- ¿Qué tal mil euros?
El tuerto le miraba con cierta condescendencia y él contó, mentalmente,
las cosas que podría comprar con ese dinero. No sabía a qué ojo de su
interlocutor mirar y eso le confundía soberanamente. Leche, huevos, carne y
alguna verdura. Podría dar de comer a mi familia durante unos meses y, quien
sabe, quizá cuando me recupere pueda encontrar un trabajo. Seguro que había
alguien dispuesto a cobrar su ayuda por incapacidad.
-
De acuerdo. – Contestó.
Desde que habían
hecho el primer trasplante de ojo, habían sido muchos los ciegos que habían
buscado un ojo sano con el que poder descubrir los colores del mundo. Pero
aquel tipo no quería ser rey, sino emperador.
Ahora por fin sabía qué costaba un ojo de la cara.
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