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14 noviembre 2015

Viernes 13 ensangrentado en París

Da igual si fue casualidad o no elegir esa fecha de terror. Lo grave es el acontecimiento. Más de 160 muertos y decenas de heridos, algunos muy graves.

Asesinos dispuestos a morir, fanáticos que utilizan la religión como arma mortal. Capaces de suicidarse con tal de matar. La locura de la violencia encendida.

Hay dos ciudades que conozco relativamente bien –al margen de Madrid— y que me han creado adicción: Roma y París. Ciudades que necesito visitar cada cierto tiempo, aunque no lo haga con tanta frecuencia como desearía.

París es una ciudad que me da vida. Al volver a París, aumenta mi energía, la adrenalina sube, me siento más vital. El cielo, las calles, los monumentos, la historia, los museos, el Sena y sus puentes, sus barrios únicos, la vitalidad de su gente. Son tantas las cosas que me gustan que me agradaría disfrutarlas más a menudo. Pero París también es una ciudad con grandes desigualdades, donde gran parte de la población árabe, los jóvenes también, se sienten discriminados, ciudadanos de tercera, y capaces de perder la razón.

París, atentado

Hoy París tiene el cielo y el suelo rojo. Y el aire. Sangre por todos lados. Un atentado provocado por locos. Gente desarraigada, gente despechada, fanáticos criminales, unidos por el odio y la venganza. Hoy París nos duele. Pero París es sólo un punto, el objetivo es todo el mundo occidental.

Y no sólo hay unos culpables en estos actos criminales. Alguien empezó esto. La última etapa de esta terrible historia empieza con una foto en una isla portuguesa. Allí, tres capos, investidos con la mentira y la desvergüenza, decidieron destapar la inestabilidad en la región más frágil del mundo. Y, después vino lo que ha venido.

Tres locos fanáticos decidieron buscar excusas para desatar la violencia, para declarar la guerra, para invadir estados, para desarrollar el mercado de armas. El islamismo atacado, se creció y reaccionó enloquecido con más violencia, la que hoy todavía estamos viviendo, la que amenaza y mañana volverá a atacar.

¿Quién para esto? Difícil. No veo la solución. Cuando la gente enloquece, y el ISIS es una organización enloquecida, puede ocurrir todo. Cuando los terroristas están dispuestos a morir por un ideal cumpliendo misiones criminales, no hay casi nada que hacer. Es inútil. Se pueden poner escudos para protegernos, se pueden dificultar sus criminales acciones, pero no nos engañemos, la locura está por encima de estos obstáculos.

Las soluciones son políticas. Se debería empezar por pedir perdón. Pero claro, ya han visto cuál ha sido la reacción de Aznar, que todavía cree que hizo bien. Sólo con una declaración de perdón y con la creación de una mesa de la paz, donde estén todos los actores presentes, será posible alcanzar acuerdos. Pero, ¡es tan difícil, cuando en los dos bandos hay locos!

La realidad es que hoy París está roto y se ha teñido de rojo. Y la consternación sólo sirve para recrearnos en la tristeza. Llegará el olvido, como ha ocurrido con otros actos semejantes. Volverá la luz, quedarán los muertos enterrados y sólo nos los recordarán las víctimas directas del episodio. Pero olvidar es un agravio, porque desgraciadamente, se ha quedado mucha gente inocente en el camino,  porque además mañana puede ocurrir otro suceso similar que nos lo recuerde. Hay que ponerse a solucionar el problema. No sirve sólo llorar. Mañana tiene que volver a salir el sol. Mañana tienen que estar disipadas las amenazas.

Hoy todos somos parisinos y estamos en la Place du Tertre cantando el himno más bello, La Marsellesa, como signo de libertad y solidaridad. Y París, con su enorme cicatriz, ha de servirnos para que comience una nueva etapa de cordura, de diálogo, de búsqueda de soluciones. No hay otra.

Salud y República

23 marzo 2012

La discriminación criminal de la mujer

Las religiones, al menos las que yo conozco, desprecian a las mujeres, discriminándolas, en mayor o menor medida. Tanto en la religión católica, como en la judía o la musulmana, la mujer es discriminada hasta la saciedad. Sus actuaciones no pasan de ser un apéndice servil de los sacerdotes, rabinos o imanes.

Desde luego, siendo así en las tres grandes religiones, en el caso de la musulmana llega a límites inigualables, donde el poder establecido y la justicia juegan todavía, en muchos casos, un papel violento y criminal contra la mujer.

Así, Amina Filal, una joven marroquí se suicidó hace unos días. Tenía dieciséis años. Y se quitó la vida por tener que aguantar que un juez la condenara a casarse con su violador, “para lavar su mancha” --tiene narices la cosa—; aguantó dos años viviendo con su “marido” que la pegaba y maltrataba, hasta que no pudo soportarlo e ingirió una dosis mortal de matarratas.

discriminación mujer

Pero, por desgracia no es el único caso. Es muy conocida la ablación, esa amputación del clítoris que todavía en muchas partes de África se practica a la mujer. Una salvajada avalada por el Islam. Hoy todavía, incluso en nuestro país se producen casos de ablación. Culturalmente es una costumbre muy arraigada en algunas sociedades islámicas, donde incluso puede ser asesinado quien trate de defender a la mujer.

Por último quisiera poner como ejemplo al imán de Tarrasa. Esa bestia parda que en sus sermones aconseja cómo hay que pegar a la mujer, para no dejar huella, entre otras lindezas. Un tipo despreciable que debería estar ya en la cárcel.

Y es que la globalización que tan contundentemente hace que nos manejen poderes externos, tanto económicos como políticos, que ha hecho tanto por extender, sin escudo posible, las grandes corporaciones y las finanzas por todo el mundo, no ha hecho nada o casi nada por los derechos humanos. Se comercia con todos los países y se intercambian bienes y servicios, siempre imponiendo criterios económicos y de poder. Y lo hacen sin tener en cuenta lo más importante, los derechos humanos.

La economía, el poder y el dinero por encima de todo. Se comercia con Marruecos, Irán, Arabia Saudí u otros países musulmanes que desprecian a la mujer, sin exigir que esto cambie. El mismo Afganistán es un ejemplo claro. A pesar de la invasión occidental no se aprecia que la situación de la mujer afgana haya mejorado. 

Y todo ello bajo una excusa, la diversidad cultural. Hay que preservar la diversidad cultural, es una riqueza que no se puede perder, pero siempre teniendo como prioridad, sin ninguna duda, que esa diversidad cultural no conculque los derechos humanos. Claro que eso, a los poderosos se la trae al pairo.

Salud y República