lunes, 1 de julio de 2019

De “las mujeres de Zapatero” a la “lucecita” de La Moncloa


Hace muchos, pero no tantos años… viajaban en un coche cuatro mujeres: una directora, una subdirectora, una jefa de estudios y una secretaria. Iban a una reunión a la Dirección de Educación de una provincia española. Y de pronto se oye una voz preocupada que pregunta:

-“Pero, ¿será legal que seamos todas mujeres?”

Corrían los primeros años 80 en una España en transición. Las mujeres, incluso las más formadas, aún no se podían creer que tuvieran derecho a ejercer cargos públicos.

La sociedad patriarcal tampoco estaba dispuesta a ponérselo fácil.

Cuando Soledad Becerril fue nombrada ministra de Cultura en el Gobierno de la UCD corrieron ríos de tinta sobre la pertinencia de utilizar el femenino para tan alto cargo público. “Suena raro”, pontificaban los santones del periodismo desde tertulias y columnas. Y tanto, su único referente se perdía en el pasado casi remoto de una España democrática: Federica Montseny había sido, durante la IIª República, la primera ministra española.

Con Franco y el brazo ideológico de Pilar Primo de Rivera la mujer volvió al gineceo, al hogar dulce hogar y, como mucho, a las revistas femeninas desde las que se forjaba el nuevo modelo de mujer.

Pero estamos ya arrumbando la segunda década del siglo XXI.

¿Qué ha pasado en todo este tiempo aparte de que el color, la privatización y la era digital llegara a las televisiones y de que los periódicos impresos se lean por Internet?

La visibilización de las mujeres en los medios de comunicación en la actualidad no tiene parangón. Y esta afirmación que, dicha así, suena a canto de sirenas, puede cotejarse estadísticamente. Estoy hablando, claro, de la cantidad de mujeres que aparecen en las noticias o de la cantidad de veces en las que las mujeres son protagonistas de la información.

En los años 80 sólo una de cada diez noticias con nombre y apellidos eran protagonizadas por mujeres o estaban salpicadas por algún rostro femenino (muchas veces sin nombre). En los 90, por cada siete hombres que aparecían en una noticia se contaba una mujer y en el 2004 el 18% de las noticias que aparecen en los telediarios tienen presencia femenina.

Pero más allá de las cifras, que son imprecisas y parciales quiero detenerme en la forma en que las mujeres aparecen en los medios de comunicación generalistas y particularmente en la prensa escrita.

Las mujeres todavía incomodan en los espacios a los que los medios de comunicación prestan más atención y dan más importancia: la política. Los Consejos de Ministros (y Ministras) paritarios de los dos mandatos de Zapatero y la Ley de Igualdad han marcado un antes y un después en la visibilización de las mujeres y en la naturalización de su imagen en los espacios de poder, no sin gran alboroto de los poderosos corifeos machistas

Recordemos la polémica del posado de las ministras del primer Gobierno Zapatero en la revista Vogue. El titular del reportaje lo decía todo: “Las mujeres de Zapatero”. Estaba claro el papel de subordinadas y de mujeres llamadas al poder por el jefe. Además de ser juzgadas por su aspecto físico, en repetidas ocasiones se puso en entredicho su valía para el cargo. Se daba a entender que estaban en la cúpula del poder por ser mujeres y no por sus méritos profesionales, políticos, etc.

Las mujeres han ido copando espacios públicos en los últimos siete años de manera notoria. Y esto se ha reflejado en una mayor presencia en los medios de comunicación de mujeres referentes en la política, en la economía y la empresa, en el cine, en la literatura, en la investigación y la medicina, e incluso como actoras de la información, periodistas, presentadoras, realizadoras, etc.

Evidentemente si en Alemania, el país que hoy dirige el proyecto europeo, manda una mujer, la canciller Angela Merkel, va a tener un protagonismo mediático de primer orden. Y Zapatero sabe que hacerse una foto a su lado es un aval en los aciagos tiempos de la crisis: “España ha hecho los deberes y va por buen camino”, afirmó la política germana en su reciente visita a España.

Periódicos tan importantes como El País o El Mundo dedican casi a diario su última página a una entrevista o un perfil de una mujer, aunque el tratamiento va desde la neutralidad y la naturalización de la presencia femenina en la vida cotidiana al socorrido y abundante estereotipo de la mujer como objeto sexual. Y como gancho mediático.

El caso de Sara Carbonero, la reportera estrella del Mundial de Fútbol en Suráfrica, es emblemático. Nadie duda de la valía profesional de la periodista deportiva de Tele 5, pero la cosa apuntaba a polémica desde antes del primer gol. La cadena de televisión presentó al equipo periodístico que iba a cubrir el Mundial con una imagen subliminal: cuatro hombres uniformados con camiseta blanca bien abotonada hasta el cuello y una mujer, joven y guapa, con camisa blanca y sugerente abertura a la altura del pecho.

El remate del Mundial se convirtió en un final de cuento: la reportera se hizo famosa como novia del portero de la selección española, la triunfadora… Y colorín, colorado… este cuento continúa.

La irrupción de las mujeres en la agenda mediática es muy desigual. Empoderamiento femenino y estereotipo sexista y machista mantienen un pulso permanente. Las mujeres siguen protagonizando abundantes noticias como víctimas de violencia machista, un ámbito en el que la información ha mejorado sustancialmente, pero en el que queda mucho por andar para un tratamiento adecuado de esta lacra social. Se normaliza la presencia de mujeres profesionales que destacan con muchos méritos u originalidad en su trabajo. Y se mantiene el papel de subordinadas y damas del poder enfocando sobremanera a las “primeras damas”. ¿Quién sabe? Hillary Clinton pasó de primera dama a contrincante de Obama y ahora es su secretaria de Estado.

Y algo importante que ha ocurrido en este tiempo es que la desigualdad y la igualdad han entrado en la agenda mediática, aunque sea en las páginas de Salud y Sociedad. “Más mujeres investigadoras, pero sin igualdad. A pesar del incremento de licenciadas el número de profesoras es inferior. Barreras institucionales o salarios más bajos que los de sus compañeros impiden su ascenso”, titulaba El Mundo en su edición digital del 8 de febrero de 2011.

Hay algo que no tiene marcha atrás, aunque haya sido desalentador el giro machista que se camufla tras la crisis económica y que tan emblemáticamente se reflejó en el cambio de Gobierno de Zapatero al prescindir de María Teresa Fernández de la Vega como vicepresidenta primera. A la primera vicepresidenta española se la despidió con este titular: “Mª Teresa Fernández de la Vega, “lucecita” de La Moncloa”.

Lo de “lucecita” iba por su gran capacidad de trabajo, por su desvelo. Pero eso había que leerlo en el cuerpo de la noticia. Lo que saltaba a la vista era un diminutivo que menguaba a una gran mujer.

Por cierto, una de las mujeres que iba en el coche, en aquellos primeros ochenta, llegó a secretaria de Estado.



Ana Gaitero Alonso.
Periodista. Experta en Género y Comunicación.

10-2-2011







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