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Imipolex G



philip k. dick
la penúltima verdad



rocket to nowhere
 













tintin: objetivo la luna
herge
 












gadget que viene como regalo
en el nº 13 de la revista caillou













hiroshima slo-mo
miguel ibáñez








16 de julio, 1945. A cincuenta millas de Alamogordo, Nuevo México. Prueba final del Manhattan Project: la primera explosión atómica. Primer hongo: una columna de humo blanco se irguió recta y luego se derramó en un hongo que se elevó finalmente a doce mil metros de altura. Se consiguió imitar artificialmente la energía más natural: la solar.

Diez segundos que cambiaron el mundo
6 de agosto, 1945. 8:16 AM. Fat Boy, un cilindro de 4,25 metros de largo por 1.50 de diámetro y unas cuatro toneladas de peso explota a quinientos setenta metros de altura sobre Hiroshima. Dos piezas de uranio-235 habían chocado entre sí desencadenando una deflagración equivalente a 12,5 kilotones de TNT. Sus consecuencias sobre la población de Hiroshima fueron de corte apocalíptico. Primero un gran fogonazo, una inmensa bola de fuego. La onda expansiva provocó ciclones, muriendo mucha gente aplastada (lanzada a grandes distancias) o con las visceras reventadas. Un calor intenso achicharró la piel desprotegida en cuatro kilómetros a la redonda del punto cero. La diferente absorción del calor por parte de los colores produjo que las partes más oscuras de los vestidos se chamuscasen mientras las más claras no lo hicieron o lo hicieron con menor intensidad. Mujeres con vestidos estampados quedaron literalmente "tatuadas" con rastros de los dibujos en la piel. Al tratarse de un bombardeo de rayos de calor, hubo casos de gente a la que se quemó con mayor intensidad un lado de cara, según la orientación y la exposición: el lado expuesto directamente a la radiación se abrasó, mientras el otro perfil no tanto. En un kilómetro de radio desde el punto cero, la gente murió carbonizada o volatilizada, dejando sólo una huella, como una sombra humana. En un radio de seiscientos metros desde el centro de la explosión las tejas de las casas se fundieron en su superficie hasta una determinada profundidad.
Al fogonazo inicial y al calor le siguió un gran estallido; la onda expansiva partió desde la gran bola de fuego con una fuerza aproximada de unos setecientos kilómetros por hora, derribándolo todo y convirtiendo cristales, maderas, tejas y otros objetos en potencial metralla. Se produjeron miles de incendios a causa del calor (en el punto cero se llegó a los cuatro mil grados), las explosiones y la destrucción de instalaciones y casas.
Lo que se acaba de narrar pasó en cosa de segundos.
Y pocos segundos después, tras la onda expansiva y la tormenta de fuego, como remate de ese verdadero apocalipsis a escala, Hiroshima sufrió dos fenómenos más pavorosos si cabe. Del cielo empezó a caer una lluvia extraña: enormes goterones negros, resultado de la evaporación de la humedad en la bola de fuego y de su condensación en la nube que brotó de ella. Una lluvia acida que desprendía la piel de las personas y que provocó una inundación de rayos gamma y neutrones. Lluvia negra insuficiente para extinguir los fuegos que asolaban la ciudad pero suficiente para sumir aún más en el desconcierto a la población. La lluvia negra fue seguida de un viento super caliente, un viento de fuego que sopló hacia el centro de la catástrofe, ganando fuerza a medida que el aire se hacía cada vez más caliente sobre Hiroshima a causa de los cientos, miles de incendios.


Población: 343.000; Muertos: 78.000; Heridos: 50.000; Desaparecidos: 14.000; Otros afectados: 100.000


Más allá de una falsa justificación bélica (de hecho Japón estaba prácticamente vencido y buscando una forma honorable de rendirse); más allá de la mortandad (cinco meses antes un ataque nocturno con bombas incendiarias sobre Tokyo había arrasado barrios enteros causando unas ciento cincuenta mil víctimas); más allá de estos factores, el hongo de diecinueve mil metros producido por la explosión -y convenientemente registrado por The Great Artiste, el B-29 dotado de cámaras especiales para fotografiar la explosión-, ese hongo super tóxico, es icónicamente una especie de inauguración perversa: cuando Tom Ferebee accionó la palanca que dejó caer desde el Enola Gay la bomba sobre Hiroshima, quizá soltase algo asi como un "Queda ínagurada esta Era".



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