Es un domingo de diciembre. A esa hora temprana, la ciudad está casi desierta, si bien brillante de luces y adornos que anuncian la inminente Navidad.
Hay pleamar y en el puerto los barcos amarrados, chocan entre si bajo el huracán del suroeste que arrastra por las calles papeles y trozos de plástico.
La población duerme. Sobre las laderas de Monte Urgull, se deslizan las nubes persiguiéndose desde el mar. Y en la cima, la gigantesca estatua de Jesús, parece levitar sobre el resplandor azulado de los focos que circundan su base.
El viento poco a poco va apaciguándose y un sol tímido, asoma ahora por entre los inquietos nubarrones y reverbera en el agua, rompiéndola en mil cristales.
Mi pequeño hijo tira de mi brazo: Vamos ya, papá?
Pablito es un hombrecito muy serio de tres años y medio que nunca está quieto. Habla y habla, observa, pregunta, saca sus lógicas conclusiones, y se siente en la obligación de explicártelo todo.
Le ayudo a ponerse el abrigo y salimos a la calle, ya tomada por otros madrugadores que van y vienen con sonrisa de fiesta... Paseamos por el puerto y llegamos al parque. Ahora, aprovechando el viento rezagado, le ayudo a remontar su barrilete: una gran estrella de brillante papel de agresivos colores, que después de varias tentativas, comienza a colear audaz, sobre las copas de los árboles. Mas tarde nos sentamos en un banco a descansar y a conversar un rato.
Sabes, papá?... No sé si lo entiendes, pero la señorita nos ha dicho que la luna no se cansa nunca de dar vueltas y vueltas ... Oye, papi, de dónde vienen las nubes? Y por qué los pájaros no tienen casas con ventanas, y chimenea y todo?...
Mira papá, en mi manzana vive un gusano...
En un arranque de ternura, lo siento en mis rodillas y lo abrazo con fuerza. Desde que murió Liliana, el mimoso, acaparador y sabelotodo Pablito, llena todas y cada una las horas de mi vida. Ahora coge mi cara con sus dos manitas y moja mi mejilla con un beso que huele rabiosamente a manzana.
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Inmóvil, como una cosa, sentada frente a nosotros, la mujer parece meditar con la mirada perdida. Es bastante mayor, con el pelo blanco y lleva un sencillo traje oscuro. La había visto muchas veces en el mismo banco, siempre sola, siempre con la mirada ausente y triste. Y había observado también, que miraba a mi hijo con ternura... Tal vez le recordaba a algún otro niño?
La pelota va rodando a quedarse entre sus pies. Intento disculparme, pero ella ya la ha cogido y se la entrega al niño con una sonrisa.
Cómo te llamas tú, señora? pregunta éste. Tú tienes pelota?
Me llamo Julia, pequeño. Y sí, tengo una pelota muy grande, pero no la he traído.
Pues te dejo la mía, y si quieres jugamos. Pero antes voy a descansar. Sujeta la pelota, dice, poniéndosela en las manos y trepando al banco para sentarse.
Yo me llamo Pablo y también Pablito y también enano y no tenemos mamá porque se nos ha muerto. Pero hablamos con ella y ve todo lo que hacemos, tú tienes mamá?.
Pablo, no molestes a la señora, intervengo, anda, ven aquí...
Por favor, no se lleve al niño, es tan simpático.Y yo, necesito tanto hablar con alguien... De verdad , no me molesta, al contrario, lo estoy pasando muy bien con él. Déjelo un poco mas, por favor...
Me senté en otro banco y fingí que leía el periódico, mientras Pablito y Julia sostenían un animado diálogo.
Cuando nos íbamos, mi hijo la besó con su espontaneidad característica : Hasta mañana, Julia, espérame aquí.
Nos volvimos para saludarla con la mano. Ella quedó sonriendo, con el brazo levantado.
Esa noche, mientras leía a mi hijo la inevitable historia que exigía antes de dormir, pensé en Julia. Una persona solitaria que únicamente pedía hablar. Hablar con alguien.