alguno de los monstruos acabara contigo, siempre cerca y dispuesto a sacrificar la vida por él o atacar por la espalda, pero sabía que siempre daba el golpe final; los demonios podían hacerle una que otra herida, pero Alejandro no iba a dejar que la gloria se la llevara una sucia bestia.

Destellos de todos los colores fulguraban en el campo de batalla. Muchos eran hechizos en conjunto para contener y acabar los monstruos, que no dudaban en hundir los dientes y garras en sus contrincantes. El cielo, junto con el prado, empezaban a mancharse de sangre, a pesar de que fuera sólo una batalla daría el final a la guerra que llevaba dándose desde hace décadas.

David no podía permitirse perder, estaba en juego la vida de muchos. Sintió un golpe seco en el pecho al tiempo que se le encajaba la espada de Alejando en el brazo. Ambos tenían varias heridas, aun así seguían peleando. Alejandro con la mirada entre la rabia y la burla.

—¿Por qué luchas, David? —preguntó tratando de darle un golpe—. Tu hermana es la que alguna vez fue tu novia, tan cerca y tan lejos —bufó—. Tu mejor amigo, aún sin saberlo te quito la chica que querías.

—Lo hago por ambos. Mailen es mi hermana, familia. Jonathan seguirá siendo mi mejor amigo, te guste o no voy a vencerte, sólo para tener la satisfacción de encerrar tu alma en el infierno y así nunca regresarás —respondió. Tiró el arma de su enemigo a un lado y se le echó encima dispuesto a encajarle la suya en el corazón.



Podía sentir que la sangre le hervía, el llamado, aquella voz en su cabeza regresó, como siempre lo hacía. Pegó un salto antes de que la luz que la llevaría a casa con Mailen pudiera tocarla, se alejó tan rápido como pudo rumbo al bosque. Escuchó los gritos de los ángeles, más que nada de Christopher, que la llamaban.

La sangre le golpeaba la sien, su corazón latía como loco y seguía corriendo. Llegó a un lugar parecido a una cabaña, el ruido de las espadas y la sangre que se derramaba no se escuchaba, era como si fuera un lugar apartado del mundo. Más allá se encontraba una playa, con el sol iluminando, asemejaba un atardecer, pero sabía que en el campo de batalla la luna estaba erguida sobre el cielo.

—Hasta que por fin —musitó el espíritu de Catherine caminado sobre el agua. Se acercó a ella, el agua le llegaba por los tobillos y a cada paso que daba hacia adelante Catherine daba uno atrás—. Te he estado llamado desde hace mucho rato —protestó con el ceño fruncido—. Es hora —escuchó que le susurraba antes de que el agua la cubriera completamente.

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miércoles, 6 de abril de 2011

Capítulo 29: Pasado

Volteó la cabeza para ver aquel grupo de personas tras él. Esbozó una sincera sonrisa de agradecimiento al verlos. Todos lucían expresiones serias y serenas, aunque su vieja amiga tenía una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Pero mira cómo estás! —exclamó tirándosele al cuello ignorando a sus amigos y la luz que provenía de ellos, ésta llegó al cielo y se extinguió tan rápido como llegó para caer en forma de un pesado velo que los apartaría del peligro hasta que hicieran planes, en lo cual no podía demorarse mucho tiempo—. Eres un idiota, supe que había algo sospechoso desde que me llamaste —rió con alegría y le dio un beso en la mejilla.

—Gracias —balbuceó aturdido cuando ella le tendió una espada. Reconoció de inmediato la empuñadura, el grabado en la hoja y el destello que tuvo al estar expuesta a la luz de la luna. Pasó la mano por ella admirado, era como tener de vuelta un viejo amigo, más que por ser un arma le tenía infinito cariño por ser un recuerdo.

«Algo que debo guardar bajo cerrojo en mi memoria» pensó de inmediato al ver a su hermana que era cogida en brazos por un preocupado Jonathan.

Aranel miraba aquel grupo de extraños, eran unos veinte por lo menos, con ropas fuera de lo normal; algunos con alas de dos metros en su espalda, sus rasgos eran delicados y preciosos, pero todo eso quedaba en el olvido con las expresiones estoicas que mostraban. La mayoría, eran los que no tenían alas, lucían en su manos espadas de una longitud considerable. Fijó sus ojos en la chica rubia y de ojos verdes que tenía abrazado a David, se le hacía conocida, pero no entendía por qué.

—¿Te encuentras bien? —interrogó Christopher acariciándole la mejilla.

—¿Tú? —inquirió sorprendida. Abrió sus ojos aún más al notar lo que colgaba más debajo de sus hombros. Sus ojos normalmente grises resplandecían de color plateado—. No —protestó incrédula y se alejó de él—. ¿Qué rayos eres? —balbuceó a duras penas con la sangre corriendo a toda velocidad por sus venas y golpeándole en la sien. Apretó los parpados con fuerza, empezaba a dolerle la cabeza y su corazón golpeaba tan fuerte que le impedía respirar correctamente, aunque su amigo no pareció darse cuenta porque empezó a hablar.

—Soy un ángel —contestó tranquilamente—. Nací bajo una forma humana hace tiempo y cuando renací esa parte de mi esencia se conservó demasiado bien —musitó con algo de irritación.

Aranel le miró con una ceja enarcada cuando el dolor cesó. Puso especial atención a sus palabras, había algo que a Christopher le molestaba con eso de ser ángel.

—¿No te gusta serlo? —interrogó recuperando aquella frialdad que desarrollo luego de la muerte de sus padres y hermano. Le lanzó una mirada inquisitiva tratando de averiguar algo, pero por más que conociera a Christopher nunca lo había visto en su forma real, y los ángeles sabían esconder muy bien sus sentimientos.

Él esquivó su mirada y le cogió el brazo para dirigirla hacia atrás, necesitaba enviarla a casa, no podía permitir que una persona más muriera por su culpa, mucho menos si era Nel, que era como su hermana, ya había perdido una no ocurriría de nuevo.

—Jonathan —llamó. Él volteó a mirarlo—. ¿Cómo está Mailen? —preguntó de inmediato.

—Bien —respondió con una sonrisa de oreja a oreja—. Los tuyos se han encargado de sacarla del estado de hipnotismo, aunque intentan averiguar cómo lo hizo por si acaso tiene una conexión todavía.

Christopher asintió con una mueca de molestia. Detestaba ser un ángel, lo odiaba desde que sus poderes se manifestaron por primera vez.



El niño miraba con horror las plantas marchitas a su alrededor. ¡Eran las favoritas de su madre y él las mató!

—Yo no quise hacerlo —exclamó asustado de que su padre fuera a enfadarse con él. Estaba tan molesto, su madre se había ido, los dejó solos a él y su hermanita, ella aún era tan pequeña y no podía defenderse del mundo. Sollozó al pensar en su mamá. La vida le parecía muy injusta, su madre era una buena y amable, su hermana era pequeña y él, aunque siempre dijera que había crecido, la necesitaba.

Las flores fueron las culpables de que su madre muriera, si a ella no le gustara regarlas no la habría picado aquella serpiente.

—Sabía que esto pasaría tarde o temprano —musitó el hombre sin rastro de enfado en su voz, sólo el dolor de la perdida—. Tu madre me lo advirtió. Debes irte —susurró suave para que no se alterara.

—No quería hacerlo, papá —repitió con los ojos húmedos—. No quiero irme, no me separes de ti y Catherine —rogó agarrándose con fuerza a sus pantalones.

—Lo siento mucho por ti, Armand —dijo con sinceridad—, pero no puedes quedarte, si lo haces en algún momento le harás daño a Catherine, debes aprender a controlarte y es algo que no puedo enseñarte. Debes ir con los tuyos —balbuceó finalmente. Se fijó en aquella sombra que apareció de la nada con la específica misión de llevarse al pequeño—. Ellos te cuidaran —habló a modo de consuelo soltándose del niño y dejándolos solos. Sintiendo como una parte más de su corazón se partía, primero su esposa y luego su hijo—. Regresa cuando no seas un peligro.

Armand ya no escuchaba, estaba demasiado ocupado llorando y rogando a su padre para que no lo obligara, odiándose porque si no podía quedarse con su familia nada tenía sentido.



Siempre le había dicho «Los suyos», pero no se sentía parte de los ángeles él se crio en la tierra y cuando se lo llevaron ni siquiera pudo despedirse de Catherine, algunas veces le permitían verla, pero no eran más que uno o dos días; para cuando regresó a quedarse definitivamente su hermanita era mayor y estaba a punto de ser entregada en matrimonio.

Por esa razón había hecho un trato, sabía que eran pocos los ángeles que permanecían en la tierra, aquello era en casos extremos, como el de él que su madre lo tuvo con un humano y sólo era mitad y mitad, lo habían dejado vivir ahí, pero la regla ordenaba que luego de que la verdadera esencia se manifestara debían servir a la humanidad.

Por esa razón, cuando pudo usarlos, hizo un trato con los más ancianos, trabajaría como ángel de la guarda, al principio su protegido era Bryan, pero al morir su mejor amigo quedó a cargo de Aranel. Aunque era algo mucho más allá de trabajo cuidarla, la quería, por eso lucharía, no porque tuviera que hacerlo.

Fijó su vista en David y en Aranel. No lo odiaba, James amó a Catherine y durante el poco tiempo que estuvieron juntos fueron felices, pero… no quería que se enamorara de los recuerdos; Nel valía demasiado aún con aquel humor de perros que tenía en ocasiones.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Capítulo 28: Empieza la guerra

David suspiró cansado, Aranel estaba a su lado, aunque iba tan silenciosa como él. Cuando llegaron al edificio que vivían Nel, siguió derecho y él subió por el ascensor.

—¡David! —gritó Jonathan sorprendido—. Te estaba buscando —comentó acercándose—. Hay algo que tengo que decirte —susurró entre sorprendido y confundido, es qué las noticias que había recibido de los de arriba lo tenían impresionado—. Es sobre Catherine.

—Eh, mejor me buscas más tarde tengo algo que hacer —balbuceó alejándose y es qué no estaba listo para enfrentarse a la verdad, mucho menos a su amigo. Metió las manos en los bolsillos y siguió caminando con la cabeza gacha hacia el departamento.,

—Vale —replicó con el ceño fruncido. David nunca lo dejaría si decía el nombre mágico Catherine, era extremadamente raro—. ¿Estás bien? ¿Te pasa algo? —interrogó siguiéndolo.

Negó con la cabeza, no tenía ganas de contestar, estaba enojado con el mundo, pero no con Jonathan —que no tenía la culpa de nada—, no iba a enojarse con él o contestarle de mala manera. Era la única persona que nunca le dijo mentiras y siempre lo apoyó.

—Déjame solo —pidió abriendo la puerta—. Sólo he tenido un mal día —musitó poniéndole una mano en el cabello y despelucando un poco, finalmente entró y dejó a su mejor amigo en el pasillo.

Frunció el ceño porque hacía mucho tiempo David dejó de hacerlo.



Catherine sonrió al ver por la ventana que todo estaba bien, Erika seguía intacta, sonrió. Bryan no podía estar cerca, a diferencia de ella que por ser lo que era Alejandro no la detectaba. Atravesó la pared como si nada y se acercó a la cama, la pequeña la observó sorprendida, y es que no la veía desde hace mucho.

—Me encanta verte de nuevo, pequeña, aunque ahora tengas otra apariencia —susurró con una sonrisa.

—No puedo creer que estés aquí —tartamudeó la niña, jamás imaginó volver a tener a Catherine nuevamente frente a ella, justo como la recordaba, los ojos y el cabello melado, el vestido blanco con el que murió, el día que vio un dolor como ninguno otro—. ¿Haciendo tus jugarretas de nuevo? —inquirió sentándose mejor en la cama.

Catherine sonrió y empezó a desaparecer, ya que sintió Alejandro se acercaba, el olor a flores quedó impreso en la habitación, como recordatorio de que estuvo allí, y se escuchó eco de su voz diciendo: «Es un secreto, pero pronto, muy pronto…».



Mailen sonrió con maldad mientras arrastraba a Nel por la calle, sólo quedaba una calle para llegar a casa de sus tíos, donde también estaban sus padres. Su amiga tenía el ceño fruncido, hacía mucho tiempo que no visitaba a los padres de Chris, ellos que la apoyaron tanto cuando perdió a su familia y el hermano de su padre se convirtió en una ave rapaz al acecho.

Dio un hondo suspiró antes de cruzar el umbral de la puerta.

—Aranel —exclamó efusivamente la madre de Christopher, la abrazó quitándole el aire. Con una enorme sonrisa la hizo pasar. Se fijó en el motón de extraños que había y reclamó a Mailen, que la ignoró y se acercó con timidez a una pareja.

Enarcó una ceja al ver el comportamiento de la chica, podía ver el nerviosismo y ansiedad en su mirada, ella siempre era tan extrovertida y ahora…

La vio hablar y sonreír, pero luego sus ojos se apagaron, regaló una sonrisa falsa y dio media vuelta para regresar a su lado.

—¿Te sientes bien? —interrogó cruzando los brazos sobre su pecho.

—¡Sí! —dijo con energía que no sentía.

Mailen le cogió el brazo y la arrastró de un lado a otro presentándole a su familia, aunque no se acercó a esas dos personas, por más que intentara caminar hacia ellos la llevaba al otro lado de la habitación.

Abrió los ojos con sorpresa al ver a David cruzar la puerta, se había cambiado de ropa y tenía una cara de increíble seriedad, pasó de ellas y se dirigió directamente a la pareja que evitaba Mailen.

—¿Quiénes son? —preguntó con curiosidad. Mailen dio un rápido vistazo.

—Mis padres —respondió con seriedad. Se mordió el labio inferior y dio un suspiro resignado antes de volver a hablar, pero empezó a dolerle la cabeza horriblemente.

—Mai —llamó al ver que se apretaba con fuerza.

—Duele —tartamudeó sosteniéndose. Volteó a ver a David debido a que era el que más conocía y vio que estaba en peor estado, sosteniéndose la cabeza y apretándola con fuerza.

Mailen abrió sus ojos, tenía las pupilas empequeñecidas, la esquivó y se dirigió a una de las mesas, se tiró encima de ella al ver que cogía un cuchillo. Los invitados voltearon a verlas extrañados por el comportamiento de ambas chicas, negaron con la cabeza de forma reprobatoria cuando sacó a su amiga al jardín.

—¿Qué rayos crees que haces? —gritó exasperada porque no parecía escucharla e intentaba volver a dentro.

David se acercó a ellas, tambaleándose por el dolor que sentía y aquella presencia que lo confundía. Mailen se le echó encima, asustado retrocedió, sobre todo cuando vio que los ojos de su hermana estaban dilatados y empezaban a ponerse rojas las pupilas.

Comenzó una guerra entre los tres, Aranel intentaba quitársela de encima al igual que él, pero aquel maldito dolor de cabeza le impedía moverse con fluidez y su hermana intentando clavarle las uñas en el cuello…

Aranel terminó por jalarla del brazo y quitársela de encima, intentó pronunciar aquellas palabras que lo trasportarían antes de que Mailen volviera a atacarlo, pero su intento fue en vano ya que para cuando las dijo lo tenía agarrado del cuello de nuevo. Hubo un destello de luz y aparecieron en aquel campo lleno de flores.

David logró quitársela de encima debido a la confusión; Aranel estaba por ahí desorientada y perdida, fijándose en su alrededor. Mailen terminó por caer al suelo, inconsciente.

—¿Qué rayos está pasando aquí? ¿Dónde estamos? —exclamó cada vez más nerviosa. Se fijó en el bosque que estaba un poco alejado, las flores se acababan a medida que se acercaba al barranco que daba final a todo, podía escuchar el golpear del agua contra las rocas, como en sus sueños—. Este lugar no existe —exclamó asustada, temía que aquella chica volviera a aparecer y la hiciera caer.

David tosió un poco y se levantó con dificultad. El dolor cesó cuando escuchó los pasos detrás suyo.

Alejandro sonreía con maldad, a sus espaldas un montón de demonios que salían del bosque. Abrió sus ojos con sorpresa, cayó redondito en la trampa.

—Volvemos a encontrarnos —musitó con una mueca sardónica—. ¿Quieres que te dé tiempo para llamar a tu amigo y el ángel para que ambos vean morir de nuevo a la chica? —inquirió con maldad—. Te diría que a tu amiguita, pero creo que ella te abandonó

—No será necesario, ya estamos aquí.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Capítulo 27: Depresión. Desesperación. Reacción

El campo de flores que tantas veces los vio reír juntos, se encontraba manchado de sangre, que poco a poco se limpiaba con la lluvia. James sabía que eran las lágrimas de los ángeles, lloraban la muerte de uno de los suyos, al igual que él lloraba el de la chica que seguía amando a pesar de que su alma abandonara aquel cuerpo frío e inerte que yacía entre sus brazos. Lloraba, lo hacía con desesperación, lloraban con la impotencia de no poder proteger a la persona más amada. Además, si ella no estaba, no tenía sentido fingir que era fuerte.

Aquel hombre, de rodillas frente a él también sollozaba con la cabeza gacha, su cuerpo convulsionaba cada vez con más fuerza. Era increíble que hacía tan sólo unos días fueran rivales por el amor de Catherine, aunque de diferentes formas y ahora… Ambos lloraban juntos. Cuando alzaron la mirada sólo lograron comprobar el dolor desgarrador que los carcomía a ambos por dentro, en aquel momento hicieron un juramento silencioso, iban a vengarse, la muerte de Catherine no quedaría así. Armand quería la venganza de su hermana y poco le importaba ser un ángel.



Frente a él estaba Catherine de nuevo, sabía que aunque estuviera soñando ella estaba ahí, podía sentir el olor a flores rodearlo, envolverlo y luego flotar a su alrededor. Sentía la calidez que sólo conseguía con su presencia, aunque simplemente fuera un vestigio.

Susurró su nombre. Sonrió, pero luego sus ojos se llenaron de tristeza.

—Prometiste no buscarme —musitó ella. Tragó saliva, porque desde que empezó supo que cuando la viera iba a reclamarle precisamente eso—. Me lo juraste por lo que más querías, aunque fuera por mí misma, era un juramento —balbuceó con ojos húmedos.

—Cruce los dedos —replicó intentado hacerla reír. Ella negó con la cabeza, por un momento vio pasar un brillo divertido por su mirada, pero se apagó de inmediato. Se acercó hasta él, al punto que el olor flores lo aturdió. Le acarició la mejilla con delicadeza, su tacto era como el pétalo de una rosa.

—No puede ser así por siempre, David. Catherine amó a James. James amó a Catherine. Tú no eres James —musitó—. Amas un recuerdo —dijo con tristeza y fue apartándose de él. Empezó a negar la cabeza frenéticamente sin poder creerlo y le cogió por el brazo, ella le miró con tristeza y firmeza a la vez—. Búscate un nuevo amor, olvídate de mí —susurró muy bajito y su brazo fue deshaciéndose, convirtiéndose en pétalos de flor. En el fondo apareció otra persona, abrió los ojos sorprendido al reconocer a su hermana. «¡Imposible!» se gritó a sí mismo.

Pero las flores rodearon a Mailen y finalmente terminó por desaparecer.



Christopher esperó con impaciencia que Aranel despertara, cuando lo hizo tenía más cara de estar muerta que de vivir en este mundo, recordó haberla visto así cuando sus padres murieron, en realidad se asemejaba, porque a pesar de que notaba la preocupación había algo más en su mirada, un brillo de esperanza.

A pesar de las protestas, ella fue a la universidad y luego al trabajo.



Estaba de nuevo ahí, en la cafetería, a pesar de que su corazón y mente estaban en otro lugar, buscando respuestas del paradero de su hermanita menor. Apoyó la mano en la barra, estaba distraída, su jefe había sido informado antes que ella. Christopher le pidió que no dejara que los tíos de ella se le acercaran o las cosas terminarían mal.

Ahora comprendía por qué el resto de los empleados la miraba con lastima, cosa que empezaba a fastidiarle, razones demás para no llorar ante nadie. Chasqueó la lengua con fastidio y colgó su mochila al hombro.

Caminaba por inercia, lo que ocasionaba que chocara contra las personas, varias veces le dijeron que debía poner cuidado, no escuchó.

—Cuidado —repitió una voz que ella conocía. Alzó los ojos y se encontró con David, tenía cara de no haber podido dormir. Alzó una ceja, tenía pésimo aspecto, casi tan mal como el de ella, miró su cabello despeinado y cuando él se pasó una mano revolviendo comprendió el porqué. Se miró a sí misma, sus puntas estaban enredadas, si no fuera porque lo tenía cabello liso estaría enmarañado.

—Pareces un vago —comentó con una sonrisilla burlona.

—¿Cuándo estás depresiva se te ocurre burlarte de mí? —inquirió con una mirada cansina queriendo pasar de ella. Por mero impulso Aranel lo siguió. El chico al notar que no se desharía de ella terminaron, sentados en el mismo banco que el día que salieron juntos, comiendo perros calientes.

—La vida es muy complicada —musitó él al dar la última mordida.

—Es la única que existe —replicó tranquilamente.

David la observó, se veía más calmada, se preguntó si era la misma chica que tuvo que dormir para que no entrara en un ataque de pánico porque su hermanita estaba desaparecida.

—Estás rara —balbuceó aturdido. Ella volvió la cabeza, sus ojos miel se clavaron en él.

—¿Rara? —inquirió enarcando una ceja—. Eso digo de ti, parece que te hubieran dado una mala noticia.

—Algo así —contestó—. ¿Qué harías si estuvieras enamorado, pero las cosas no son como crees? —inquirió. Necesitaba un punto nulo. Jonathan estaba enamorado de Mailen, ella era su hermana, por más que hubiera sido Catherine, nunca estaría con ella. Era como si la felicidad de de saber que ella estaba aquí hubiera sido desinflada como un globo al que pincharon con un alfiler. Se sentía cansado, porque buscó toda su vida algo que tuvo al lado y con quien no podría estar. Aranel puso una cara pensativa—. Toda mi vida enamorado de una persona con quien no puedo estar —balbuceó con gesto contrariado.

Ella se encogió de hombros, porque nunca se había enamorado, por lo tanto no podía llegar a hacerse una idea de lo que significaba amar a alguien. No comprendía como alguien podía pasar el resto de su vida con la misma persona.

David se rindió, porque a sus ojos ya nada podía ser.

Dos fantasmas los vigilaban a lo lejos, uno de ellos con una mueca de confusión, el otro con un gesto entre triste y divertido.

—No entiendo porque lo hiciste —confesó Bryan.

—Él debe enamorarse por sí mismo, no por un recuerdo, sí me hacía pasar por su hermana se olvidaría de mí —replicó encogiéndose de hombros—. Además, no sé de qué te quejas, tú obtendrás la ayuda que necesitas para sacar a Erika y yo usé mis poderes para calmar a Nel, ambos ganamos —explicó con convicción.

—No me gusta que usen a mi hermana —musitó.

Catherine se encogió de hombros y se fue del lugar. David podía ser tan idiota a veces.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Capítulo 26: Verdades y mentiras

Christopher tragó grueso al colgar el teléfono, agradeció que fuera él quién contestó, porque si Aranel se daba cuenta, probablemente le daría un ataque.

—¿Te pasa algo? —preguntó David que estaba en el departamento y se había fijado que su primo no hacía más que morderse la uña—. Christopher —llamó cogiéndole por el hombro.

—Erika —musitó volteando a verlo con expresión torturada—. Está desaparecida —susurró débilmente y se giró su cabeza cuando la puerta se abrió. Dio un gran suspiró cuando notó que era Jonathan.

—¿Cómo qué desapareció? —inquirió David sin creérselo.

—No está —balbuceó aturdido—. Al parecer desapareció en medio de la noche. Creyeron que Aranel tenía la culpa. Ya que siempre se está escapando para verla, pero es imposible, ella salió con Mailen.

—¿Y? Supongo que ya le avisaron a la policía —comentó encogiéndose de hombros y revisando los papeles que su mejor amigo había traído.

—¿No lo entiendes, David? —bufó Jonathan molesto. Tenía las manos empuñadas y es que a veces el que su amigo se abstrajera en su tonta búsqueda lo volvía insensible—. La única familia que le queda a Nel es su hermana.

—La destruirá —tartamudeó Christopher tapándose la cara con frustración—. La razón por la que no se rindió la última vez fue por su hermana, pero sin Erika no sé qué va a pasar.

David pareció comprender, pero no habló más en toda la tarde, siguió con lo suyo mientras Christopher se propuso ocultarlo a su compañera de piso por el mayor tiempo que pudiera.



Aranel estaba extrañada por el comportamiento de su amigo, pero como tantas otras veces no le dijo nada, sabía que Christopher en ocasiones estaba raro y nunca lo juzgó, aunque tenía una mezcla de frustración, culpabilidad y ansiedad.

Mailen seguía insistiéndole con que la acompañara a la cena con su familia. Erika no la llamaba ni le contestaba el celular, lo que empezaba a molestarle, su hermanita nunca dejaba pasar un día sin acosarla por teléfono. De igual forma sólo quedaban dos días para el viernes.



El mayor caminaba en círculos por la sala, revolviéndose el cabello. David lo observaba con indiferencia.

—No sé qué hacer. No hay rastros de su presencia por ninguna parte de la ciudad. He tenido que mantener a Aranel el secreto, usando mis poderes en sus tíos para que no le digan nada, pero tengo que decírselo antes de que sea viernes —balbuceó con ganas de golpear a alguien.

—No necesariamente, podrías usar tus poderes con ella —replicó bostezando con aire aburrido.

—Mis poderes no funcionan con ella —replicó con el ceño fruncido. Molesto consigo mismo por ese hecho y con David por ser tan insensible e idiota—. Tarde o temprano tendré que decirle que Erika está desaparecida —aceptó resignado.

—Que Erika qué —susurró una voz desde la puerta.

Christopher sintió que el corazón se le detenía cuando vio a Aranel, aunque no tanto como a ella al escuchar sus palabras. Su cara era un poema, entre la palidez, el ceño fruncido y las lágrimas que pugnaban por salir. Se acercó rápidamente hasta ella y fue a tocarla, pero ella negó y se alejó tratando de mantener su respiración controlada y no llorar.

—¿Desde cuándo? —inquirió con un nudo en la garganta.

—El lunes —contestó y ante la respuesta Aranel comenzó a dar señas de tener un ataque de pánico.

Chasqueó sus dedos y la chica cayó en brazos de su primo.

—¿Qué hiciste? —exclamó histérico.

—Sólo la dormí —bufó con desdén.

Christopher quería empezar a gritarle, pero primero debía encargarse de su amiga.



Erika miraba ceñuda al chico, sentadita quietecita en la cama, tampoco era que se pudiera mover mucho teniendo manos y pies atados. Estaba aburridísima, Alejandro no le había hecho nada, pero lo veía muy alegre y sonriente de aquí para allá, cogiendo cosas de los estantes y llevándoselas a la sala.

—¿Cuándo vas a dejarme ir? —inquirió desesperada.

—Tranquila por eso, muy pronto haré lo que tengo que hacer contigo —musitó palpándole la cabeza como si fuera un cachorrito—. Además, si lo que quieres es regresar con tu hermana, morirá junto con tus amigos y luego seguirás tú —comentó riendo maliciosamente.

—Eso es lo que tú crees, eres patético y no lograrás hacerles daño —masculló a punto de morderlo.

Él se fue dejándola sola de nuevo. Se acostó en la cama. Aquella casa impedía que sintiera la presencia de su hermana y que ellos sintieran la de ella, lo cual empezaba a molestarle porque no sabía si estaban bien, tenía la esperanza de que fuera así ya que Alejandro no dejó la casa en ningún momento, lo que sí pasaba era que venían muchos monstruos que la observaban como una golosina.



Mailen llegó al departamento sintiendo pesadez. Se sentó y se tiró a la cama cada vez más débil, dejando que aquel presentimiento que llevaba teniendo desde hace días la hundieran en un profundo sueño.



Todo estaba totalmente negro, ella sentada en medio de la oscuridad de su mente mientras las imágenes de ella con su familia pasaban como una película, sentía lo mismo que aquella vez cuando sus padres y hermano murieron. Como se perdía en sí misma, el hecho de que su corazón latía aún sintiendo que estaba partido… deseaba poder detenerlo, sólo para no saber que estaba sola.

—¿Entonces te vas a quedar quieta? —preguntó esa voz que solía molestarla cuando se hundía en sus problema—. Tu hermana aún está viva, puedes salvarla —aseguró saliendo de la oscuridad. De nuevo la chica de cabello y ojos miel con el vestido blanco estaba frente a ella, aunque esta vez parecía furiosa.

Se abrazó a sí misma. No quería escuchar, se sentía cansada, no quería despertar y descubrir que Erika no estaba, no quería recibir una llamando avisando que simplemente nunca iba a volver.

—Eres débil —gritó y la voz retumbó en medio de su mente—. Siempre te haces la fuerte, pero cuando nadie te ve te hundes, lo mismo pasó cuando tus padres se fueron —bufó—. Deja de ser ridícula y levántate de una buena vez —exclamó y comenzó a zarandearla con desesperación—. No sólo actúes —protestó.

—¡No quiero! ¡Déjame en paz! Vete, no quiero escucharte —exclamó alejándose de ella con las mejillas húmedas.

La chica masculló algo que no entendió y volvió a hablar.

—Bien, ríndete —susurró y se fue dejándola sola.

Dejó que las lágrimas escaparan. Nunca le gustó llorar, se sentía tonta, pero tampoco podía evitarlo, por eso lo hacía cuando estaba sola o hundida en su mente.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Capítulo 25: Protegidos

Christopher estaba parado en el borde de un edificio, vigilando los alrededores de la ciudad. Se sentía nervioso, la última pelea que tuvieron con Alejandro fue hace algunas semanas y desde entonces no había rastros de nada raro por la ciudad… ni siquiera de aquellos demonios y monstruos que atacaron en un principio. Absolutamente nada. Eso en vez de tranquilizarlo sólo lo ponía más nervioso porque para nadie era un secreto que cuando se creía que todo estaba en calma era porque se formaba los peores planes.

Él ya fue víctima de aquello una vez. Esa equivocación, esa distracción y la confianza que tuvo en algún momento en sí mismo, la pagó a un precio extremadamente alto, perdió a la persona que más quería en el mundo, aunque antes se la habían quitado de otra forma.



La chica le miraba con furia, deseando poder retorcer aquel cuello hasta romperlo, pero todos sus pensamientos se esfumaron cuando vio unos ojos plateados. Lanzó un grito emocionado, aparte de un empujón al chico y se lanzó a los brazos del otro.

—¡Te extrañe tanto! —gritó dándole un gran beso en la mejilla.

James fijó sus ojos en él con desprecio, no sabía quién era, pero lo detestaba porque Catherine lo quería.

Ella lo dejó ahí parado y se fue con esa persona que ni siquiera se tomó la molestia de presentarse. La chica se la pasó ignorándolo por el resto del día, andando de aquí para allá con el extraño.

Había contemplado la posibilidad de no ir a cenar, pero aceptó cuando el dueño de la casa se lo pidió en persona.

Era el hermano de Catherine, aquel chico del que estaba celoso, era hermano de Catherine. Su nombre era Armand. No se parecían en nada, él tenía los ojos grises… casi plateados; ella miel. Ambos tenía caracteres distintos, ella reía mucho cuando estaba con él mientras el mayor se limitaba a mirarla con una sonrisa y contarle historias de sus viajes.

Y entonces comenzó una guerra entre ambos, porque James quería a Catherine y Armand amaba a su hermana cómo no lo hacía su padre, porque más que su hermano era el único que le brindó aquel amor que le hacía falta, la cuidó y protegió como si fuera su hija.

Cuando llegó aquel momento en que ambos la perdieron, se les rompió el corazón a la par.



David suspiró resignado, ansioso, desesperado y cogió un cigarrillo de su bolsillo, pero luego de observarlo con atención lo tiró al suelo. No iba a recurrir a aquel método para calmarse. Se revolvió el cabello con pereza.

No encontrar a Catherine cada día se le hacía más frustrante, sentía su presencia por todos lados, sus ojos mirándole, escuchaba su risa como un eco. Jonathan le dijo que se calmara, que sino terminaría loco, pero eso poco le importaba, desde hace mucho tiempo que lo estaba.



—Es imposible —renegó Aranel tercamente a Mailen. Se cruzó de brazos con enfado, no pensaba ceder. La chica rodó los ojos no podía creerlo, de hecho sí, su amiga era más testaruda que su hermano cuando se le metía algo en la cabeza.

—¡Sólo será un rato! —persuadió con ojos de cachorrito a medio morir.

—No —repitió ella haciendo énfasis en cada letra, luego la deletreó a ver sí así captaba.

—Nel, no seas mala —exclamó usando sus últimas armas—. Piensa en todo lo que he hecho por ti, acompáñame —rogó jalándole la camisa. La compañera de departamento de Christopher sólo aumentó el ritmo de sus pasos, exasperada—. ¡No pierdes nada!

—Un fin de semana con Erika es mucho para mí —replicó fastidiada—. Además ni conozco a tu familia —explicó.

—¡Pero David no ira, y no quiero ir sola!

—Pues pregúntale a Christopher, es tu primo —bufó caminando con gesto molesto.

—¡No quiere! —gritó a punto de echarse a llorar.

Siguió insistiendo todo el camino hasta el departamento, mas sólo consiguió que Aranel le cerrara la puerta en la cara cuando llegaron. De igual forma no se iba a rendir, la convencería fuera como fuera, rió malvadamente sin entrar aún a su casa.

—¿Mailen? —preguntó Jonathan sin comprender que hacía en medio del pasillo riendo de esa forma. Ella volteó y se encontró con su lindo novio que la observaba entre asustado y confundido.

Se lanzó a sus brazos con una sonrisa.

—¿Me quieres? —interrogó con una expresión dulce y tierna.

—Sí —respondió titubeante por la pregunta.

—¿Me acompañaras a la reunión en casa de mis tíos? —susurró contra sus labios. El chico de inmediato se soltó.

—Lo siento, ya tengo cosas que hacer con David —contestó y salió huyendo.

A Jonathan no le agradaba ir a esas reuniones, siempre lo miraban de reojo y por sobre el hombro, se sentía terriblemente incómodo. Nunca le cayó bien a la familia de su mejor amigo, ¿a quién le agradaría un huérfano ladrón? Y ahora resultaba que no sólo tenía amistad con el mayor de los hermanos, sino que era novio de la menor, no le quedaban dudas que lo despedazarían parte por parte en habladurías y luego con un cuchillo, si es que tenían la oportunidad.

Ella lo dejó huir, conocía su situación, aunque igual algún día tendría que presentárselo a su familia. Ambos lo sabían.

Entró al apartamento al sentir de nuevo aquella sensación que le revolvía el estómago y le presionaba el corazón.



Erika dio saltitos desesperados para subir por la ventana, logró cogerse del borde y vigilar aquella bodega vieja. Todo estaba en oscuras, pero podía escuchar aquellos siniestros susurros de ultratumba. Eran voces graves. Puso la mayor atención que pudo, tanta que no prestó atención a su alrededor.

Intentó emitir un grito al sentir una mano en su hombro, pero fue callada con la otra.

Aterrorizada miró al demonio que las sostenía, iba a intentar defenderse, pero la carcajada que soltó Alejandro la obligó a voltear.

—Mira quién tenemos aquí —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja y se recogió el cabello, pero la niña lo fulminó con la mirada—. Parece que tu hermanito no cayó en cuenta y te entregó en bandeja de plata ¿eh?

Iba a replicar, pero él extendió una mano hacia ella. Sintió sus parpados pesados y como sus fuerzas se iban poco a poco.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Capítulo 24: La otra cara

Aranel caminaba a su lado con paciencia. Estaban cerca el uno del otro, mas no llegaban a tocarse. Ninguno hablaba, tampoco era necesario, porque a pesar de que no se llevaban bien el silencio no era incómodo. Ella miraba a todos lados con gesto desinteresado.

—Aún es muy temprano para ir al cine —musitó dirigiéndose a un puesto de perritos calientes. Pidió dos, cuando el vendedor le dio el pedido, tendió uno a la chica.

—¿Sabes cuántas posibles enfermedades o infecciones pueden producir estas cosas? —inquirió, aun así le dio una mordida. Él se encogió de hombros con desinterés y siguió caminando.

—Tenemos que morir de algo —balbuceó sentándose en una banca.

—Sí, pero hay cosas que se pueden evitar —replicó ella viendo que él daba el último mordisco a su comida.

—Da igual —replicó echando la cabeza hacia atrás—. Tampoco es que a muchos les importe si me muero —susurró viendo el cielo—. Además, sí fuera tan malo como dices no estarías comiéndole —contrarrestó.

—Sí los hay —replicó con el ceño fruncido—. Otra cosa es que no te des cuenta por andar pensando en quién sabe qué. Si tuvieras un poquito más de conciencia en los que te rodean te darías cuenta que Jonathan haría lo que fuera por ti, Mailen le gustaría que la abrazaras y escucharas, y Christopher, aunque lo saques de quicio, te aprecia —declaró fijando sus ojos de color miel en él, con claro reproche.

David la miró asombrado. Jonathan muchas veces se lo dio a entender, mas nunca de aquella manera tan directa, y ahora venía ella a recriminárselo siendo que cuando hablaban sólo era para pelear. Prefirió ignorarlo.

—Además, puedo hacer lo que me dé la gana. Yo sí podría decir que no muchos me extrañarían, al fin y al cabo tú tienes familia. No sabes lo que es perder a alguien y quedarte casi vacío.

—Sí, lo sé —cortó él fijando su mirada en ella, que comía con parsimonia. Como respuesta ella alzó las cejas y le dirigió una mirada de duda. Bufó antes eso, le produjo una gran curiosidad porque nunca había escuchado nada de sus padres o que tuviera más familia aparte de Erika—. ¿Entonces a quién perdiste? —inquirió con fingido desinterés, pero Aranel era una chica lista y no estaba dispuesta a hablar a menos que consiguiera algo a cambio. Entrecerró los ojos con sospecha y habló:

—Hagamos un trato, tú me dices a quién perdiste y yo te respondo —ofreció estirándole la mano para cerrar el trato. David la estrechó, nada perdía, la mano de Nel era pequeña comparada con la de él.

—Perdí a la chica que más amaba —contestó e hizo una pausa antes de continuar—, pero la encontraré de nuevo y esta vez no dejaré que me la arrebaten —aseguró hablando más consigo mismo que con ella.

—Mis padres y mi hermano —musitó ella antes de que la interrogara—. Fue hace dos años y medio —balbuceó sin hacer ningún gesto especial—. Luego me separaron de Erika y me quedé sola —contó y fue incapaz de renegar algo o al menos hilvanar una idea inteligente—. No vayas a decir «lo siento», porque la verdad siempre me dicen eso y estoy cansada de escucharlo —atajó levantándose y caminó con las manos en los bolsillos, indiferente.

David la siguió sin animarse a acercarse mucho.

—Me gustaría tener una familia como la que tienes tú, aunque no la veas está ahí —declaró ella con una mirada melancólica. Dio un hondo suspiro porque eran esos momentos los que debilitaban su voluntad de hierro. Apretó los parpados con fuerza y le dio la espalda, porque no iba a romperse ante nadie, mucho menos ante un conocido desconocido.

David puso sus manos en los hombros de ella y le dio media vuelta y la abrazó por instinto.

Se la pasaron el resto del día juntos —aunque al final no fueron al cine—, era relativamente fácil hablar entre ellos, mas no dejaron de pelear y tener discusiones, a veces hasta ridículas. Ella aún lo llamaba idiota, porque nadie iba a sacarle esa idea de la cabeza, era demasiado terca.



Alejandro sonrió burlón mientras veía a ambos chicos por la fuente. Pobre David, no se daba cuenta de que estaba muy cerca de su querida novia, aunque de igual forma todo terminaría como la última vez. Lo tenía todo planeado. No como sus contrincantes que se pasaban buscándose los unos a los otros. Esta vez conseguiría acabar con ellos, conseguir los poderes de ambos y cumplir su ansiado sueño.

Uno de los tantos demonios que trabajaban para él se acercó, informándole que localizaron nuevamente la presencia de Catherine, ganaría. No quedaban dudas.



—¿Pasa algo? —inquirió Jonathan al ver que su novia hacia una mueca.

Negó con la cabeza y sonrió a pesar de que era falsa, sentía una gran angustia, como si en verdad algo estuviera mal, muy mal. Él le dio un pequeño beso y siguió caminado a su lado. Miró a su alrededor, tratando de saber que era esa extraña sensación. Al no ver nada raro se resignó.

Mientras Erika lo seguía con la mirada, desde la esquina de un callejón con su usual mochila rosa y el ceño fruncido. La figura fantasmal de su hermano estaba a su lado, indicándole que era hora de irse.

—¿Estás seguro? —inquirió ella con preocupación.

—No podemos intervenir en todo, sólo arreglar un poco las cosas a favor de ellos. Cada quien debe enfrentar su destino —replicó ofreciéndole una sonrisa—. No buscamos detener lo que pasará, sólo darles un tiempo de ventaja —musitó acariciando su cabello. Transformó su presencia en viento y rodeó a su hermanita.

Con él rodeándole volvió a su casa. Su hermano podía decir que todo estaba bien pero sentía aquella inquietud que le revolvía el estómago.

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Por cierto tengo nuevo blog

miércoles, 23 de febrero de 2011

Capítulo 23: Aliados

Los presentes en la sala aún no se podían creer lo que les reveló aquella niña de ojos verdes, ni siquiera Christopher que la conocía de más tiempo y, su amigo de toda la vida, Bryan.

Sin embargo, eso explicaba el porqué tenía aquel antiguo libro, o el que a veces se sintiera esa presencia en ella. Siempre había sabido que la infante tenía poderes, incluso le enseñó a usarlos con Bryan, pero no sabía que fuera por eso.

David todavía miraba a la niña con expresión confusa, no procesaba que si esa niña era «rarita» —como había creído hasta ahora—, era por él mismo. Porque hace mucho le había dado un poco de su poder a un persona para que protegiera a la que quería, Catherine, cuando él no estaba.

La niña por su parte les observaba con una sonrisa juguetona; Jonathan, con gesto desinteresado y aburrido, lo llevaba sospechando desde hace tiempo.

—¿Quién murió? —preguntó Aranel cuando los vio, además podía sentir el aire tenso.

—¡Nel! —gritó su hermanita a todo pulmón y se bajó de un salto para abrazarse a ella.

—No pasa nada, nadie murió —contestó sonriendo y le cogió la mano.

—Vale, ¿te has escapado? —inquirió. Por la maleta tirada al lado de la puerta podía deducir que se quedaría, pero estando entre semana su hermana tenía clases, sus tíos debían estar cuidando de ella no se creía que la dejaran quedar. Erika le lanzó una mirada nerviosa a Christopher.

—No, yo la traje —balbuceó él—. Mañana la llevaré al colegio así que puede quedarse.

Aranel asintió dudosa y se fue a la habitación.

—Nos vamos —anunció David cansado—. Vendré mañana para que nos ayudes.

Jonathan se despidió y fue tras su amigo. Aunque más que nada era porque tenía ganas de ir con Mailen.



Miró el teléfono atentamente, dudando sí llamar o no. Sabía que ella le contestaría, pero desde que dejó Londres no volvió a hacerlo. Ahora debía tener una vida y se había olvidado de él, se alegraría mucho si fuera así, pero necesitaba ayuda, aunque no era justo intervenir ahora.

Suspiró y marcó el número. Uno, dos, tres pitidos…

—¡Hola! —saludó la alegre voz al otro lado de la línea—. Así que te acuerdas de los viejos amigos y por fin te dignas a llamarme.

—Lo siento —contestó con culpabilidad.

—¡No te preocupes! —replicó ella rápidamente para no hacerlo sentir culpable, mientras vigilaba a su novio que jugaba con el hijo de su prima—. ¿El motivo de tu sorpresiva llamada? —interrogó con una enorme sonrisa viendo como el niño le regó un vaso de agua encima a su compañero de juegos.

Iba a decirle la verdad, pero escuchó que alguien la llamaba «linda» muy bajo y ella protestaba sobre que estaba ocupada y que ya iba burlándose.

—Sólo quería saludar —respondió titubeando arrepintiéndose al instante por haber llamado, se alegró por ella, así que la dejaría en paz, ya vería cómo arreglárselas—. ¿Cómo están las cosas por allá?

—Muy bien —contestó feliz. Unos gritos empezaron a distinguirse desde atrás—. Debo irme, tengo un problema con mi sobrino postizo —comentó y colgó.

Suspiró resignado y tiró el celular a la mesita de noche para dormir.



Mordía el borrador del lápiz con insistencia, el chico de enseguida no hacía nada más que repiquetear los dedos contra el pupitre y la ponía nerviosa. Sospesó sus posibilidades, estaba en medio de un examen; si hacía ruido el profesor la sacaría de la clase —sabía que le tenían manía desde que hace un tiempo y no desaprovecharía la oportunidad de ponerle un cero—. Trato de mentalizarse para sopórtalo…

«¡A la mierda!» se dijo a sí misma y dio un manotazo a la mesa de su compañero, el maestro volteó a verla cuando el chico del susto se cayó al suelo.

—Afuera —ordenó. No necesitó repetírselo, ya estaba recogiendo sus cosas. Con toda la dignidad y orgullo que poseía dejó su hoja encima del escritorio y salió antes de que dijera que lo tenía perdido.

Cerró la puerta de un portazo y se encaminó a la cafetería, a esa hora estaba vacía por lo que no tuvo que hacer fila para comprar. Pidió un café.

Rebuscó entre sus bolsillos y la maleta para pagar, se había dejado la billetera en la casa, fue a disculparse, pero vio que una mano deslizaba el dinero sobre la barra.

—Te lo pagaré cuando llegue a casa —prometió porque no le hacía gracia deberle un favor.

—No me importa el dinero. Me debes una —comentó David dando media vuelta para irse, pero una mano en su hombro lo detuvo.

—Prefiero pagarte. ­­­­—David sonrió con cinismo, no necesitaba dinero.

—Irás al cine conmigo, hoy —agregó cuando ella iba a protestar.

—Bien —respondió con frialdad, porque aunque no quisiera no le gustaba tener cuentas pendientes—. Vamos de una vez, lo único importante que tenía era el examen y ya me echaron. —Terminó de beberse el café y botó el vaso de poliestireno expandido a la basura.

La siguió tranquilamente, la verdad no sabía por qué había elegido pasar la tarde con ella, tal vez así averiguaría qué era lo que le llamaba tanto la atención como para haberla besado dos veces.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Capítulo 22: Conociendo el enemigo

Sus ojos se abrieron cuando sintió aquel impulso, se levantó de la cama de un salto, se puso los zapatos y cogió su camisa.

—Jonathan, nos vamos —exclamó entrando a la sala y se encontró a su amigo con Mailen, ambos muy acaramelados en el sillón. Rodó los ojos con fastidio y de dos zancadas lo agarró por el brazo jalándola hacia la puerta. Su hermana quedó con las mejillas rojas mientras salían—. Sé que dije que no me molestaba, que me alegro que tengas novia y eso, pero no me gustaría escuchar a mi mejor amigo y mi hermana en plan cursi.

Tosió incómodo y se zafó para arreglarse la chaqueta esperando que la puerta del elevador se abriera para salir. Aquellos minutos fueron los más largos para ambos, ninguno sabía muy bien qué decir frente a lo que había pasado.



El hombre sonrió con malicia debajo de la capucha que ocultaba su rostro, mientras veía como sus contrincantes caían al suelo de rodillas, agotados, a penas se sostenían por medio del mango de la espada. Los cadáveres de las bestias se encontraban sangrantes y esparcidos alrededor, mientras los pocos sobrevivientes estaban detrás de aquella persona.

Con la ropa hecha jirones y respirando entrecortadamente lo observaban desafiantes.

—Patéticos —burló mostrándose finalmente. Ambos reconocieron de inmediato los ojos chocolates de Alejandro. Jonathan lo observó con furia—. Vaya, han decaído muchos sus poderes en esta vida ¿eh? Hasta el punto en que una niñita ha tenido que estarlos ocultando y protegiendo. —Negó con la cabeza como si en verdad estuviera decepcionado, suspiró y se acercó a ellos.

—Eres un maldito —gruñó David intentando levantarse, pero haciéndole presión en el hombro lo envió de vuelta.

—Soy fuerte. Tú y tu amigo, débiles, apuesto a que ni has podido encontrar a tu noviecita. ¿Cómo es que se llamaba? —musitó con una mueca pensativa— …Catherine. Tan cerca y no la ven…

—¡Aléjate de ella! —exclamó a punto de echársele encima—. No dejaré que le vuelvas a hacer daño —aseguró.

—¿Cómo vas a impedirlo cuando ni siquiera puedes defenderte a ti mismo? —inquirió burlonamente—. Además el angelito no me importa, la verdad tu hermana está mucho más linda... —Jonathan que había permanecido callado se levantó de un salto para atacarlo.

Alejandro chasqueó los dedos con fastidio y el novio de Mailen salió volando, pero en medio del recorrido el viento lo rodeó y lo dejó en el suelo.

—Parece que aún tienen protector —comentó a la nada. Dio media vuelta y desapareció.



—Idiotas —farfulló Christopher terminado de curarlos. Se encontraban en el departamento del mencionando, el cual estaba de muy mal humor y no dejaba de echarles en cara la estupidez que cometieron al enfrentarse solos a Alejandro.

—¿Sabías quien era? —inquirió David reprimiendo los quejidos de dolor.

—Me di cuenta hace unas semanas. Bryan nos mantenía alejado de él, pero como no entendía el porqué tuve que averiguarlo —respondió con nerviosísimo. Tarde o temprano su primo explotaría porque no se lo dijo.

La puerta se abrió con un golpe seco. Erika entró corriendo con la mochila rosa pegando saltos en su espalda.

—¿Qué haces aquí? —inquirió Christopher dejando a los chicos confundidos.

—Tengo un pequeño problema —respondió tirándose al piso, le tocó subir las escaleras corriendo y esos ni siquiera le ofrecían un vaso de agua, suspiró y se preparó para hablar—. Las criaturas vienen hacia acá y ¡están demasiado cerca! —exclamó lo último, estaba muy alterada, la sola idea de que por atacarlos a ellos le hicieran algo a su hermana la alarmaba.

—Lo sabemos —habló Jonathan—. Alejandro es él que ha estado enviándolos.

—Sí, sí, sí —alabó la niña y dio palmaditas aunque les lanzó una mirada sarcástica—. Eso lo sé incluso hace más tiempo que Christopher. ¿Quién creen que fue el que los estuvo ocultando todo este tiempo? —Sacó por fin un viejo libro de su maleta que dejó a los presentes con la boca abierta.

—¿De dónde sacaste eso? —interrogó David al acercársele para arrebatarle el objeto, pero la niña fue más rápida y lo esquivó. Abrió el libro donde estaba un cordel que separaba las páginas y se la mostró a los demás.



Maldijo por lo bajo cuando la lluvia comenzó a caer y fue a ocultarse en una tienda que estaba abierta, una librería. Se internó entre los estantes repletos, justo en sección de fantasía.

—Enana —llamó una voz desde su espalda.

—Tú no —susurró al ver a la chica de cabello rojo y ojos marrón.

—Sabía que me tenías aprecio, pero no lo exageres —replicó con sarcasmo negando con la cabeza. Frunció el ceño.

—¿Qué haces aquí? No recuerdo que estudiaras, incluso en la biblioteca del colegio estaba prohibida tu entrada —comentó sonriendo con malicia.

Jaqueline se encogió de hombros y cogió el libro que buscaba. Lo miró con melancolía, como si sus ojos escudriñaran hasta el último rincón, quizás deseando que el libro le dijera algo.

—Era el favorito de Bryan —balbuceó Aranel al ver la portada, sin notar la mirada de Jaqueline.

—Lo sé, aunque el de él era de la primera edición. —Ambas se sumieron en el silencio.

El timbre de su celular sonó, pero al contrario de despertarla sólo logró hacer que recordara.



Estaba en aquel escenario, con aquellos ridículos tutus que la obligaban a usar, además de ser rosa. Se fijó en los asientos del frente, seguían vacíos, intentó seguir el ritmo de la música, pero la preocupación creció, sus padres y hermano nunca faltarían a alguna de sus presentaciones.

Suspiró resignada y siguió con su rutina hasta que las cortinas se cerraron.

Aquel día su mundo se acabó, desde el momento en que su celular sonó hasta que chocó contra las tablas del suelo rompiéndose, supo que estaba sola.

 

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