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viernes, 23 de marzo de 2012

Hoy

Hoy, 23 de Marzo, te invitamos a volver a compartir "La memoria del Tiempo". La cita es en el
Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, a las 19:30hs.

Semana intensa, como pocas, por estas latitudes. Semana de evocaciones, conmemoraciones, actos y marchas. De ausencias y presencias. De emociones fuertes, intensas. De mirarnos y escucharnos.

Sumamos un ínfimo granito de arena. El nuestro. Si podés, vení. Te esperamos.

Mañana será otro día. No cualquiera.

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lunes, 17 de octubre de 2011

La memoria del tiempo

Poco a poco voy emergiendo, saliendo a la superficie después de unos meses de haber estado trabajando en la obra más grande que hice hasta ahora. La memoria del tiempo es una obra en cinco partes o cinco movimientos, dos audiovisuales, con videos de Nicolás Testoni, y los otros tres electroacústicos, acusmáticos, electromagnéticos o como quieras llamarlo.

La obra se estrena el 29 de Octubre, (falta muy poco!) en el Centro Nacional de la Música, México 654, y es un encargo de la Secretaría de Cultura de la Nación, encargo que me llena de alegría y orgullo, no sólo personalmente, sino porque no recuerdo otro momento en el país en que se hayan hechos tantos encargos de nueva música desde el Estado. Esperemos que siga el año que viene.

Las notas de programa, todavía en borrador, dicen más o menos así: Esta obra toma como punto de partida el concepto de memoria sonora. Por esto entiendo los recuerdos exclusivamente sonoros que vamos acumulando en los diferentes momentos de nuestra vida. Al igual que otros tipos de memoria, esta es tanto individual como colectiva, nos sorprende inesperadamente o es estimulada por algún hecho del presente. A su vez la vivencia del tiempo es individual, pero también se inscribe en un tiempo histórico, compartido con nuestros contemporáneos. De ese cruce de experiencias nace esta obra que toma como sonidos disparadores o inspiradores, los recuerdos sonoros de alguien que ha vivido toda una vida y, además, una gran parte de ella compartida conmigo: mi madre

¿Que más? Ojalá puedas venir a compartir este momento. Te espero.

domingo, 19 de junio de 2011

Feliz día compadres

lunes, 2 de mayo de 2011

Algo suena raro

No se porqué tengo un extraño y viejo impulso de tratar de entender algunas cosas. Perdón, me expresé mal. Quiero decir porqué sigo insistiendo en entender cosas que son inentendibles. Al menos para mi claro. A lo mejor vos, con tu mirada más certera y precisa me ayudás a entender ciertas dudas que me acosan cual maniaco agazapado a la vuelta de la esquina.

Empecemos por el principio. Los Estados Unidos mataron a Bin Laden. Al menos eso dicen. Al menos eso festejan. Sin embargo en todos los medios de todo el mundo (que exagerado...) hablan de la "muerte" de Bin Laden. Es cierto, muerto está. Pero si lo mataron ¿no sería correcto decir "el asesinato" de Bin Laden? Ya se. No es para ponerme pesado con cuestiones gramaticales. Pero no entiendo. ¿Será que porque lo mató el comandante Philips Morris mientras bebía su Coca Cola y escupía su goma de mascar, no es un asesinato? ¿o hay asesinos buenos y malos? No sé. ¿que diría Boogie de todo esto? De que oímos hablar desde hace cuarenta mil años ¿del asesinato de Kennedy o de la muerte de Kennedy?

Después está el tema del cadáver. Nos dicen que lo arrojaron al mar siguiendo un rito musulmán. A ver, imaginate la escena. Los tipos entran a su bunker mansión y, después de un heroico combate (siempre es heroico), lo matan. Entonces van y le preguntan a los demás que estaban con él: "Che, ¿que onda? ¿van a hacer algún velorio?" Y los otros les dicen: "Si dejá, no se calienten que nosotros vamos a hacer algo acorde a nuestra religión que ustedes tanto respetan" Y los otros, los que mataron, dicen: "Bueno, listo" Y se van, respetuosamente, sin sacarle siquiera una foto no sea que alguien se vaya a ofender. Suena raro. No me digas. Suena raro, no?

Pero la cosa no termina ahí. Obama, que no es Osama, dice "Ahora la tierra es un lugar más seguro" Y en el mismo instante levantan las alertas de seguridad en medio mundo. ¿No es al revés? ¿No es que cuando estás más seguro bajás el estado de alerta? ¿No conocés algún psicologo/a que me explique?

Y ya que digo Obama, ay como me cuesta escribir ese nombre, no es un poco raro que un premio nobel de la paz se alegre de una muerte, digo de un asesinato? ¿no sería mejor que hubiera sido enjuiciado y, a lo mejor, los eeuunenses podrían obtener información acerca de todas las sedes y sub sedes de al qaeda? No se. Y otra cosa ¿cuantas muertes de inocentes civiles hubo en Libia, Irak y que se yo cuantos otros países más desde que éste nobel de la paz está en el gobierno? Un poco más de dos o tres, no?

No se, mientras más escucho todas estas cosas, más raro me suena todo. Y por supuesto menos entiendo, lo cual ya es decir. Tirame una idea por favor. Sino me vuelvo a componer ya mismo. Después dicen que hay música rara...

domingo, 3 de abril de 2011

Efemérides de Google

Hoy, 3 de Abril, se cumple un aniversario importantísimo, digno de celebrar en solitario, en pareja o con amigos: el 119 aniversario de la creación del helado sundae. Es algo así como una bola de helado, no muy grande, que se suele servir con caramelo, dulce de leche u otras variantes, todas nutritivas por cierto. La muerte de Brahms, la fundación del Club Boca Juniors o el nacimiento de Marlon Brando son nada comparable a este hecho fundacional en la historia de las sobremesas.

Gracias a estas efemérides que aparecen cuando abro el famoso buscador, me enteré, tomé conciencia, de una gran cantidad de aniversarios con los cuales quedé bien en numerosas reuniones y eventos sociales a los que suelo asistir. Si es que hay helado sundae, por supuesto.

La única efeméride que no me enteré por google es la del 24 de Marzo. Es decir, había una efeméride que no me acuerdo cual era, pero no se mencionaba el inicio de la sangrienta dictadura o el "día de la memoria", como lo llamamos ahora.

Está bien, nadie se puede acordar de todo. Para acordarse de algunas cosas hay que olvidarse de otras. Pero es bueno saber que cosas elige acordarse y olvidarse alguien a quien vemos todos los días. Aunque sea una empresa, casi anónima, como google.

En fin, no quiero arruinar ningún festejo. Me voy a darle al sundae antes que se derrita.

jueves, 24 de marzo de 2011

Hoy no tengo palabras

Hoy no tengo palabras. No es nada raro, suele pasar cada tanto. Pero la diferencia es que esas veces, después de buscar y buscar, termino encontrando alguna que otra. Hoy no. Hoy no tengo ninguna.


Desde que me despertó ese llamado absurdo, por el momento no vendo nada para fumar, me encontré con algunas pequeñas cosas: por ejemplo sabores, mi infaltable desayuno, ciertos sonidos, los ya conocidos del barrio aunque atenuados por esa maravilla sonora que crea un feriado, y también algunas sensaciones muy difíciles de compartir.

Claro, sino tengo palabras ¿como voy a hablar de sensaciones? Ya sé, ya sé. Simplemente quiero decirte que aunque no tengo palabras tuve y tengo ciertas sensaciones. Creo que todas ellas contradictorias, como ganas de olvidar aunque sea por un instante, ganas de recordar y hacer recordar, ganas de estar sólo, ganas de salir a abrazar la multitud, ganas de refugiarme en mi trabajo o ganas de dejar todo. No tengo palabras, pero si algunas ganas aunque me confundan y no sepa que hacer con ellas.

Lo que tengo es una canción. Eso me pasa desde siempre: mágicamente me surge una canción que llena y colma espacios vacíos, palabras huecas y miradas perdidas.

Esa canción, hoy, es "Donde se han ido todas las flores" o "Where have all the flowers gone". Si supiera...las sigo buscando.


lunes, 14 de marzo de 2011

Agarrate que esto recién empieza.

Cada tanto me acuerdo de la frase con la que Graham Greene comienza "El tercer hombre": One never knows when the blow may fall". Un viaje en tren, en un sofisticado, rápido y seguro tren japonés, puede convertirse en un instante en un viaje que no tiene retorno. No hay forma de saberlo, ni siquiera de intuirlo.


Por supuesto que estoy hablando a nivel cotidiano. Creo que ya todos convivimos con la sospecha generalizada de que las llamadas "catástrofes naturales" pueden ocurrir en cualquier momento y lugar, por más que vengan a mostrarnos grafiquitos con las zonas de riesgo. Seríamos necios, más, si creyéramos que el problema está en el Pacífico y no el Atlántico, por poner un ejemplo. Terremotos, tsunamis, inundaciones, sequías, pestes...algo anda mal y no se trata de un capricho geológico. Este modo de vida, esta destrucción sistemática de los recursos naturales en pos de un "progreso ilimitado" está mostrando su única y verdadera cara. No querido, nos dice la tierra. Asi no va. Estamos empezando a pagar el precio de nuestra Hybris. Recién estamos empezando.

Por supuesto no sabemos como va a seguir. Uno nunca sabe. Pero sería mejor que vayamos pensando como cambiar nuestros hábitos de consumo, nuestra forma de vida tan acostumbrada al confort e inclusive cierta posición ideológica que cree que el cuidado de los recursos naturales es un lujo que sólo pueden darse los países ricos. Ni que hablar de hábitos de conductas sociales: los japoneses están mostrando al mundo un comportamiento de solidaridad y respeto por el otro en medio de esta tragedia que me produce una sana envidia. ¿Podremos, como humanidad, aprender algo de esta tragedia? Resiliencia le dicen, no?

Nunca se sabe. Ya lo decía Bob Dylan ¿Cuantas veces puede un hombre dar vuelta su cabeza, fingiendo que no ve? La respuesta está soplando en el viento.

viernes, 4 de febrero de 2011

De vuelta

Unos pocos días son suficientes para despejarme y volver a sentir cierto movimiento neuronal, cosa que últimamente ya ni me acordaba de como era. Para eso es necesario algo tan simple como un pequeño viaje, las sierras puntanas en este caso, en la Provincia de San Luis, y una dieta estricta que impida todo acercamiento a mails, redes sociales, diarios, noticias y cualquier otro elemento que me conecte, que me traiga al mundo cotidiano. En cuanto me escucho preguntando "¿que día es hoy?" sonrio con placer. La dieta está haciendo efecto.

Y después, a la hora de volver, todo sigue mas o menos en su lugar. Una placentera forma de comprobar, una vez más, que no somos imprescindibles. El mundo sigue su curso. O mejor dicho, los mundos.




lunes, 22 de noviembre de 2010

Santa Cecilia

A todos los compositores, instrumentistas, docentes, melómanos, oyentes, fans, amateurs, estudiantes y mucho más que seguro se me olvidan...feliz día de la música!! ¿El idioma universal?

Quino, como siempre, tiene la respuesta.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Emilio Massera

No me alegra tu muerte. No. Si pudiera elegir, preferiría verte eternamente entre los vivos y que tu cada día más decrépita imagen pudiera generar aunque sea una mílesima parte del horror que generaba años atrás. Hubiera preferido que el horror se haga carne en vos y que vivas por siempre como símbolo viviente del mal, de lo que un hombre no es ni puede ser.

No me alegra tu muerte. Nunca te tuve odio, Emilio, aunque me sobran razones para ello. Como sociedad tampoco te odiamos, sino te hubieramos secuestrado y torturado hasta morir. Tuviste en cambio un juicio que fue aclamado en el mundo entero por su transparencia y valentia. Dijiste en 1985. Mi serenidad de hoy, proviene de tres hechos fundamentales. En primer lugar, me siento responsable pero no me siento culpable, sencillamente porque no soy culpable. Ingenioso juego de palabras que por suerte no fue suficiente para convencer a tus jueces: ser responsable de la muerte de miles de personas, muerte salvaje, cobarde e inconcebible, y de haber sido parte de un gobierno que destruyó económica, cultural y socialmente al país, te hace culpable para la justicia. Quizás no para tu extraña moral y para tu particular fe cristiana que con tanto ardor profesabas en esos años. Pero si para los más elementales principios no ya de justicia sino de humanidad.

No me alegra tu muerte. Prefiero recordar. Sin nostalgia, claro. Tengo bien presente tu imagen en blanco y negro. Rígida y dura. Pero había algo en tu mirada que te distinguía de tu colega Jorge Rafael (nombre que le pusieron en homenaje a sus dos hermanos muertos. Siempre rodeados de muerte ustedes...) : había algo de chispa en tus ojos, parecías tener cierta inteligencia que, por supuesto, te diferenciaba claramente del otro. Pero esa chispa mostraba en realidad un fuego demencial, un odio profundo hacia todo lo que fuera distinto a vos y a tus intereses. Esa inteligencia concibió una maquinaria infernal del cual la Esma es su más fiel reflejo. Una picadora de juventud que no dudaba en torturar salvajemente, asesinar o esclavizar a cualquier otro que osara el delito de no pensar como vos. Subversivos los llamabas.


¿Sabés una cosa? Tengo bien presente dos veranos en las playas de Villa Gesell. El primero en Enero del 78 y el segundo en Enero del 83. Muy pocos años de diferencia vistos desde ahora. Toda una vida para mi en esa época. En los dos casos, tengo bien presente la heladería "Massera". Nunca entré ni compré nada ahí. La miraba desde la vereda de enfrente, desde cerca, desde lejos. Me preguntaba...¿será de él? Tenía cierta verguenza de preguntarle a alguien, a algún amigo o conocido. No sé porqué. Pero me parecía inimaginable que alguien como vos, pudiera generar algo dulce, algo tan atractivo para un chico de 12 años. Tu nombre no me sabe a hierbas ni a helados. Tu nombre siempre fue un mal inarbacable, por más que tuviera gusto a dulce de leche.

No me alegra tu muerte. Ni siquiera hoy, muchos años después, somos capaces de darnos cuenta de la enorme y terrible herencia que personajes siniestros como vos dejaron en nuestra sociedad. Todavía hoy siguen apareciendo nietos. Todavía hoy hay miles de familiares que no saben donde están los restos de sus seres queridos. Todavía hoy hay gente con miedo y con todo tipo de secuelas. Todavía hoy, a más de treinta años después. Ese es tu legado. Y no pagaste lo suficiente por ello.

No me alegra tu muerte. No voy a salir a tocar la bocina por barrio norte. Prefiero apostar a la memoria y, si puedo, aportar mínimamente a la historia.

Dijiste en 1985: Mis jueces disponen de la crónica, pero yo dispongo de la historia y es allí donde se escuchará el veredicto final.

No querido. Nadie dispone de la historia. La historia la escribimos y la hacemos entre todos. Y no da veredictos. Eso ya lo hizo la justicia. Tus hechos, tus acciones, tu locura y tu odio, ya son conocidos en todo el país y buena parte del mundo. Cada uno lo interpretará a su manera.

Pero de algo podés estar seguro: no te olvidaremos.

viernes, 8 de octubre de 2010

Querido Martín

Siempre me gustó la carta como género, y mucho más la carta abierta. Un simple comentario en una nota escrita por mi querido amigo y hermano Martín Rasskin, motivo una extensa respuesta por su parte que contesto a su vez, quizás con la pueril intención de sumar voces a un debate que creo y creemos necesario. O lo podemos poner de otra forma: una charla privada que se hace pública, un diálogo compartido, una invitación a sentarte en la mesa con nosotros: dos tipos que nos conocemos y queremos desde hace añares, mucho antes que existieran los blogs, Internet y hasta las computadoras personales.

Así que aquí va. Si querés sumate, seguro que cuanto más seamos, mejor la vamos a pasar.

Querido hermano, hermano del alma: no sabés cuanta alegría me da que me respondas en forma de carta abierta. Hasta me reía imaginándote leyendo mi simple comentario de dos o tres líneas, mascullar algunas ideas, rascarte la cabeza y empezar a tipear fuerte para escribirme con tu pasión habitual. Eso si, no sabía si contestarte, o seguir la charla con un comentario en tu blog, desde mi blog o en un mail privado. Decidí hacerlo desde aquí para que, si a alguien le interesa y se quiere sumar, se pueda seguir desde aquí la cadena de charlas que esperemos pueda empezar. Abramos un buen Malbec...

Trataré de ser breve, sabés que ando con unos días de traqueteos varios. Lo único que dije es que tratemos de no quedarnos con una sola mirada. Sólo eso. Pero ya que abrís el juego, vamos a jugar un poco. Me toca. Lamentablemente la mirada de "El país" está íntimamente asociada, y lo de la sociedad es o fue real, a la de Clarín. Y, para mi, ambos diarios, que nutrieron una buena parte de mi infancia y adolescencia, perdieron toda credibilidad. Pero no seamos ingenuos: si leés Clarín es todo un desastre y si leés Pagina 12 es todo maravilloso. Sabés muy bien que jamás me voy a embarcar en ningún dogmatismo ni nada que se le parezca. Me atraen y fascinan los grises, los matices, el trasluz.

Para serte franco, creo que sabés porque lo escribí y lo hago público sin problema, estoy muy de acuerdo con muchas medidas que tomó este gobierno. Creo que tocaron intereses y se metieron con ciertos grupos y sectores que jamás, en estos años de democracia, ningún gobierno se atrevió a tocar. Y creo también que Cristina es, por lejos, la Presidenta con mejor nivel intelectual que tuvimos en décadas. Ahora...eso no me convierte en "K". Hay cosas, como las que vos nombrás y muchas más también en las que me siento en la vereda de enfrente o, para ser coherente, en otro lugar. Tampoco eso me convierte en partidario de Magnetto, el Ceo de Clarín, o de toda la lacra opositora que tenemos. Resumiendo, no creo en el estigma Bush: Or you are with us or you are against us. Nunca me gustaron los "ismos" partidarios. No me pasó ni siquiera en el emotivo, vibrante y apasionante 1983. Soy así. Si no fuera así, sería otro.

Coincido plenamente con vos en que lo que tenemos, sea lo que sea, es fruto de esta sociedad con su particular idiosincracia y cultura. No hay que echar las culpas afuera. Eso no quita que haya habido afuera personajes nefastos que aportaron lo suyo. Kissinger es uno de ellos, por poner un nombre. ("Si lo tienen que hacer, háganlo rápido" les dijo a los milicos en plena dictadura) Pero eso no soluciona los temas de fondo y además ahora hay una situación muy distinta a la que vivimos en nuestra infancia y/o adolsecencia. ¿Cómo no voy a saber que la mayor responsabilidad está adentro? Como vos decís, vivo en la Ciudad de Buenos Aires. Y esta ciudad "culta y moderna" eligió, por el voto, al Jefe de Gobierno más facho, mediocre, inútil e incapaz que tuvo nunca la ciudad. Eso si...ahora parece que nadie lo votó. En otro sentido escribí sobre esto hace unos meses. Es cierto, está todo muy mal y desde hace años. La destrucción del país fue organizada sistemática y meticulosamente. Y dio sus resultados. Quizás un natural impulso vital me incita a ver cierto cambio, cierta vuelta de página. Pero no sé...pasame tu vaso.

Sabés muy bien porqué te dije que no me interesa Maradona. Sabés bien que lo puedo trasladar al fútbol entero. Desde el año 78 se despertó en mi un fastidio, casi te diría un odio, muy especial con el fútbol y todo su hermoso mundo. Y por más que me hablen de mil cosas, de la pasión popular, de esto y de lo otro, es más fuerte que yo... como yerba mala que no se puede arrancar. Pero repito, vos y algunos que otros más, saben bien porqué. Por cierto ¿leíste este libro? Yo todavía no, pero me divierte el hecho de pensar que alguien se atrevió a meterse con estos personajes. Por las dudas, va un aviso a los que etiquetan, esto no quiere decir que concuerde ideológicamente con su autor ni mucho menos. Y por otro lado, conozco mucha gente (vos también) que está en las antipodas de ese desprecio por la ética del trabajo, de ese narcisismo, y de esa fe en las soluciones mágicas y que se rompe el lomo todos los días laburando y estudiando, sin siquiera esperar una compensación económica sino tratando de satisfacer una necesidad personal. Una necesidad interior, como diría nuestro querido amigo. Y ni que hablar de gente como las abuelas, el equipo de antropología forense, etc. etc. No está todo perdido. No está todo arruinado. Por eso hacen falta muchas miradas, muchas ganas de hablar sinceramente, de discutir y analizar con tranquilidad y pasión todo lo que nos pasa.

Acepto el convite. Vamos a la jabonería de Vieytes y sigamos intentando cambiar, sacudir, barajar y dar de nuevo. Me emociona que lo intentemos hacer juntos. Sobre todo porque nos vamos a cagar de risa de todo como nunca, o casi, dejamos de hacerlo.

Ve otro abrazo gigantesco. Abarcando a los osos de Abel y Naúm.

Tu hermano que te quiere.

Pd. Che....te tomaste todo...

viernes, 16 de julio de 2010

Memoria sonora

Muchas veces se habla de recordar sonidos, o del recuerdo que nos produce un sonido, sin tener muy en claro que quizás ese recuerdo puede servir para reconstruir una historia: una historia de vida personal o colectiva. También se habla muchas veces del entorno sonoro, los sonidos que nos rodean, haciendo hincapié en una toma de conciencia y derivando, casi siempre gracias a nuestra aturdida realidad, a ideas como contaminación o polución sonora, ecología acústica, entre otros.


Ahora, muchas veces todo esto se puede combinar para llegar a situaciones impensadas. Por ejemplo recordar todo un entorno sonoro y no, un sonido en particular. O recordar un entorno sonoro que no es precisamente agradable e idílico y que tampoco tiene que ver con algo nostálgico como recordar los sonidos de nuestra infancia.

Concretamente, desde hace poco más de un año, estamos investigando la memoria sonora de los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio de la última dictadura militar, especialmente de los sobrevivientes del "Olimpo". Como sus ojos estaban cubiertos por capuchas y vendas, los detenidos-desaparecidos se vincularon con su entorno casi exclusivamente mediante la escucha. Es muy probable que el instinto de supervivencia y la necesidad de mantener una conexión con la realidad, los haya llevado a desarrollar especial atención a todos los sonidos de ese terrible entorno, para tratar de poder actuar en consecuencia, de resistir, de sobrevivir.

En este artículo de la Revista Afuera te contamos con un poco más de detalle en que andamos. Aunque ese trabajo tiene un par de meses y a partir de ahí seguimos haciendo muchas cosas sobre el tema, creo que refleja bastante bien la idea sobre la que trabajamos.

Si...hay que tener un par de aquellos...pero creo que vale la pena hacer que hablen "esas paredes" y podamos, aunque sea de una manera tangencial, conectarnos de otra forma con esa parte tan terrible de nuestra historia.

Te dejo leerlo.

miércoles, 14 de julio de 2010

Tiempos imaginarios

Ruka Fulkén, 20 de Febrero de 2043

Mi querida hija:

Perdoná que haya estado tanto tiempo sin escribirte. Me cuesta. Y además no termino de adaptarme a esto que hoy llaman comunicación. Sigo pensando en términos de carta, mail o esas cosas que eran habituales a principio de siglo. Con cierta ingenuidad pensaba en aquella época que las computadoras iban a ser algo así como eternas, quizás cada vez más rápidas y más chicas, pero siempre iban a estar ahí, con sistemas operativos, discos rígidos de diversos formatos, etc, etc. Ya sé. De todas estas cosas escuchaste hablar sólo por referencias mías o de algunos viejos amigos de mi generación, y te despierta la misma curiosidad que a mi me despertaba oír hablar de la primer transmisión televisiva. Pero después te terminás aburriendo. En fin... es raro pero pese a los cambios vertiginosos que vivimos en los últimos cincuenta años, el lenguaje que perdura es el clásico. Por ejemplo cuando utilizo el verbo aburrir, entendés perfectamente que estoy diciendo. No pasaría lo mismo si pusiera expresiones como “embole”, que es la única que me acuerdo ahora. Seguramente te sonreirías, con la dulzura que te caracteriza.

Pero no me quiero ir por las ramas, como siempre. Voy a tratar de contestar a todo lo que me decís en tu última carta. Y dejame expresar como me salga, así pienso más en lo que te quiero decir y no tanto en el cómo. Hoy es un muy lindo día y después de mi siesta de rigor tengo la energía necesaria para comunicarme con vos. Además es Domingo, y sabés bien que es un día en que te tengo muy presente. Te tenemos. Cada Domingo tu madre no deja de preguntarse donde y con quien habrás almorzado. Ya hablamos en muchas y diversas oportunidades que el hecho de haberte tenido de grandes quizás nos haga sentir cierta culpa, si se lo puede llamar así, por lo cual y pese a que estamos lejos, vivimos siempre muy pendientes de vos y de tus cosas.

Me llama la atención que estés preocupada por la conducta de Nico. Es normal que apenas teniendo unos añitos de vida (¿son dos, no?) aparezca el momento de los berrinches, los desafíos y todo eso. Pero me resulta más raro todavía que me preguntes como éramos con vos, como trabajamos el tema de los límites y cuan estrictos o permisivos fuimos. Te digo la verdad... no tengo la menor idea. Por supuesto que hay y hubo teorías de todo tipo, y cada uno, como siempre, te cuenta su verdad, su experiencia. Nosotros, por lo que recuerdo, nos manejamos muy intuitivamente. Hicimos alguna que otra consulta a alguien que queríamos mucho y le teníamos una gran confianza. Creo que uno hace esas preguntas cuando tiene mucha confianza en el otro. Por eso te agradezco que lo hagas hoy conmigo. Pero, te repito, me resulta raro. No el hecho que me preguntes por ese tema, sino que sea algo que te preocupe. A vos misma te va a sorprender de acá a unos años el haberte preocupado por esto. Espero, aunque lo dudo, que un día podamos leer juntos tu carta y reírnos de lo que escribiste.

¿Sabés que quería proponerte? Hablemos, pensemos sobre el tema “límites” pero más allá de la conducta de Nico o de cualquier otro. Vos proponés como tema la conducta. Yo te contrapropongo el tema límites, dejando de lado el área conducta. Exploremos otras áreas.

Te cuento algo que siempre me fascinó: los límites de la imaginación. Ojo, para hablar con claridad te aclaro que me refiero exclusivamente a mi propia imaginación, a la que muchas veces sentí muy limitada. Y hay dos cuestiones en las que siempre pensé. Por un lado están las cosas de las que apenas puedo imaginarme el tema, el título, por así decirlo. Y por otro cuantas cosas hay, o debe haber, que ni siquiera llego a imaginarme. Claro, no es mucho lo que se puede hablar de lo inimaginable, por llamarlo de alguna forma. Y, como decía un viejo filósofo, de lo que no se puede hablar, mejor guardar silencio. Pero a veces mientras jugaba a combinar sonidos, por momentos se me pasaba por la cabeza pensar en cuantos caminos posibles estaba dejando de lado, cuantas sonoridades no me estaba siquiera asomando a concebir. Me quedaba como un estigma, como una especie de desafío, esa famosa anécdota de Strawinsky cuando un grupo de jóvenes compositores le hablaba sobre las posibilidades expresivas de los nuevos (en ese entonces, claro) medios de generación de sonido, y el los miró con aire de superado y les dijo: “Sorpréndanme”. Entonces a veces pensaba ¿habrá algo que pueda hacer que sorprenda? O más aún: ¿que me sorprenda? No lo se ... pero como te dije, de estas cosas apenas puedo hablar. Es una sensación que me surgía en determinados momentos: la de intuir una pared invisible, una frontera imaginaria que me separaba de lo inimaginable.

Pero si te puedo hablar de otros temas de los cuales al menos me imaginaba algo más que una pregunta, aunque sin poder avanzar mucho más allá. Te cuento: alguna que otra vez me imaginaba como sería ser otro. No estoy hablando de la eterna fantasía de “quien te gustaría ser si nacieras de nuevo”. No. Ser otro o ponerse en el lugar de otro, son temas que siempre me apasionaron, me desvelaron. ¿Por qué cuesta y costó tanto esfuerzo aceptar al otro, al distinto? Desde siempre la humanidad se esforzó de una manera descomunal en combatir al otro, en dominarlo, reprimirlo, eliminarlo o, su forma edulcorada, en discriminarlo. Herejes, infieles, bárbaros, moros, judíos, blasfemos, brujas, negros, negritos, locos, gitanos, kurdos, palestinos, enfermos de esto o lo otro, gordos, discapacitados, adúlteras, comunistas, socialistas, anarquistas, de pelo largo, subversivos, homosexuales, bolitas, sudacas, brazucas, viejos, mujeres ... ¿Sigo? No, mejor no. La lista es interminable. Pero ¿Cómo sería hoy el mundo si en vez de luchar contra el otro se lo hubiera aceptado sin problemas?

Y ya que hablé de mujeres, y vuelvo a lo que te estaba contando antes, algo que muchas veces pensé y por supuesto no me puedo imaginar, es como sería yo si hubiera nacido mujer. No te asustes. No pienses cosas como “a la vejez viruela”, dicho que por otra parte nunca entendí que quiere decir, ni nada de eso. Simplemente a veces pensé ¿cómo vería el mundo con ojos femeninos? ¿cómo sentiría mi propia piel? ¿cómo es sentirse atraída por un hombre? ¿cómo se vive la belleza por dentro? Me acuerdo ahora, y siempre que recuerdo esto no puedo evitar una sonrisa, lo que decía Henry Miller, a quien también se le pasó esto por la cabeza alguna vez, aunque él lo pensaba lógicamente en términos sexuales: “no me imagino otra cosa que un enorme dolor...” ¿Te das cuenta adonde quiero ir? Tuve la suerte de vivir rodeado de mujeres y tuve excelentes amigas, compañeras de trabajo, novias, esposas, pero no puedo imaginarme ser una de ellas. Ser otra, en vez de otro. Una vez, en una charla con un grupito de gente, comenté que si algo admiraba, o me provocaba envidia mejor dicho, de las mujeres era su orgasmo. Tendrías que haber visto las caras ... no se que habrán pesado de mi ni me importa. Pero su produjo un silencio muy extraño que en el fondo me resultó muy gracioso. Espero que no te sonrojes ni te molestes por estas cosas que te estoy contando. Sé que para los hijos los padres no tenemos sexo. O tenemos pero no ejercemos. Pero si no te cuento ahora todas estas cosas ¿cuándo te las voy a contar?

Hablando de sexo, te cuento que hace un tiempo atrás, unos cuantos años en realidad, con un amigo nos divertíamos pensando, o intentando imaginar como sería un tercer sexo. Cada vez que hablo del tema con alguien, surgen distintas variantes de travestismo. Pero no es eso lo que me interesa, aunque resulta llamativo comprobar lo limitado de la imaginación (iba a poner “humana” pero dudé ...¿será redundante? ¿la imaginación es sólo humana? ¿o los animales imaginarán cosas o situaciones también?) que por lo general lo que suele hacer es combinar de manera más o menos creativa combinaciones de lo ya existente. Y por eso surgían los distintos tipos de travestis o transexuales. Pero lo que intentábamos hacer en ese momento era algo tan sencillo como imaginar un tercer sexo: como se llamaría (hombre, mujer y ...., masculino, femenino y .....), como se vestiría, que atributos o cualidades sexuales tendría y cuales serían sus atractivos, por poner un ejemplo. Hoy se me ocurren muchas cosas más, como por ejemplo preguntarme cómo sería el juego de seducciones o la vida cotidiana entre los tres sexos, qué dibujito pondrían en la puerta del baño los bares y restaurantes o cómo sería el modelo de familia aceptado socialmente. ¿Desaparecería la idea de pareja, el mito de la media naranja? Con lo complicado que son las relaciones, los vínculos de a dos, imaginate que ingrese un tercero, pero un tercero distinto, diferente.... Ya ves, aquí tenés un claro ejemplo de algo que me imagino solamente el título, por así decirlo pero no puedo avanzar más que eso. Y lo digo en primera persona porque siento que es claramente una limitación mía: cuando empiezo a visualizar algo de esto que te comento, lo siento muy pobre y claramente insuficiente. Quizás a vos no te pasa, no?

Por último, y para no quitarte más tiempo porque se que siempre estás muy ocupada, corriendo de aquí para allá, tratando siempre de salir adelante.... Por cierto ¿te hacés tiempo para ir al médico, para cuidarte un poco? ¿Hacés gimnasia? ¿Comés bien? Mi madre me decía siempre lo mismo: cuando uno es joven no le da bola a las cuestiones de la salud pero hay cosas que se pueden detectar a tiempo y que después de viejo te complican la existencia. Te decía, ya sabés que me voy por las ramas, o te quería contar para terminar que otra de las cuestiones que siempre sentí como limitadas es imaginarme haber vivido en tiempos diferentes a los que me tocó vivir. Claro, uno vio tantas películas de reconstrucción histórica que puede parecer sencillo, pero creo que esas películas nos muestran sólo una cara, un aspecto. A ver si me expreso mejor: por más que yo tengo abundante información acerca de cómo era la vida en la Edad Media en Europa, por poner un ejemplo, creo que eso queda en un plano muy exterior. A veces pienso en cuales serían los sonidos que rodeaban esa época, que sería fuerte, que suave, que gusto tendría su comida, con que cosas soñarían, cuales sería sus ambiciones, sus temores... no sé, a lo mejor todo es más simple de lo que creo y yo le estoy poniendo cierto toque mágico que no corresponde. Debe ser por esa costumbre de idealizar el pasado y de pensar que fue mejor que el presente. Te puedo asegurar, y sobre todo cuando me acuerdo de ciertas cosas que viví en mi niñez, que no es así. Era un niño, claro, y tenía toda la vida por delante. Eso fue lo que me salvó. Pero lo que era el presente, prefiero olvidarlo. Me pongo muy mal cuando lo recuerdo.

Me doy cuenta que te estoy contando cierto tipo de pensamientos recurrentes, pero hay uno, uno sólo, que tiene que ver con esto del tiempo también, que hace ya mucho lo abandoné: imaginarme el futuro. Pero aquí no me cabe duda de que lo abandoné por mi propia incapacidad por un lado y por mi experiencia de vida por otro. ¿Qué quiero decir con esto? Que cada vez que intenté imaginarme el futuro, cuando llegó ese momento, siempre resultó distinto a lo que me había imaginado. Por ejemplo cuando era adolescente trataba de prepararme cada vez que tenía alguna cita con una chica, y, claro, la mejor forma de prepararme era tratar de imaginar como iba a ser el encuentro, y a partir de ahí, que iba a decir, en que momento, cuando iba a intentar algo, etc. etc. Por supuesto, hoy digo por suerte, siempre resultó distinto. Lo mismo ocurrió con un montón de situaciones que no vale la pena enumerar en este momento. Hasta que finalmente dejé de hacerlo y decidí entregarme a lo que la vida me pudiera ofrecer. Seguramente en ese intento de imaginar el futuro había una intención de querer controlarlo también. Quizás por miedo, inseguridad, vaya uno a saber. Creo que jamás me hubiera podido imaginarme a esta edad, viviendo donde vivo, con un nietito...en fin.

Me causa gracia como muchas generaciones limitaron el futuro a su relación con la tecnología y siempre que, por ejemplo, veíamos una película “futurista” era algo que tenía que ver con máquinas que cada vez hacían más y más cosas. Ni que hablar con el vínculo en la vida cotidiana: creíamos que las computadoras iban a ser algo así como eternas, y lo único que se imaginaban era que quizás iban a ser cada vez más rápidas y más chicas, con discos rígidos de diversos formatos y tamaños ....ay, ay, ay, me doy cuenta que de esto te hablé al principio, perdonáme. Creo que es el momento de cortar, si, si, ya se que no estamos hablando por teléfono, es la costumbre, digo que es el momento de terminar aquí y despedirme una vez más hasta pronto, hasta la próxima carta o el próximo contacto.

Por supuesto, contame cuales son aquellas cosas con las que fantaseás o decime si alguna vez sentiste este “límite en la imaginación” por decirlo de alguna manera. Abrime las puertas de tu imaginación, compartamos esas pequeñas locuras que seguramente nos van a acercar un poco más. Y sabés muy bien que es eso lo que más anhelo.

Lo de siempre: escribinos pronto, lo más rápido que puedas, y fijate si podés venir a visitarnos en el verano. Aquí tenés lugar para vos y para Nico y para alguien más también. Con desayuno y cena diaria asegurada. Te extraño. Te extrañamos.

Te amo - Papá

sábado, 5 de junio de 2010

Desde León, España

En España, concretamente en la ciudad de León, y más de cerca en el Conservatorio José Castro Ovejero, nombre tan parecido al Juan José Castro donde estudié hace ya algunos cuantos años y me hace acordar a...no, no, no. No me voy a ir por las ramas. Decía que en ese Conservatorio hay una profesora a la que acabo de conocer, que desde hace tiempo viene trabajando en el análisis musical de obras de distintos períodos de la historia de la música. Como muchos otros profesores de todo el mundo, por cierto. Pero la menciono porque entre sus tareas, se autoasignó la de armar y actualizar un blog que vale la pena visitar.

Tiene una buena cantidad de material para leer y descargar y mucha información sobre otros sitios web de contenido similar. Y...aunque quizás no debería decirlo, acaba de subir un análisis de dos obras mías hechas por sus alumnos que, debo admitir, me sorprendieron. Y subió alguna que otra cosita más también, extractos de entrevistas, comentarios personales y... te lo dejo en suspenso así te vas para allá. Desde este link podés lo podés leer y a ella la podés visitar desde aquí http://www.yolandasarmiento.com/


Muchas gracias Yolanda!!

sábado, 20 de marzo de 2010

...yo no sabía nada...

La última vez que nos habíamos visto fue en el cumpleaños de Julio. Quedamos en juntarnos los tres lo antes posibles y, después de algunos mensajes y mails, pudimos encontrarnos. Siempre lo pasamos muy bien. Tenemos una cierta complicidad más allá de que no coincidamos en todo. Especialmente en gustos musicales.

Lástima la fecha. Por ocupaciones varias no nos quedó otra que encontrarnos un 23 de Marzo, un día antes del aniversario del inicio del llamado "proceso", la genocida dictadura militar que asoló al país durante los años 1976 - 1983. Pero era mejor estar con ellos que quedarme en casa.

Llegué un poquito tarde. El tráfico y algún llamado de último momento conspiraron contra mi puntualidad. Pero ahí estaban: Primo, el tano, y Milan, el checo, ya entonados y de muy buen humor. - Que hacés pibe, me gritó Milan. - Tenés mucha cara de porteño hoy, observó agudamente el tano. Si...les dije. No estoy con el mejor humor de mi vida. Pero no importa, todo bien. ¿Que pidieron? -Tomá...brindemos que todavía está fría.

Traté de plegarme a los temas de siempre: música (como nos agarramos con Milan), poesía, mujeres, gastronomía...todo lo que sea sensitivo, sensible, mechándolo con algunas cuestiones sociales. Nos apasionábamos y pasaban horas sin que nos diéramos cuenta. Pero si bien traté, no me salía. Me distraía, me iba. Ya sé que no les llamaba mucho la atención, no era raro verme cada tanto un poco ido, pero esta vez era un poco más notorio.

-Cambiá la onda, me dijo Milan después de un buen rato de paciencia. Primo me observaba silenciosamente. Como si quisiera que hablara. - Si si...trato de cambiarla, pero hoy me anda dando vueltas en la cabeza algo que no me lo puedo sacar de encima, un recuerdo horrible. -Contános. Vos sabés que hablar de ciertos recuerdos hace bien. Además, en cierta manera todo es un testimonio, me sugirió Primo casi susurrándome al oído. Respiré hondo, junté fuerzas y lo empecé a largar -Tiene que ver con la fecha de mañana. Pero es un recuerdo en forma de frase que escucho una y otra vez taladrándome el cerebro: "yo no sabía nada". ¿Cómo pudo haber tanta gente que no sabía nada de las barbaridades que pasaban, de los crímenes que había prácticamente en la puerta de sus casas? ¿No sabían, no querían saber o se hacían los que no sabían?

- Muy bien, descubriste la pólvora! me disparó Milan sin contemplaciones. -El terror, querido, el terror, decía Primo mirando a lo lejos. - El terror? Yo vi a personas nada aterrorizadas y muy felices de no saber nada. - Si...te entiendo perfectamente. Hay de todo y no es algo nuevo. Hasta te diría que pasa siempre. Te cuento, y esto lo sé porque lo viví, que en la Alemania de Hitler pasaba lo mismo: el que sabía no hablaba, el que no sabía no preguntaba, el que preguntaba no tenía respuesta. El típico ciudadano alemán conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando la boca, los ojos y las orejas tenía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por tanto de no ser cómplice de todo lo que ocurría ante su puerta.

- Totalmente, le dije. la ignorancia es sinónimo de inocencia. En un acto reflejo le quise tocar el brazo pero casi tiro la botella. Cada vez estoy más torpe... - Yo no sabía nada, por tanto no hice nada para evitarlo. Pero no se me puede culpar por ello. Yo no sabía, soy inocente.

- Es cierto, acotó Milán mientras sus ojos se iban tras las curvas de una morocha infernal. Tengo ciertos recuerdos de la invasión a la República Checa: había muchos funcionarios comunistas que decían no saber lo que pasaba. Pero...¿de verdad no sabían? ¿O aparentaban no saber? Había algunos que si o si tenían que saber algo de los horrores que habían ocurrido y no paraban de ocurrir en la Rusia de Stalin. Sin embargo, es probable que la mayoría de ellos, no supiera nada. Y en ese momento, de una manera casi casual, me dí cuenta que la cuestión no es si sabían o no sabían, sino: ¿somos inocentes si no sabemos?

- Buen punto Milan. ¿Que tomaste?. Vos sabés que... - Pará, pará, me cortó Primo. No lo interrumpas. Seguí un poco más, dale que está bueno.

-Se acuerdan de Edipo, no?- retomó Milán. -La historia es conocida y está publicada en muchos sitios. Pero hay algo que me fascina: Edipo no sabía que se encamaba con su madre, con la que había tenido cuatro hijos, ni que había matado a su padre. Cuando lo supo, no se consideró inocente y se auto-infringió un castigo terrible: se quitó los ojos repudiando la ceguera que sentía por no haber visto la realidad antes, y se hizo expulsar de la ciudad. Ceguera y destierro. No se anduvo con vueltas ni lo dudó. No sabía nada pero con eso no justificaba su inocencia.

- Que fuerte...pero es así. ¿quien puede creerse o sentirse inocente con sólo cerrar los ojos? -Se preguntó Primo mirando su vaso que parecía pedir más. -Por otro lado el hecho de saber, y hacer saber, difundir lo que pasaba, es un modo (quizá tampoco tan peligroso) de tomar distancia, por ejemplo con respecto al nazismo; pienso que el pueblo alemán, en general, no usó de ello, y de esta omisión, encima intencional, lo considero totalmente culpable.

No sé porqué pero cuando terminó de decir esto empecé a sentir un sudor frío y un muy pequeño estremecimiento que empezaba a correr por mi cuerpo. Miré a mi alrededor, quizás buscando una mirada cómplice, una mirada amiga...pero todas las miradas iban hacia una pantalla de no sé cuantas pulgadas donde estaban pasando algún partido de fútbol. El estremecimiento empezó a convertirse en temblor.

- ¿Y que se hace con esta culpa? Pregunté casi tímidamente. -Digo, porque en el caso de los criminales es relativamente sencillo: juicio y castigo. ¿Pero cuando hablamos de toda una sociedad, de todo un pueblo?

Me miraron fijo, en silencio. Se miraron. -Bueno, empezó el tano, ...así en abstracto no se puede hablar...la historia puede ir dando oportunidades de superar estas culpas, pero depende de tantos factores...sobre todo de que voluntad, que ganas hay de admitir la propia culpa. No digo llegar al extremo de Edipo, pero...dijo con cierto tono humorístico para cambiar mi evidente aturdimiento.

-No sé...cada tanto miro a mi alrededor y...pienso inclusive en cosas que estan pasando hoy mismo...a veces tengo la horrible sensación que nadie se hace cargo de nada...y...no sé, no entiendo nada...

-No sabés ni entendés! Quedate tranquilo entonces....sos inocente!! -me dijo Milán riéndose casi a los gritos. - No pará, no quise decir eso. Era claro. Se me notaban los nervios - Aflojate un poco, pibe, suavizó Primo levantando su vaso. - Último brindis: me tengo que ir. - Yo también, se apuró Milán. Voy a un concierto por acá cerca. Venís? - No, gracias. Me quedo un rato más. Quiero estar un poco sólo, pensando en todo esto que hablamos.

- Pensá que hace bien. Sin contemplaciones. Las palabras de Primo no dejaban de sonar tiernas, acompañadas de unas suaves palmeadas en la espalda. -Y reíte: de todo. Si seguís sin entender nada al menos lo pasas bien - remató Milán con su sonrisa caraterística.

Y se fueron. Los vi alejarse, despedirse e irse cada uno para su lado. Agarré mi vaso, casi vacío, y me perdí en las sinuosidades del líquido mientras lo movía suavemente. Empecé a tener la extraña sensación de que mis palabras se disolvían, de que por más que me pregunte porqué y porqué una y mil veces, lo único que iba a lograr era una capa más densa de espuma que poco a poco se iba a ir diluyendo, evaporando y armando una especie de volátil sopa de letras con más enigmas a resolver.

Quizás se trate de eso. Nunca nos bañamos en el mismo río, decía mi amigo el griego. Seguramente no estemos siempre preguntándonos lo mismo. O quizás todo sea un espiral, una rueda absurda que gira sin gravedad, un Truman Show donde alguien se divierte poniéndonos cada tanto a prueba con las atrocidades más salvajes.

O quizás sea así porque si y no hay que darle tantas vueltas.

Pero ya sabés como soy...¿no te venís un ratito a tomar algo?

domingo, 21 de febrero de 2010

No tengo tele

Felicitaciones me dijo el doctor. Su nivel de colesterol cerebral ha disminuido notablemente. ¿En serio dotor? ¿Usted quiere decir que se me está yendo, o diluyendo, la cantidad de grasa acumulada en el cerebro que dificulta el normal funcionamiento de mis neuronas? Efectivamente su grasa cerebral está disminuyendo. Pero esto no quiere decir que podamos hablar de un normal funcionamiento de sus neuronas. Eso tenemos que ir evaluándolo con el tiempo. Usted hace música electroacústica, no? Si dotor, ya sé de que habla...dije mirando tímidamente al piso. No se ponga así. Al menos es un comienzo. Le dí la mano, no sin cierta emoción contenida, y salí rápido del consultorio.


Desde hace unos meses, y por razones absolutamente personales, estoy sin tele. Sin televisión para ser más precisos. Pero voy a ser más preciso todavía para que no creas que soy un marciano o un hallazgo arqueológico. Tengo pantalla. Tranquilo/a. Tengo una laptop (que moderno que soy) y una computadora. Y banda ancha (guau!!) En un primer momento tuve el típico síndrome de abstinencia: no podía. No podía estar sin la tele funcionando en mi cena, en mi pos cena, en mi pre cena, etcétera. Entonces decidí empezar a ver películas que hacía tiempo quería ver y nunca tenía tiempo. Empecé a bajar películas, las que se me ocurría, las que se me daba la gana. Y alguna que otra serie también. Para consumo personal, nada más. Las veo y las borro. Y de golpe, casi sin querer, me acostumbré.

¿Sabés cuando me dí cuenta? Un día fui a un bar a tomar algo y, gracias a esa genial y brillante idea que tuvieron los dueños de algunos bares de Buenos Aires de poner teles gigantes en sus locales, volví a ver algo de esa realidad. Ufff....Me dije: que lejos que estoy de eso. Que bien me siento de no ver esas publicidades, de no escuchar esos opinólogos "objetivos" de saco y corbata, de no escuchar hablar ni ver nada de la farándula. El primer síntoma fue mi hígado. Tomé conciencia, al verme en un espejo, que ya no estaba amarillo.

Pero no es fácil. No creas. Una amiga me dijo ¿cómo que no sabés quien es R. F.? No...no se. Pero...¿en que mundo vivís? Tuve ganas de contestarle ¿y quien te dijo que la tele es el mundo? ¿quien te dijo que la única realidad es la televisiva? ¿quien te hizo creer que si no sabés que pasa en la tele estás fuera de la realidad? ¿porqué creés que hay una sola realidad? Pero claro, estábamos cenando un asado espectacular y reconozco que algún instinto primitivo prefirió satisfacer mis papilas gustativas antes que ponerme en defensor de principios insustentables. De carne somos.

Ahora creo que dí un paso adelante. Que llegué a un punto donde no hay vuelta atrás. No voy a poner ninguna antena, ni contratar ninguna empresa de cable. Te lo recomiendo. Si querés ver algo, lo buscás. Y seguramente vas a estar a salvo de una realidad tan hipócrita como vertiginosa, tan mediocre como masiva. Y nada de esto es casual.

Insisto: te lo recomiendo. Preguntale a mi dotor sino me ve mejor. Ya sé. Me falta todavía, nadie es perfecto. Pero algo de esa grasita empezó a bajar. Y no te puedo explicar lo bien que hace...

miércoles, 17 de febrero de 2010

Algunos textos de Julio

Por muchas razones, no soy muy amante de los recordatorios y/o ceremonias que motivan una determinada fecha. Al menos me pasa eso con la gente cercana, o que considero cercana en el afecto, en la sensibilidad o en cierta mirada común. La memoria, en mi caso, es algo a veces cotidiano, a veces ocasional y a veces, muchas veces, suele tener una cierta modalidad sorpresiva, por lo general en los momentos menos esperados.

Por eso no publiqué nada hace unos días cuando se cumplía un nuevo aniversario de la partida de Julio Cortázar. Se me pasó. Me distraje hablando de cotorritas, mirá vos. Pero aquí va. Que mejor homenaje que leer y releer algunos de aquellos textos que tantos nos marcaron o con los que tanto nos identificamos. No sé porqué uso el plural. Quizás porque intuyo que a vos te pasa lo mismo. Ya me contarás.

Seleccioné aquí algunos, muy pocos, nada más. Los temas son los de siempre: el absurdo, la poesía, el amor, el compromiso. ¿Que cronopio no se ve reflejado en ellos? Al final está la carta llamada "Situación del Intelectual Latinoamericano". Si, ya sé. Es un poco larga. Pero no te vayas, no hagas clicks intempestivos y abandónicos. A pesar de estar escrita en 1967 vale la pena volver a leerla y muy especialmente hoy, que hay tantos pregoneros fanáticos de la globalización, al igual que de un localismo ingenuo y a veces igual de fanático. Julio la tenía muy clara en esa época, incluso antes de la Revolución Nicaraguense de 1979, que fue otro de sus grandes amores.

¿Nos cronopizamos un rato?

Lucas, sus desconciertos
Allá por el año del gofio Lucas iba mucho a los conciertos y dale con Chopin, Zoltan Kodaly, Pucciverdi y para qué te cuento Brahms y Beethoven y hasta Ottorino Respighi en las épocas flojas.

Ahora no va nunca y se las arregla con los discos y la radio o silbando recuerdos, Menuhin y Friedrich Guida y Marian Anderson, cosas un poco paleolíticas en estos tiempos acelerados, pero la verdad es que en los conciertos le iba de mal en peor hasta que hubo un acuerdo de caballeros entre Lucas que dejó de ir y los acomodadores y parte del público que dejaron de sacarlo a
patadas. ¿A qué se debía tan espasmódica discordancia? Si le preguntas, Lucas se acuerda de algunas cosas, por ejemplo la noche en el Colón cuando un pianista a la hora de los bises se lanzó con las manos armadas de Khatchaturian contra un teclado por completo indefenso, ocasión aprovechada por el público para concederse una crisis de histeria cuya magnitud correspondía exactamente al estruendo alcanzado por el artista en los paroxismos finales, y ahí lo tenemos a
Lucas buscando alguna cosa por el suelo entre las plateas y manoteando para todos lados.

—¿Se le perdió algo, señor? —inquirió la señora entre cuyos tobillos proliferaban los dedos de Lucas.
—La música, señora —dijo Lucas, apenas un segundo antes de que el senador Poliyatti le zampara la primera patada en el culo.

Hubo asimismo la velada de Heder en que una dama aprovechaba delicadamente los pianissimos de Lotte Lehman para emitir una tos digna de las bocinas de un templo tibetano, razón por la cual en algún momento se oyó la voz de Lucas diciendo: «Si las vacas tosieran, toserían como esa señora», diagnóstico que determinó la intervención patriótica del doctor Chucho Beláustegui y el
arrastre de Lucas con la cara pegada al suelo hasta su liberación final en el cordón de la vereda de la calle Libertad.

Es difícil tomarle gusto a los conciertos cuando pasan cosas así, se está mejor at home.

Amor 77
Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Toco tu boca
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio.

Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura.

Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella.

Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.

Situación del Intelectual Latinoamericano
Saignon (Vaucluse). 10 de mayo de 1967
A Roberto Fernández Retamar en La Habana

Mi querido Roberto: Te debo una carta, y unas páginas para el número de la Revista que tratará de la situación del intelectual latinoamericano contemporáneo. Por lo que verás a renglón casi seguido, me resulta más sencillo unir ambas cosas; hablando contigo, aunque sólo sea desde un papel por encima del mar, me parece que alcanzaré a decir mejor algunas cosas que se me almidonarían si les diera el tono del ensayo, y tú ya sabes que el almidón y yo no hacemos buenas camisas. Digamos entonces que una vez más estamos viajando en auto rumbo a Trinidad y que después de habernos apoderado con gran astucia de los dos mejores asientos, con probable cólera de Mario, Ernesto y Fernando apiñados en el fondo, reanudamos aquella conversación que me valió pasar tres maravillosos días en enero último, y que de alguna manera no se interrumpirá jamás entre tú y yo.

Prefiero este tono porque palabras como “intelectual” y “latinoamericano” me hacen levantar instintivamente la guardia, y si además aparecen juntas me suenan en seguida a disertación del tipo de las que terminan casi siempre encuadernadas (iba a decir enterradas) en pasta española. Súmale a eso que llevo dieciséis años fuera de Latinoamérica, y que me considero sobre todo como un cronopio que escribe cuentos y novelas sin otro fin que el perseguido ardorosamente por todos los cronopios, es decir su regocijo personal. Tengo que hacer un gran esfuerzo para comprender que a pesar de esas peculiaridades soy un intelectual latinoamericano; y me apresuro a decirte que si hasta hace pocos años esa clasificación despertaba en mí el reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarme las orejas creo que los hechos cotidianos de esta realidad que nos agobia (¿realidad esta pesadilla irreal, esta danza de idiotas al borde del abismo?) obligan a suspender los juegos, y sobre todo los juegos de palabras. Acepto, entonces, considerarme un intelectual latinoamericano, pero mantengo una reserva: no es por serlo que diré lo que quiero decirte aquí. Si las circunstancias me sitúan en ese contexto y dentro de él debo hablar, prefiero que se entienda claramente que lo hago como un ente moral, digamos lisa y llanamente como un hombre de buena fe, sin que mi nacionalidad y mi vocación sean las razones determinantes de mis palabras. El que mis libros estén presentes desde hace años en Latinoamérica no invalida el hecho deliberado e irreversible de que me marché de la Argentina en 1951 y que sigo residiendo en un país europeo que elegí sin otro motivo que mi soberana voluntad de vivir y escribir en la forma que me parecía más plena y satisfactoria. Hechos concretos me han movido en los últimos cinco años a reanudar un contacto personal con Latinoamérica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba; pero la importancia que tiene para mí ese contacto no se deriva de mi condición de intelectual latinoamericano; al contrario, me apresuro a decirte que nace de una perspectiva mucho más europea que latinoamericana, y más ética que intelectual. Si lo que sigue ha de tener algún valor, debe nacer de una total franqueza, y empiezo por señalarlo a los nacionalistas de escarapela y banderita que directa o indirectamente me han reprochado muchas veces mi “alejamiento” de mi patria o, en todo caso, mi negativa a reintegrarme físicamente a ella.

En última instancia, tú y yo sabemos de sobra que el problema del intelectual contemporáneo es uno solo, el de la paz fundada en la justicia social, y que las pertenencias nacionales de cada uno sólo subdividen la cuestión sin quitarle su carácter básico. Pero es aquí donde un escritor alejado de su país se sitúa forzosamente en una perspectiva diferente. Al margen de la circunstancia local, sin la inevitable dialéctica del challenge and response cotidianos que representan los problemas políticos, económicos o sociales del país, y que exigen el compromiso inmediato de todo intelectual consciente, su sentimiento del proceso humano se vuelve por decirlo así más planetario, opera por conjuntos y por síntesis, y si pierde la fuerza concentrada en un contexto inmediato, alcanza en cambio una lucidez a veces insoportable pero siempre esclarecedora. Es obvio que desde el punto de vista de la mera información mundial, da casi lo mismo estar en Buenos Aires que en Washington o en Roma, vivir en el propio país o fuera de él. Pero aquí no se trata de información sino de visión. Como revolucionario cubano, sabes de sobra hasta qué punto los imperativos locales, los problemas cotidianos de tu país, forman por así decirlo un primer círculo vital en el que debes obrar e incidir como escritor, y que ese primer círculo en el que se juega tu vida y tu destino personal a la par de la vida y el destino de tu pueblo, es a la vez contacto y barrera con el resto del mundo, contacto porque tu batalla es la de la humanidad, barrera porque en la batalla no es fácil atender a otra cosa que a la línea de fuego.

No se me escapa que hay escritores con plena responsabilidad de su misión nacional que bregan a la vez por algo que la rebasa y la universaliza; pero bastante más frecuente es el caso de los intelectuales que, sometidos a ese condicionamiento circunstancial, actúan por así decirlo desde fuera hacia adentro, partiendo de ideales y principios universales para circunscribirlos a un país, a un idioma, a una manera de ser. Desde luego no creo en los universalismos diluidos y teóricos, en las “ciudadanías del mundo” entendidas como un medio para evadir las responsabilidades inmediatas y concretas “Vietnam, Cuba, toda Latinoamérica” en nombre de un universalismo más cómodo por menos peligroso; sin embargo, mi propia situación personal me inclina a participar en lo que nos ocurre a todos, a escuchar las voces que entran por cualquier cuadrante de la rosa de los vientos. A veces me he preguntado qué hubiera sido de mi obra de haberme quedado en la Argentina; sé que hubiera seguido escribiendo porque no sirvo para otra cosa, pero a juzgar por lo que llevaba hecho hasta el momento de marcharme de mi país, me inclino a suponer que habría seguido la concurrida vía del escapismo intelectual, que era la mía hasta entonces y sigue siendo la de muchísimos intelectuales argentinos de mi generación y mis gustos. Si tuviera que enumerar las causas por las que me alegro de haber salido de mi país (y quede bien claro que hablo por mí solamente, y de manera a título de parangón) creo que la principal sería el haber seguido desde Europa, con una visión des-nacionalizada, la revolución cubana. Para afirmarme en esta convicción me basta, de cuando en cuando, hablar con amigos argentinos que pasan por París con la más triste ignorancia de lo que verdaderamente ocurre en Cuba; me basta hojear los periódicos que leen veinte millones de compatriotas; me basta y me sobra sentirme a cubierto de la influencia que ejerce la información norteamericana en mi país y de la que no se salvan, incluso creyéndolo sinceramente, infinidad de escritores y artistas argentinos de mi generación que comulgan todos los días con las ruedas de molino subliminales de la United Press y las revistas “democráticas” que marchan al compás de Time o de Life.

Aquí ya puedo hablar en primera persona, puesto que de eso se trata en los testimonios que nos has pedido. Lo primero que diré es una paradoja que puede tener su valor si se la mide a la luz de los párrafos anteriores en que he tratado de situarme y situarte mejor ¿No te parece en verdad paradójico que un argentino casi enteramente volcado hacia Europa en su juventud, al punto de quemar las naves y venirse a Francia, sin una idea precisa de su destino, haya descubierto aquí, después de una década, su verdadera condición de latinoamericano? Pero esta paradoja abre una cuestión más honda: la de si no era necesario situarse en la perspectiva más universal del viejo mundo, desde donde todo parece poder abarcarse con una especie de ubicuidad mental, para ir descubriendo poco a poco las verdaderas raíces de lo latinoamericano sin perder por eso la visión global de la historia y del hombre. La edad, la madurez, influyen desde luego, pero no bastan para explicar ese proceso de reconciliación y recuperación de valores originales; insisto en creer (y en hablar por mí mismo y sólo por mí mismo) que, si me hubiera quedado en la Argentina, mi madurez de escritor se hubiera traducido de otra manera, probablemente más perfecta y satisfactoria para los historiadores de la literatura, pero ciertamente menos incitadora, provocadora y en última instancia fraternal para aquellos que leen mis libros por razones vitales y no con vistas a la ficha bibliográfica o la clasificación estética. Aquí quiero agregar que de ninguna manera me creo un ejemplo de esa “vuelta a los orígenes” –telúricos, nacionales, lo que quieras– que ilustra precisamente una importante corriente de la literatura latinoamericana, digamos Los pasos perdidos y, más circunscritamente, Doña Bárbara. El telurismo como lo entiende entre ustedes un Samuel Feijóo, por ejemplo, me es profundamente ajeno por estrecho, parroquial y hasta diría aldeano; puedo comprenderlo y admirarlo en quienes no alcanzan, por razones múltiples, una visión totalizadora de la cultura y de la historia, y concentran todo su talento en una labor “de zona“, pero me parece un preámbulo a los peores avances del nacionalismo negativo cuando se convierte en el credo de escritores que, casi siempre por falencias culturales, se obstinan en exaltar los valores del terruño contra los valores a secas, el país contra el mundo, la raza (porque en eso se acaba) contra las demás razas. ¿Podrías tú imaginarte a un hombre de la latitud de un Alejo Carpentier convirtiendo la tesis de su novela citada en una inflexible bandera de combate? Desde luego que no, pero los hay que lo hacen, así como hay circunstancias de la vida de los pueblos en que ese sentimiento del retorno, ese arquetipo casi junguiano del hijo pródigo, de Odiseo al final de periplo, puede derivar a una exaltación tal de lo propio que, por contragolpe lógico, la vía del desprecio más insensato se abra hacia todo lo demás. Y entonces ya sabemos lo que pasa, lo que pasó hasta 1945, lo que puede volver a pasar.

Quedamos, entonces, para volver a mí que soy desganadamente el tema de estas páginas, que la paradoja de redescubrir a distancia lo latinoamericano entraña un proceso de orden muy diferente a una arrepentida y sentimental vuelta al pago. No solamente no he vuelto al pago sino que Francia, que es mi casa, me sigue pareciendo el lugar de elección para un temperamento como el mío, para mis gustos y, espero, para lo que pienso todavía escribir antes de dedicarme a la vejez, tarea complicada y absorbente como es sabido. Cuando digo que aquí me fue dado descubrir mi condición de latinoamericano, indico tan sólo una de las consecuencias de una evolución más compleja y abierta. Ésta no es una autobiografía, y por eso resumiré esa evolución en el mero apunte de sus etapas. De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros deberán culminar en la realidad. Ese proceso comportó muchas batallas, derrotas, traiciones y logros parciales. Empecé por tener conciencia de mi prójimo, en un plano sentimental y por decirlo así antropológico; un día desperté en Francia a la evidencia abominable de la guerra de Argelia, yo que de muchacho había seguido la guerra de España y más tarde la guerra mundial como una cuestión en la que lo fundamental eran principios e ideas en lucha. En 1957 empecé a tomar conciencia de lo que pasaba en Cuba (antes había noticias periodísticas de cuando en cuando, vaga noción de una dictadura sangrienta como tantas otras, ninguna participación afectiva a pesar de la adhesión en el plano de los principios). El triunfo de la revolución cubana, los primeros años del gobierno, no fueron ya una mera satisfacción histórica o política; de pronto sentí otra cosa, una encarnación de la causa del hombre como por fin había llegado a concebirla y desearla. Comprendí que el socialismo, que hasta entonces me había parecido una corriente histórica aceptable e incluso necesaria, era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial, en el ethos tan elemental como ignorado por las sociedades en que me tocaba vivir, en el simple, inconcebiblemente difícil y simple principio de que la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre. Más allá no era capaz de ir, porque, como te lo he dicho y probado tantas veces, lo ignoro todo de la filosofía política, y no llegué a sentirme un escritor de izquierda a consecuencia de un proceso intelectual sino por el mismo mecanismo que me hace escribir como escribo o vivir como vivo, un estado en el que la intuición, la participación al modo mágico en el ritmo de los hombres y las cosas, decide mi camino sin dar ni pedir explicaciones. Con una simplificación demasiado maniquea puedo decir que así como tropiezo todos los días con hombres que conocen a fondo la filosofía marxista y actúan sin embargo con una conciencia reaccionaria en el plano personal, a mí me sucede estar empapado por el peso de toda una vida en la filosofía burguesa, y sin embargo me interno cada vez más por las vías del socialismo. Y no es fácil, y ésa es precisamente misituación actual por la que se pregunta en esta encuesta. Un texto mío que publicaste hace poco en la revista “Casilla del camaleón” puede mostrar una parte de ese conflicto permanente de un poeta con el mundo, de un escritor con su trabajo.

Pero para hablar de mi situación como escritor que ha decidido asumir una tarea que considera indispensable en el mundo que lo rodea, tengo que completar la síntesis de ese camino que llegó a su fin con mi nueva conciencia de la revolución cubana. Cuando fui invitado por primera vez a visitar tu país, acababa de leer Cuba, isla profética, de Waldo Frank, que resonó extrañamente en mí, despertándome a una nostalgia, a un sentimiento de carencia, a un no estar verdaderamente en el mundo de mi tiempo aunque en esos años mi mundo parisiense fuera tan pleno y exaltante como lo había deseado siempre y lo había conseguido después de más de una década de vida en Francia. El contacto personal con las realizaciones de la revolución, la amistad y el diálogo con escritores y artistas, lo positivo y lo negativo que vi y compartí en ese primer viaje actuaron doblemente en mí; por un lado tocaba otra vez la realidad latinoamericana de la que tan alejado me había sentido en el terreno personal, y por otro lado asistía cotidianamente a la dura y a veces desesperada tarea de edificar el socialismo en un país tan poco preparado en muchos aspectos y tan abierto a los riesgos más inminentes. Pero entonces sentí que esa doble experiencia no era doble en el fondo, y ese brusco descubrimiento me deslumbró. Sin razonarlo, sin análisis previo, viví de pronto el sentimiento maravilloso de que mi camino ideológico coincidiera con mi retorno latinoamericano; de que esa revolución, la primera revolución socialista que me era dado seguir de cerca, fuera una revolución latinoamericana. Guardo la esperanza de que en mi segunda visita a Cuba, tres años más tarde, te haya mostrado que ese deslumbramiento y esa alegría no se quedaron en mero goce personal. Ahora me sentía situado en un punto donde convergían y se conciliaban mi convicción en un futuro socialista de la humanidad y mi regreso individual y sentimental a una Latinoamérica de la que me había marchado sin mirar hacia atrás muchos años antes.

Cuando regresé a Francia luego de esos dos viajes, comprendí mejor dos cosas. Por una parte, mi hasta entonces vago compromiso personal e intelectual con la lucha por el socialismo entraría, como ha entrado, en un terreno de definiciones concretas, de colaboración personal allí donde pudiera ser útil. Por otra parte, mi trabajo de escritor continuaría el rumbo que le marca mi manera de ser, y aunque en algún momento pudiera reflejar ese compromiso (como algún cuento que conoces y que ocurre en tu tierra) lo haría por las mismas razones de libertad estética que ahora me están llevando a escribir una novela que ocurre prácticamente fuera del tiempo y del espacio histórico. A riesgo de decepcionar a los catequistas y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que, como lo decía al comienzo, escribe para su regocijo o su sufrimiento personal, sin la menor concesión, sin obligaciones “latinoamericanas” o “socialistas” entendidas comoa prioris pragmáticos. Y es aquí donde lo que traté de explicar al principio encuentra, creo, su justificación más profunda. Sé de sobra que vivir en Europa y escribir “argentino” escandaliza a los que exigen una especie de asistencia obligatoria a clase por parte del escritor. Una vez que para mi considerable estupefacción un jurado insensato me otorgó un premio en Buenos Aires, supe que alguna célebre novelista de esos pagos había dicho con patriótica indignación que los premios argentinos deberían darse solamente a los residentes en el país. Esta anécdota sintetiza en su considerable estupidez una actitud que alcanza a expresarse de muchas maneras pero que tiende siempre al mismo fin; incluso en Cuba, donde poco podría importar si habito en Francia o en Islandia, no han faltado los que se inquietan amistosamente por ese supuesto exilio. Como la falsa modestia no es mi fuerte, me asombra que a veces no se advierta hasta qué punto el eco que han podido despertar mis libros en Latinoamérica se deriva de que proponen una literatura cuya raíz nacional y regional está como potenciada por una experiencia más abierta y más compleja, y en la que cada evocación o recreación de lo originalmente mío alcanza su extrema tensión gracias a esa apertura sobre y desde un mundo que lo rebasa y en último extremo lo elige y lo perfecciona. Lo que entre ustedes ha hecho un Lezama Lima, es decir, asimilar y cubanizar por vía exclusivamente libresca y de síntesis mágico-poética los elementos más heterogéneos de una cultura que abarca desde Parménides hasta Serge Diaghilev, me ocurre a mí hacerlo a través de experiencias tangibles, de contactos directos con una realidad que no tiene nada que ver con la información o la erudición pero que es su equivalente vital, la sangre misma de Europa. Y si de Lezama puede afirmarse, como acaba de hacerlo Vargas Llosa en un bello ensayo aparecido en la revista Amaru, que su cubanidad se afirma soberana por esa asimilación de lo extranjero a los jugos y a la voz de su tierra, yo siento que también la argentinidad de mi obra ha ganado en vez de perder por esa ósmosis espiritual en la que el escritor no renuncia a nada, no traiciona nada sino que sitúa su visión en un plano desde donde sus valores originales se insertan en una trama infinitamente más amplia y más rica y por eso mismo –como de sobra lo sé yo aunque otros lo nieguen– ganan a su vez en amplitud y riqueza, se recobran en lo que pueden tener de más hondo y de más valedero.

Por todo esto, comprenderás que mi “situación” no solamente no me preocupa en el plano personal sino que estoy dispuesto a seguir siendo un escritor latinoamericano en Francia. A salvo por el momento de toda coacción, de la censura o la autocensura que traban la expresión de los que viven en medios políticamente hostiles o condicionados por circunstancias de urgencia, mi problema sigue siendo, como debiste sentirlo al leer Rayuela, un problema metafísico, un desgarramiento continuo entre el monstruoso error de ser lo que somos como individuos y como pueblos en este siglo, y la entrevisión de un futuro en el que la sociedad humana culminaría por fin en ese arquetipo del que el socialismo da una visión práctica y la poesía una visión espiritual. Desde el momento en que tomé conciencia del hecho humano esencial, esa búsqueda representa mi compromiso y mi deber. Pero ya no creo, como pude cómodamente creerlo en otro tiempo, que la literatura de mera creación imaginativa baste para sentir que me he cumplido como escritor, puesto que mi noción de esa literatura ha cambiado y contiene en sí el conflicto entre la realización individual como la entendía el humanismo, y la realización colectiva como la entiende el socialismo, conflicto que alcanza su expresión quizá más desgarradora en el Marat-Sade de Peter Weiss. Jamás escribiré expresamente para nadie, minorías o mayorías, y la repercusión que tengan mis libros será siempre un fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea; y sin embargo hoy sé que escribo para, que hay una intencionalidad que apunta a esa esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre futuro. No puedo ser indiferente al hecho de que mis libros hayan encontrado en los jóvenes latinoamericanos un eco vital, una confirmación de latencias, de vislumbres, de aperturas hacia el misterio y la extrañeza y la gran hermosura de la vida. Sé de escritores que me superan en muchos terrenos y cuyos libros, sin embargo, no entablan con los hombres de nuestras tierras el combate fraternal que libran los míos. La razón es simple, porque si alguna vez se pudo ser un gran escritor sin sentirse partícipe del destino histórico inmediato del hombre, en este momento no se puede escribir sin esa participación que es responsabilidad y obligación, y sólo las obras que la trasunten, aunque sean de pura imaginación, aunque inventen la infinita gama lúdica de que es capaz el poeta y el novelista, aunque jamás apunten directamente a esa participación, sólo ellas contendrán de alguna indecible manera ese temblor, esa presencia, esa atmósfera que las hace reconocibles y entrañables, que despierta en el lector un sentimiento de contacto y cercanía.

Si esto no es aún suficientemente claro, déjame completarlo con un ejemplo. Hace veinte años veía yo en un Paul Valéry el más alto exponente de la literatura occidental. Hoy continúo admirando al gran poeta y ensayista, pero ya no representa para mí ese ideal. No puede representarlo quien, a lo largo de toda una vida consagrada a la meditación y a la creación, ignoró soberanamente (y no sólo en sus escritos) los dramas de la condición humana que en esos mismos años se abrían paso en la obra epónima de un André Malraux y, desgarrada y contradictoriamente pero de una manera admirable precisamente por ese desgarramiento y esas contradicciones, en un André Gide. Insisto en que a ningún escritor le exijo que se haga tribuno de la lucha que en tantos frentes se está librando contra el imperialismo en todas sus formas, pero sí que sea testigo de su tiempo como lo querían Martínez Estrada y Camus, y que su obra o su vida (¿pero cómo separarlas?) den ese testimonio en la forma que les sea propia. Ya no es posible respetar como se respetó en otros tiempos al escritor que se refugiaba en una libertad mal entendida para dar la espalda a su propio signo humano, a su pobre y maravillosa condición de hombre entre hombres, de privilegiado entre desposeídos y martirizados.

Para mí, Roberto, y con esto terminaré, nada de eso es fácil. El lento, absorbente, infinito y egoísta comercio con la belleza y la cultura, la vida en un continente donde unas pocas horas me ponen frente a los frescos de Giotto o los Velázquez del Prado, en la curva del Rialto del Gran Canal o en esas salas londinenses donde se diría que las pinturas de Turner vuelven a inventar la luz, la tentación cotidiana de volver como en otros tiempos a una entrega total y fervorosa a los problemas estéticos e intelectuales, a la filosofía abstracta, a los altos juegos del pensamiento y de la imaginación, a la creación sin otro fin que el placer de la inteligencia y de la sensibilidad, libran en mí una interminable batalla con el sentimiento de que nada de todo eso se justifica éticamente si al mismo tiempo no se está abierto a los problemas vitales de los pueblos, si no se asume decididamente la condición de intelectual del tercer mundo en la medida en que todo intelectual, hoy en día, pertenece potencial o efectivamente al tercer mundo puesto que su sola vocación es un peligro, una amenaza, un escándalo para los que apoyan lenta pero seguramente el dedo en el gatillo de la bomba. Ayer, en Le Monde, un cable de la UPI transcribía declaraciones de Robert McNamara. Textualmente, el secretario norteamericano de la defensa (¿de qué defensa?) dice esto: “Estimamos que la explosión de un número relativamente pequeño de ojivas nucleares en cincuenta centros urbanos de China destruiría la mitad de la población urbana (más de cincuenta millones de personas) y más de la mitad de la población industrial. Además, el ataque exterminaría a un gran número de personas que ocupan puestos clave en el gobierno, en la esfera técnica y en la dirección de las fábricas, así como una gran proporción de obreros especializados.” Cito ese párrafo porque pienso que, después de leerlo, un escritor digno de tal nombre no puede volver a sus libros como si no hubiera pasado nada, no puede seguir escribiendo con el confortable sentimiento de que su misión se cumple en el mero ejercicio de una vocación de novelista, de poeta o de dramaturgo. Cuando leo un párrafo semejante, sé cuál de los dos elementos de mi naturaleza ha ganado la batalla. Incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura, a mi empecinada búsqueda ontológica, a los juegos de la imaginación en sus planos más vertiginosos; pero todo eso no gira ya en sí mismo y por sí mismo, no tiene ya nada que ver con el cómodo humanismo de los mandarines de occidente. En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad. Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en las conciencias de los pueblos y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido.

Un abrazo muy fuerte de tu
JULIO

lunes, 1 de febrero de 2010

Cambalache de tazas

Estas fotos fueron tomadas en un pequeño negocio que vendía todo tipo de souvenirs en la ciudad de Valdivia, al Sur de Chile.

No sé si el dueño del lugar está al tanto del posmoderno y promocionado "fin de las ideologías" o si, simplemente "business is business". Pero no deja de ser llamativo, curioso...como la Biblia junto al calefón.

¿Tomamos algo?



viernes, 22 de enero de 2010

Silencios y distancias

No es que no haya temas de los que escribir o que las distintas realidades (¿pero cómo? ¿hay más de una?) no aporten infinidad de temas para debatir, comentar o simplemente charlar entre amigos, tomando cerveza bien helada o un té/café, según el hemisferio que te toque.

Simplemente mis dedos se entumecieron un poco, mi cabeza necesitaba un poco de silencio, de distancia, casi diría de retiro espiritual y silencioso para volver a las andadas. No sé si con renovadas fuerzas ni mucho menos con energía renovable. Pero como decía el amigo Nano: no es que no vuelva porque me he olvidado.

Ahi vamos. Sé que estás ahí.

viernes, 23 de octubre de 2009

Paisajes Ocultos

El sábado 24, mañana para ser exacto, estreno "Paisajes Ocultos", una obra que compuse durante este año. Si andás por el Centro Cultural Recoleta, y querés escucharla, venite. Largamos a las 18:30 en los últimos días del Festival Tsonami.

Te invito a descubrirlos.