“La cultura
oficial sale a tu encuentro, pero al underground tienes que ir tú”
-Frank
Zappa.
La
fiebre golpea con fuerza la sien y se derrama por la cama y por mis
dedos.
Cuando José
Manuel Vara me sacó de mi ensimismamiento etílico para liarme en
otro de sus descabellados proyectos me vi obligado, entre agotados
suspiros, a sacarme la mano del calzoncillo y preguntarme el qué y
el porqué de todo esto.
Es difícil
definir qué es el underground. Hablando de arte, que es lo que nos
concierne ahora, se podría decir que es la rama situada por debajo
de lo comercial y establecido. Pero, en un giro extraño (o quizás
no tanto) de los mecanismos sociales a la vez sirve de raíz y abono
para esto último, ya que, irónicamente, muchas veces el underground
acaba convirtiéndose en la moda, e incluso suele ser utilizado de
excusa por avispados cerebros del marketing para darle la vuelta a la
tortilla y convertirlo en otra etiqueta destinada al consumo de un
sector de público específico, con lo que, a veces, pierde todo su
valor e inocencia a la vez que su razón de ser y pretensiones. No
obstante esta falta de sinceridad afecta más a los imitadores que a
los pioneros y suele ser fácil de detectar por el ojo atento. El
paso del underground a las alturas muchas veces es misterioso y no
responde a características fácilmente visibles. ¿Quién podría
imaginar que un escritor como Charles Bukowski, que publicaba sus
delirios en periódicos underground y revistillas de poesía y cuyas
únicas líneas temáticas eran sus borracheras, resacas y aventuras
en curros de mierda, podría acabar convirtiéndose en uno de los
escritores más populares y vendidos del siglo pasado? Sin duda
alguien lo imaginó, su editor John Martin, que se jugó todas sus
pertenencias a la carta del viejo indecente, y ganó.
Gran parte del
arte que acaba siendo consumido por las masas florece en las cloacas
del underground. Podrían citarse cientos de casos fácilmente
analizables a posteriori pero no tanto en su germen. ¿Cómo
imaginar, a principios de los 80, que bandas de música como
Metallica, Megadeth o Slayer, compuestas por niñatos granujientos y
desaliñados escupiendo riffs absurdamente veloces y atronadores
acompañados de letras que eran odas a la violencia serían los que,
años después, llenarían estadios y venderían millones de discos?
¿Cómo explicarle hace décadas a George A. Romero o a Tom Savini
que, a principios del siglo XXI, el género de los muertos vivientes
sería uno de los más rentables dentro del engranaje de Hollywood,
moviendo millones, con series en prime time y películas
protagonizadas por grandes estrellas, sin que se partieran de risa y
te pidieran un poco de lo que te estabas metiendo?
La cuestión
llegados a este punto sería dilucidar si al llegar a las masas el
underground deja de ser sincero, y eso lo determina la integridad del
artista, porque el underground nace de la sinceridad, de la
integridad.
Cuando
una persona decide emprender la agotadora carrera de expresarse por
medio de alguna disciplina artística ante él se abren dos senderos,
sobre sus hombros se materializan dos personajes que le susurran al
oído. Uno de ellos le dice que se fije en lo que está pegando en
ese determinado momento, que se fije en lo que está en lo más alto
de las listas de éxitos, en lo que da dinero, y le aconseja que
produzca una imitación de ello para alcanzar la gloria lo más
pronto posible. El otro le aconseja que solo escuche a su interior,
que dé forma a toda esa rabia y frustración, a esa angustia y
dolor, y la exprese de la forma que considere más sincera, sin
importar que resulte incomprensible o ridícula para los lumbreras
que se apresuren a juzgarla, le aconseja que no flaquee ante la
incomprensión, el silencio o los dedos acusadores. Por supuesto
ninguno de los dos senderos garantiza el éxito, eso depende del
destino, que sin duda es un cabrón cruel que se divierte con las
cabriolas más inesperadas, pero, aún asumiendo el más que seguro
fracaso, aquellos que son sinceros con sus convicciones al menos
pueden morir enarbolando un satisfactorio corte de mangas eterno, y
descansar en paz, en el infierno.
Este libro
podrá ser bueno o malo, eso lo decidirá el paladar del lector,
condicionado por sus gustos y apetencias en el momento de su lectura,
pero desde luego afirmo, con la cabeza bien alta, que es sincero, y
ya es más de lo que te ofrecen tus políticos y dirigentes, sin ir
más lejos.
Para la
selección de textos que te brindamos a continuación hemos apostado
por lo más bajo, por escritores desconocidos que en su mayor parte
no han publicado nada, en muchos casos por autores que dan sus
primeros pasos en esta carrera de fondo, que pueden tener un estilo
fallido o sin pulir, pero que se expresan con sinceridad, que gritan
con ilusión y rabia, que aúllan a la luna impulsados por una
angustia más grande que ellos mismos. Algunos autores están
asomando la cabeza en este frío lago y dando que hablar con sus
blogs y publicaciones, como es el caso de Mario Rodríguez Díaz
(Rorschach Kovacs), otros son tan undergrounds que ni siquiera se
molestan en hacerse un blog, como es el caso de Ruben Jaular, cuyas
aportaciones me llegaron escritas a bolígrafo en folios
sospechosamente manchados. Se ha apostado por la sangre joven (Mikel
García Santos tan solo tiene 21 años). Se ha apostado por la rabia,
la violencia, la contracultura, los malos modos, la inocencia, la
ilusión, el dolor, el inconformismo, la duda... Se ha apostado por
el más puro underground.
El underground
tiene distintas capas y adopta distintas formas, aquí encontrarás
muchas de ellas, leerás distintos enfoques, distintas
aproximaciones, distintas normas y reglas, pero, para que nos
entendamos, ninguno de estos autores está intentando ser el
siguiente Ken Follet. Solo están intentando encontrarse a sí
mismos, encontrar su voz, su público, algunos puede que ni estén
buscando nada de esto y simplemente sigan su inercia autodestructiva.
Nadie sabe cuantos se quedarán por el camino, cuantos tirarán la
toalla, si alguno alcanzará el reconocimiento o si les espera la
demencia y los contenedores. En cualquier caso siempre se podrá
tener este volumen como muestra del panorama del subsuelo en un
determinado momento del tiempo y el espacio. Aquí es cuando llegamos
al porqué.
El porqué de
este libro también responde a un impulso, a un deseo sincero, el de
José Manuel Vara y un servidor, enfermos enamorados del underground,
de bucear entre los escombros y extraer las perlas más valiosas bajo
nuestro prisma, por supuesto siempre subjetivo y sujeto a error. El
caso de Vara tiene mucho mérito, el tío ya tiene una edad, una
familia, un trabajo, obligaciones, y aún así mantiene la ilusión,
casi infantil, de descubrir estos tesoros y enseñárselos a todo el
mundo, para que vean lo que él ve y sientan lo que él siente, para
ello emplea su valioso tiempo, de forma desinteresada, en hacer
llegar este tipo de obras a la gente, ya de por sí bombardeada por
el exceso de oferta e información, apática y desconfiada, y el
cabrón ni siquiera pide nada a cambio. Es la filosofía del
underground, el apoyo mutuo, el sentimiento de hermandad y
pertenencia, la sana rivalidad por encontrar los tesoros en el fango
y mostrárselos a otros enfermos como tú, porque, cómo decía
Zappa, si has llegado hasta aquí es porque has venido tú. Vara y yo
simplemente hemos realizado un pequeño trabajo de campo para
ahorrarte parte del camino. Y lo seguiremos haciendo mientras el
cuerpo y la ilusión aguanten las embestidas. Puede que esto sea el
principio de una colección (su hermana Underground Girls va por el
segundo volumen) o puede que no, en cualquier caso la propuesta será
siempre la misma, bucear en la mierda y salir sonrientes con tesoros
que mostrar. Me recuerda a cuando de pequeño iba con los amiguetes a
un vertedero cercano a mi casa en los extrarradios de Madrid en busca
de extraños objetos, restos de juguetes y revistas, roídos
peluches, bellos artefactos sin utilidad aparente pero que llamaban
tu atención y estimulaban tu imaginación. Por suerte hay cosas que
nunca cambian, por suerte la ilusión es la misma en este momento que
entonces, incluso tras las innumerables hostias que me ha dado la
vida con el caer de los años.
Aunque
siempre se ha caracterizado por su situación miserable y tormentosa
se puede decir que vivimos buenos tiempos para el underground, las
nuevas tecnologías son un arma poderosa para los buscadores
intranquilos, los frentes que se han abierto con las ediciones
digitales y la distribución por Internet no pueden tomarse a la
ligera, constituyen el sueño de los que siempre han apostado por un
camino alternativo, por los que no se resignan a que sus gustos, a
que sus vidas, sean dirigidas por unos caminos previamente
asfaltados. Sin la tiranía de las editoriales y el yugo de papel es
la hora de que el underground se expanda como la enfermedad que
siempre ha sido, una enfermedad que es a la vez un antídoto contra
la manipulación y los muertos vivientes, por todo ello la labor que
está realizando Vara y su tentáculo editorial Neurotika Books para
acercar de forma independiente y gratuita todas estas obras al
público es digna de respeto y elogio sea cual sea tu postura al
respecto de la propuesta.
Mi mérito no
es tan grande como el de Vara, no hago nada en mi día a día salvo
beber y mendigar, penar en solitario por las calles desiertas y mirar
a las paredes desconchadas. Solo he servido de apoyo moral en la
distancia y he aportado unas cuantas recomendaciones de autores, los
tesoros que he encontrado en mi vertedero particular. También he
aportado un puñado de poemas que tenía tirados por la habitación y
un relato viejo bastante extenso, del principio de mi producción. Lo
he decidido así ya que pese a tener material que considero más
afinado este representa mis inicios y contiene ese espíritu
underground y violento de manera intacta. También estoy escribiendo
esto, y no creas que no supone un esfuerzo tremendo, hace frío,
dentro y fuera, y me estoy constipando, además he tenido un día de
mierda. Llevo tres días sin dormir porque estaba persiguiendo a un
tipo que me debe dinero, conseguí localizarlo hoy a las 7 de la
mañana. Por suerte el encuentro no fue excesivamente violento y
aunque no conseguí la pasta sí conseguí una fecha límite para el
pago tras varias amenazas. Eso, la creciente fiebre y la falta de
sueño me pusieron bastante tenso y corrí a refugiarme en mi
habitación de alquiler ante el aterrador amanecer y el florecimiento
de las personas que, como hongos, empezaban a surgir por todas
partes. Una vez allí me dirigí al baño para echarme agua en la
cara e intentar relajarme, pero para ir hasta allí tenía que pasar
por la habitación de uno de los inquilinos, que sufre síndrome de
Diógenes. La habitual peste me abofeteó una vez más, pero esta
vez, presa del cansancio y la fiebre, provocó que se me cruzasen los
cables. Derribé la puerta de su habitación de una patada. No estaba
en su interior, pero sí toda la basura acumulada durante siglos de
la que surge el inenarrable hedor. Agarré un puñado de bolsas de
basura y comencé a llenarlas indiscriminadamente con todo lo que
encontraba a mi alrededor, de forma demente, mientras sufría
violentos tics y arcadas, entre gritos. Lo metí todo en las bolsas,
restos de comida, prendas de vestir, latas, botellas, revistas,
crucifijos, una bolsa de plástico con un excremento dentro, comida
de perro, ceniceros, bufandas, mecheros, bolígrafos, pelotas de
golf, libros, cartones... Llené 14 bolsas de basura, 14 bolsas de
basura, 14 jodidas bolsas de basura, y tras llenar esas 14 bolsas de
basura miré a mi alrededor y parecía que no hubiese hecho
absolutamente nada. Me retiré a mi habitación derrotado, dándome
cuenta de que hay cosas contra las que es imposible luchar, la
locura, la mierda, el descontento, la fiebre y los gérmenes que me
invaden por momentos y a los que siento apoderarse de mi cuerpo
mientras tecleo y sudo tirado en la cama... pero al menos, y esa es
la tabla de salvación de muchos de nosotros, pobres náufragos,
podemos escribir sobre todas estas cosas.
Y
así es el
underground, los vampiros que van al instituto han quedado lejos, las
recetas para el soufflé de chocolate han quedado lejos, los
misterios de la capilla sixtina han quedado lejos, el siglo XVI y sus
intrigas políticas han quedado lejos, las tramas detectivescas al
amparo de códigos bíblicos han quedado lejos... Solo queda la
mierda rodeándote, la tristeza y el vacío cubriendo el hueso, las
cicatrices en los brazos, las arrugas en la frente de tanto fruncir
el ceño, los callos en las manos, el agujero en el dedo gordo del
calcetín por el que asoma una deforme uña amarilla... y, sobre
todo, queda el deber de narrarlo, no para conmover ni para iluminar,
eso también quedó lejos, sino como una lucha y un deber con uno
mismo, sin perfumes ni apariencias, ser capaz de quitarte la máscara
en mitad del baile de disfraces, la crónica de una lucha sin fin en
un mundo a la deriva, una hemorragia mortal que intentas cubrir con
una hoja de cuaderno, como poner una tirita en un miembro amputado,
igual de inútil, igual de inocente. Seguramente los chicos del
underground no merezcamos más, seguramente la humanidad no merezca
más, y muy probablemente merezca menos.
Estoy agotado.
Los brazos del ángel tiran de mis hombros hacia atrás, por suerte
aún lo veo sonreír mientras sus alas se deshojan.
Me largo de
este puto texto, ¡adiós zorras! Ahora sólo quiero cerrar los ojos
y tener una buena pesadilla que me evada de todo esto. Como las que
vas a encontrar dentro de este volumen de puro y auténtico
UNDERGROUND.
Carlos
Salcedo Odklas. Febrero de 2013.
UNDERGROUND BOYS, Una antología traumática de José Manuel Vara y Carlos Salcedo Odklas. Con textos de : Jorge M. Molinero, Jordi Capde, Andrés Mauricio, Trevor Kusuhara, Carlos Alabedra, Ricard Millas, Felipe Zapico, Felipe Osorio, Carlos Salcedo Odklas, José Manuel Vara, Mikel García Santos, Ruben Jaular, Mario Rodriguez Diaz, Iván Rojo.... Aparecerá en formato digital gratuito en Marzo de 2013.