Lo recordaba a la perfección, tenía el cabello miel y los ojos verdes. Siempre estaba sonriente y animado, excepto cuando la veía a ella, se sonrojaba y empezaba a tartamudear, o a lo lejos cuando la observaba suspiraba sin parar.
Le causaba gracia que fuera así, se reía a su costa y junto con Christopher le hacían bromas, pero él lejos de molestarse sonreía ampliamente y volvía su mirada a ella, perdido en sus pensamientos.
Nunca supo lo que pensaba, siempre estaba tan alejado de la realidad, o al menos de la que ella conocía.
—¿Dónde está Aranel? —interrogó al entrar al departamento y ver a su primo sentado como si fuera su casa.
—Se fue a dormir hace un rato, se veía realmente muy mal —contestó con aire aburrido y siguió a su primo por el pasillo.
Abrió la puerta despacio y se adentró en la habitación. Las ventanas estaban cerradas y todo estaba absolutamente oscuro, gracias a la luz que se colaba por la puerta pudo notar un bulto bajo las sabanas.
Aranel tenía las mejillas sonrojadas y la frente ardiéndole, pero no era capaz de hacer algo por ella, siempre tuvo que verla así, impotente. Se sentó en la cama junto a ella y puso la mano sobre su frente.
—Es extraño que enferme considerando que te tiene tan cerca —musitó David desde la puerta con los brazos cruzados.
—Yo también lo creo, siempre se me hace raro, pero es algo que pasa por estas fechas, añadiéndole que es demasiado terca —respondió con una media sonrisa apagada.
—Sigo pensado igual —murmuró fijándose en como su primo apartaba la mano de la frente y guardaba algo en el cajón. Se levantó de la cama y se dirigió hacia él—. Debe haber una razón por la que se enferma, y más aún si siempre es en la misma época.
—Algún día sabré la respuesta a esa pregunta, pero no será esta noche, de eso estoy seguro. Así que sí no te molesta, vete —balbuceó cansado—. No estoy para discutir ahora contigo.
David se fue por el pasillo y cerró la puerta tras de sí. Christopher arrastró sus pies hasta la habitación y se encerró, serían días muy agitados.
El timbre sonaba sin parar y aunque odiara tener que hacerlo se levantó de la cama, tirando todo al suelo, incluida la cobija en la que había estado envuelta.
—Tienes un aspecto horrible —balbuceó Mailen al verla. Rodó los ojos ante el comentario y con voz bajita, quedada y ronca musito con sarcasmo:
—Muchas gracia por tu ánimo, al despertar, lo que más quiero es que me digan lo mal que me veo.
Mailen se encogió de hombros y entró al departamento mientras vio como ella se metía a la habitación de nuevo, golpeó la puerta de su primo sin compasión, esperando escuchar al menos un respiro desde adentro.
—¿Qué? —inquirió de mala gana cuando abrió la puerta, pensado que era de nuevo su primo.
—¡Uy, que genio!, pero a mí no me vengas con eso que no tengo la culpa.
Entró a la habitación y abrió las cortinas, escuchó como Christopher gruñía, mas siguió con su trabajo sin importarle que protestara.
—Deberías dejar de quejarte y arreglar esto. ¡Eres un desastre! No tienes derecho a estar así —renegaba la chica y salió de nuevo, al ver al puerta cerrada cayó en cuenta de añadir—. Aranel está mal, se le ven ojeras horribles y la cara muy pálida, pero tiene las mejillas rojas. ¿Por qué no me mencionaste que estaba enferma? —recriminó enfadada, cruzando los brazos y golpeando el suelo con sus zapatos.
—No estuve en casa, lo siento —tartamudeó aturdido y quiso entrar a la habitación, pero su prima lo envió hacia el baño.
—Eres un asco, mejor arréglate y yo iré a preparar sopa, a ti también terminara dándote gripe —farfulló y se fue, no pudo evitar sonreír ante el gesto y obedeció.
—Si supieras que no puedo enfermarme —susurró escuchando como golpeaba ollas, dio un suspiro resignado y entró al baño.
—¿Has encontrado algo? —interrogó David cuando Jonathan salió de entre las sombras. Tenía el cabello húmedo y la ropa desgarrada, no es que él estuviera en mucho mejor estado, pero al menos no sangraba.
—La verdad es que no mucho, un par de bestias se me han tirado encima, creo que ya está despierto y con su poder al límite —susurró apartándose el cabello de la frente y dejando ver sus ojos de color miel con el toque verdoso que los caracterizaba—. ¿Estás seguro de querer encontrarla? Lo hacíamos antes porque no había ningún peligro, pero ahora con ése vagando por el mundo estará en riesgo.
—Lo haré antes que él.
Jonathan no dijo nada más, no tenía caso.
—Levántate —ordenó una voz en tono osco. Sintió como le quitaban las cobijas y las tiraban al suelo, abrió los ojos con pereza.
—Tú no —balbuceó con un tono ronco y cansado.
—Deja de ser vaga, enana. Si no estás en el auto en quince minutos, te juro que vendré y te llevaré del cabello —amenazó y salió dando un portazo.
Aranel se levantó de la cama y se dirigió al baño, por experiencia propia sabía de lo que era capaz.
—No deberías llevártela, tiene gripe —explicó al ver que fruncía el ceño.
—Me importa un comino, que se ponga un saco y listo —dijo y se fue.
Vio el auto rojo y como la chica dentro de él golpeaba la dirección de una forma rítmica. Le tiró la chaqueta al regazo, no le dio importancia, Jaqueline no era la chica más paciente del mundo, ni la más educada o respetuosa. De hecho ella era lo contrario a todo eso, razón por la que no entendía muchas cosas, pero también del que se llevaran también, aunque si se le agregaba el que fuera la única que le había parado los pies y era capaz de enfrentársele, le obligaba a tenerle cierto respeto hacia su poca paciencia y tolerancia.
—Aún no sé qué te vio —susurró muy bajito, al menos eso creyó.
—Puedes preguntárselo cuando lo veas, claro que no se vale hacer trampa e intentarlo antes —dijo y supo de inmediato a qué se refería por lo que guardó silencio y se hundió en el asiento.
—Bueno, mocosa…
—No me digas así —interrumpió molesta y la chica la observó con una ceja enarcada.
—Para mí siempre lo serás, así que cierra…
—Cállate tú, a mí nadie me dice qué hacer y menos una a la que le tuve que enseñar matemáticas, aunque me lleve cuatro años —objetó y cuando Jaqueline la observó sin decir nada supo que le había ganado la partida, pero la guerra iba a ser muchísimo más dura.
—Escúchame muy bien, porque lo diré una y sólo una vez…
—Pues más te vale que empieces ya que tienes tanta prisa.
—¡Muy bien! Si vuelves a abrir tu bocota juro que te la rompo —amenazó y la señaló con el dedo. Hizo un gesto desinteresado indicándole que continuara.
Aquella manera tosca y ruda de hablar le traía recuerdos de su infancia, tantas veces habían peleado de esa forma, aunque ella en realidad nunca le puso una mano encima, eso fue antes del incidente porque aún recordaba muy bien la cachetada que le dio hace un año.
—Niña, hazme caso —exclamó chasqueando sus dedos frente a ella—. Jane me llamó y dijo que habrá un recital el domingo, vas a ir.
—No —replicó de inmediato y frunció el ceño apretando sus manos en un puño.
—A Bryan no le hubiera gustado que lo dejaras, siempre dijo que te veías linda…
—¡¡No me importa lo que él quería!! ¡¡Haré lo que se me dé la regalada gana, porque al fin y al cabo soy mayor!! —Sintió su mejilla arder al terminar la frase—. No me importa lo que digas, no lo haré.
—¿Dejarás tu carrera así como así? —interrogó con una mirada fulminante.
—Ésta fue la misma discusión que tuvimos hace dos años. Te diré lo mismo que en aquella ocasión: Jódete y déjame en paz. —Le dio la espalda y caminó en dirección a la carretera, ignorando la lluvia. Jaqueline no iría tras ella, la conocía lo suficiente para saber que prefería empeorar a dejar que la llevara de vuelta, además era una niña caprichosa y se lo merecía.