Dedicado a la creativa Sechat...
Hace años tuve el capricho de comprar un hámster. Escogí, entre un tropel de inquietos algodoncitos, a un apacible roedor blanco: un macho europeo estilizado y noble, suave de pelaje y de conciencia. Me enamoré de él, la verdad. Y adquirí también una hermosísima jaula de dos pisos, último modelo, a estrenar; un lujoso apartamento dónde el animal pudiera acomodarse a placer. Mi vecina Sophie decía que Willy -que así acabé llamándole-, era decididamente tonto, porque jamás había osado morder a sus dos sobrinos -dos potenciales psicópatas-, a pesar de que en alguna ocasión que les dejé jugar con él ciertamente lo merecieran. Pero la preferencia que el roedor mostraba por el descanso diurno le salvaba, en buena medida, de un drástico destino.
Además, el animalillo parecía disfrutar con su soledad; incongruentemente se le intuía feliz, o al menos resignado en aquella cárcel de aluminio. Por eso no sé que me indujo a suponer que, al igual que nosotros los humanos, quizás también Willy necesitara relacionarse con otros congéneres de su especie. Decidí entonces abanderarme de Celestina, y opté finalmente por comprarle un pariente hembra tricolor. Acompañé al nuevo lote con una casita de plástico: sería una buena idea que ambos, dentro de la amplitud de aquel hogar, gozaran de un rinconcito más íntimo. Bauticé a la nueva inquilina con el apelativo de Rata. Sí, oyeron bien: Rata. El carácter arisco y pendenciero que mostraba con sólo acercarte a observarla no me inspiró mejor nombre. El caso es que, conforme fueron transcurriendo los días, la complicidad entre la pareja se iba haciendo más evidente: si los observabas de madrugada los veías jugando al pilla-pilla, turnándose para ejercitarse en la hámster-rueda, o transportando comida de una esquina a otra del habitáculo en sus hinchados abazones. Horas después, cuando despuntaba el alba, amanecían finalmente acurrucados dentro de su pequeña casa. Era, a su medida, una típica relación de pareja.
Todo parecía ir perfecto en aquella diminuta historia de amor... Hasta que la hembra quedó preñada. Aquel particular afecto -permitidme llamarlo así- que hasta entonces Rata había manifestado hacia Willy, tornó, para infortunio del macho, en un desapego total. Así transcurrieron dos semanas, hasta que sobrevino el parto... Y todo evolucionó, ajustándose a
Un amigo veterinario me había recomendado retirar al macho de la residencia compartida antes de que se produjera el alumbramiento, pues al parecer algunos tienen la extraña costumbre de devorar a los recién nacidos. Salvando con respeto su criterio profesional, jamás hubiese imaginado eso de Willy. Sin embargo terminé sacándolo de la jaula, precisamente porque presentía que era su vida la que corría peligro, pero en ningún momento la de los demás. El ratoncillo blanco, a partir de entonces, pareció resentirse por aquella humillación. Sé que puede pareceros irrisorio, pero los síntomas que manifestaba el animal no se alejaban de aquello que pudiéramos sentir los humanos: dejó de alimentarse, la tonalidad de su hermoso pelaje comenzó a decaer, y ya no se prestaba a jugar ni sólo ni acompañado. Fue abandonándose a la apatía, hasta que una tarde murió. Le di un digno entierro, bajo el mejor de mis geranios.
Sé que tal vez a vosotros no os inmute el relato de un ratón. Pero a mí, cada vez que regresa a mi memoria, siempre acaba sobrecogiéndome. Y me siento triste; triste e impotente. Igual que debe sentirse un gato hambriento, mientras hurga entre las bolsas de basura de un sex shop. Al fin y al cabo fui yo quien presentó a Willy a su novia. Por eso me juzgo, en cierto modo, responsable de aquel malogrado desenlace. Que afloren a partir de ahora vuestras propias conclusiones, que cada cual organice su particular moraleja: libres sois de elucubrar. Yo, por mi parte, ya concluí la propia: mientras que mi vecino Jacques continúe enriqueciéndose en sus viajes al extranjero, yo insistiré en mis obligadas visitas nocturnas al dormitorio de Sophie. Hasta entonces, nada serio. Porque al final va a ser cierto eso que dicen del la confianza y del asco...