Asfixiado por la severa recesión sexual que atraviesa, el economista decide implantar una abrupta bajada de los tipos de interés. La medida, sin lugar a dudas, reactivará su vida amatoria. Aunque el peligro de un recalentamiento se cierne, poniendo en crisis la sustentabilidad del recurso: el economista intuye el nacimiento de una burbuja que, al estallar, enchastrará su día a día, hundiéndolo en una gravísima depresión. Sin embargo, reactivar su vida sexual se presenta como prioritario, y prefiere evitar las especulaciones a mediano plazo. Ya habrá tiempo para llevar adelante los ajustes que correspondan cuando el escenario se vuelva insostenible.
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2984
.....Hace siglos –como podemos leer en los libros–, la literatura era trabajo de artesanos y, a veces, de eruditos. Ahora se volvió una labor de empecinados con buena fortuna.
.....Desde que cada texto es pasado por la máquina, la originalidad es el único valor indiscutible. Se ha escrito tanto, que sólo la máquina puede encontrar plagios. Nosotros escribimos obsesionados en gambetear repeticiones, y descubrir huecos se vuelve cada vez más complicado.
.....No falta quien afirma que todo ha sido escrito. El devenir del lenguaje es lento y deberíamos apurarlo, proponen los partidarios del progreso; deberíamos inventar alfabetos y conceptos para escapar del encierro. Pero cada tanto la máquina certifica alguna novedad, y eso nos renueva los ánimos. Nosotros seguimos desparramando palabras, a veces forzando errores o incoherencias, como si de esa manera pudiéramos burlarla.
.....Pero los críticos han trabajado duro, y la máquina ya no sólo detecta copias literales, sino también similitudes o influencias desmedidas.
.....Es paradójico: hasta ahora, nadie se había atrevido a escribir sobre la máquina. Eso, pensaría el autor inocente, asegura una veta fértil. Sin embargo, esta tarde, el informe que dio sobre este texto resultó lapidario: ya había sido escrito, en algún barrio rioplatense, hace más de mil años.
El relojero manco
El escritor mina el microrrelato con alguna poesía chiquita y por ahí sutil. En la tertulia, lee su texto y espera. Pero la poesía no estalla.
La narración es un mecanismo de relojería, dice siempre que encuentra la oportunidad. Y esa noche piensa que deberá ajustar algún tornillo.
Por la madrugada, un estruendo revienta en su estudio. El narrador –ahora manco– se ha vuelto poeta.
Un silencio largo y sostenido
Mientras él termina de levantar la mesa, ella prepara café. Él mira su pelo atado bien tirante y un mechón que se le escapa sobre la cara y no siente nada. Mira también la gotita de sudor que le baja desde la sien y la forma en que se la seca con la manga de la camiseta, pero no siente nada.
Hace días –tantos días– que no siente nada.
Es algo en lo que prefiere no pensar. Aunque a veces, aún sin quererlo, lo hace. Entonces debe reconocer que no siente nada. Se pregunta si alguna vez la quiso. Cree que sí. De hecho, está bastante seguro. Se pregunta cuándo la dejó de querer.
Eso es más difícil, porque tampoco diría que la haya dejado de querer.
Simplemente, cuando la ve, no siente nada.
Él pasa un trapo a la mesa y ella sirve el café. Se sientan frente a frente, se miran en silencio. Un silencio largo y sostenido. A él le gustan sus ojos rasgados y sus labios gruesos. Le gustan un poco menos sus cejas despobladas, pero también le gustan. Toma un sorbo de café. Está bueno: cortado con un chorrito de leche fría, como él lo prefiere.
Pero no siente nada.
Ella lo invita al cine. Podemos dejar a los chicos en casa de mamá, dice. Vamos al cine y después a cenar algo, por ahí al italiano de la vuelta o a la parrillita de San Juan.
Y él responde que le parece bien.
El milagro de la muerte
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Ver morir a mis hermanos dolió, pero enterrar a mis hijos y nietos resultó inverosímil. Al final me acostumbré a ser un bicho anacrónico; aunque trescientos años de inmortalidad pesan como una lápida. La gente envidia mi salud, mi pasado, mi futuro inobjetable. Yo le envidio el apuro de su día a día, esa sentencia con la que casi todos nacen. O así era antes, cuando no intuía que mi destino repite el de tantos: que vaya a saber cuándo, yo también he muerto. O que la única muerte es la de los otros.
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Tiempo
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¿Por qué el tiempo es tan injusto? Cada jornada de trabajo parece una condena, una cena con amigos se me escurre entre los dedos. Me hartó la fugacidad de los fines de semana en la playa y el lento, agobiante transcurrir de las colas en el supermercado.
Conseguir la escopeta, apuntar a mi cara y gatillar con el dedo del pie no fue difícil. El estruendo resultó menos espectacular que en las películas. Pero los perdigones, avanzando cada vez más despacio hacia mi rostro, me desesperan.
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Negaciación
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(O, como decía mi abuela, dos no discuten si uno no quiere).
–En nuestra calidad de representantes sindicales hemos convocado a esta mesa de diálogo para reclamar un incremento salarial. Dado el aumento que la canasta básica ha acumulado durante el último año, que ha llevado a los empleados de la empresa a situarse por debajo de la línea de indigencia, consideramos imprescindible articular un acuerdo marco para recomponer el ingreso de los compañeros de manera que su trabajo les garantice satisfacer al menos sus necesidades básicas.
–Pues no estamos de acuerdo.
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El accidente
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A Dios se le cayó un milagro. Y en aquel pueblo devoto llovió mierda y se evaporó una iglesia. Son cosas que le pueden pasar a cualquier dios, piensa Dios. Pero en aquel pueblo devoto, los fieles se resisten a asociar la lluvia de mierda o la iglesia evaporada con un accidente divino. Ni siquiera con alguna posible ira de Dios. Lo de la iglesia vaya y pase, pero lo de la mierda… Barrer el mundo con una tormenta fulminante o cargarse alguna que otra ciudad por su vida disipada es una cosa, sin embargo ¿cómo puede un hombre educado en la Palabra interpretar lo de la mierda? .
Desde que se produjo el desconcertante fenómeno, en aquel pueblo ha aparecido un puñado de mentes racionales dispuestas a explicarlo. Los creyentes confían en que pronto les confirmarán que Dios no ha tenido nada que ver en el incidente; ellos demandan una respuesta relacionada con el calentamiento global o la corriente de El Niño.
Por ahora, ante la duda, atraviesan una crisis de fe.
Desde que se produjo el desconcertante fenómeno, en aquel pueblo ha aparecido un puñado de mentes racionales dispuestas a explicarlo. Los creyentes confían en que pronto les confirmarán que Dios no ha tenido nada que ver en el incidente; ellos demandan una respuesta relacionada con el calentamiento global o la corriente de El Niño.
Por ahora, ante la duda, atraviesan una crisis de fe.
Bronca
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Su destino de asfalto gris se le acercaba irremediable. Hasta hacía tan poco deseaba que el suelo pusiera fin a sus penas, pero ahora, justo a la altura del quinto piso, se le dio por evocar el sol púrpura de los amaneceres frente al mar, el sabor del café con leche en las mañanas de invierno y el de la cerveza helada en los atardeceres tórridos de enero. A la altura del segundo piso se le aparecieron primero las piernas de su vecina y después –un poquito más atrás, pero también vigorosa– la risa de su sobrino. Entonces fijó, de nuevo, su atención en el asfalto, que lo embestía orgulloso y firme. Y se quiso morir.
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Intrusos
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Esa tarde sintió algo extraño al verla. Como si no fuera ella. Sin embargo se movía por la casa con tanta naturalidad, lo miraba con una ternura que a él le parecía tan difícil impostar, que optó por el silencio. La vigilaría de cerca, le haría creer que lo había engañado. Simularía una convivencia sin sospecha.
Han pasado ya tantos años desde aquella tarde. Ahora él sabe que no es su esposa. Hay detalles que a un hombre despierto no lo toman desprevenido: la tos seca a la mañana temprano, las cosquillas en el costado izquierdo –un poquito abajo del pecho–, la pasión por el chocolate amargo. Y la forma de mirar: con esa complicidad lejana, como si a ella también le hubieran cambiado el marido, como si pudiera entenderlo, como si le doliera esa distancia leve aunque infranqueable que desde hace años los separa.
En el fondo, él siente pena por ella. Le atormenta creer que ha irrumpido en su vida para ocupar el lugar de otro. Hace años que, a causa de esta sensación, le cuesta conciliar el sueño.
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Talentos
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En una oficina de la cuarta planta del Pentágono, un burócrata doctorado en filosofía de la historia recibe un memorando: debe proponer estrategias para que el imperio mantenga el dominio global. Aceptó el puesto porque representaba un salario seguro, y nunca recibe más de uno o dos encargos al año. Suele dedicarle poco esfuerzo a sus informes: él no comulga con la ideología imperialista, apenas si está ahí a cambio de un sueldo que le permita avanzar en sus proyectos. Dedica tardes completas a su ensayo sobre las formas de dominación en el siglo XXI; también a devorar lecturas pendientes.
Ahora, mientras suspira resignado, busca entre sus libros aquel artículo que un filósofo francés escribió hace ya treinta años, en el que vaticinaba el modo en que el imperio dominaría el mundo en el próximo siglo.
–Al fin y al cabo –piensa el burócrata–, yo no pondré mi talento al servicio de estos cerdos.
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En una oficina de la cuarta planta del Pentágono, un burócrata doctorado en filosofía de la historia recibe un memorando: debe proponer estrategias para que el imperio mantenga el dominio global. Aceptó el puesto porque representaba un salario seguro, y nunca recibe más de uno o dos encargos al año. Suele dedicarle poco esfuerzo a sus informes: él no comulga con la ideología imperialista, apenas si está ahí a cambio de un sueldo que le permita avanzar en sus proyectos. Dedica tardes completas a su ensayo sobre las formas de dominación en el siglo XXI; también a devorar lecturas pendientes.
Ahora, mientras suspira resignado, busca entre sus libros aquel artículo que un filósofo francés escribió hace ya treinta años, en el que vaticinaba el modo en que el imperio dominaría el mundo en el próximo siglo.
–Al fin y al cabo –piensa el burócrata–, yo no pondré mi talento al servicio de estos cerdos.
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Descargo del Diablo
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–Me culpan porque es lo más fácil. Nunca entendieron nada. Ando por ahí tentando a los hombres, sí: pero para darles la posibilidad de que reafirmen sus convicciones, con el íntimo deseo de que me digan “no”. Los tiento bien, claro, porque es mi trabajo y lo cumplo con esmero. Pero cada vez que alguien se tuerce, en la intimidad, lloro. Y Él, que los soñó débiles y hasta miserables, quejándose de que son débiles y hasta miserables. Quejándose de que no se esfuerzan por ser lo que no son.
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Los dos lados
.Habitaba un duermevela mientras las cosquillas dibujaban firuletes sobre mi vientre. Pensé en abrir los ojos para reconocerla cercana y pícara, pero el otro lado me amarraba. Sin resistencia me zambullí en ese mundo donde ella era todavía más ella, porque también era otras. Las cosquillas, allá, las causaba una pluma de tonos pastel y después una mosca insidiosa, y yo cruzaba una puerta para que la mosca se volviese lluvia finita y fría que adelgazaba hasta hacerse lluvia de una sola gota cayendo sobre mi vientre, cansándolo, hiriéndolo: la insinuación de una tortura que provocaba angustia, primero una angustia sonsa, casi como si no lo fuera, y otra vez ella, la de siempre, pero distinta: una temible, terrible, y ese garabato de pronto frío proponía en mi vientre el horror de un filo, y repicaba su risa cruel, y entonces sentí la puntada –el tajo– y el chorro caliente brotando de mí, y en esa desesperación de los malos sueños abrí los ojos y la vi, a ella –fresca, real–, aferrada con sus dos manos al cuchillo: tiraba de él con desesperación, con espanto, como si quitándolo borrara la tragedia gestada en aquel sueño, como si no fuera tarde para improvisar rescates.
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Cross a la mandíbula
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Durante el día, en un laboratorio de Lanús, busca el elíxir de las medias eternas. Algunos vecinos lo creen extraviado: él baja la cabeza y acepta el desprecio. Pero no bien cae la penumbra, se pone las calzas rojas con la zunga por encima, la musculosa y la capa haciendo juego y, en orgullosa soledad, escribe un libro tras otro. Uno tras otro.
Mientras tanto, en el Salón del Mal, los eunucos bufan.
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Durante el día, en un laboratorio de Lanús, busca el elíxir de las medias eternas. Algunos vecinos lo creen extraviado: él baja la cabeza y acepta el desprecio. Pero no bien cae la penumbra, se pone las calzas rojas con la zunga por encima, la musculosa y la capa haciendo juego y, en orgullosa soledad, escribe un libro tras otro. Uno tras otro.
Mientras tanto, en el Salón del Mal, los eunucos bufan.
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Inmortales provisorios
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Orgullosos, viriles, dignos, miran a los muertos con desdén y, en ocasiones, con disimulada rabia. Ancianos pero rebosantes de alegría, abrazan la contundencia de las estadísticas, la irrevocabilidad de los precedentes. Imbatibles, todavía victoriosos –tal vez heroicos–, mantienen en alto el estandarte de su organización: la cofradía de los hombres que no se han muerto nunca.
Orgullosos, viriles, dignos, miran a los muertos con desdén y, en ocasiones, con disimulada rabia. Ancianos pero rebosantes de alegría, abrazan la contundencia de las estadísticas, la irrevocabilidad de los precedentes. Imbatibles, todavía victoriosos –tal vez heroicos–, mantienen en alto el estandarte de su organización: la cofradía de los hombres que no se han muerto nunca.
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Charla entre un banquero poderoso y un militante antisistema
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Se miran casi de refilón, desde ese sutil límite que separa el recelo del desdén.
Se miden sin medirse.
Se intuyen; se huelen.
Se sospechan.
Afuera, una lluvia lenta desgasta paciente el asfalto.
Adentro: carraspeos, expectativas, miedos.
Dedos repiquetean sobre una mesa.
Una mosca zumba en algún oído.
Toses; murmullos.
Hasta que uno dice:
–La libertad no es gratis.
Al otro se le quiebra el labio, le tiemblan ligeramente las piernas, una gota –sólo una gota– de sudor surca su mejilla.
Traga saliva.
Mira al adversario.
Y responde:
–Estoy de acuerdo.
Se miran casi de refilón, desde ese sutil límite que separa el recelo del desdén.
Se miden sin medirse.
Se intuyen; se huelen.
Se sospechan.
Afuera, una lluvia lenta desgasta paciente el asfalto.
Adentro: carraspeos, expectativas, miedos.
Dedos repiquetean sobre una mesa.
Una mosca zumba en algún oído.
Toses; murmullos.
Hasta que uno dice:
–La libertad no es gratis.
Al otro se le quiebra el labio, le tiemblan ligeramente las piernas, una gota –sólo una gota– de sudor surca su mejilla.
Traga saliva.
Mira al adversario.
Y responde:
–Estoy de acuerdo.
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Monstruosidades
.Cuando descubrió que se había enamorado de un monstruo horrendo disfrazado de la persona más linda del mundo, huyó robándole el disfraz. Al fin y al cabo, pensó, se había enamorado de la mentira más que del enunciador de esa mentira. Los años siguientes los pasó probando el disfraz en mujeres bellas y solas, en casadas y tristes, en jóvenes y felices, en ancianas amargadas y en quinceañeras cachondas, en señoritas desgarbadas hasta el escándalo y en señoronas exageradamente pulposas; en fiesteras, en petisas, en rubias, en gordas y en morenas. Tampoco se privó de probarlo en varios tipos de sexualidad flexible y en algún que otro maricón declarado. Lo probó en una travesti, en dos ovejas, en un murciano y en un marciano. Pero no había caso: nadie sabía llevar el disfraz como aquel monstruo horrendo.
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Brainstorming de ministros de un régimen cualquiera
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–Si no tomamos alguna medida, esos hijos de puta van a terminar con este modelo que tanto nos costó implementar…
–¡Reprimamos!
–No sé, está muy visto.
–¡Declaremos una guerra!
–No, eso es carísimo.
–Un mundial, tendríamos que organizar un mundial.
–No tenemos suficiente tiempo.
–¿Y sí proponemos una transición?
–…una transición…
–Transición… claro...
–…sí…eso…transición…
–¿Una transición…? ¡Rápido y barato! ¡Genial, llamen a conferencia de prensa!
–Si no tomamos alguna medida, esos hijos de puta van a terminar con este modelo que tanto nos costó implementar…
–¡Reprimamos!
–No sé, está muy visto.
–¡Declaremos una guerra!
–No, eso es carísimo.
–Un mundial, tendríamos que organizar un mundial.
–No tenemos suficiente tiempo.
–¿Y sí proponemos una transición?
–…una transición…
–Transición… claro...
–…sí…eso…transición…
–¿Una transición…? ¡Rápido y barato! ¡Genial, llamen a conferencia de prensa!
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El último alquimista
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Aunque es joven, el alquimista sufre por la finitud de su vida: los fracasos de sus maestros y las certezas de sus contemporáneos lo convencieron de que el elíxir de la vida eterna es un sueño imposible. La frustración lo asfixia. Vivir para morir, se dice mientras sorbe el primer traguito de cicuta, no tiene ningún sentido.
Aunque es joven, el alquimista sufre por la finitud de su vida: los fracasos de sus maestros y las certezas de sus contemporáneos lo convencieron de que el elíxir de la vida eterna es un sueño imposible. La frustración lo asfixia. Vivir para morir, se dice mientras sorbe el primer traguito de cicuta, no tiene ningún sentido.
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Libertades
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El portón del hospital permanece abierto apenas un instante, el suficiente para que entre el coche del director. Y el loco aprovecha y mira. Mira el mundo, sus calles asfaltadas, sus edificios tan rectos. Mira los postes de luz, los tachos de basura y las antenas de televisión. Mira a los chicos que salen de la escuela y a los oficinistas en sus pausas para almorzar y a madres apuradas y a un kiosquero y a dos policías y a varias maestras jóvenes, casi todas lindas o por lo menos tetonas. El loco siente tanto mundo metiéndosele a chorros por las pupilas, casi como si le doliera. Cuando el portón se cierra, le desconcierta una pena corrosiva. Y mientras la pena muta, poco a poco, en lástima, el loco piensa: “Pobre gente, encerrada ahí afuera”.
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El portón del hospital permanece abierto apenas un instante, el suficiente para que entre el coche del director. Y el loco aprovecha y mira. Mira el mundo, sus calles asfaltadas, sus edificios tan rectos. Mira los postes de luz, los tachos de basura y las antenas de televisión. Mira a los chicos que salen de la escuela y a los oficinistas en sus pausas para almorzar y a madres apuradas y a un kiosquero y a dos policías y a varias maestras jóvenes, casi todas lindas o por lo menos tetonas. El loco siente tanto mundo metiéndosele a chorros por las pupilas, casi como si le doliera. Cuando el portón se cierra, le desconcierta una pena corrosiva. Y mientras la pena muta, poco a poco, en lástima, el loco piensa: “Pobre gente, encerrada ahí afuera”.
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