Todos tenemos nuestro recuerdo personal al que acudir cuando queremos sentirnos más alegres o miserable en días como hoy. Fechas en la que,los que no celebramos nacimientos mesiánicos, disfrutamos sobre todo, como una relación simbiótica, de la ilusión y entusiasmo de los niños; de unos días de vacaciones y de una serie de comilonas indecentes y continuadas antes del 31, no vaya a ser que tras la última uva se acabe el mundo y no hayamos compartido mesa con todos los que por nuestra vida pasaron, aunque fuese solo para estos eventos.
Siempre hay algún cenizo que se empeña en convertir fechas de justificada celebración en el peor de los tostones, algo casi trágico, como si el simple hecho de aparecer como tales en el calendario hiciese de sus vidas un castigo.
Del consumismo ni hablo, demencial se mire por donde se mire.
También están los de excesivo happismo, con todo tipo de complementos, gorros de papá Noel, cuernos de reno, panderetas, zambombas..., esos que se empeñan en que escuches durante horas villancicos cantados por adultos con voz de niño pera... ¡qué grima! Que hablan de solidaridad, amor, fraternidad...como si en marzo, bonito mes, no tuviesen cabida, o como si enero o agosto no fuesen momento de desplegar bondades.
Yo hoy me he levantado tendiendo a cenizo, sé que, a pesar de no ser muy navideña, es la gripe que ha invadido sin piedad mi organismo la principal culpable de ello y que, con el nuevo año, se irá al carajo pero, hasta entonces, mi yo cenizo me ha traído, como todos los años, el peor de los recuerdos de este día, para hacerme dar cuenta de que, más que nunca, hay que celebrar.
Recuerdo inevitable, para mí y para aquellos que, desde una noche como la de hoy, ya hace 23 años, nos estremecemos al pensar en la injusta lección que aquella joven de cabellos dorados, nos daba desapareciendo de nuestras vidas a causa de un nosequé' autoinmune, sin que nadie entendiese nada. Nos demostraba que a los 15 no todo era posible, que había cosas que no solo les ocurría a otros, que no todo se podía resolver acudiendo a adultos, que hay que decir a los demás lo que se sientes antes de que sea tarde, y que, desde luego, no éramos inmortales.
Así, a pesar de mi yo cenizo y de las ganas de amputar esta ingrata y despellejada nariz que hace que mi voz suene gangosa, solo quiero celebrar, porque si la vida decide joder, lo hará sin piedad, y no estamos para tirar días de disfrute justificado como si tuviésemos otra vida en la mochila o esto se tratase de un ensayo general.
Felices fiestas y celebrad, celebrad todo, justificado o no, celebrad siempre que tengáis la oportunidad y, sean cuales sean vuestros motivos, celebrad.