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lunes, 7 de mayo de 2012

LA LEYENDA DE UN HOMBRE SENCILLO


Emil Zátopek, “la locomotora humana”, corría contra todo: contra las nociones de estilo y las normas de entrenamiento establecidas en el deporte de su época, contra el régimen de la Checoslovaquia soviética que lo convirtió en estandarte y rehén de las victorias del socialismo, contra la precariedad y el olvido, contra el dolor y el inevitable declive físico. Y durante mucho tiempo ganaba siempre, o casi siempre. Se convirtió en el hombre más rápido del mundo en larga distancia, un legendario atleta que -en estos tiempos actuales de estrellato y espectáculo en el deporte y en la vida- conviene ser recordado por la lección de pureza y esfuerzo personal que supuso su meteórica y atípica carrera.

En su libro Correr, publicado en el 2010 por la editorial Anagrama, Jean Echenoz toma la figura del corredor checo para inventar un universo ficcional, como antes lo había hecho con el músico Ravel y ahora con la reciente entrega de Relámpagos, el libro en el que reconstruye la aventura del visionario ingeniero Nikola Tesla. Cuando se le pregunta a Echenoz sobre el género de su particular trilogía, señala que no puede encuadrarse ni en la novela histórica ni en la crónica biográfica, y que quizás sus últimas referencias habría que buscarlas en las Vidas imaginarias de Marcel Schwob o las Vidas breves de John Aubrey, que representan para él un modelo de heterodoxia a la hora de trabajar las vidas ajenas para convertirlas en materia literaria. Y a la pregunta de qué tienen en común los protagonistas de sus tres novelas, contesta Echenoz que, tras haber escrito sobre ellos, se da cuenta de que los une “una cierta cercanía con la soledad”. Soledad y sacrificio, cada uno en su obstinada carrera para vencer las propias limitaciones, a contracorriente de un mundo para el que resultan excepcionales, incomprensibles o adelantados, los personajes de Echenoz encarnan una mística de la singularidad y el talento que bascula entre la consagración y el ostracismo, el aplauso y el olvido. 

Zátopek ganando la maratón en los Juegos Olímpicos del 52
Zátopek ganando la maratón en los Juegos Olímpicos del 52 

Zátopek empezó a correr con desgana, cuando era un joven operario de las fábricas de calzado Bata, en una Checoslovaquia ocupada por los nazis. Lo increíble para él es que, lo que empezó como un acto de amabilidad para con los compañeros que querían verle  participar en las competiciones locales, acabara por convertirse en la pasión de su vida. Y desde que descubrió el placer que le procuraba, no dejó de correr. Desatendiendo los consejos respecto a su “estilo impuro”, corrió contra su cuerpo torturado, devorando récords y kilómetros, con esas zapatillas rojas suministradas clandestinamente por sus compañeros obreros, perdido en el esfuerzo de la auto-superación, sin elegancia, “como un motor excepcional sobre el que se han olvidado de montar la carrocería”.

Y fue así como tras un viaje agotador, desorientado y hambriento, llega al Berlin en ruinas de 1946 para desfilar como único representante desharrapado bajo el cartel de Czechoslovakia, en los Juegos Interaliados de ese año. Ganó el oro en la prueba de 5000 metros, pulverizando a sus adversarios sin un alarde de esfuerzo, como si estuviera dándose una vuelta por los alrededores de la fábrica, entre el clamor unánime de un estadio atónito. Ese día estaba en las gradas Larry Snider -el entrenador del atleta negro Jesse Owens, el triunfador de los Juegos Olímpicos de 1936 al que Adolf Hitler se negó a estrechar la mano-, que no salía de su asombro ante este tipo sencillo que ganaba “haciendo exactamente lo que no debe hacerse”. 

Las hazañas de  Zátopek resultan imparables, se convierte en una estrella internacional que el régimen checo publicita como héroe de la revolución proletaria. Va ascendiendo en el ejército al mismo tiempo que sigue poniendo en práctica sus raros entrenamientos, a veces abriéndose paso en la nieve con las pesadas botas de campaña, inventando sin saberlo el después llamado método interválico, que multiplicó sus dotes naturales con una extraordinaria capacidad de resistencia. Como explica Echenoz, contaba con su amor al dolor y una indomable auto-confianza para rebasar todos los límites físicos, traspasar todas las normas y convertirse con una naturalidad inexplicable en la materia de la velocidad.

Emil y Dana
Emil y Dana

En los Juegos Olímpicos de 1948, celebrados en Londres, gana la medalla de oro en 10000 metros y la de plata en 5000, pero será en Helsinki, cuatro años después, cuando alcanzará su mayor proeza al conseguir tres primeros puestos en el plazo de una semana en los 5000, los 10000 y la maratón. Emil era entonces un atleta en la treintena, desalentado por  la caprichosa alternancia de retiradas y apariciones en las pruebas internacionales que decidían por él en los despachos gubernamentales, y nunca había corrido una maratón. Desafiando los consejos de entrenadores, agentes y dietistas, se lanza -sin tiempo para recuperar el desgaste de sus dos victorias precedentes- a pulverizar los más de cuarenta y dos kilómetros que resultan extenuantes para cualquier mortal. Zátopek también sufre pero no se permite mostrar un ápice de desfallecimiento, concediéndose incluso un pequeño sprint final innecesario, y logra así un apoteósico tercer oro. Al triunfo personal en estos Juegos se añadirá además el de su esposa Dana, que ganó también aquí la medalla de oro en lanzamiento de jabalina.

Tras su regreso a Praga es homenajeado sin descanso como gloria nacional, va a rodarse una película sobre su vida, consigue el grado de coronel y la dirección de deportes en el Ministerio de Defensa, aparece en el mercado el Cóctel Zátopek, tónico milagroso supuestamente basado en el régimen del atleta, sigue corriendo en  Brasil, Francia, Bégica, Suiza, y comienza a perder. En la maratón de los Juegos Olímpicos de Melbourne cae exhausto tras lograr un sexto puesto, la leyenda se derrumba y es el momento de empezar a pensar en la retirada. El sonriente Emil sigue corriendo por placer y aún vivirá el triunfo en 1958 en el Cross Internacional de Lasarte, con el que puso fin a su trayectoria deportiva. 

Inmortalizado en el Museo Olímpico de Laussane
Inmortalizado en el Museo Olímpico de Laussane

Zátopek había batido dieciocho récords mundiales en nueve especialidades atléticas, pero aún le quedaban otros obstáculos por superar. Cuando los tanques soviéticos entran en Praga para aplastar la fugaz primavera que había auspiciado con sus reformas el gobierno de Alexander Dubcek, la condena del "atleta de Estado" a la invasión de las fuerzas del Pacto de Varsovia le vale el destierro al infierno de las minas de uranio de Jáchymov, cerca de la frontera alemana. Tras seis años regresará a Praga, donde las autoridades han convertido a Dubcek en jardinero y a él le reservan un puesto barriendo las calles. Pero fracasan en su plan, porque las gentes del barrio salen cada día a aclamar al jovial barrendero y le impiden recoger la basura. Su popularidad es tan grande que tienen que enviarlo al campo, donde pasa dos años cavando agujeros para postes telegráficos. Finalmente, tras firmar su autocrítica, recibe el perdón oficial y un puesto como archivero en el purgatorio de los sótanos del Centro de Información de los Deportes.

Aquí acaba la historia de Echenoz, con un dulce Emil aceptando su destino. El genial corredor aún alcanzará a ver la caída del bloque comunista y la declaración de Vitkovice en 1997 por la que es coronado como el mejor atleta checo del siglo. Con su habitual modestia, respondió que sus logros ya eran cosa pasada, y era hora de fijarse en los nuevos valores del deporte. Un derrame cerebral acabó con su vida a los 75 años. 

Hay que agradecer a Echenoz que nos acerque en una prosa tan sobria como profunda a la leyenda de un asombroso corredor, a la vida de un hombre tan sencillo como extraordinario. 

Echenoz, Jean. Correr. Anagrama: Barcelona, 20010.

martes, 10 de abril de 2012

EL ARTE DE SER LIBRE

Entre las artes, empecemos por el arte que nos hace libres
M. de Montaigne


Stefan Zweig escribió sobre Montaigne en el exilio brasileño, presa de la desesperanza por el desmoronamiento de su mundo bajo la brutalidad nazi. Un autor ya curtido en el arte del ensayo biográfico –Tres maestros, Castellio contra Calvino, La lucha contra el demonio, Tres poetas de sus vidas acude al padre del ensayo moderno, no como impersonal objeto de estudio, sino como presencia viva, “hermano indispensable” y modelo de hombre libre, “como el mejor maestro de esta nueva y sin embargo eterna ciencia de seguir siendo uno mismo frente a todos y a todo”. Resulta triste pensar que el indomable optimismo de Montaigne  no sirviera para impedir que el autor austriaco se quitara la vida junto a su esposa en 1942, sin alcanzar a ver el final de la guerra ni terminar esta obra sobre su maestro. Parece que la impaciencia ante la larga noche de barbarie que venía contemplando, le urgió a poner en práctica la máxima senequista de Montaigne: “La muerte más voluntaria es la más hermosa. La vida depende de la voluntad ajena; la muerte, de la nuestra”.


Stefan Zweig
Stefan Zweig

Montaigne –como Zweig unos siglos después fue testigo de la quiebra radical de los valores humanistas de la razón y la tolerancia, pero aprendió a cultivar el arte definitivo de vivir una vida propia, aún bajo el fanatismo de las guerras de religión que asolaban la Francia de su época. Educado esmeradamente en su castillo de Périgod, desde muy joven leía con familiaridad a Ovidio, Virgilio, Terencio y Plauto en el latín que aprendió como lengua materna, y rechazó a escolásticos pedantes y redentores profesionales para forjarse un espíritu independiente, investigador y autodidacta. Hay muchos Montaignes, pero no cabe duda que el orgulloso seigneur, descendiente de comerciantes de pescado y judíos españoles, encontró en el retiro de su torre al Montaigne más esencial, su yo más íntimo, el atento objeto de su observación y estudio, su “metafísica y su física”.

En 1571, con treinta y ocho años, se despide de cargos públicos y ocupaciones domésticas para recluirse durante la siguiente década en una vieja estancia de su castillo, que defenderá como ciudadela de exilio interior y laboratorio de libre pensamiento. Traslada aquí su biblioteca y la que ha heredado de su amigo La Bóetie y se rodea de máximas latinas para intentar dar respuesta a la única pregunta que le interesa: “Que sais-je?” (¿Qué sé yo?). Se considera ante todo un “meditador”, un lector que acude libremente a los textos como fuente de placer, un silencioso conversador que dialoga con el pensamiento de los autores que lo acompañan en su refugio. Lee siguiendo las demandas de su capricho y acude tanto a los clásicos grecolatinos como a sus contemporáneos europeos, pero se reconoce interesado sobre todo por la poesía, la historia y el género biográfico, en el que admira la maestría de Plutarco. 

Michel E. de Montaigne

Quizás la soledad de estos años le empujara a anotar sus pensamientos y opiniones en lo que constituyó el embrión de los Essais. Montaigne insiste en que su tarea no es la del filósofo o el artista: “Lo soy todo menos un escritor de libros” –dice, pero está claro que la publicación de los dos primeros volúmenes de los Ensayos lo convirtió necesariamente en escritor. Señala Zweig que “Todo público es un espejo; todo hombre presenta otro rostro cuando se siente observado”. Y por eso la publicación y el éxito de su obra harán que Montaigne empiece a escribir para los otros, puliendo la redacción y dejando que su erudición se evidencie a través de las numerosas citas. El Montaigne inédito es un hombre que se mira pensar en su desnudez pero nadie escapa a la vanidad si al principio solo aspira a conocerse, después deseará mostrarse.

A los cuarenta y ocho años comprende que la larga convivencia con  Platón o Séneca  no ha logrado apartarle de su propio siglo: “podemos lamentar no vivir en tiempos mejores, pero no podemos huir del presente”. Tras una década atrincherado entre sus libros decide dejarse embargar por el humeur vagabonde y se lanza a un viaje errático de diecisiete meses a través de Francia, Suiza e Italia. Nada resulta ajeno a su enorme curiosidad, que guiará sus pasos hasta bibliotecas, baños públicos, bailes campesinos o ejecuciones de criminales. Evita los caminos trillados, los planes establecidos y las curiosidades de obligado interés turístico, y lo mismo conversa con el Papa que con los mendigos que encuentra en el camino; escucha a protestantes, zwinglianos y calvinistas del mismo modo que asiste a una ceremonia judía de circuncisión o a una sinagoga. Como apunta Zweig, viaja para liberarse y durante su periplo da ejemplo de libertad.

La fama de su obra hace que los ciudadanos de Burdeos lo elijan alcalde de la ciudad y que sea reclamado por la corte como mediador con Enrique de Navarra, ejerciendo así la delicada misión de asegurar la paz para Francia. El hombre que había hecho de una torre su única patria se ve envuelto en las intrigas de la alta política, pero defenderá su integridad e independencia hasta ante el propio rey, a cuyas presiones responde que es tan rico como desea ser y que solo al fuero del propio juicio somete sus acciones.

El último Montaigne, ya muy cercano a la muerte, el hombre que había tolerado el matrimonio de conveniencia como una de las molestas obligaciones derivadas de su posición social, encuentra sorprendentemente el amor y la ternura en la figura de la joven Marie de Gournay, que se convierte en su fille d’alliance y editora de los preciados Essais tras la muerte de su mentor.

La obra sedujo a las mentes más abiertas de la época, así como la defensa del humanismo, la tolerancia y el moderno sentido de la individualidad que trasluce, llevaron a la Iglesia a incluirla en el index de libros prohibidos. Pero ninguna llama logró apagar la lucidez de Montaigne, la misma que deslumbró a Goethe, Flaubert, Nietzsche o Zweig entre otros muchos. De la vigencia de sus palabras siguen dando cuenta publicaciones recientes, como la novela de Jorge Edwards La muerte de Montaigne, o el ensayo de Sarah Bakewell  Cómo vivir. Una vida con Montaigne, editados ambos el pasado 2011.

Puede que la pervivencia de Montaigne quede asegurada porque, como dice Zweig, “sólo aquel que se mantiene libre frente a todo y a todos, conserva y aumenta la libertad en la tierra”.

Zweig, Stefan. Montaigne. Barcelona: Acantilado, 2008. 112 p.

lunes, 27 de febrero de 2012

LA EDUCACIÓN DE UN INGENUO


Decía Borges a propósito de Henry James que sus lectores “se ven obligados a una continua y lúcida suspicacia que a veces constituye su deleite y otras su desesperación”. Felizmente, se sigue reeditando a James, y cuando se hace con la dedicación exquisita que la editorial Contraseña ha puesto en la publicación de esta nouvelle, Eugene Pickering, sus lectores encontramos un doble motivo de satisfacción.

El texto aparece acompañado por un acertado prólogo de Vicente Molina Foix y añade a su cuidada presentación las ilustraciones de Jesús Cisneros y una afinada traducción de Ismael Attrache; todo ello le valió el primer premio del Ministerio de Cultura al libro mejor editado en 2010 en la categoría de "Obras generales y de divulgación", así como el premio al libro mejor editado en Aragón de ese mismo año.

Ilustración de Jesús Cisneros

La ingente obra de James, producida a lo largo de más de cincuenta años, nos permite seguir la trayectoria de una narrativa que hunde sus raíces en la tradición victoriana y se proyecta hacia la experimentación de las vanguardias del siglo XX. El despliegue de sutileza introspectiva, la sustitución del narrador omnisciente por una conciencia-testigo que interroga a los hechos desde una variedad de puntos de vista, la suma minuciosa de conjeturas y deducciones que va construyendo a sus ambiguos y complejos personajes, el virtuosismo en el uso elusivo del lenguaje, son algunas de las principales aportaciones de este maestro, en cuyos hallazgos literarios y reflexiones críticas beben autores de la talla de Virginia Woolf, James Joyce, Samuel Beckett o Harold Pinter.

Eugene Pickering fue publicado inicialmente en 1874 en la revista americana Atlantic Monthly, e incluido al año siguiente en la colección de relatos Un peregrino apasionadoEste título junto a otras piezas cortas La madonna del futuro (1873) o El último de los Valerii (1874) y la novela Roderick Hudson (1875), reflejarían lo que León Edel, biógrafo y crítico de la obra de James, denominó “su segundo encuentro adulto con Europa”; esto es, los dos años y medio pasados por éste principalmente en Roma, tras una primera estancia europea más itinerante en los años 1869-1870. Se trataría –según Edel de una primera fase en la producción jamesiana en la que el autor inicia su indagación en el cosmopolitismo y las localizaciones europeas.

El tema de los innocents abroad, el contraste entre la ignorancia del recién llegado del Nuevo Mundo frente a  los valores de la vieja Europa modelo de civilización, el sentido del pasado, la irradiación vital de la obra artística, el conflicto entre renuncia y pasión, la incertidumbre ante la vasta red de acontecimientos vitales, están presentes en Eugene Pickering y se desarrollarán bajo distintas tramas y enfoques en el conjunto de la obra de James.

El joven Pickering es un amigo de infancia del innominado narrador que observará con la típica reserva jamesiana su “fermentación sentimental” en el escenario del balneario de Homburgo, y le acompañará en su peripecia hasta el desenlace en el que se anuncia un viaje a Esmirna. Educado bajo la rígida disciplina de un padre que lo encierra en una burbuja vigilada hasta el momento de su muerte, Pickering crece como obediente planta de invernadero: “si los cuidados tienen algún valor, dice yo me debería llevar la medalla de una exposición floral”. A los veintisiete años, tras la muerte del severo progenitor, el cándido Pickering accede al mundo y a una educación social por la que acabará conociendo la  inclemencia del entorno y el estrecho margen que las circunstancias permiten a su tan ansiada libertad personal.

Ilustración de Jesús Cisneros


El polo contrario de este amable aprendiz lo constituye el magnífico personaje de la viuda Anastasia Blumenthal, mujer de mundo, culta escritora, una de esas damas a las que “una actitud de rígida virtud les resulta poco favorecedora, como sentarse demasiado rectas en el sofá”, y que será la avezada maestra de Pickering en el descubrimiento de las cumbres y abismos de la experiencia amorosa. Molina Foix señala las coincidencias de este personaje con la narradora de otra pieza corta, La novia de Monsieur Briseux, publicada en 1873. En efecto, ambas son mujeres maduras situadas en un escenario europeo, a través de las cuales James desarrolla el tema de la “fidelidad a la excelencia artística”. Anastasia no escatima crudeza a la hora de despertar a Pickering de su sueño de amor cuando le dice: “Soy demasiado vieja y demasiado sabia; tú eres demasiado joven y demasiado necio”. Se siente conmovida por ese “curioso ejemplo de sinceridad”, pero en ningún momento olvida que lo que ella busca es un matrimonio convencional que le proporcione la estabilidad económica necesaria para proseguir su obra. En palabras de Molina Foix, no puede permitirse malgastar su pasión “ejerciendo de pigmalión del más débil de la pareja”.

El narrador, testigo de la incondicional entrega de su amigo, comenta con exquisita ironía: “hay algo doloroso en el espectáculo de un embeleso absoluto, aunque su causa sea excelente”. Pero menos mordaz que otros narradores de James, acompañará al joven convaleciente del rechazo amoroso en su periplo europeo (Colonia, Brujas, Venecia) y se limitará a señalarle con delicadeza que, más que la pérdida de sus ilusiones, debe considerar la  parte de compensación recibida en un intercambio de intereses. Como buen pragmático, concluye que al ser las necesidades de Madame Blumenthal más superficiales, ella “ha sido la primera en cansarse del juego”. Podría haber añadido que, en definitiva, ninguna pérdida de inocencia se salda sin dolor.

Resalta Molina Foix en su atinado estudio la maestría de James a la hora de graduar y diferir los resortes argumentales; y esto es especialmente válido por lo que respecta al elemento de la carta recibida de Esmirna, que al principio del relato deja Pickering sin leer en manos de su amigo; teme que en ella se le apremie a cumplir la sentencia de un matrimonio concertado por su padre, pero la intriga se cierra sorprendentemente para apuntar al episodio de unas nuevas aventuras en Oriente del ya no tan ingenuo joven. Claro que esa es ya otra historia. 

James, Henry. Eugene Pickering. Zaragoza: Contraseña, 2010. 128 p.

lunes, 20 de febrero de 2012

EL QUINTO EN DISCORDIA



Con El quinto en discordia (1970) inicia el escritor canadiense Robertson Davies su Trilogía de Deptford, a la que también pertenecen Mantícora (1972) y Mundo Prodigioso (1975). Como anota Valentí Puig, en el prólogo que acompaña a la edición de Libros del Asteroide, Davies demuestra ser un autor “en plena madurez, ágil, melancólico, sutilmente victoriano”, un narrador de gran bagaje literario, que utiliza con eficiencia y humor inteligente los resortes de la novela tradicional. Ya los había explorado antes en la Trilogía de Salterton, y los desarrollará después en la Trilogía de Cornish y en las dos novelas con las que pensaba completar una cuarta: Asesinatos y ánimas en pena (1991) y Un hombre astuto (1994). El quinto en discordia ganó en nuestro país el premio Llibreter del 2006 y desde su publicación Libros del Asteroide ha ido acercándonos con nuevas ediciones al universo novelístico de Davies; el pasado 2011 con A merced de la tempestad (1951), una primera obra en torno a los claroscuros del mundo del teatro, en la que ya están patentes el ingenio y la erudición elegante del mejor Davies.

El quinto en discordia investiga los confusos límites entre azar y destino a través de las memorias de Dunstan Ramsay, un excéntrico profesor de historia, solterón y apasionado de la hagiografía. El pequeño pueblo de Deptford, en el Ontario de comienzos de siglo, es el escenario en el que transcurre su niñez, allí donde la trayectoria esquivada de una bola de nieve marcará con el sello de la culpa sus relaciones con el resto de los personajes: el niño rico Percy Boyd Staunton –protagonista de Mantícora, prohombre y próspero empresario, que olvidó pronto el recuerdo de ser el lanzador de esa bola en el aluvión de éxito en que se ahogó su vida; Mary Dempster, la joven esposa del párroco baptista, que recibió el impacto del golpe a consecuencia del cual tendrá un parto prematuro; y Paul Dempster, el frágil niño nacido tras el accidente, que escapa de los crueles ataques pueblerinos a la reputación de su madre para acabar convirtiéndose en un mago famoso; Davies desarrollará su historia en Mundo Prodigioso.

Dunstan Ramsay no logrará jamás desasirse de los rígidos preceptos del pragmatismo escocés y del sombrío presbiterianismo en que fue educado, y reinterpretará como el pago por una culpa antigua su mutilación en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, su tibia vida amorosa o la carga que supone ocuparse de su “santa loca”, la fascinante y  nada convencional Mary Dempster, de entre cuyos “milagros” Ramsay destacará su ausencia total de miedo.

Robertson Davies
Robertson Davies

Para ser un racional profesor preocupado por el rigor histórico, resulta llamativo en Ramsay su deslumbramiento por las mitologías, incluidas aquellas que subyacen bajo la apariencia de una vida ordinaria; tanto como para un presbiteriano curado de los excesos de la fe que equipara las historias bíblicas a las recopiladas en Las mil y una noches la indagación apasionada en la vida de los santos católicos. El perspicaz e irónico personaje del viejo jesuita Blazón servirá de contrapunto a sus dudas cuando le recomiende sustituir ese cansado “atletismo espiritual” por la sabia absolución que concede el conocimiento de las propias debilidades.

A pesar de lo que él mismo considera una vida irrelevante, Ramsay vivirá a lo largo de su peripecia dos importantes “resurrecciones”; la primera, tras el regreso como herido de guerra, le supuso el conocimiento del amor carnal y la camaradería femenina en la figura de Diana, la joven que será su enfermera en los días de la convalecencia londinense; y otra, de orden psicológico, se producirá por la intervención de un extraordinario personaje, la hombruna empresaria del espectáculo de magia de Paul Dempster, Liselotte Vitzlipützli. Ella le hará comprender el alto precio que supone mantener una vida desde el sillón del espectador, negando el oscuro mensaje de los demonios personales; porque la venganza de una vida sin vivir es que nos convierte, sencillamente, en idiotas. Será ella también quien dé nombre a la posición vital de Ramsay: la del “quinto en discordia”, una figura del mundo teatral referida a un personaje secundario que sin embargo es esencial para el desenlace de la trama.

En efecto, Ramsay será el confidente irreemplazable de su amigo y rival Boy Staunton, el convidado de piedra en las gélidas cenas en las que despacha la indiferencia por su esposa Leola, y pieza implicada en su misterioso asesinato; será también el primer maestro del solitario Paul en las rudimentarias artes de la prestidigitación; y el solícito cuidador atado a la desgracia de Mary Dempster, cuya locura iluminó definitivamente su vida. Bajo la grisura de sus días entre clases y libros, Ramsay vivirá una vida rica en inteligencia, humor y compasión, para acabar descubriendo un dios benévolo que le enseñará a envejecer en paz.

Además de sólido narrador y brillante columnista, Davies fue también premiado autor teatral y  actor del mítico Old Vic Theater de Londres. Las referencias al mundo del teatro –además de la obvia del título son frecuentes en esta obra: “Ésa es una de las crueldades del teatro de la vida: todos pensamos que somos protagonistas, y cuando se hace evidente que somos simples personajes secundarios o figurantes, raramente lo reconocemos”. Esta melancólica reflexión resume bien el talante del protagonista de El quinto en discordia, y es también muy propia de este autor “patricio” –como lo califica Puig, representante de un tipo de novela de escasa difusión en nuestros días pero merecedora por su inteligencia e inventiva de una muy atenta lectura. 

Davies, Robertson. El quinto en discordia (1970). Barcelona: Libros del Asteroide, 2011 (8ª ed.) Prólogo de Valentí Puig y traducción de Natalia Cervera. 360 p.

martes, 24 de enero de 2012

LAS VOCES DORMIDAS



La escritora y filóloga Pepa Merlo (Granada,1969) presento en el 2010 Peces en la tierra. Antología de mujeres poetas en torno a la Generación del 27, una excelente recopilación de voces femeninas  que compartieron singladura vital y literaria con los autores de esta "Edad de plata" de nuestras letras, y que –como demuestra sobradamente en sus páginas han permanecido inmerecidamente olvidadas durante demasiado tiempo.

Como señala Merlo en el estudio que prologa su Antología, pocas veces se ha dado en nuestro país un momento tan interesante y participativo para la mujer como el que tuvo su punto álgido en los años treinta del pasado siglo. La independencia económica adquirida por las mujeres, la reducción de la natalidad y la elevación general de sus niveles educativos, condujeron a la ampliación del apoyo social a los movimientos en pro de la igualdad de los derechos de la mujer, nacidos en los lustros finales del siglo XIX y representados paradigmáticamente por la lucha de las sufragistas. Se hacen efectivas medidas sobre patrimonio y divorcio e igualdad jurídica entre hombres y mujeres, se establece el seguro de maternidad, el derecho de sufragio concedido en 1931–, se abre el debate sobre la ley de prostitución y Federica Montseny presenta en 1936 el que fue primer proyecto de Ley del aborto en España.

Es en este paisaje que despierta a los ideales progresistas y a la renovación pedagógica y social en el que se desenvuelven las mujeres que nos presenta Pepa Merlo. Pertenecían casi todas ellas a la clase media o alta burguesía –como sus compañeros generacionales masculinos, tenían una educación esmerada, hablaban idiomas, viajaban, conducían coches, practicaban deporte y escribían, daban conferencias, traducían, pintaban, fundaban colegios, desempeñaban puestos importantes en la política nacional. Se atrevieron a salir a la calle sin sombrero y sin carabinas, a lanzar poemas y pasquines por las avenidas y a defender su posición en un mundo escrito y dirigido por hombres.

Josefina de la Torre
Josefina de la Torre
Entre ellas hubo filósofas (María Zambrano), pintoras (Maruja Mallo, Remedios Varo), políticas (Victoria Kent, Clara Campoamor, Marganita Nelken), pedagogas (María de Maeztu), narradoras (Mercè Rodoreda), periodistas (Teresa de Escoriaza). Y por supuesto, poetas, mujeres que escribieron y publicaron sus obras en los mismos años, a través de las mismas imprentas y  revistas que sus compañeros de generación. Y no escribían en el vacío, sino que compartían los espacios de relevancia cultural del momento. Asistían a las exposiciones, fiestas y  lecturas poéticas de sus compañeros en la Residencia de Estudiantes o el Ateneo.  Y crearon sus propios lugares, como el Lyceum Club Femenino, en 1926. Pero no sin resistencias. Así, Isabel de Oyarzábal que llegó a ser embajadora en Suecia dice que “era el único lugar en Madrid donde se podía respirar, lo que hizo que tuviera mala reputación”. Sus socias fueron etiquetadas de “criminales” “liceómanas”, “ateas”, “excéntricas” y “desequilibradas”. Se hablaba de “casino femenino” y llegaron a acusarlas hasta de tener un fumadero de opio. Es conocida la anécdota en la que el Nobel de Literatura Jacinto Benavente despachó la invitación para cursar allí una conferencia con la respuesta “a mí no me gusta hablar a tontas y a locas”.

Llegaron a formar parte de ámbitos hasta entonces vedados a la mujer, como el del deporte. Así, Ana María Martínez Sagi, rescatada por J.M. de Prada en su magnífico libro Las esquinas del aire, además de poeta, periodista y sindicalista, destacó  en el lanzamiento de jabalina, el tenis y el esquí, y llegó a ser directiva del FC Barcelona en 1934. Se atrevió también a declarar abiertamente su amor por su compañera  Elisabeth Mulder, pagando por ello un altísimo precio. 

Para una generación literaria como la del 27 en la que tan importante fue la publicación en revistas la mayoría de estas mujeres cooperaron con las más prestigiosas del momento: La Gaceta Literaria, Grecia, Ultra, Plural, Verso y Prosa, Ley. Concha Méndez editó junto a Altolaguirre la revista Héroe, y en Londres, 1616, por la que según su propio testimonio se interesaron Chesterton, Eliot y Housman.

Compartieron también con sus compañeros el magisterio inicial de Juan Ramón Jiménez, que llegó a prologar el poemario Bosque sin salida de María Luisa Muñoz de Buendía. Salinas consideró a Josefina de la Torre, autora de Versos y Estampas, la representante de la poesía pura. Y si  Rubén Darío está presente en los primeros versos de Lorca, también lo estará en el poemario La Hora Emocionada, de Elisabeth Mulder.

El neopopularismo que cultivaron Lorca y Alberti dará también sus frutos, entre otras, en  Casilda de Antón del Olmet, que publica su Cancionero de mi tierra en 1917, antes que los de aquéllos. El rupturismo y la vanguardia tienen su representación en la poesía ultraísta de Lucía Sánchez Saornil, los “haikus” de María Cegarra y el tinte surreal de muchos de los versos de Elisabeth Mulder. La poesía política, de corte feminista y anticlerical la encontramos igualmente en Saornil y Mulder.

Carmen Conde
Carmen Conde
A pesar de todo ello, solo Ernestina de Champourcin  y Josefina de la Torre fueron  elegidas para formar parte de la antología que realizó Gerardo Diego en 1934. Solo sus nombres han ido repitiéndose de un antólogo a otro –si es que aparecen, añadiéndose en algunos los de Concha Méndez, Carmen Conde y Rosa Chacel. Resulta escandaloso que el panorama poético femenino en una época de tan gran efervescencia creativa como la primera treintena del siglo XX se haya reducido –en el mejor de los casos a cinco mujeres.

Las consecuencias del final de la guerra civil, con la derrota de la República, supusieron para la mayoría de ellas –como para sus compañeros de generación el exilio, la penuria y el silencio. En la España de los años cuarenta, el ideario femenino está representado por las consignas de Pilar Primo de Rivera, fundadora de la Sección Femenina. Baste citar un par de sus frases: “Las mujeres nunca descubren nada; les falta desde luego el talento creador, reservado por Dios a inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho”, o “La aguja es la mejor compañera de la mujer. Con ella es como un hada: cose, borda, teje, crea todas las fantasías de su imaginación”. 

El Fuero de los Españoles del 17 de julio de 1945 reconocía a la familia como institución natural y fundamento de la sociedad, la indisolubilidad del matrimonio y la protección especial a las familias numerosas. La temprana supresión de la coeducación y la religiosidad que impregnó todo el sistema educativo, circunscribieron la mujer a una enseñanza básica que pudiera brindarle “ideas claras y breves acerca de la existencia de Dios”, una concienzuda preparación doméstica y una formación nacional que le permitiera “responder a cuanto pida una familia cristiana y española”. Dedicarse a una actividad laboral fuera del hogar significaba por tanto un   abandono “antinatural” de la alta misión que como madre se le había encomendado y una competencia inadmisible para el hombre.


Ana María Martínez Sagi

En este ámbito de desconfianza respecto a las capacidades intelectuales incluso psíquicas de la mujer (véanse a ese respecto las declaraciones del psiquiatra Vallejo Nájera en 1939), que vive recluida en el ámbito familiar bajo la tutela del varón, sin otra misión que la procreación y las labores domésticas, sin autonomía legal y sometida a la restrictiva moral católica, es esperable que durante los años de la dictadura franquista las posibilidades de escuchar las voces poéticas que recupera Pepa Merlo, y lo que sus vidas y obras representaron, fueran nulas.   

Pero han transcurrido más de 20 años, el panorama actual de la mujer es bien distinto y su acceso a las posibilidades educativas, profesionales y artísticas corre en igualdad al de los hombres. Los autores de la Generación del 27 conforman hoy uno de los movimientos poéticos más brillantes y estudiados de nuestra historia literaria. Y a pesar de todo ello, los nombres de estas poetas no aparecen en los libros que estudian nuestros jóvenes, y siguen siendo muy pocas las que aparecen reseñadas en las antologías al uso. De ahí la importancia de esta obra. 

Cuando Dulce Chacón hizo la presentación de su novela, La voz dormida, destacó que “no se puede olvidar cuando te obligan”. Estas voces que aquí nos hablan han habitado demasiado tiempo en el olvido. La justicia poética nos apremia a despertarlas.   

Merlo, Pepa. Peces en la tierra. Antología de mujeres poetas en torno a la Generación del 27. Fundación José Manuel Lara, en colaboración con el Centro Cultural Generación del 27. Colección: Vandalia. 2010      

domingo, 22 de enero de 2012

EL JARDÍN PÁNICO DE ARRABAL

Todos los jardines llevan al estudio de lo innombrable, es decir, del amor.
F. Arrabal


Este fin de semana se ha estrenado dentro de la programación del XXIX Festival de Teatro de Málaga El jardín de las delicias, una obra que se representó por primera vez en España el pasado 2011 y que su autor, el polifacético y provocador Fernando Arrabal (Melilla,1932) ha presentado como ejemplo de montaje patafísico, pánico, surrealista y dadá.

Escrita en 1967 tras las rejas de la cárcel de Carabanchel, el autor de Carta al general Franco (1971) recordó en la rueda de prensa en la que se presentó la obra, que fue enviado allí por un entonces ministro de homenajeada memoria en estos días, a pesar de que padecía una grave tuberculosis que pudo costarle la vida.

Frecuentador y amigo de muchos de los grandes iconos artísticos del pasado siglo Picasso, Dalí, Bretón, Tzara, Andy Warhol, fundador junto a Topor y Jodorowsky del Movimiento Pánico, de inteligencia superdotada y exuberante y premiada obra, este Trascendente Sátrapa de la Patafísica señala que se le sigue buscando como última insignia viva de un pasado esplendor, lo que le lleva a decir: “Si tuviera un poder ilimitado lo primero que haría sería disminuir las hojas muertas, porque me hacen demasiadas sombras”.

A pesar de estar escrito hace cuarenta y cinco años, la pervivencia y la universalidad  caracterizan un texto de gran potencia poética y simbólica, que aparece atravesado por “la confusión, la memoria, la inteligencia, el humor y el terror”, notas que en palabras de Arrabal presiden esa ceremonia de la libertad que es el teatro pánico.

Rosario Ruiz Rodgers, cofundadora del Teatro de La Abadía y actual directora de Curtidores de Teatro, dirige el montaje y lo produce junto a la compañía Proyecto Bufo, a las órdenes de Arturo Bernal, que se encarga de la dirección de movimiento y encarna además al personaje de  Zenón.

La obra cuenta la historia de Lais, una gran actriz que vive retirada en su mansión junto a una extraña familia: el hombre-bestia Zenón una especie de sátiro grotesco que le profesa una pasión desbordada y un grupo de ovejas a las que arrulla con sus canciones y cuida amorosamente como a hijas inocentes. Las respuestas telefónicas a sus admiradores en un programa televisivo desencadenarán un viaje al pasado en el que florecen sus recuerdos y deseos en este particular jardín que rinde homenaje a la pesadilla del Bosco.

Detalle de El Jardín de las Delicias. El Bosco
Detalle de El Jardín de las Delicias. El Bosco
Lais sigue siendo esa huérfana rebelde y soñadora perpetuamente castigada por las monjas, que sella una amistad cómplice con su compañera de internado Miharca, y establece una relación de fascinación masoquista con el mago Teloc, una especie de “trompetista” de Hamelin que le descubrirá su naturaleza sexual y profetizará su exitosa carrera de actriz. La acción volverá a traerlos a su presente aliados como amantes y provocará un exorcismo de celos y dolor que culmina con el asesinato ritual de Miharca.

Toda la obra aparece traspasada por una simbología transgresora heredera de Artaud y del erotismo perverso de Bataille: el sacrificio ritual, el sexo voyeur y sadomasoquista, el humor blasfemo y la continua referencia al binomio ojos-huevos, que se complementan magistralmente con las turbadoras imágenes del montaje proyectado al fondo del escenario.

Cartel de El jardín de las delicias. F.Arrabal
Cartel de El jardín de las delicias. F.Arrabal

La muerte purificadora de su antagonista resuelve el nudo de conflictos infantiles de Lais. Si en la infancia reza a su novio secreto, el monstruo de Frankenstein, y después encarcela en una jaula el deseo animal que representa Zenón, es ahora capaz de destapar el tarro de compota en el que guardaba su alma y dársela a comer al monstruo. De esta forma Zenon asimila el logos humano al mismo tiempo que a Lais se le restituye la responsabilidad de un deseo adulto. De esta forma es posible su encuentro amoroso en el huevo primordial, lo que supone una reformulación psicológica y una resurrección espiritual de orden alquímico.

En definitiva, un montaje valiente que asume el reto de  la multiplicidad de lenguajes visuales y poéticos, y un maravilloso paseo arrabalesco por el jardín empozoñado del amor y sus fantasmas.

sábado, 21 de enero de 2012

EL OJO TRANSGRESOR DE BATAILLE

De Georges Bataille puede decirse que no escribe en absoluto puesto que escribe contra el lenguaje
Marguerite Duras
  
Georges Bataille publica Histoire de l’oeil (Historia del ojo) en 1928, en una edición casi clandestina compuesta por ciento treinta y cuatro ejemplares, acompañada de litografías del surrealista André Masson, y bajo el seudónimo de Lord Auch.  

En 1940 se editó una reescritura de la novela, ilustrada en esta ocasión con grabados de Hans Bellmer, y  tras una tercera publicación en 1941, en el 67 –ya con la firma de Georges Bataille la editorial de Jean Jacques Pauvert realizó una edición póstuma de gran tirada que añade el facsímil de un "Plan de continuación" de la Historia. Estas reescrituras del texto se añadirán como apéndice al volumen de las Obras completas que Gallimard empezó a publicar con la presentación de Michael Foucault desde 1970. En 1977 Ruedo Ibérico publicó en París la traducción al español y en 1978 Tusquets la editó, dentro de su colección “La sonrisa vertical”, precedida por un ensayo de Vargas Llosa titulado El placer glaciar.

No es posible imaginar hoy una historia de la literatura erótica que no incluya referencias a Bataille y a ésta, su primera novela. La presencia de Sade gravita en un texto que discurre entre la novela gótica y el apunte de los postulados filosóficos y políticos que Bataille desarrollará después en sus ensayos. En palabras de Vargas Llosa se trata de un entramado de complejas superposiciones que componen “un texto surrealista a medio camino de la prosa y de la poesía, un documento clínico sobre las obsesiones”.

Dibujo de Hans Bellmer
Dibujo de Hans Bellmer
Más que una novela erótica al uso –compárese por ejemplo con Las once mil vergas de Apollinaire o el refinado libertinaje de las novelas de Pierre Louÿs-, el texto de Bataille prefigura el concepto de erotismo tal como se irá redefiniendo a lo largo de su obra; un erotismo que se fraguará fundamentalmente a partir de las nociones de obscenidad y transgresión. En efecto, Bataille señala que “hacerse leer a partir de la obscenidad (de la prohibición) es hacer notar con claridad que cualquier otra lectura es represiva”. El erotismo precisa de la prohibición para justificar su naturaleza transgresora, lo que encamina a los personajes de la Historia hacia la suciedad animal y la exhibición de un derroche de brutalidad ante el mundo adulto, símbolo de la sexualidad normativa y reproductiva. 

No se trata de una novela construida sobre unos tipos psicológicos sino que –como apunta Blumenthal a su comprensión conviene mejor un análisis en relación al polo de la heterogeneidad, tal como lo entendía Bataille. En este orden de lo heterogéneo incluye el autor de Historia del ojo la actividad sexual, la excreción, la muerte, el culto a los cadáveres, los sacrificios de animales, el juego, el gasto desenfrenado…toda una serie de entidades que coinciden en cuanto que el objeto de su actividad (genitales, excrementos, dinero) es tratado como un cuerpo extraño, con el que se establece un vínculo que tiene que ver con lo sagrado, lo divino o lo maravilloso

En su ensayo El erotismo (1957) Bataille concluye “Puede decirse del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte”. Lo erótico se fundamenta en el campo de la violencia y en este sentido la muerte fascina por su carácter de transgresión última, reveladora de la profundidad del ser animal. Los protagonistas de Historia del ojo –el narrador sin nombre y Simone, su amante encarnan la muerte para algún otro en distintos momentos de la acción, y reciben juntos ante el cadáver profanado de su amante común, Marcelle, la revelación de “el fulgor invisible de la vida que no es una cosa.” La muerte es la única salida para el deseo incansable de los jóvenes amantes, pero cuando llega se percibe como un obstáculo cómico, una limitación incomprensible ante la necesidad de afirmación derrochadora de la vida y sus fluidos (sangre, orina, semen) .

Dibujo de Hans Bellmer
Dibujo de Hans Bellmer

Es en este sentido en el que Susan Sontang puntualiza que Bataille ha escrito una erótica de la agonía  basada en una obscenidad que triunfa sobre el dolor  y que prima las revelaciones de Thanatos sobre los goces de Eros. Es decir, en esta “dialéctica de la atrocidad” lo que de verdad importaría no es tanto el sexo, sino la muerte.

La noción de sacrificio supone para Bataille el más alto grado de dépense, de gasto vital, una forma ritualizada de destrucción en la que se viola una norma social a través de un exceso injustificable. En Historia del ojo se escenifican distintos momentos de sacrificio: en la plaza de toros de Madrid, el sacrificio solar de los caballos destripados y el del torero Granero, que muere con el ojo atravesado por las astas del toro; y en la iglesia de Sevilla, la violación y el sacrificio sacrílego del sacerdote realizado por los jóvenes con la complicidad del tutor-voyeur sir Edmond. El sacrificio se revela en este último caso como la transgresión de una sacralidad ficticia –la de la religión en aras de una noción de lo sagrado que está ligada al amor, la carne y el impulso irracional y orgiástico.

Portada de la revista Acéphale
Portada de la revista Acéphale

En 1936 Bataille concibió en la casa de su amigo Masson La conjura sagrada, un texto inaugural que fundaba una sociedad secreta y  que se convirtió en el manifiesto fundacional de la revista Acéphale. Su emblema será el hombre libre que “ha escapado de su cabeza, como el condenado escapa de la prisión”, el Dionisos medular de una “antropología mitológica” que intenta dar cuenta de la experiencia humana a partir de la insubordinación contra los sistemas de pensamiento racionalista.

Como el autor explica en el propio texto, la Historia del ojo fue engendrada “sobre dos obsesiones ya viejas y muy ligadas entre sí, la de los huevos y la de los ojos”, a la que se añaden ahora los testículos del toro, que Simone reclama como alimento y juguete sexual, y que son fuente de excitación frente al implacable ojo solar.

El ojo se configura así como zona erógena ante la que se despliegan las posibilidades de la discontinuidad del ser; por eso el sentimiento de caricia del ojo sobre la piel y la fascinación voyeurista de su mirada acéfala y cruel.

Bataille, Georges. Historia del ojo.Barcelona: Tusquets, "La sonrisa vertical". 1978. 143 p. 

jueves, 1 de diciembre de 2011

UNA LECCIÓN DE TERNURA

¡... Ni la tristeza ni la nostalgia matan!
J.M. de Vasconcelos


En estos últimos años se está potenciando en nuestro país la edición tanto de clásicos como de nuevas voces de la literatura en portugués. Libros del Asteroide, tras haber publicado a Telles Ribeiro, presenta ahora Mi planta de naranja lima, la obra más emblemática de José Mauro de Vasconcelos. Escrita en 1968, sigue siendo lectura formativa de referencia para cualquier brasileño, origen de numerosas adaptaciones cinematográficas y televisivas, y sin duda su novela más conocida, con traducciones en más de una treintena de lenguas.

Vasconcelos llevó una vida de personaje literario. Fue pescador, maestro, cuentista oral, entrenador de boxeo, modelo, actor, guionista, artista plástico… y en sus novelas volcó el inmenso caudal de sus experiencias para dar voz a los desposeídos (indios, braceros, garimpeiros) y rememorar distintas épocas de su biografía: ésta sobre su infancia en el barrio de Bangú forma parte de una tetralogía integrada por Doidao (1963), Las Confesiones de Fray Calabaza (1966) y Vamos a calentar el sol (1974).

La infancia de Zezé, el protagonista de Mi planta de naranja lima, es en buena parte la infancia del autor, una niñez de  pobreza y fantasía en un extrarradio de Río. Zezé es un niño de cinco años que quiere ser poeta pero por ahora se conforma con que no le peguen demasiado por sus travesuras constantes. Es un niño con una inmensa curiosidad: aprende a leer solo y acude constantemente a beber de la sabiduría enciclopédica de su tío Edmundo. Aprende que el pensamiento es ese mágico proceso que le permite “cantar sin estar cantando”, por lo que echa a volar al pajarito que él creía que le habitaba dentro para que pueda acompañar a otro niño más pequeño. Aprende a entender cosas que no deberían formar parte de la experiencia de alguien de su edad: la desesperación de un padre impotente para alimentar a su familia, el agotamiento de la madre ante las interminables jornadas en la fábrica, la tristeza de una Navidad sin regalos, la brutalidad que crece como una mala planta en los solares de la miseria. Aprende también el valor de la solidaridad, al comprobar que hay niños aún más pobres que él, y la importancia de la fantasía, un utensilio gratuito con el que reconstruir el mundo y sobrevivir a sus golpes. 

Mi planta de naranja lima. Imagen de cubierta

Zezé tiene pocas posesiones materiales: una caja de madera con la que sale a limpiar zapatos para ayudar en casa, las canicas y los cromos con los que trapichea. Pero posee una maravillosa colección de acompañantes: un arbolito de  naranja lima llamado Minguinho, confidente de todos sus secretos y montura fiel en sus cabalgadas aventureras, un avión que es un murciélago llamado Luciano, y en las visitas con su hermano pequeño al “zoológico” del gallinero, la admirable  “pantera negra”  que pasea con la  incuria de una gallina vieja. Tiene el amor protector de su hermana Glória, la entrega de una maestra conmovida por su generosidad, las canciones que le regala el señor Ariovaldo, y sobre todo, tiene al Portugués,  el dueño del mejor coche del barrio, al que el autor evoca entre las dedicatorias del libro por haberle entregado a los seis años el regalo primordial de la ternura.

Es tentador establecer conexiones con los universos de Dickens y Twain. Es el tema del crecimiento a través del dolor el que aquí se nos muestra, pero el tratamiento dado por Vasconcelos nos remite menos al cínico aprendizaje de la picaresca o a la maduración pragmática del huérfano de La mortaja de Delibes, que a la lírica evocación de Saramago en Las pequeñas memorias, al nostálgico autodesciframiento de Camus en El primer hombre o al humor conmovedor de  La vida ante sí, de Romain Gary.

Vasconcelos, José Mauro de. Mi planta de naranja lima.(1968).Barcelona:Libros del Asteroide, 2011. 208 p. Traducción de Carlos Manzano. 

lunes, 28 de noviembre de 2011

LEER POR AMOR

La lectura, resurrección de Lázaro, levantar la losa de las palabras
Georges Perros  


En Como una novela, el popular escritor y profesor Daniel Pennac nos proporciona algunas lúcidas claves sobre uno de los problemas de más largo debate en la escuela y la sociedad: la desmotivación para la lectura en niños y adolescentes. En sus palabras, no se trata tanto de un ensayo sobre el fenómeno lector como de una “tentativa de reconciliación con el libro”. El libro, ese objeto extraordinario que en la primera infancia desplegaba universos de libertad y fantasía, y que se ha convertido para muchos jóvenes en un acantilado de páginas indigestas contra el que se estrellan sus largas horas de incomprensión y aburrimiento. 

Pennac comienza con una reflexión de orden gramatical: “El verbo leer no soporta el imperativo”. En efecto, resulta tan absurdo conminar a alguien a leer como a soñar o a amar. Se lee porque se quiere, porque nos produce placer, porque es un acto de libertad gratuita, como lo es nuestra disposición al arte o al amor. Por ello este peculiar antimanual de lectura no establece un decálogo de deberes, sino de imprescriptibles derechos de los lectores, encabezados por el fundacional derecho a no leer.  La cuestión es si en la escuela y en la familia se invita, se persuade, se “da” a leer, o más bien se considera la lectura un aprendizaje obligatorio destinado a la asimilación de conocimientos tasados. 

Decimos: la culpa es de la competencia con la televisión, los videojuegos y los teléfonos móviles. O de una escuela mal dotada, con profesores desalentados y programas ineficaces. O de una familia que no lee y tiende a delegar sus responsabilidades y prerrogativas en las instituciones educativas. Puede que todos estos factores estén incidiendo en diversa medida en cada uno de esos adolescentes que consideran la lectura un auténtico azote, pero como recuerda Pennacreleyendo a Rousseau el mejor método para animar a leer es despertar en el niño el deseo de aprender, con el acento puesto en el deseo. 

Special librarian, wizard of reading. Agnes Boulloche
Special librarian, wizard of reading. Agnes Boulloche


Porque continúa Pennac más allá de las razones históricas y sociológicas, lo que se elude siempre en el análisis del fracaso lector es un acto de traición. No es posible dudar respecto a nuestra insaciable apetencia de ficciones: entre los relatos orales de chamanes, cuentistas y juglares y las modernas fábulas audiovisuales del cine y la televisión, el ser humano –desde siempre y desde la infancia– tiene hambre de historias. Casi todos podemos recordar ese momento mágico en que la unión trabajosa de varias letras se transmutó en la presencia insoslayable de nuestra madre, de nuestra casa o del sol; un descubrimiento equiparable para el autor al hallazgo alquímico de la piedra filosofal. Y cuando nos planteamos por qué esos niños ávidos de seguir los renglones del cuento nocturno se han convertido en muchachos que odian leer, escamoteamos el hecho de que hemos traicionado su natural amor por la lectura al convertirla en dura tarea sometida a un rendimiento reglamentado, imponiéndoles la  glosa, la exégesis y la memorización al  libre y personal descubrimiento; en resumen: matamos en ellos el placer de la lectura y nos extrañamos de que no quieran leer. Leer ¿para qué? ¿para rellenar una ficha que demuestre que cumplen las expectativas del sistema académico? Lo que Pennac propone es que comencemos a leerles Ana Karenina y dejemos que su natural curiosidad los mueva a buscar el libro en la biblioteca para saber cuanto antes qué llevó a la protagonista a arrojarse bajo las ruedas de aquel tren. Esto es, volver a las raíces de la oralidad y alentar el redescubrimiento del amor por la narración. 


Reading adventures.Norman Rockwell
Reading Adventures . Norman Rockwell
Puede parecer muy utópico este planteamiento si lo confrontamos con las exigencias de cumplimiento del “programa”. El Pennac profesor es muy consciente de la necesidad de enseñar a los clásicos, pero su propuesta es partir de la reconciliación con aquello que se lee, para llegar inadvertidamente a lo que hay que leer. Y confío en su experiencia pedagógica cuando dice que La princesa de Cléves se convirtió en el hit-parade de una clase de segundo grado encasillada a comienzo de curso en la categoría de  irreparables “no-lectores”. Con frecuencia estos “malos alumnos” y de eso sabe mucho el Pennac que pasó toda su escolaridad etiquetado de “cancre– no son más que chavales a los que se ha hecho creer que la lectura es un acto elitista para el que nunca estarán dotados. No hay que confundir la cultura con la experiencia lectora. Porque para una sociedad como la nuestra los competentes bachilleres, licenciados y catedráticos son necesarios, pero los buenos lectores son imprescindibles.

La lectura es entonces un acto de resistencia –en última instancia contra la muerte, un ejercicio de autoconstrucción y de encuentro con otros, pero ante todo y sobre todo una cuestión de preferencia –vale decir, de amor. Los que asumen con naturalidad el argumento de “no tener tiempo para leer”, deberían considerarlo tan inaceptable como el de “no tener tiempo para enamorarse”. Aprendemos a elegir a nuestros amigos y nuestros libros, amándolos

Vale la pena entonces replantearse la figura del educador en el ámbito de ese particular “celestinaje”, como el facilitador de la enorme potencia seductora de la literatura. O en términos de Pennac, cambiar la estrategia del imperativo por la del gerundio.   

Pennac, Daniel. Como una novela (1992). Barcelona: Anagrama, 2009. 172 p. Traducción de Joaquín Jordà.