Hace
muchos, pero no tantos años… viajaban en un coche cuatro mujeres:
una directora, una subdirectora, una jefa de estudios y una
secretaria. Iban a una reunión a la Dirección de Educación de una
provincia española. Y de pronto se oye una voz preocupada que
pregunta:
-“Pero,
¿será legal que seamos todas mujeres?”
Corrían
los primeros años 80 en una España en transición. Las mujeres,
incluso las más formadas, aún no se podían creer que tuvieran
derecho a ejercer cargos públicos.
La
sociedad patriarcal tampoco estaba dispuesta a ponérselo fácil.
Cuando
Soledad Becerril fue nombrada ministra de Cultura en el Gobierno de
la UCD corrieron ríos de tinta sobre la pertinencia de utilizar el
femenino para tan alto cargo público. “Suena raro”, pontificaban
los santones del periodismo desde tertulias y columnas. Y tanto, su
único referente se perdía en el pasado casi remoto de una España
democrática: Federica Montseny había sido, durante la IIª
República, la primera ministra española.
Con
Franco y el brazo ideológico de Pilar Primo de Rivera la mujer
volvió al gineceo, al hogar dulce hogar y, como mucho, a las
revistas femeninas desde las que se forjaba el nuevo modelo de mujer.
Pero
estamos ya arrumbando la segunda década del siglo XXI.
¿Qué
ha pasado en todo este tiempo aparte de que el color, la
privatización y la era digital llegara a las televisiones y de que
los periódicos impresos se lean por Internet?
La
visibilización de las mujeres en los medios de comunicación en la
actualidad no tiene parangón. Y esta afirmación que, dicha así,
suena a canto de sirenas, puede cotejarse estadísticamente. Estoy
hablando, claro, de la cantidad de mujeres que aparecen en las
noticias o de la cantidad de veces en las que las mujeres son
protagonistas de la información.
En
los años 80 sólo una de cada diez noticias con nombre y apellidos
eran protagonizadas por mujeres o estaban salpicadas por algún
rostro femenino (muchas veces sin nombre). En los 90, por cada siete
hombres que aparecían en una noticia se contaba una mujer y en el
2004 el 18% de las noticias que aparecen en los telediarios tienen
presencia femenina.
Pero
más allá de las cifras, que son imprecisas y parciales quiero
detenerme en la forma en que las mujeres aparecen en los medios de
comunicación generalistas y particularmente en la prensa escrita.
Las
mujeres todavía incomodan en los espacios a los que los medios de
comunicación prestan más atención y dan más importancia: la
política. Los Consejos de Ministros (y Ministras) paritarios de los
dos mandatos de Zapatero y la Ley de Igualdad han marcado un antes y
un después en la visibilización de las mujeres y en la
naturalización de su imagen en los espacios de poder, no sin gran
alboroto de los poderosos corifeos machistas
Recordemos
la polémica del posado de las ministras del primer Gobierno Zapatero
en la revista Vogue. El titular del reportaje lo decía todo: “Las
mujeres de Zapatero”. Estaba claro el papel de subordinadas y de
mujeres llamadas al poder por el jefe. Además de ser juzgadas por su
aspecto físico, en repetidas ocasiones se puso en entredicho su
valía para el cargo. Se daba a entender que estaban en la cúpula
del poder por ser mujeres y no por sus méritos profesionales,
políticos, etc.
Las
mujeres han ido copando espacios públicos en los últimos siete años
de manera notoria. Y esto se ha reflejado en una mayor presencia en
los medios de comunicación de mujeres referentes en la política, en
la economía y la empresa, en el cine, en la literatura, en la
investigación y la medicina, e incluso como actoras de la
información, periodistas, presentadoras, realizadoras, etc.
Evidentemente
si en Alemania, el país que hoy dirige el proyecto europeo, manda
una mujer, la canciller Angela Merkel, va a tener un protagonismo
mediático de primer orden. Y Zapatero sabe que hacerse una foto a su
lado es un aval en los aciagos tiempos de la crisis: “España ha
hecho los deberes y va por buen camino”, afirmó la política
germana en su reciente visita a España.
Periódicos
tan importantes como El País o El Mundo dedican casi a diario su
última página a una entrevista o un perfil de una mujer, aunque el
tratamiento va desde la neutralidad y la naturalización de la
presencia femenina en la vida cotidiana al socorrido y abundante
estereotipo de la mujer como objeto sexual. Y como gancho mediático.
El
caso de Sara Carbonero, la reportera estrella del Mundial de Fútbol
en Suráfrica, es emblemático. Nadie duda de la valía profesional
de la periodista deportiva de Tele 5, pero la cosa apuntaba a
polémica desde antes del primer gol. La cadena de televisión
presentó al equipo periodístico que iba a cubrir el Mundial con una
imagen subliminal: cuatro hombres uniformados con camiseta blanca
bien abotonada hasta el cuello y una mujer, joven y guapa, con camisa
blanca y sugerente abertura a la altura del pecho.
El
remate del Mundial se convirtió en un final de cuento: la reportera
se hizo famosa como novia del portero de la selección española, la
triunfadora… Y colorín, colorado… este cuento continúa.
La
irrupción de las mujeres en la agenda mediática es muy desigual.
Empoderamiento femenino y estereotipo sexista y machista mantienen un
pulso permanente. Las mujeres siguen protagonizando abundantes
noticias como víctimas de violencia machista, un ámbito en el que
la información ha mejorado sustancialmente, pero en el que queda
mucho por andar para un tratamiento adecuado de esta lacra social. Se
normaliza la presencia de mujeres profesionales que destacan con
muchos méritos u originalidad en su trabajo. Y se mantiene el papel
de subordinadas y damas del poder enfocando sobremanera a las
“primeras damas”. ¿Quién sabe? Hillary Clinton pasó de primera
dama a contrincante de Obama y ahora es su secretaria de Estado.
Y
algo importante que ha ocurrido en este tiempo es que la desigualdad
y la igualdad han entrado en la agenda mediática, aunque sea en las
páginas de Salud y Sociedad. “Más mujeres investigadoras, pero
sin igualdad. A pesar del incremento de licenciadas el número de
profesoras es inferior. Barreras institucionales o salarios más
bajos que los de sus compañeros impiden su ascenso”, titulaba El
Mundo en su edición digital del 8 de febrero de 2011.
Hay
algo que no tiene marcha atrás, aunque haya sido desalentador el
giro machista que se camufla tras la crisis económica y que tan
emblemáticamente se reflejó en el cambio de Gobierno de Zapatero al
prescindir de María Teresa Fernández de la Vega como vicepresidenta
primera. A la primera vicepresidenta española se la despidió con
este titular: “Mª Teresa Fernández de la Vega, “lucecita” de
La Moncloa”.
Lo
de “lucecita” iba por su gran capacidad de trabajo, por su
desvelo. Pero eso había que leerlo en el cuerpo de la noticia. Lo
que saltaba a la vista era un diminutivo que menguaba a una gran
mujer.
Por
cierto, una de las mujeres que iba en el coche, en aquellos primeros
ochenta, llegó a secretaria de Estado.
Ana
Gaitero Alonso.
Periodista.
Experta en Género y Comunicación.
10-2-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario