Pilar Alberdi
Esto es lo que nos ha dejado la tragedia de las inundaciones: la realidad de un pueblo ejemplar, modélico junto a un suceso instructor, sin duda, por muchos motivos: porque no se actuó a tiempo, porque ha supuesto un fracaso en pérdidas de vidas, porque acaso los modelos de intervención en la naturaleza que se han impuesto desde Bruselas no contemplan la realidad, que sí sabían domeñar con eficacia nuestros antepasados.
¡Qué demostración ha dado el pueblo! «Solo el pueblo salva al pueblo», pues, sí, porque también fueron pueblo los primeros guardias civiles, militares, bomberos policías, agentes de protección civil a los que se permitió acceder. También todos los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad que en pensamiento quisieron estar allí desde el primer momento, pero no recibieron la orden pertinente.
Que sí, que es así: «solo el pueblo salva al pueblo». Y es lo que hemos visto, lo estamos viendo, allí estaban y están tractoristas de otras provincias para retirar los coches ya inservibles de las calles, pagando los gastos de sus propios bolsillos, también las gentes llegadas de todos lados, incluso de otros países, los ciudadanos cubriéndose con plástico los pies y el calzado a falta de botas, en ese lodazal, sí, en el que se han convertido ciudades y pueblos hasta hace unos pocos días, llenas de vida y optimismo. Imaginemos lo que han pasado, lo que están pasando sin luz, sin agua, entre tanta desesperanza, tanta angustia, tanta desolación, tanta injusticia, sí también, tanta injusticia. Y no hablo ya de los que han ido a robarles, porque esos merecen todo nuestro desprecio.
Sí, el pueblo. Porque son pueblo las gentes que se han personado y esta es la palabra justa desde tan distintos pueblos y regiones de España para decir en acto: «No estás solo». En persona, sí, en persona; y tantos jóvenes, tantos buenos ejemplos, qué orgullo, tantos kilómetros caminados para llevar un poco de agua, alimentos, algo de abrigo por ese puente, ahora renombrado con el nombre de Puente de la solidaridad, en fin, por cualquier lugar por el que se pudiera acceder a ayudar; tanta gente recogiendo donaciones, organizando caravanas de vehículos para llevar los productos necesarios a nuestros conciudadanos.
Y luego esa burocracia espantosa, esos tecnótras sin sentimientos diciendo que los voluntarios no deberían estar allí, cuando no había nadie más. Y toda la baja política pensando en cómo cargar las culpas sobre otros de sus colegas. El «y tú más», que ya les conocíamos, otra vez, haciéndose presente. Y luego esas ONGs que no aparecieron a tiempo, que solo pedían dinero, que no organizaban ni envíos ni entregas.
Ardieron las Redes Sociales pidiendo ayuda y dándola. Que si alguien necesitaba insulina, que si unos ancianos, comida; que si unos niños, medicinas, leche o pañales; las gentes subiendo las fotos de sus familiares desaparecidos, preguntando si alguien sabía algo de ellos. ¡Eso sí que es un pueblo!
Y ahora lo sabemos, sí, lo sabemos mejor que antes todavía. Esa vaciedad que nos regalan las cadenas televisivas con sus chismorreos y su incultura, con su vacuidad y sus miserias, con sus sus opinólogos al peso, con sus enredos de peleas de artistas con sus familiares o parejas frente a este pueblo absolutamente encomiable, todo un ejemplo de generosidad y entrega.
Y esta es la
verdad: no, no han ido a enfangarse los que debían, pero estaba el pueblo, los
anónimos, y estaban allí en acto, donde hacía falta, donde más se les
necesitaba, en persona, y ahí están todavía.