viernes, febrero 24, 2006

Siempre conmigo

Cuando me desplazo, siempre va conmigo. Cuando salgo de viaje, en cualquier lugar del camino, en la mínima parada, es algo de lo que no me puedo desprender. Aunque quisiera arrojarme más afuera, aunque ese vértigo que me atenaza me soltara por una vez, "la cosa" iría detrás, como al que se le ata la piedra y ya no puede evitar sumergirse. En las canciones, siempre sale su nombre, susurros de los que está muy orgulloso. Es selfish, y eso le agrada sobremanera. Tiene las uñas de punta, un traje hecho a medida, y a veces se le ponen los pelos de punta. No me deja ni a sol ni a sombra, y en verano creo que es peor, porque no soporto nada que tenga pelos, pero él viene y me abriga, con una sonrisa cínica de intelectual de barrio progre.

En el Hotel Santo Mauro, se me dice, ha tenido lugar un grave suceso, así que nos vamos para allá. Ya desde la entrada hay un algo en el ambiente que me saca de mis casillas, es esa penumbra, es ese misterio lujoso y polvoriento que está adherido a cada rincón del hotel, lo que no soporto. Alguien ha sido arrojado al patio desde el piso superior, eso son como cinco plantas, y no lo ha contado. Cuando llego hasta el lugar, hay un grupo de "profesores", que charla en voz baja, sobre el suceso, me digo, pero yo miro al suelo, a las secas manchas de sangre que han quedado sobre la moqueta. Fue golpeada la víctima, pues, antes de ser arrojada. Cuando me acerco al ventanal, me doy cuenta de lo terrible que ha tenido que ser. Hay una oscuridad pegajosa, casi enfermiza, en cada planta trepadora, en cada mueble de anticuario que llena las estancias. Me recuerdan que esto es el claustro, y que la discusión fue entre el profesor de matemáticas y una chica, su alumna predilecta. Ahora entiendo mejor. Pero se me lleva a la biblioteca, en donde está también montado el restaurante. Ahora tienen un nuevo chef, que sonríe pícaramente desde la abertura en forma de ojo de buey. No hay nadie a esta hora, han acabado todos los comensales, y se limpia afanosamente (¡las manchas de sangre y todo lo demás!).

El perro, quiero decir, la perra, de la novela de Safran Foer, es muy divertida, también Alex, el que cuenta (el que mal traslada al inglés) y el Abuelo. También tienen momentos tiernos y hasta tristes, como la historia de amor entre Yankel y la niña que se le concedió. Y las cartas de Alex a Jonathan son realmente una pasada.

Bueno, después de la escena del hotel lúgubre (que representa en realidad al Parador de Nerja, esa cosa cutre a pesar de la remodelación que sufrió hace unos cuantos años), viene una película que dan en TV de madrugada, por lo que todo el tiempo estoy nervioso, ya que en la casa todos duermen, y no quiero molestar (ya lo hice en otro tiempo, y ahora me siento culpable retrospectivamente, lo cual es una tontería). La película tiene que ver con un misterio, la fundación de una especie de secta que luego llevaría cruces gamadas. Hay profusión de símbolos y personajes que avanzan por campos inhóspitos. Yo, que no soportaba el olor de los hombres, me retiré a la soledad de los campos, etc. En determinado momento, la escena cambia, porque me cansa esta película que se desdobla en otra más gris y tétrica. Aparece una porno, en donde un montón de mujeres yacen enterradas junto a negros, que en determinado momento estallan al unísono, con chorros de leche hacia el cielo, como surtidores primaverales. Esto me llena de paz, y me recuerda que estoy ante una película, entonces al despertar quiero hacer un homenaje a los negros, pero el frío me inhibe, aquí es pleno invierno, ya sé.

Madrid tiene un lado oscuro, es la noche, la puta noche, que está llena de putas (como las que salen de calle Hileras, donde El Escarpín, el asturiano en donde estuvimos antes celebrando que estamos juntos de nuevo): pues bien, son un grupo homogéneo de mujeres veinteañeras, que celebra la diplomatura de farmacia o vete tú a saber, que se quieren hacer una foto en grupo en plena acera, son las tres de la mañana, la hora más puta de un viernes noche. El que se las hace está más colgado que ellas, pero da igual, las voces son para dejar sordo al más imbécil. Ahora, después de la abertura, se van lentamente y sin dejar de chillar a la otra acera, en donde otro grupo beodo baja lentamente, y el Palacio Gaviria es el puticlub para yanquis en celo. Antes, mi amigo y yo callejeamos por Huertas (la zona tonta por antonomasia), y luego nos movemos lentamente, vía Montera (la Calle de las Putas), hacia Fuencarral y luego hasta desembocar en Tribunal, en donde al doblar una calle nos encontramos con garitos como Barbarium (o Barbarum, no recuerdo bien), en donde él pretende que entre un rato. Entro, pero duro cinco minutos, porque es tal el ruido pachanguero, que no aguanto más. La gente, todos veinteañeros pijitos, con su droga líquida en una mano y la otra en otras partes, casi no se mueve, de pie, las niñas son más viciosas, como suele suceder. Casi es una hazaña salir de nuevo a la calle, y allí nos recibe el frío cortante de la madrugada. Me siento mal por estar trasnochando, por mi alma brutalizada, con estos signos de la amargura en las sienes, esta fragor para nada. En el camino de vuelta a Arenal, hablamos justo de esta forma de divertirse idiota que tienen nuestros semejantes (para mí, son casi como de otro planeta). Sólo el ruido de Lachenmann, y nada más. Luis Suñén escribe despectivamente (cínicamente) del concierto, en El País, mientras que celebra lo ya celebrado, el anterior del Zayin.

Le pido que se retire un poco, la voy a retirar un rato, mala puta que no me abandona ni en los mejores momentos, del placer efímero, pero insiste la muy bruta, con el whisky en la mano, y con la otra tocándose abiertamente las partes, luego mi sexo, luego hasta el cielo, la bendición de las almas.

1 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Hasta la alegría de los bares donde conversar y reír era lo principal, se degrada.... Allá en Madrid, no sé, por aquí, aún hay bares donde lo más impostante es brindar y conversar.

8:43 p. m.  

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