jueves, 21 de noviembre de 2024

UN ANTES Y UN DESPUÉS DE LA DANA DE VALENCIA


 

Pilar Alberdi

 

Esto es lo que nos ha dejado la tragedia de las inundaciones: la realidad de un pueblo ejemplar, modélico junto a un suceso instructor, sin duda, por muchos motivos: porque no se actuó a tiempo, porque ha supuesto un fracaso en pérdidas de vidas, porque acaso los modelos de intervención en la naturaleza que se han impuesto desde Bruselas no contemplan la realidad, que sí sabían domeñar con eficacia nuestros antepasados.

¡Qué demostración ha dado el pueblo! «Solo el pueblo salva al pueblo», pues, sí, porque también fueron pueblo los primeros guardias civiles, militares, bomberos policías, agentes de protección civil a los que se permitió acceder. También todos los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad que en pensamiento quisieron estar allí desde el primer momento, pero no recibieron la orden pertinente.

Que sí, que es así: «solo el pueblo salva al pueblo». Y es lo que hemos visto, lo estamos viendo, allí estaban y están tractoristas de otras provincias para retirar los coches ya inservibles de las calles, pagando los gastos de sus propios bolsillos, también las gentes llegadas de todos lados, incluso de otros países, los ciudadanos cubriéndose con plástico los pies y el calzado a  falta de botas, en ese lodazal, sí, en el que se han convertido ciudades y pueblos hasta hace unos pocos días, llenas de vida y optimismo. Imaginemos lo que han pasado, lo que están pasando sin luz, sin agua, entre tanta desesperanza, tanta angustia, tanta desolación, tanta injusticia, sí también, tanta injusticia. Y no hablo ya de los que han ido a robarles, porque esos merecen todo nuestro desprecio.

Sí, el pueblo. Porque son pueblo las gentes que se han personado y esta es la palabra justa desde tan distintos pueblos y regiones de España para decir en acto: «No estás solo». En persona, sí, en persona; y tantos jóvenes, tantos buenos ejemplos, qué orgullo, tantos kilómetros caminados para llevar un poco de agua, alimentos, algo de abrigo por ese puente, ahora renombrado con el nombre de Puente de la solidaridad, en fin, por cualquier lugar por el que se pudiera acceder a ayudar; tanta gente recogiendo donaciones, organizando caravanas de vehículos para llevar los productos necesarios a nuestros conciudadanos.

Y luego esa burocracia espantosa, esos tecnótras sin sentimientos diciendo que los voluntarios no deberían estar allí, cuando no había nadie más. Y toda la baja política pensando en cómo cargar las culpas sobre otros de sus colegas. El «y tú más», que ya les conocíamos, otra vez, haciéndose presente. Y luego esas ONGs que no aparecieron a tiempo, que solo pedían dinero, que no organizaban ni envíos ni entregas.

Ardieron las Redes Sociales pidiendo ayuda y dándola. Que si alguien necesitaba insulina, que si unos ancianos, comida; que si unos niños, medicinas, leche o pañales; las gentes subiendo las fotos de sus familiares desaparecidos, preguntando si alguien sabía algo de ellos. ¡Eso sí que es un pueblo!

Y ahora lo sabemos, sí, lo sabemos mejor que antes todavía. Esa vaciedad que nos regalan las cadenas televisivas con sus chismorreos y su incultura, con su vacuidad y sus miserias, con sus sus opinólogos al peso, con sus enredos de peleas de artistas con sus familiares o parejas frente a este pueblo absolutamente encomiable, todo un ejemplo de generosidad y entrega.

Y esta es la verdad: no, no han ido a enfangarse los que debían, pero estaba el pueblo, los anónimos, y estaban allí en acto, donde hacía falta, donde más se les necesitaba, en persona, y ahí están todavía.

jueves, 26 de septiembre de 2024

HANNAH ARENDT: «RESPONSABILIDAD Y JUICIO»



Pilar Alberdi

 

Afirmaba Sócrates que «es más feo hacer una injusticia que recibirla». Y lo decía, precisamente, cuando faltaba poco para que por su propia mano diese cumplimento a la sentencia de muerte, a la que le había condenado por mayoría la Asamblea ateniense. Por eso, recuerda Hannah Arendt que frente a los hechos acaecidos en el período de la Segunda Guerra Mundial, ella «había dado por descontado que todos creían todavía, con Sócrates, que es mejor sufrir una injusticia que cometerla»,previsión que desgraciadamente resultó errónea.

Mucho le preocupó el mal. Ella llamó «desafío para el pensamiento», que es lo que siempre ha sido, a la «banalidad del mal». Y pasa a consignar cómo se caracteriza el mal. Primero por su falta de raíz, por su superficialidad. Como tal es fácil de contagiar no exige pensamiento, pero sí astucia, conformismo, indiferencia. El mal, por tanto, es algo que puede hacer cualquiera, solo hace falta un poco de ignorancia y nada de reflexión propia.

Para la filósofa «la culpa» nunca puede alcanzar la condena de «culpa colectiva», y de hecho habitualmente vemos que no se condena a los pueblos, porque asumir esto sería como aceptar que todos son culpables, y por la misma razón tampoco habría una «absoluta inocencia colectiva». Por eso la pregunta fundamental sobre el totalitarismo o cualquier otro caso de genocidio o dictadura es: no tanto «¿Por qué obedeciste?» sino «¿Por qué colaboraste?».

En esta obra, además, demuestra Arendt un amplio conocimiento del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Aporta un concepto «teoría del engranaje» para llamar la atención sobre el avance de la ideología totalitaria, y lo explica de este modo: «Cada pieza del engranaje debe ser prescindible sin que cambie el sistema». Si cada pieza (sujeto) responde cumpliendo la misión correspondiente, el totalitarismo se mantiene en el poder. Llama la atención sobre el papel de los funcionarios alemanes, porque manifiesta contrariada fueron los mismos antes, durante el gobierno nazi y después, cuando todo pareció volver a «la normalidad», pero ¿qué normalidad podía ser esa? ¿Y a quién representaban esos funcionarios obedientes a la ideología de turno?

Arendt apela a Kant para recordarnos que la verdadera «llaga o mancha» está en la «mendacidad», en el mentir. Si uno se miente a sí mismo, también será capaz de mentir a los demás. Al mentir uno niega su capacidad de discernimiento, y sobre todo su dignidad. Se aliena. Se convierte en cosa.

Ella llega a la conclusión de que no se puede confiar en personas que acatan obedientemente normas, en cambio, sí se puede confiar en personas capaces de ir contra sus propios intereses al negarse a aceptar esas mismas normas.

Juzgar, y es a lo que apela Arendt, supone devolver la dignidad a la persona, es decir, recordarle que tiene una dignidad como ser humano, aunque no haya sabido dar ejemplo de ella. Dice: «La grandeza del procedimiento judicial consiste precisamente en que incluso una pieza del engranaje pueda recuperar su condición de persona». Es decir, que lo que se le recuerda con el juicio es que ha perdido su dignidad, que no se ha comportado como lo que se esperabas de un ser humano.

Se ha comentado mucho sobre la posible influencia de Heidegger sobre Arendt, en su época de estudiante, pero tras la lectura de Responsabilidad y juicio se pueden apreciar amplias lecturas sobre temas morales y éticos. Entre ellas, el libro Antropología práctica de Kant. Entre varios temas importantes, Kant describe en esa obra qué cosa es un «temperamento» (aquel con el que se nace, la inclinación hacia una manera de ser) y pone énfasis en cómo se adquiere un «carácter», que es básicamente, no mintiendo. Él formula la cuestión así: «¿Qué cabe hacer para ejercitar un carácter?» y contesta «La persona no debe mentir» y en segundo lugar «ha de cumplir sus promesas» (…) y añade «el carácter no se basa en el temperamento, sino en la libertad de elección».

Destaca en este libro de Hannah Arendt, de manera muy especial, los tres momentos de la vida de una persona, que son: memento nasci, memento vivere y memento mori. Siendo para ella, el de nacer, el más importante, quitando importancia a aquello de Heidegger de «somos para la muerte».

Además, en la trascendencia de los actos, lo bien actuado es un nuevo memento nasci realizado a conciencia. De este modo en cada acto se nace a la bondad una vez más, igualmente a la lealtad, al amor. Son elecciones de sentido, que dan sentido a la propia vida.

En su obra La condición humana reconoce a la natalidad como «categoría política». Porque toda política verdaderamente humana debería defender ese presupuesto a priori, el milagro de una vida que surge cuando podía no haberlo hecho, llegando a decir en Los orígenes del totalitarismo, unas palabras de Agustín de Hipona, recordemos que su tesis de doctorado la hizo sobre los libros de este, por tanto, es obra que conocía bien. Las palabras en cuestión son: «Initium ut ese homo creatus est» (“para que un comienzo se hiciera fue creado el hombre”). Este comienzo es garantizado por cada nuevo nacimiento; este comienzo es, desde luego, cada hombre». Y cuando la persona tiene dignidad y no se miente, cuando no miente a los demás y se comporta humanamente, empáticamente con el resto de seres y animales, con la naturaleza de la que forma parte, y cada acto es una elección en libertad, una decisión propia meditada, entonces el sentido de la propia vida se manifiesta sinceramente.

 

Referencias:

HARENDT, HANNAH. Responsabilidad y juicio. Paidós. Barcelona, 2019.