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"El éxito es conseguir lo que se desee. La felicidad es apreciar lo que ya se ha conseguido"
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viernes, 9 de octubre de 2009

El Elefante Encadenado

Hoy os dejo un cuento. 

Quizás muchos ya lo habréis leído pero como deja un bonito e importante mensaje, ahí lo dejo para quien quiera leerlo.

 

 

 

 

El Elefante Encadenado

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba eran los animales. Me llamaba poderosamente la atención, el elefante. Después de su actuación, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir. ¿Qué lo mantiene? ¿Porqué no huye?

Cuando era chico, pregunté a los grandes. Algunos de ellos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces, la pregunta obvia.. .

- Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?

- No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Hace algunos años descubrí que alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta. El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. En aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca, era ciertamente, muy fuerte para él.

Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a intentar, y también el otro, y el que seguía.. Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque CREE QUE NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor, es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente si podía. Jamás.... jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez.

Y tu, tienes algo de elefante? Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de cosas "no podemos" simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos en nuestro recuerdo: No puedo... No puedo y nunca podré. Muchos de nosotros crecimos portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar. La única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento TODO TU CORAZÓN.

Extraído de "Recuentos para Damián" de Jorge Bucay

 

¿Qué os pareció? 

 

Besos y feliz fin de semana

jueves, 18 de septiembre de 2008

COMO EL LÁPIZ ...

 
  El niñito miraba al abuelo escribir una carta.  En un momento dado, le pregunto:
  -    ¿Abuelo, estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí?
   El abuelo dejó de escribir, sonrió y le dijo al nieto:

  -    Estoy escribiendo sobre ti, es cierto.  Sin embargo, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando.  Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.
  
  El nieto miró el lápiz intrigado, y no vio nada de especial en él, y preguntó:
  -    ¿Qué tiene de particular ese lápiz?
  El abuelo le respondió:

  -    Todo depende del modo en que mires las cosas.  Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.
 
   Primera cualidad:
  Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos.   Esta mano la llamamos Dios, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad.

   Segunda cualidad:
  De vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas.
  Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final, estará más afilado.  Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona.

   Tercera cualidad:
  El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal.  Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.

  Cuarta cualidad:
  Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro.  Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior.

  Quinta cualidad:
  Siempre deja una marca.  De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos.  Por eso intenta ser consciente de cada acción.


  Paulo Coelho



lunes, 28 de abril de 2008

Amar sin medida

Hoy tengo que pensar muy bien que titulo le voy a poner a post, es complicado.  Ni siquiera tengo hoy un tema en concreto para hacer el post, hoy tengo un día tonto, bueno mi amigo dice que "un día tonto, no", que solo estoy mas sensible,  y es verdad por muchas razones. 

Mi amigo es digamos mi pañuelo para las lágrimas y yo el suyo, compartimos cosas que no saben los demás, solo nosotros, él me cuenta sus penas y sus alegrías y yo hago lo mismo con él, ¡menos mal que nos tenemos!,  ¿tu tienes alguien así en tu vida, alguien  quien sabes que te va a entender a la perfección, alguien con quien compartir tus sentimientos mas íntimos , esos que no le contarías a tu mejor amiga?, pues yo tengo esa suerte de tenerlo, y lo curioso de todo es que él me ayuda a ver el lado masculino de las cosas, me refiero a la forma de pensar de los hombres, ¡ese gran misterio para las mujeres!.  Yo le digo que somos las dos caras de un mismo alma, él la parte masculina y yo la femenina, normalmente siempre estamos de acuerdo en casi todo, sobre todo, en lo referente al amor.  Tiene una historia preciosa, buff, a veces le digo que me da mucha envidia de ella, porque yo también hubiera querido para mi alguien que me amara tan intensamente como él lo hace con ella, también le he dicho hoy que ella no sabe la suerte que tiene de tenerle y que seguramente ella no sabe cuanto la ama él, que probablemente ella lo imagine, pero no lo sabe.  Yo si se cuanto la ama y por eso la envidio, por haber tenido la suerte de encontrar a un hombre con tantos sentimientos.  A veces me dice que no diga eso, que yo también tengo quien me ama. 

¿Sabes?, yo siempre he pensado que después de los primeros años, el amor de va apagando poco a poco, pero él me ha enseñado que se puede amar tanto que ni siquiera el tiempo sea capaz de apagar esa llama.  No os voy a decir cuanto llevan juntos, amándose, pero a mi me parece toda una eternidad, fijaros si llevan años.

La verdad es que me encantaría seguir contandoos  muchas cosas de la que hablamos pero creo que no debo hacer público unos sentimientos que no son los míos, eso le corresponde a él, y tampoco voy a contaros los mios.

Bueno, hoy creo que me deje llevar un poco, solo espero que no le moleste que haya hablado de él en este post, así que os digo que si por casualidad no le ha gustado, porque mañana se lo voy a decir, es mas, le voy a enviar el enlace para que venga a leerlo, lo borraré.

 

viernes, 4 de abril de 2008

La luna

drawingthemoon-1


La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas. 
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía
Un pedazo de luna en el bolsillo
es el mejor amuleto que la pata de conejo: 
sirve para encontrar a quien se ama, 
y para alejar a los médicos y las clínicas. 
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido, 
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver. 
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna 
para cuando te ahogues, 
y dale la llave de la luna 
a los presos y a los desencantados. 
Para los condenados a muerte 
y para los condenados a vida 
no hay mejor estimulante que la luna 
en dosis precisas y controladas


- Jaime Sabines

jueves, 3 de abril de 2008

Me encanta Dios

Me encanta Dios. Es un viejo magnifico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega. Y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna y nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero eso a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Bing Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los anbióticos- ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira.
Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.
Dios siempre esta de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mi me gusta, a mi me encanta Dios.
Que Dios bendiga a Dios.


- Jaime Sabines
1926 - 1999

miércoles, 26 de diciembre de 2007

EL CAMINO DIFÍCIL

Delante del desfiladero, junto a la oscura entrada rocosa, quedé vacilante y me volví mirando hacia atrás. El sol brillaba sobre ese grato mundo verde y en los prados relucían tremolantes las pardas flores de la hierba. Allí se estaba bien, había calidez y placer amable, allí el alma vibraba en lo profundo, satisfecha como un velludo abejorro saturado de aroma y luz. Y quizá yo estaba loco por querer abandonarlo todo y disponerme a subir a la montaña. El guía me tocó suavemente el brazo. Como uno que sale a la fuerza de un baño tibio, así desprendí mis ojos del querido paisaje. Entonces vi el desfiladero que yacía en una penumbra sin sol. Un arroyito negro se arrastraba al pie de la hendidura y en sus orillas la hierba crecía descolorida en pequeños racimos; y en su fondo se lavaban piedras de colores ya muertos, pálidas como los huesos de los seres que alguna vez estuvieron vivos. «Descansemos un poco», dijo el guía. Sonrió pacientemente y nos sentamos. Hacía fresco, y de la rocosa entrada venía una silenciosa corriente de aire sombrío, pétreo y frío. ¡Qué desagradable parecía iniciar ese camino! Desagradable resultaba atormentarse a través de ese lúgubre paso de piedra, cruzar ese arroyo frío, trepar en tinieblas por el desfiladero estrecho y escarpado. «El camino parece detestable», dije titubeando. Dentro de mí, como una lucecita moribunda, aleteaba la esperanza vehemente, increíble e insensata, de que quizá pudiéramos volver atrás, de que el guía se dejase persuadir y que finalmente se nos ahorrara todo esto. Y en realidad, ¿por qué no? ¿No era acaso mil veces más hermoso el lugar de donde veníamos? ¿No fluía la vida allí más rica, más cálida y estimable? ¿Y acaso no era yo un hombre, un ser ingenuo y efímero con derecho a un poquito de dicha, a un rinconcito de sol, a una vista llena de azul y de flores? No, yo quería quedarme. No tenía ganas de hacerme el héroe o el mártir. Pasaría toda mi vida satisfecho si pudiera quedarme en el valle bajo el sol. Entonces comencé a tiritar; en ese lugar era imposible permanecer mucho tiempo. «Te estás helando», dijo el guía, «es mejor que nos vayamos.» Dicho esto se levantó, se estiró cuan largo era y me miró sonriente. Ni burla o compasión ni dureza o indulgencia existían en su sonrisa. En ella no había sino comprensión y sabiduría. Esta sonrisa decía: «Te conozco. Conozco tu miedo, sé lo que sientes y no he olvidado para nada tu fanfarronería de ayer y de anteayer. Cada desesperado brinco de liebre cobarde que ahora da tu alma y cada coqueteo con la amable luz del sol me son conocidos y familiares desde antes de que los pusieras en ejecución.» Con esa sonrisa me estuvo mirando el guía, y luego se adelantó dando el primer paso hacia el oscuro valle rocoso; y entonces lo odié y lo amé como un condenado ama y odia el hacha sobre su nuca. Pero más que otra cosa yo odiaba y despreciaba su saber, su dominio y frialdad, su carencia de debilidades gratas. Y odiaba en mí mismo todo aquello que le otorgaba la razón, incluso lo que admitía de él, lo que en mí quería seguirlo. Ya había dado muchos pasos hacia adelante, a través .de las piedras del negro arroyo, y estaba a punto de desaparecer tras el primer recodo del barranco... «¡Detente!», exclamé lleno de tal miedo que no tuve más remedio que pensar: si. esto fuera un sueño, en este mismo instante mi espanto lo destruiría y yo volvería a despertarme. «Detente», volví a decir, «no puedo, no estoy preparado todavía.» El guía se detuvo y miró en silencio hacia mí, sin un reproche, pero con aquella tremenda comprensión, con aquella sapiencia, presentimiento y ese saber-de-antemano tan difíciles de soportar. «¿Prefieres que volvamos?», preguntó entonces, y todavía no había terminado de decir la última palabra, cuando ya sabía yo, muy a pesar mío, que le diría que no, que debía negarme. Y al mismo tiempo, todo lo viejo, acostumbrado, amado y familiar gritaban desesperadamente dentro de mí: «¡Di que sí, di que sí!» Y mi patria y el mundo entero colgaban de mis pies como una bola. Y yo quería decir que sí, aunque sabía bien que me seria imposible. Entonces, con su mano extendida, el guía me señaló hacia el valle, atrás, y yo me volví nuevamente hacia a amada región. Y ahora vi lo más penoso que podía ocurrirme: mis queridos valles y llanuras yacían pálidos y desanimados bajo un sol sin fuerzas; los colores sonaban falsos y chillones, las sombras parecían llenas de negro hollín y sin encanto. Y a todo se le había extirpado el corazón, a todo le había sido sustraído el encanto y el aroma, todo tenía el olor y el sabor de las cosas de las que uno se ha indigestado hasta las náuseas. ¡Oh, qué bien conocía yo aquello, cómo temía y odiaba esa espantosa modalidad del guía de hacerme despreciar lo que me era querido y agradable, de hacer que se escaparan su savia y espíritu, de falsificar los aromas y de envenenar silenciosamente los colores! ¡Ah, ya conocía yo todo eso: lo que ayer fuera vino hoy se convertía en vinagre! Y nunca más el vinagre se convertiría en vino. Nunca más. Callé y seguí al guía lúgubremente. Él tenía razón, como siempre. Y todo no resultaría tan malo si por lo menos permaneciera cerca de mí y visible, en vez de desaparecer de improviso -como a menudo hacía- cuando había que tomar una decisión, dejándome solo... solo con aquella voz extraña dentro de mi pecho en la que se había transformado. Yo callaba, pero mi corazón gritó fervorosamente: «¡Quédate un instante, ya te sigo!» Las piedras del arroyo eran desagradablemente resbaladizas; era agotador, daba vértigo andar así, paso a paso sobre una piedra estrecha y mojada que se achicaba y cedía bajo las suelas. Cerca de allí el sendero del arroyo empezaba a elevarse rápidamente, y las sombrías paredes del desfiladero convergían más, se extendían hoscas, y cada una de sus aristas mostraba la intención maligna de querer apretarnos con sus pinzas y cortarnos para siempre el camino de regreso. Sobre verrugosas peñas amarillas fluía espesa y viscosa una capa de agua. El cielo, la nube y el azul habían desaparecido sobre nosotros. Marché y marché detrás del guía, y a menudo cerraba los ojos del miedo y la repugnancia que sentía. Una oscura flor al borde del camino se irguió entonces, aterciopeladamente negra y con una mirada melancólica. Era hermosa y me habló con familiaridad. Pero el guía caminaba deprisa y yo sentía que si llegaba a bajar la vista una sola vez hasta ese triste ojo de terciopelo, entonces mi aflicción y desesperada pesadumbre serían tan onerosas e insoportables, que mi espíritu permanecería siempre proscripto en esa sarcástica región del absurdo de la demencia. Mojado y sucio continué arrastrándome, y cuando las húmedas paredes se iban cerrando sobre nosotros, el guía comenzó a cantar su vieja canción de consuelo. Con voz juvenil, clara y firme cantaba al compás de sus pasos palabras: «¡Quiero, quiero, quiero!» Yo sabía que él quería animarme, que deseaba ahuyentar de mí el ingrato esfuerzo y el desconsuelo de ese viaje infernal. También sabía que él esperaba que uniera mi voz a la suya. Pero yo no quería tal cosa, no quería concederle esa victoria. ¿Acaso tenía yo algún deseo de cantar? ¿Y no era yo un hombre un pobre tipo que había sido arrastrado contra u voluntad hacia cosas y hechos que Dios no podía explicarle? ¿No podía permanecer cada clavel y cada nomeolvides junto al arroyo, allí donde estaba, y florecer y marchitarse según los dictados de su naturaleza? «¡Quiero, quiero, quiero!», cantaba el guía sin cesar. ¡Oh, si hubiese podido regresar! Pero, con la ayuda asombrosa del guía, hacia tiempo que trepaba por los paredones y sobre los precipicios, para los que no existía ningún camino de vuelta. El llanto me ahogaba por dentro, pero no podía llorar, eso menos que nada. De manera que me uní con voz fuerte y porfiada al canto del guía, con su mismo compás y tono, pero yo no cantaba lo que él, sino esto: «i Debo, debo, debo!» Sólo que no era fácil cantar mientras trepaba, y pronto perdí el aliento y jadeando me vi obligado a callar. Pero él prosiguió cantando incansablemente: «¡Quiero, quiero, quiero!», y con el tiempo llegó a obligarme a que cantara lo mismo que él. Ahora la subida empezó a mejorar, y sentí que ya no debía, sino que quería hacerlo. En cuanto a fatigarme por causa del canto, nada de eso sentía ya. Entonces se hizo una mayor claridad en mi interior, y a medida que esa claridad aumentaba, retrocedió también la roca alisada; se hacía más seca, más benigna, ayudaba a menudo al pie inseguro, y sobre nosotros se fue mostrando más y más el claro cielo azul, ya como un arroyuelo azul entre las márgenes de piedra, ya como un pequeño lago azul que creciera ganando anchura. Probé a querer con mayor fuerza y concentración, y el lago celestial siguió creciendo y el sendero se hizo más transitable. Y hasta podía correr un largo trecho ligero y grácil junto al guía. E inesperadamente vi la cercana cumbre sobre nosotros, empinada y resplandeciente entre el ardiente aire del sol. Algo más abajo de la cima interrumpimos nuestra subida a gatas y salimos de la estrecha hendidura. El sol entró con fuerza en mis ojos enceguecidos, y al abrirlos de nuevo, las rodillas me temblaron de angustia, pues me veía aislado y sin apoyo en la empinada cresta mientras me rodeaba un espacio celeste sin límites y sólo se erguía delante de nosotros la angosta cima. Pero de nuevo había cielo y sol, y así asistidos escalamos, palmo a palmo, con los labios apretados y la frente contraída, la cuesta angustiosa. Por fin estábamos arriba, sobre un estrecho peñasco candente, en medio de un aire duro, burlón y sutil. Era una montaña singular, y singular también era su cima. En aquella cúspide, a la que trepáramos por interminables y desnudas paredes de piedra, había brotado de la piedra un árbol pequeño y compacto con algunas ramas breves y vigorosas. Allí estaba, inconcebiblemente solo y extraño, recio y tieso sobre la roca, el frío ,azul del cielo entre sus ramas. Y en lo más elevado del árbol se posaba un pájaro negro que cantaba una canción áspera. Sueño silencioso de un descanso breve, bien arriba mundo: el sol llameaba, la piedra ardía, el árbol miraba rígida y severamente, el pájaro cantaba con aspereza. Su áspera canción se llamaba: «¡Eternidad, eternidad!». El pájaro negro cantó, y sus ojos relucientes y duros nos miraron como si fueran un cristal negro. Difícil de soportar era esa mirada, dificil de soportar era su canto, y terrible, sobre todas las cosas, la soledad y el vacío de esos parajes, la extensión de los desiertos espacios celestes que producía vértigo. Morir allí era una delicia inimaginable; permanecer, un tormento sin nombre. Alguna cosa tenía que ocurrir, pronto, al instante. De otro modo, nosotros y el mundo quedaríamos petrificados por el horror. Sentí entonces el hálito opresor y ardiente de algo que iba a suceder, como las ráfagas de viento antes de la tempestad. Lo sentí revolotear sobre mi cuerpo y sobre alma como una fiebre ardiente. Amenazaba, se acercaba... ya estaba aquí. De pronto el pájaro se balanceó desde la rama y se precipitó al espacio. Mi guía dio un salto y se arrojó al azul, cayó en el cielo palpitante, voló. Ahora la ola del destino se hallaba en su apogeo, ahora arrebató mi corazón, ahora se deshizo sin ruido. Y yo caía, me precipitaba, saltaba, volé; agarrotado en el frío torbellino del aire, me sentí feliz y estremecido por la tortura del deleite a través del infinito, hacia el seno materno.
. Extraido de Cuentos Maravillosos de Hermann Hesse

miércoles, 19 de diciembre de 2007

LA VIOLETA AMBICIOSA

Había en un bosque solitario una bonita violeta que vivía, satisfecha, entre sus compañeras.

Cierta mañana, alzó su cabeza y vio una rosa que se alzaba, por encima de ella, radiante y orgullosa.

Gimió la violeta diciendo:

-Poca suerte he tenido entre las flores. ¡Humilde es mi destino! Vivo pegada a la tierra y no puedo levantar mi cara hacia el sol como lo hacen las rosas!

Y la Naturaleza la oyó y le dijo a la violeta:

- ¿Qué te ocurre, hijita mía? ¿Las vanas ambiciones se han apoderado de ti?

-Te suplico, oh, Madre Poderosa -dijo la violeta-, que me transformes en rosa, tan siquiera por un día.

-No sabes lo que estás pidiendo -respondió la Naturaleza-. Ignoras los infortunios que se esconden tras la apariencia de las grandezas.

-Transfórmame en una rosa esbelta -insistió la violeta-. Y todo lo que me acontezca será consecuencia de mis propios deseos y aspiraciones.

La Naturaleza extendió su mágica mano y la violeta se transformó en una rosa suntuosa.

Y en la tarde de aquel día, el cielo se oscureció y los vientos y la lluvia devastaron el bosque. Y los árboles y las rosas cayeron abatidas. Solamente las humilde violetas escaparon a la masacre.

Y una de ellas, mirando alrededor de sí, dijo a sus compañeras:

-Mirad, hermanas, lo que la tempestad hizo de las grandes plantas que se levantaban con orgullo e impertinencia. -Nosotros nos apegamos a la tierras-dijo otra-, pero escapamos a la furia de los huracanes.

Y dijo una tercera -Somos pequeñas y humildes, pero las tempestades no pueden con nosotras.

Entonces, la reina de las violetas vio a la rosa que había sido violeta, extendida sobre el suelo, como muerta. Y dijo: -Ved y meditad, hijas mías, sobre la suerte de la violeta ilusionada por sus ambiciones. ¡Que su infortunio les sirva de ejemplo!

Y oyendo esas palabras, la rosa agonizante se estremeció y, apelando a todas sus fuerzas, dijo con voz entrecortada: -Oídme, ignorantes, satisfechas y cobardes. Ayer era como vosotras, humilde y segura. Mas la satisfacción que me protegía también me limitaba. Podía continuar viviendo como vosotras, pegada al suelo, hasta que el invierno me envolviera con su nieve y me llevase hasta el silencio eterno, sin conocer los secretos y las glorias de la vida, más allá de lo que innumerables generaciones de violetas conocieron, desde que hubo violetas en el mundo.

"Pero escuché, en el silencio de la noche; y oí al mundo superior decir a este mundo: "El objetivo de la vida es alcanzar lo que hay más allá de la vida." Pedí, entonces a la Naturaleza -que no es sino la exteriorización de nuestros sueños invisibles- me transformara en una rosa. Y la Naturaleza accedió a mi deseo.

"Viví una hora como rosa. Viví una hora como reina. Y vi el mundo con los ojos de una rosa. Y oí la melodía del éter con los oídos de una rosa. Y acaricié la luz con los pétalos de una rosa. ¿Puede, alguna de vosotras vanagloriarse de tal honra?

"Muero ahora, llevando en el alma lo que el alma de violeta alguna jamás experimentó. Muero sabiendo lo que hay más allá de los horizontes estrechos en que nací. Y este es el objetivo de la vida.

 

Extraído de "Los secretos del corazón" de Gibran Khalil Gibran

lunes, 10 de diciembre de 2007

Frotando lámparas maravillosas

Él: Lo siento, no quería interrumpirte, sólo quería una copa. Ella: No pasa nada, sólo frotaba esta lámpara para que cambie mi vida. Él: Pues yo creo en la magia, al final es lo único que puede salvarnos. Ella: Tú eres el pianista… Él: Ahora no. Una misteriosa desconocida me ha sustituido temporalmente y debo decir que toca de maravilla. Eh, ¿tienes los ojos humedecidos? Ella: Esta canción me llega muy adentro. Me recuerda a la noche que conocí a una persona. Él: ¿Y son lágrimas de pena o son lágrimas de alegría? Ella: ¿No son las mismas lágrimas? Él: Sí, ¿Por qué será que lo que siempre empieza siendo tan prometedor consigue acabar en la basura? Ella: No para todos. Él: Bueno, para todos los que tienen imaginación. ¿Sabes? La vida es llevadera si tus esperanzas son modestas. En cuanto te permites tener bellos sueños te arriesgas a que terminen estrellándose, créeme. A mí también muchas viejas canciones me hacen llorar. Ella: Me llamo Melinda. Melinda Ouchio. Es francés. Él: Es un nombre precioso. Ella: Gracias. Era el de mi madre. Se casó con el Dr. Nasha y yo me llamaba Nasha, pero me he puesto el de ella. Él: Y es una sabia elección. Es muy… musical. Me llamo Ellis Moonsong y soy de Harlem (U.S.A.) Ella: Canción de Luna, ¿de verdad te llamas así? Él: Así es. Ella: Es precioso. Tú también tocas de maravilla. Él: Bueno, lo que siempre he sabido hacer es música. Sé tocar los instrumentos, pero mi especialidad es la composición. He escrito dos óperas. Una se estrenó en Illinois y la otra se estrenará en el gran teatro de Santafe. Ella: Impresionante. Él: Es así como presumo. Soy un inseguro y es así como tengo que venderme. La verdad es que no a todos les gustó mi música. Es un poco moderna, pero debo decir que los críticos me animaron mucho. Ella: ¿Es eso lo que quieres ser, otro Verdi o Puccini? Él: No me hago ilusiones pero sí. Si pudiera frotar esa lámpara y llegar a componer óperas, sinfonías, música para cuartetos de cuerda… mi obra interesa mucho en Europa y pronto podría irme a vivir a Barcelona o París. Vaya, no puedo dejar de darme humos. Has abierto mi caja de Pandora. ¿Y tú? Ella: Yo no compongo óperas, pero mi vida parece una. Soy una de esas heroínas demasiado emotivas para existir en este planeta, aunque en mi caso yo misma me he provocado mis peores problemas. No he debido perseguir mis sueños con tanto ímpetu. Él: Nos aferramos sin pensar porque somos gente muy apasionada. He sabido que eras muy apasionada al empezar a hablar contigo. Ella: ¿Cómo te has dado cuenta? Él: Es una intuición. Lo he visto en tus ojos, en tu voz… Ahora tengo que seguir tocando. Seré directo. Me gustaría conocerte más. Ella: si me preguntas si es posible que te dé mi número de teléfono… la respuesta es sí.
Él desaparece de la escena tras mantener una diálogo corto con la misteriosa mujer que lo ha relevado en el piano y despedirse de Melinda.
Ella 2: ¿Qué pasó con el dentista? Ella: Es el hombre perfecto, aunque no para mí. En cambio Ellis Moonsong es muy… poético. Hay cosas increíbles. Conoces a un extraño y de repente te preguntas: ¿podría yo vivir en Barcelona? Ella 2: Ten cuidado, no puedes ir por la vida frotando lámparas y deseando cosas. No salen bien. Te lo digo yo.
. (De la película "Melinda & Melinda")

martes, 4 de diciembre de 2007

LUZ EN LA OSCURIDAD

Los pasajeros del ómnibus, la observaron compasivamente cuando la atractiva joven del bastón blanco subió con cuidado los escalones. Le pagó al conductor y, usando las manos para percibir la ubicación de los asientos, caminó por el pasillo y encontró el asiento que, según él le había dicho, estaba vacío. Luego se acomodó, colocó su maletín sobre las rodillas y apoyó el bastón contra su pierna. Hacía un año que Susan, de treinta y cuatro años, se había quedado ciega. Debido a un diagnóstico equivocado, había perdido la vista, y de repente se había sentido arrojada a un mundo de oscuridad, rabia, frustración y autoconmiseración. Dado que antes había sido una mujer orgullosamente independiente, ahora Susan se sentía condenada, por esta terrible vuelta del destino, a ser una carga impotente y desvalida para todos los que la rodeaban. "¿Cómo pudo pasarme esto?", se quejaba, con el corazón lleno de cólera. Pero a pesar de cuanto llorase o despotricase, ella sabía cuál era la dolorosa verdad: Nunca más volvería a ver. Una nube de depresión se cernía sobre el espíritu de Susan, antes tan optimista. El solo hecho de vivir cada día era un ejercicio de frustración y cansancio. Y sólo podía aferrarse a su esposo, Mark. Mark era un oficial de la Fuerza Aérea, y amaba a Susan con todo su corazón. Al perder ella la vista, notó cómo se hundía en la desesperación y decidió ayudarla a reunir las fuerzas y la confianza necesarias para volver a ser independiente. La experiencia militar de Mark, lo había entrenado muy bien para manejar situaciones delicadas, pero él sabía que aquella era la batalla más difícil que iba a enfrentar. Finalmente, Susan se sintió preparada para volver a su trabajo, ¿pero como llegaría hasta allí? Acostumbrada a tomar el ómnibus, pero ahora estaba demasiado asustada como para ir por la ciudad por sí sola. Mark se ofreció a llevarla en el auto todos los días, aún cuando trabajaban en extremos opuestos de la ciudad. Al principio, esto reconfortó a Susan y cubrió la necesidad de Mark de proteger a su esposa ciega, que se sentía tan insegura para realizar la acción más insignificante. Sin embargo, Mark pronto se dio cuenta de que ese arreglo no funcionaba... Era problemático y costoso. "Susan tendrá que empezar a tomar el ómnibus de nuevo", admitió ante sí mismo. Pero sólo pensar en mencionárselo lo hacía estremecer. Ella todavía estaba tan frágil, tan llena de rabia. ¿Cómo reaccionaría? Tal cómo Mark había previsto, Susan se horrorizó ante la idea de volver a tomar el ómnibus. -¡Estoy ciega!- explicó con amargura -. ¿Cómo se supone que voy a saber adónde me dirijo? Siento que me estás abandonando. A Mark se le rompió el corazón al oír esas palabras, pero él sabía lo que debía hacerse. Le prometió a Susan que, por la mañana y por la noche la acompañaría en el ómnibus todo el tiempo que fuera necesario hasta que ella se sintiera segura. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Durante dos semanas enteras, Mark con uniforme militar y todo, acompañó a Susan en el viaje de ida y vuelta al trabajo. Le enseñó cómo apoyarse en sus otros sentidos, en especial el oído, para determinar dónde se encontraba y cómo adaptarse a su nuevo entorno. La ayudó a trabar amistad con los conductores, quienes se ocuparían de ella y le guardarían un asiento. La hizo reír, incluso en aquellos días no tan buenos en que tropezaba al bajar del ómnibus, o tiraba su maletín lleno de papeles en el pasillo. Todas las mañanas hacían el recorrido juntos y Mark tomaba un taxi para volver a su oficina. Aunque esta rutina resultaba mas cara y cansadora que la anterior, Mark sabía que sólo era cuestión de esperar un tiempo más antes que Susan estuviera capacitada para viajar en ómnibus por su cuenta. Creía en ella, en la Susan que él había conocido antes de que perdiera la vista, la que no le temía a ningún desafío y jamás se rendía. Por fin, Susan decidió que estaba lista para hacer el intento de viajar sola. Llegó la mañana del lunes y, antes de irse, ella abrazó a Mark, quien era su compañero de viajes en ómnibus, su esposo, y su mejor amigo. Tenía los ojos llenos de lágrimas de gratitud por su lealtad, su paciencia, su amor. Se despidieron y, por primera vez, cada uno tomó un camino distinto. Lunes, martes, miércoles, jueves... todos los días le fue muy bien, y Susan jamás se sintió mejor. ¡Lo estaba haciendo! Estaba yendo a trabajar por su cuenta. El viernes por la mañana, Susan tomó el ómnibus como de costumbre. Al pagar el boleto, el conductor le dijo: - Caramba, de veras la envidio. Susan, no supo si le estaba hablando a ella o no. Después de todo, ¿quien iba a envidiar a una ciega que había encontrado el coraje de vivir durante el año anterior? Intrigada preguntó al conductor: - ¿Por qué dice que me envidia? - El conductor respondió: - ¿Sabe? Todas las mañanas durante la semana pasada, un caballero de muy buen aspecto, con uniforme militar, ha estado parado en la esquina de enfrente, observándola mientras usted baja del ómnibus. Se asegura que cruce bien la calle y la vigila hasta que entra en su edificio de oficinas. Luego le tira un beso, le hace un pequeño gesto de saludo y se va. Usted es una mujer afortunada. Lágrimas de felicidad rodaron por las mejillas de Susan. Porque aunque ella no podía verlo físicamente siempre había sentido la presencia de Mark. Era afortunada, muy afortunada, pues él le había hecho un regalo más poderoso que la vista, un regalo que ella no necesitaba ver para creer en su existencia... El regalo del amor que puede llevar la luz donde ha habido oscuridad
. Sharon Wadja

sábado, 24 de noviembre de 2007

Cuentacuentos

Ellos se conocieron por casualidad, que es como se suelen encontrar los grandes amores, casi siempre por casualidad, por una llamada equivocada, por un encuentro fortuito. Habían quedado en aquel café con una persona que no vino, y la vio a ella sentada en la mesa, radiante, así que, harto de esperar se acercó a ella para hablar.
Y claro, no había de qué hablar. pero poco a poco el fue venciendo esa timidez que le caracterizaba, al principio él para llamar su atención contó alguna que otra mentira, que era escritor, luego reconoció que nunca le habían publicado nada, pero eso vino más tarde, cuando ya se conocían mas, cuando pasaron del café a la habana con coca cola.
Por entonces ya estaban descubriendo que tenían más afinidades de las que pensaban al principio. Una mañana el se levantó y al abrir los ojos se dió cuenta de que estaba perdidamente enamorado de ella, y quedaron entonces en aquel café en el que se conocieron por casualidad, por que los momentos importantes suelen coincidir casi siempre en los mismos sitios. pero fue en aquel café en donde ella le dijo:-" sabes?, creo que me tengo que ir durante algún tiempo"-" yo te iba a decir casi lo contrario, que te quedaras conmigo para toda la vida", y ella dijo -"no te preocupes porque yo estaré esperando el día que vuelva para retomar contigo este camino que emprendimos, además, cada quince días puntualmente te mandaré una carta en la que te contaré todo lo que hecho, todo lo que siento, todo lo mucho que te echo de menos, y todo lo poco que nos falta para vernos".el dijo que bueno, que vale -"pero que si no te vas casi mejor". pero se fue. Entonces descubrió que aquello no tenía remedio y que estaba perdidamente enamorado, que no había ningún elixir que hiciera que la olvidase, que no era cierto aquello de que un clavo saca otro clavo.
A los quince días puntualmente llegó la carta de ella toda llena de besos y de caricias, de te echo de menos... y guardaba las cartas con mucho cariño encima de la mesilla.
Pasaron quince días, y otros quince, y otros quince, y otros quince, y las cartas se iban acumulando. y su vida consistía en esperar a que llegara el decimoquinto día, abrir el buzón y encontrar la carta de amor en la que ella prometía volver, esperar esa carta en la que ella le diría que volvía pronto. Y pasaron años, muchos años, y ya las cartas casi no cabían el la casa, se compro una gran caja fuerte para guardar todas las cartas, porqué eran su gran tesoro, por que vivía para leer las cartas que ella le había escrito, por que ella era lo que más quería, y así pasaron creo diez años, quince.... y un día, ella, sin saber como ni porqué, dejó de escribir, y empezó a encontrarse el buzón vacío, y el alma partida en dos.
Ahora solo podía vivir del recuerdo, leyendo las cartas que ella le había escrito con tanto cariño, aquellas cartas eran su mayor tesoro. Un día el salió de casa y unos ladrones entraron en su casa. al ver allí la gran caja fuerte no se lo pensaron dos veces, porque pensaron que debían esconder algún gran tesoro, grandes riquezas. y se llevaron la gran caja fuerte.
Imaginaros la desolación de nuestro protagonista cuando llegó a su casa y se dió cuenta que le habían robado lo que el más quería, lo que le hacía sentirse vivo algunas tardes de domingo cuando no sonaba el teléfono, cuando releía aquellas cartas y aquellas promesas quién sabe si falsas.
Suele pasar que los ladrones son buenas personas, y este era el caso. Cuando los ladrones abrieron la caja fuerte y se encontraron montones de cartas de amor, declaraciones imposibles, imaginaros sus caras. El hombre vagaba casi moribundo por las calles de su ciudad, con la esperanza de encontrar alguna carta, a alguien que le hablara de una gran caja fuerte llena de cartas, perdido sin saber ya qué hacer. Los ladrones pensaron que lo mejor era quemarlas o tirarlas al río, pero que desaparecieran de inmediato. pero el más joven de los ladrones era más bueno, y se le ocurrió una gran idea.
Un día nuestro hombre llego a casa después de estar buscando toda una tarde, y al abrir el buzón se encontró una carta. los ladrones habían decidido mandarle las cartas tal y como ella se las había mandado, puntualmente cada quince días, por riguroso orden.
Ahora él resucitaba con la esperanza de revivir aquellos momentos en los que quizá un día leería la carta en la que ella diría: - "pronto estaremos juntos"
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Ismael serrano ( basado en un cuento de Eduardo galeano)

Cada nuevo día es una página en blanco en el diario de tu vida. La lapicera está en tu mano, pero no todos los renglones serán escritos como deseas: algunos provendrán del mundo y de las circunstancias que te rodean. Pero, por la gran cantidad de cosas que están bajo tu control, es preciso que sepas algo en especial. El secreto de la vida radica en hacer tu historia lo más bella posible. Escribe el diario de tu vida y llena las páginas con las palabras nacidas del corazón. A medida que las páginas te lleven adelante, descubrirás senderos que te agregarán penas y alegrías, pero si puedes hacer estas cosas, siempre habrá esperanza en el mañana. Sigue tus sueños. Trabaja duramente. Sé bondadoso. Esto es lo que cualquiera podría pedir; haz todo lo que puedas para que la puerta se abra a un día lleno de una belleza especial. Recuerda que la bondad siempre es recompensada. Las sonrisas rinden dividendos. Diviértete. Descubre tu fuerza interior. Sé sincero. Conserva la fe. No concentres tus pensamientos en las cosas que te faltan. Descubre que el mejor tesoro de la vida es la gente y que la mejor de todas las riquezas es la felicidad. Lleva un diario que describa cómo te esforzaste y lo demás vendrá por añadidura.
NO TEMAS SENTIR QUE EL SOL DE LA MAÑANA BRILLA SÓLO PARA TI.
¡Gracias por tu visita!