MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Objetos fetiches literarios

3.04.2010
Miembros de un club de lectura en Boston. Mary Knox Merrill / Staff


Interesante el artículo de Gisela Antonuccio sobre el libro digital en Revista Ñ. Interesante no tanto por el "estado de la cuestión" que hace sobre el tema del e-reader, implicando cuestiones de mercado y de nuevas plataformas, sino sobre todo porque pone énfasis en el verdadero temor para muchos y es el del libro como fetiche. Y sí, es cierto, el libro, las libretas, todo puede ser un fetiche. Pero eso no tiene por qué perderse. Mi computadora es un fetiche tanto como la máquina de escribir de Cormac McCarthy lo es para él. Por eso, yo me conseguiré un libro electrónico que sea, además, mi fetiche. Y valdrá tanto para mí como mis moleskines o mi vieja y subrayadísima edición de La verdadera vida de Sebastián Knight. Dice la nota:
Tal vez entonces no se trate ya de una cuestión de elección, entre el papel y el soporte electrónico, sino de esa extraña fascinación que ejercen algunos objetos, tan poderosa como su capacidad para sobrevivir al tiempo y a las ideas de progreso. Como las libretas (¿fetiche o atracción?), que escritores como Ernest Hemingway o Truman Capote llevaban siempre consigo. En la mayoría de los textos que integran París era una fiesta, Hemingway reproduce el acto de escritura al mencionar que el primer borrador es su cuaderno de notas. Lo hace, por ejemplo, en el relato "El hambre era una buena disciplina", al revelar además el lugar en que registró esa primera versión, la Closerie des Lilas, sobre la rue Notre-Dame. Los extensos días de entrevistas de Capote para reconstruir el crimen de la familia en Holcomb que lo llevaron a escribir A sangre fría, su novela más famosa, también conocieron una primera versión en libretas, que trasladaba a máquina al regresar a su hotel.Para reforzar la legitimidad de lo dicho, en Moise y el mundo de la razón, Tennessee Williams revela que lo que su narrador-protagonista cuenta fue registrado en un Blue Jay, tal la marca del cuaderno del narrador.Todavía hoy, y a este lado del Atlántico, la forma manuscrita sigue gozando de adeptos. Para Andrés Rivera, el papel es la primera y única forma que conocen sus novelas antes de que lleguen al lector: al terminarlas, entrega un manuscrito de puño y letra. Martín Kohan lleva un registro completo de lo que aconteció en el día en su agenda. Esa costumbre de anotarlo todo obedece a una "urgencia". "Al hacer listas de cosas (registros un poco maniáticos de lo que hago), me alivio del agobio peor de registrarlo todo mentalmente". Ponerlas por escrito y convertirlas en lista le permite objetivar algunos temas. "Los vuelvo más manejables, al menos en apariencia", dice. Los ejemplos siguen. A Mariana Enríquez la primera versión en cuaderno se le "impone" y la costumbre del teclado le imprime un esfuerzo: "Mi letra manuscrita cada vez se entiende menos por falta de gimnasia". Pero sigue usando el método de la primera versión en papel para lograr "una distancia" de la escritura laboral, para salir del tono periodístico y encontrar la voz literaria.Después de todo, puede que nadie tenga que elegir entre el papel y la letra digital, y cada quien pueda leer y escribir donde le plazca. Como el novelista japonés Koji Suzuki, autor de The Ring, quien creó la primera obra de ficción en papel higiénico, titulada Drop. Es una novela de dos mil palabras. Fue impresa por la papelera Hayashi y puesta a la venta en librerías y secciones de artículos de limpieza de los supermercados, a 2,2 dólares. Es cierto que nada aclara el panorama sobre el futuro del papel, pero es una pista para el porvenir: al momento de valorar un texto, el contenido en sí mismo a veces representa un aspecto más –y no el principal– para definir si aquél es o no una buena idea.

Por cierto, la nota viene acompañada con artículos al respecto de Ariel Magnus y de Fabián Casas.

Etiquetas: , , , , ,