Vaya verano malo para la pesca con mosca en el mar!!! Con cada jornada transcurrida la moral se acercaba un poco más al suelo y el sentimiento de estar perdiendo el tiempo y el dinero se acrecentaba de forma preocupante. Lo cierto es que no recuerdo un verano tan malo meteorológicamente y de pesca. Lo único positivo era el viaje de Sevilla a la zona de turno de Cádiz y la vuelta otra vez a casa, momentos en los que Jesús -mi compañero de pesca de toda la vida- y yo nos ponemos al día de lo acontecido desde la última vez que nos vimos, hablamos de todo menos de pesca y echamos unas risas que no tienen precio tras una semana de vorágine laboral y estrés puro y duro.
Una vez en el tajo, el recibimiento no podía ser más agrio: viento, agua turbia y algas, el cóctel perfecto para desanimar al más impávido obligándole a recoger y dar media vuelta. Pero no, como viciosos de la pesca ahí aguantábamos jornada tras jornada. No importaba si iba a mosca o a spinning, todo fallaba, incluso valores seguros como los róbalos y las bailas de las pateras del puerto de Rota se mostraban esquivos o
simplemente no estaban. Algunas bailas en la bocana del
puerto y en la ría de Barbate, pero poco más.
En aguas azules las cosas tampoco fueron como se esperaba. De todos los días planificados para esta pesca ninguno, repito, ninguno reunía las condiciones óptimas para salir a por los túnidos... Un completo desastre lo mires por donde lo mires. Llegado a un punto de julio reconozco que ya no era ni mucho menos divertido ir a por los salados, así que decidí ser un poco más conservador y moverme cerca de casa.
Antes en verano, cuando fallaba la pesca en el mar no me complicaba la existencia, me calzaba los escarpines y me perdía por la sierra vadeando el río Viar o el Cala. Ahí permanecía todo el día acosando barbos y basses, con el agua por las rodillas y burlando el calor y la sed de la mejor forma posible. Este verano debido a la sequía muchos de esos rincones son charcas exiguas de agua de muy mala calidad, y encima las garrapatas se han hecho dueñas de las veredas esperando que algo o alguien las suba a cuestas sin pagar peaje alguno. El
único recurso que me quedaba entonces eran los embalses...
Salir a un embalse era cuanto menos “ir a morir por Dios”. En pleno verano "la caló" pesa como una losa, qué os voy a contar... Encima me estoy haciendo mayor
y hay ciertas cosas que no me amohinaban hace diez años y que ahora mi cuerpo no puede afrontar, o al menos las afrontaría con más penas que glorias, y se trata de pasar un día o rato agradable no de ir a sufrir que bastante sufrimos de lunes a viernes... En un embalse, sin posibilidad de refrescarme mas que con el agua de los bidones de mi mochila lumbar y que al poco tiempo “la caló” la hace intragable, la solución pasaba por aprovechar las horas más frescas del día: 8, 9... hasta las 13 horas como mucho y de ahí a casa. Medio día y de vuelta a
casa¿? Impensable, jamás me lo había planteado como una
rutina, pero era eso o dejar la caña aparcada. Los únicos escenarios que permitían esas licencias eran sin duda la Minilla y el Cala. A escasos minutos de casa ambos fueron mi tabla de salvación y me brindaron emocionantes capturas ya que los peces se mostraban excepcionalmente activos. Tanto fue así que hubo veces en las que repetía sábados y domingos, y aun a día de hoy sigo saliendo disparado hacia el Ronquillo en busca de esas cebadas y carreras que consiguieron hacerme olvidar el mar y sentir por unas horas que todo lo demás carecía de sentido.
Agua salada¿? No sé. Aun queda algo de otoño y espero que la próxima entrada en el blog sea para contaros que he sacado mi primera chova de la temporada o mi primer atún.